jueves, 9 de mayo de 2024

Podcast La ContraHistoria: Arte, artistas y mecenazgo

 

 

Hoy nadie se cuestionaría, por ejemplo, que a un músico hay que pagarle por su trabajo. Taylor Swift, Ed Sheeran o Rosalía congregan en sus conciertos a cientos de miles de personas que previamente han pagado una entrada seguramente muy cara. Esto es aplicable a intérpretes menos exitosos e incluso a los músicos que tocan en la calle, en el metro o en un parque. Muchos viandantes les dejan monedas o adquieren allí mismo una grabación suya. Esto no es cosa de ahora. Vivir de la música es algo que hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Está documentado que ya en la corte de Carlomagno había músicos profesionales y seguramente los hubo antes.

No deberíamos sorprendernos por ello. La música, no sólo es un arte, es un mercado y se comporta como tal. Hoy los fans de Rosalía pagan por disfrutar de sus canciones y, a veces, para señalizarse socialmente. Hace un milenio reyes y señores principales se encargaban de mantener a músicos para que cantasen a Dios algo fundamental en la liturgia cristiana si se quería salvar el alma. Esta tendencia se mantuvo en los siglos siguientes. En el Renacimiento y el Barroco los monarcas europeos competían entre ellos para hacerse con los servicios de los mejores compositores e intérpretes. Con la revolución industrial y la emergencia de la burguesía las obras musicales fueron más demandadas que nunca. Los ricos organizaban recitales privados en sus palacetes, y se levantaron por las principales capitales europeas grandes teatros de la ópera a cuyos estrenos acudían miles de personas pagando por ello sumas elevadas de dinero.

Todo esto no es un secreto para nadie. En el mundo contemporáneo tenemos asumido que la música tiene un precio y estamos encantados de satisfacerlo. Entonces ¿en qué momento decidimos que otras bellas artes estaban fuera de las leyes del mercado y no hay que pagar por ellas? Esto es especialmente aplicable a museos, exposiciones y monumentos que muchos exigen que sean de libre entrada porque se trata de cultura y, por lo tanto, tiene que ser accesible a todos.

El arte, en definitiva, necesita mecenazgo. El término proviene de un patricio romano llamado Cayo Mecenas, un consejero muy cercano a Octavio Augusto que ha pasado a la historia por financiar, aparentemente de forma desinteresada, a poetas y escritores como Horacio y Virgilio. ¿Realmente Mecenas lo hacía de forma desinteresada? Obviamente no. Ni Cayo Mecenas, ni los príncipes renacentistas, ni los monarcas dieciochescos, ni los millonarios de nuestro tiempo financian el arte de forma desinteresada. Cada uno lo hace por una razón distinta, pero no es por amor a la belleza o a la humanidad. Unos buscan prestigio, otros borrar el cuestionable pasado de su familia, otros persuadir al pueblo de que son grandes personas. 

El arte, como decía, es un mercado al que concurren ofertantes y demandantes. Entre ambos media un precio que acuerdan las dos partes. Esa es la razón por la que se siguen produciendo obras de arte. Hoy, de hecho, hay más arte que nunca por somos muchos los que concurrimos a ese mercado. En nuestro mundo todos, prácticamente sin excepción, somos mecenas. Entendemos que las obras artísticas son productos y pagamos, a menudo con gran entusiasmo, por disfrutar de ellas. 

Hoy en La ContraHistoria vamos a hablar Alberto Garín y yo de esto mismo. Vamos a echar un vistazo poco convencional sobre la historia de arte en un programa que estamos haciendo en directo y con público gracias a la invitación de la Value School de Madrid. Espero que tanto a los presentes en la sala como los que estáis escuchando a través de los medios habituales disfrutéis de él.

Fuente: La ContraHistoria  

 

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