lunes, 28 de octubre de 2019

P. Adolfo Franco, SJ: Comentario para el domingo 27 de octubre

DOMINGO XXX del Tiempo Ordinario

Parábola del fariseo y el publicano

A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10 «Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. 11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano.” 13 Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.»

Jesús nos da muchas enseñanzas sobre la oración en todo el Evangelio, y además nos enseña la oración con su propio ejemplo; El aparece con mucha frecuencia orando y pasando a veces las noches en oración. En este párrafo de hoy nos cuenta la parábola de la oración del fariseo y del publicano. Nos enseña cómo orar, qué es la oración. Pero añade también, una vez más, una lección importante sobre la humildad. Nos viene a decir que el orgulloso, el que se cree superior, está incapacitado para la oración; en cambio el que en su corazón siente que es un pecador y se humilla por eso, ése puede orar y es escuchado.

La oración es uno de los grandes regalos que nos ha hecho Dios indudablemente. Pone de manifiesto el gran cariño que Dios nos tiene. Ha querido establecer un canal de comunicación, porque quiere saber de sus hijos, quiere que le cuenten todo, quiere ser su paño de lágrimas, quiere ser nuestra fortaleza y nuestra paz. Dios ha querido que podamos comunicarnos con El, que lo contemplemos, que le mostremos nuestros afectos, y nuestras necesidades. Quiere oírnos. Y también quiere tener la posibilidad de enviarnos sus mensajes, de mostrarnos su calor y su ternura, porque todo eso hace Dios con nosotros en la oración. Esto es tanto así que con derecho podríamos preguntarnos ¿sería posible vivir como hombres, si no tuviéramos la posibilidad de orar?

La oración es un acto de fe en la realidad de Dios: fe en su existencia y en su paternidad, fe en su Providencia. Es un acto de fe por el que en un momento salimos de nuestro mundo cotidiano y nos situamos en el mundo superior, en la otra dimensión: hay una especie de salida de este mundo y una entrada en el ámbito de Dios. La fe es un acto de humildad, por el que reconocemos nuestra necesidad más honda, nuestra indigencia radical, y por eso acudimos a nuestra fuente, a nuestro sustento vital que es Dios. Así la oración pone nuestra vida en comunicación con la fuente de la vida.

Y por esa razón el orgullo es el principal obstáculo para una verdadera oración. Por esas y otras razones la oración del fariseo es un fiasco, es una falsificación, es una pose teatral, no es oración, en suma. El contenido de la aparente oración del fariseo brota de un hombre que no necesita de Dios. Prácticamente se comunica con El de igual a igual; le da gracias, no por los favores que le haya concedido. El mismo piensa que ha logrado todo con su esfuerzo: yo no soy igual que los demás hombres. Y eso debido a mis propios méritos a mis propios esfuerzos. Los otros son malos, y yo soy tremendamente bueno. Y así vengo a hablar contigo: el bueno (que se lo cree) con el Único Bueno. Y como es tan bueno este fariseo se pone delante en primera fila, porque es el lugar que le corresponde. Mientras que el pecador se queda allá lejos y no se atreve a acercarse más. El fariseo, por eso mismo, desprecia a los seres que él cree inferiores: yo no soy como los demás hombres, yo cumplo, yo, yo. El protagonista de su aparente oración no es Dios, sino su YO inflado, exhibicionista de sus buenas acciones; está viniendo a la oración para que Dios admire a este ser tan excepcional.

Y otra fea característica de este hombre, caricaturizado por Cristo: la falta total de caridad con el prójimo, el juicio despiadado de los demás. Y así entramos en otro aspecto de la oración cristiana ¿puede orar de verdad al Padre el que no considera a los demás como sus hermanos? ¿El que desprecia a un hijo de Dios, puede hablar de verdad con el Padre? ¿Le gustará a Dios una oración cuyo contenido es la crítica de sus hijos? Y cuando somos orgullosos, críticos y jueces de los demás ¿seremos oídos por el Padre que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y que ama a los pecadores? Esta actitud de desprecio que tiene el fariseo también contribuye a que su oración sea falsa.

Lo que Jesús critica en la oración de este fariseo es su orgullo frente a Dios, su vanidad por sus propias obras (como si no hubiera sido ayudado por Dios) y su juicio de los demás, que llega hasta el desprecio de los que él juzga pecadores.

En cambio, lo que el Señor alaba en el pecador que ora, es que se siente indigno ante Dios, que se reconoce pecador, que no se atreve a acercarse, ni a levantar los ojos del suelo. Reconoce que necesita a Dios, que no lo merece, y no se compara con nadie, pues tiene bastante con considerar y arrepentirse de sus propios pecados.

Por eso éste vuelve a casa, después de la oración, justificado y el fariseo en cambio no, porque en realidad no ha orado. 

Adolfo Franco, SJ
 

Ciclo de cine latino "Relatos Salvajes": 28 de octubre





Dir: Damián Szifrón
 
Sinopsis: La película consta de seis episodios que alternan la intriga, la comedia y la violencia. Sus personajes se verán empujados hacia el abismo y hacia el innegable placer de perder el control, cruzando la delgada línea que separa la civilización de la barbarie.

Audiovisuales UNSA
San Agustín 106
6:30 pm.
Ingreso Libre

Diccionario CDIII: Cuadernales

"En primer lugar, se sacaron los enormes cuadernales de descuartizar, con sus pesados motones, en general pintados de verde, que un hombre por sí solo no podría mover, y fueron atados al macho del palo mayor, el punto más resistente que hay en toda la cubierta de un barco." 

Moby Dick. Tomo 2. Página 41. Herman Melville. Alfaguara. Buenos Aires, Argentina - 2008.

 
Cuadernales 


De cuaderno.

1. m. Mar. Conjunto de dos o tres poleas paralelamente colocadas dentro deuna misma armadura. 


Fuente: Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición. 

LA CADENA DEL DICCIONARIO


domingo, 27 de octubre de 2019

Podcast HistoCast 193: Catástrofes naturales III





Esto es HistoCast. No es Esparta pero casi. Tras afrontar las anteriores entregas de desastres, los supervivientes se enfrentan a otra remesa de situaciones límite con David (@DeividNagan) y Goyix (@goyix_salduero www.elguaridadegoyix.com). Os recordamos que nos podéis seguir a través de nuestra cuenta de twitter @histocast y en facebook. Lo podéis escuchar aquí o si tenéis apple aquí. Si queréis descargarlo pinchad aquí.

Tsunami de bahía Lituya – 4:46
Tsunami del fiordo de Taan – 18:42
Erupción del Monte Pelée 1902 – 27:49
Terremoto de México 1985 – 49:23
Erupción del Monte Soufrière 1995 – 1:20:36
Huracán San Calixto – 1:29:25
Lago Nyos – 1:42:39
Gran Alud de Arinsal – 1:52:49
Aludes de Vorarlberg 1954 – 1:58:37
Bibliografía – 2:12:47


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Video 414: Ambopteryx, Yi y los dinosaurios más extraños. Escansoriopterígidos | El Pakozoico





Hoy hablamos de un grupo de dinosaurios muy extraño: los escansoriopterígidos, unos pequeños terópodos con alas membranosas!

MÁS INFORMACIÓN

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sábado, 26 de octubre de 2019

Libro: Túpac Yupanqui. El resplandeciente. 2 tomos







Cuántas veces contar la historia se ha confundido con “contar una historia”; cuántas los sucesos reales del pasado han sido relatados como hechos de ficción, más o menos verosímiles, más o menos fabulosos. La historia y la literatura, decía Aristóteles, no resultan tan diferentes; su única frontera es la ficción, que se traza en el terreno de la literatura. Sin embargo, muchos son los españoles que han aprendido a lo largo del tiempo más de la historia de la España moderna con los Episodios nacionales de Pérez Galdós que con manuales más o menos sesudos o prolijos sobre la misma época. Lo mismo podríamos decir acá con las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, que han sabido, más que recoger los hechos verdaderos, plasmar y trasmitir el espíritu de un Perú naciente antes incluso de su propio nacimiento republicano, que celebramos estos días.

Hay novelas, relatos, poemas épicos, de los que aprendemos más sobre lo que sucedió que si nos contaran lo que ocurrió verdaderamente, como la Iliada, en la que disfrutamos de la guerra entre aqueos y troyanos por una mujer. Del mismo modo, la historia verdadera también puede hacer uso de recursos empleados con mayor frecuencia en las obras literarias, como las etopeyas, las semblanzas, las descripciones de lugares o de épocas, el relato de acontecimientos, los diálogos, imprimiendo en el relato una intensidad que atrape al lector y no lo suelte hasta terminada la lectura, como una buena novela. Algo de esto hay en Túpac Yupanqui, el Resplandeciente, libro en dos volúmenes.

Este libro, publicado póstumamente, pasados más de diez años del fallecimiento de su autor, ofrece la imagen perfecta, –redonda, como una escultura, podríamos decir– de uno de los Incas más destacados, verdadero roturador de la extensión del Tahuantinsuyo, que supo expandir el conocimiento sobre la existencia de los incas mucho más allá de donde alcanzaran sus dominios, hacia occidente por el Pacífico, oriente por la selva, el norte hasta Quito y el sur hasta casi Tierra de fuego. El libro, en su primer tomo “I. El conquistador”, recoge sus ocho expediciones, algunas como heredero al trono de Pachacútec, otras como Inca reinante. En su segundo, Del Busto nos alcanza noticias sobre la organización social, política, productiva, caminera, legal de tan basto imperio, la forma en que supo vencer, –con o sin guerra de por medio–, el modo en que muchos pueblos desearon ser acogidos bajo su manto real, las estrategias del Inca para que todos los pueblos aportaran al crecimiento de la grandeza del Imperio. Todo ello, además de contar con el apoyo de los cronistas de antaño y los investigadores de hogaño, cuenta con la aguda mirada de un historiador apasionado que sabe contagiar su pasión, que demuestra que la vieja épica no ha muerto, que basta con tener un personaje que merezca la pena cantar como hace siglos, o contar y explicar hasta el detalle más asombroso como ha hecho el historiador en este gran libro. Léanlo, descubrirán no solo que se ejercitan en el deleitar aprovechando, aprenderán a querer a Túpac Yupanqui y a la historia del Perú tanto como quieran aprender de ella.

Por Crisanto Pérez Esain

JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO DUTHURBURU

 (Barranco, Lima, 21 de agosto de 1932 - Lima, 25 de diciembre de 2006) fue un historiador peruano. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
 
Más información: ¿Y quién fue José Antonio del Busto? | Blog de Derrama Magisterial

CONTENIDO

Tomo I. El conquistador:
  • Prefacio
  • Prologo
  • Introducción
  • Los Incas
  • El Hatun Auqui
  • La conquista del Chinchaysuyo I
  • La conquista del Chinchaysuyo II
  • Las islas del poniente
  • Achuachumbi
  • Ninachumbi
  • El tornaviaje
  • La conquista de los llanos
  • La conquista del Antisuyo
  • La conquista del Contisuyo
  • La conquista del Collasuyo
  • El Apusquispay
  • La anexión territorial
  • Bibliografía
  • Índice onomástico
  • Índice toponímico

Tomo II. El gobernante:
  • Introducción
  • La organización política
  • La organización social
  • La organización administrativa
  • La organización laboral
  • La organización económica
  • La organización caminera
  • La organización religiosa
  • La organización jurídica
  • Tres viajes misteriosos
  • El emperador
  • La corte imperial
  • Deslindes personales
  • Lo cierto, lo posible y lo falso
  • La Cápac Panaca
  • Tres hermanos importantes
  • Las inquietudes
  • La muerte
  • El hombre
  • Los legados
  • Epílogo
  • Bibliografía
  • Índice onomástico
  • Índice toponímico
  • Sobre el autor
  • Nota de los Editores

MÁS INFORMACIÓN
 
Autor(es): José Antonio del Busto Duthurburu
Editorial: Universidad de Piura
Páginas: Tomo I 308 - Tomo II 373
Tamaño: 15,5 x 22,5 cm.
Año: 2017

Libro: VRAEM Misterioso





VRAEM Misterioso: son vivencias fantásticas que protagonizaron hombres y mujeres del ande y la selva de las regiones Ayacucho, Cusco y Junín. Además la cruenta historia del terrorismo de SL de los años '80 en el Valle de los Ríos Apurímac , Ene y Mantaro - VRAEM. El compromiso del autor, Sixto Eduardo Canchaya Mendoza, de escritor este libro se debe a la expectativa de los propios protagonistas que confiaron en él sus experiencias, como una enseñanza para la posteridad, quedando además esta obra como un valioso aporte a la narrativa peruana.

SIXTO EDUARDO CANCHAYA
 
Docente de  reconocida trayectoria profesional, hace del periodismo y la literatura un complemento de su labor pedagógica y del análisis sociopolítico del país, que viene difundiendo en diarios nacionales y extranjeros o editando sus libros y revistas desde 1966.
 

CONTENIDO
  • Introducción
  • EL VRAEM
  • Quinto Día
  • Sirena
  • Visita Misteriosa
  • Shanery
  • Niña Qasa
  • La Posada
  • Celoso
  • La Celda
  • Misterioso Machu Piqchu
  • El Tinterillo
  • Tawañawi
  • El Amigos
  • Fiestas Patrias
  • Vida o Muerte
  • El Forastero
  • La Maqueta
  • Qarqacha
  • Nakaq
  • El Censo
  • Carnaval
  • Los Timberos
  • Historias de Guardias
  • Investigador
  • Términos Quechuas
  • Toponimia Quechua

MÁS INFORMACIÓN

Autor(es): Sixto Eduardo Canchanya Mendoza
Editorial: Del autor
Páginas: 228
Tamaño: 14,5 x 20,5 cm.
Año: 2017

viernes, 25 de octubre de 2019

Cuentacuentos: El hechizo de la verdad





Un brujito mentiroso como pocos, no puede evitar decir mentiras y gastar bromas pidiendo ayuda a gritos. Tras hacerle una de sus conocidas bromas a su bruja madrina es encantado por ella con un poderoso hechizo cuyo fin es que diga siempre la verdad y sea honesto con todos, pero a veces la cura es peor que la enfermedad porque se meterá en muchos problemas tras no poder detener a su propia honestidad. ¿Cuál será el desenlace de esta divertida y tenebrosa historia?

Hora: 4:00 pm
Fecha: 26 de octubre de 2019
Lugar: Teatro del Cultural, Melgar 109
Entrada: Ingreso libre

Libro: 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial





«El pasado suele ser un país tan distinto al nuestro que necesitamos la orientación de alguien que ya lo haya visitado. Stevenson es una guía impecable.» London Review of Books

En el verano de 1914, una oleada de violencia masiva se desató en Europa. La guerra que entonces empezaba tuvo repercusiones globales, destruyendo cuatro imperios y cobrándose millones de vidas. Este conflicto marcó incluso a los países victoriosos durante toda una generación, y todavía hoy seguimos viviendo bajo su sombra. En este riguroso análisis, David Stevenson reexamina las causas, el transcurso y el impacto de esta «guerra que acabará con todas las guerras», situándola en el contexto de su época y revelando sus conflictos ocultos. Su libro presenta una historia internacional, que incorpora las nuevas perspectivas ofrecidas por las investigaciones más recientes. Asimismo, aporta respuestas convincentes a la pregunta clave de cómo de desarrolló esta terrible lucha: respuestas que siguen siendo inquietantemente relevantes en nuestra época.

DAVID STEVENSON

Historiador inglés, estudió en Cambridge y es profesor de la London School of Economics, siendo especialista en la I Guerra Mundial, campo en el que ha publicado numerosos artículos y ensayos.

ÍNDICE
  • Relación de ilustraciones
  • Abreviaturas
  • Nota sobre terminología militar y naval
  • Introducción
  • Mapas
  • La destrucción de la paz
  • El fracaso de la guerra de movimientos, verano-invierno de 1914
  • Construcción de un nuevo mundo, primavera de 1915-primavera de 1917
  • La generalización de la guerra
  • Los objetivos de guerra y las negociaciones de paz
  • La guerra terrestre en Europa: estrategia
  • Tecnología, logística y táctica
  • Potencial humano y moral
  • Armamento y economía
  • La guerra naval y el bloqueo
  • La política de los frentes internos
  • Tercera fase, primavera de 1917-otoño de 1918
  • La revolución de febrero y la intervención estadounidense, primavera de 1917
  • Camino del agotamiento, verano-otoño de 1917
  • La última jugada de las Potencias Centrales, otoño de 1917-verano de 1918
  • Cambio de tornas, verano-otoño de 1918
  • Alto el fuego
  • La pacifi cación, 1919-1920
  • La reconstrucción, 1920-1929
  • La demolición, 1929-1945
  • La conclusión: la guerra se convierte en historia
  • Bibliografía
  • Imágenes
  • Notas
  • Biografía
  • Créditos

MÁS INFORMACIÓN

Autor(es): David Stevenson
Editorial: Debate
Páginas: 896
Tamaño: 12,5 x 18,5 cm.
Año: 2013

jueves, 24 de octubre de 2019

Cuento octubre 2019: Mi abuela de Orhan Pamuk

"Si se le preguntaba, contestaba que creía en el proyecto kemalista de occidentalización, pero en realidad, como a todos los habitantes de la ciudad, a mi abuela no le importaban lo más mínimo ni el Occidente ni el Oriente. De hecho, apenas salía. Como para la mayoría de los habitantes de una ciudad que viven en ella como en su casa, para mi abuela Estambul no tenía nada que ver con sus monumentos, con su historia ni con su «belleza». Y sin embargo había estudiado historia en la escuela de magisterio. Hizo algo tan atrevido para el Estambul de la década de 1910 como salir a la calle con mi abuelo antes de casarse e incluso de comprometerse y fue a comer con él a un restaurante. Una vez en el local (teniendo en cuenta que se sentaron a la misma mesa y que les ofrecieron bebidas alcohólicas, me imagino que sería un restaurante-casino en Pera), mi abuelo le preguntó qué quería beber (en el sentido de un té, una limonada o algo así) y mi abuela, que pensó que le estaba ofreciendo alcohol, le dio una respuesta muy fuerte para 1917: «No consumo bebidas alcohólicas, señor mío».

Cuarenta años después, en las cenas de los días de fiesta y de Nochevieja que celebrábamos todos juntos, si se alegraba lo suficiente con el vaso de cerveza  que se tomaba para no desmerecer al resto de la familia, volvía a contar aquella historia que tan bien nos sabíamos todos y luego lanzaba una carcajada. Si se trataba de un día cualquiera y estaba sentada en su sillón de siempre, la carcajada de mi abuela se convertía en lágrimas por la muerte prematura de mi abuelo, aquel «hombre excepcional» al que solo vi en unas cuantas fotografías. Mientras ella lloraba, yo intentaba imaginármela paseando alegre por las calles en sus tiempos. Pero aquello me resultaba tan difícil como imaginar a aquella mujer tan gruesa y confortable como las de los cuadros de Renoir siendo una joven delgada, alta y nerviosa de Modigliani.

La repentina y prematura muerte por leucemia de mi abuelo después de haber conseguido una buena fortuna dejó a mi abuela en la posición de «jefa» de una enorme familia. El cocinero Bekir, algo así como su compañero vital, cuando se hartaba de las interminables órdenes y críticas de mi abuela, le contestaba con un ligero sarcasmo: «De acuerdo, jefa». Pero la condición de jefa de mi abuela solo era válida mientras paseaba por la casa llevando un enorme manojo de llaves. Cuando todavía eran jóvenes, mi padre y mi tío le arrebataron el mando de la fábrica que había dejado mi abuelo, se metieron en grandes negocios de construcción y, a base de malas inversiones y quiebras, obligaron a su madre a que fuera vendiendo una a una las posesiones que quedaban del abuelo, las casas y los pisos, y entretanto mi abuela, sin salir nunca a la calle, simplemente vertía algunas lágrimas y les aconsejaba que la próxima vez tuvieran más cuidado.

Pasaba las mañanas en la cama, tapándose con un grueso edredón y apoyada en enormes almohadas de plumas apiladas unas encima de otras. El cocinero Bekir colocaba cuidadosamente una enorme bandeja con huevos pasados por agua, aceitunas, queso y tostadas en un cojín que mi abuela había puesto sobre el edredón (estropeaba la imagen el periódico viejo dispuesto entre el cojín con bordados de flores y la bandeja de plata) y mi abuela pasaba su larguísimo desayuno leyendo el periódico y recibiendo las primeras visitas de la mañana en la cama. (De ella aprendí el placer de tomar un sorbo de té azucarado mientras se tiene en la boca un trozo de queso blanco duro.) Mi tío, que nunca se iba a trabajar sin haber besado a su madre, llegaba temprano. Mi tía aparecía de vez en cuando llevando el bolso después de haber enviado a su marido al trabajo. Durante un breve período antes de ir a la escuela y para que fuera aprendiendo a leer y escribir, yo también, como mi hermano mayor, me acercaba cada mañana al edredón de mi abuela cuaderno en mano intentando aprender de ella el misterio de las letras. Como luego descubriría en la escuela, me aburría aprender cualquier cosa de los demás, y cuando veía una hoja en blanco lo primero que se me venía a la mente no era escribir sino dibujar.

Todos los días, en medio de aquellas pequeñas lecciones de lectura y escritura, el cocinero Bekir entraba en la habitación y le hacía la misma pregunta con las mismas palabras: «¿Qué les vamos a dar a estos hoy?».

Lo preguntaba con tanta solemnidad como si se estuviera decidiendo lo que había de prepararse ese día en la cocina de un gran hospital o de un cuartel. Mientras mi abuela y el cocinero hablaban de quién vendría de cada uno de los pisos de la casa para el almuerzo y para la cena y sobre qué se podría preparar intentando inspirarse en el «menú del día» que venía al final de cada hoja del Calendario de Horas e Informaciones Útiles, lleno de todo tipo de extraños datos, yo contemplaba alguna corneja que volara alrededor de las ramas del ciprés del jardín de atrás.

El cocinero Bekir, que nunca perdía su sentido del humor, a pesar del inmenso trabajo que tenía, nos tenía puestos motes a cada uno de los nietos que andurreábamos por la atestada casa. El mío era «Corneja». Años después, cuando le pregunté la razón, me explicó que se debía a que me pasaba el rato observando a las cornejas del tejado de al lado y porque era muy delgado. El mote de mi hermano, que nunca se separaba de su osito de peluche, al que tanto quería, era «la Niñera», el de un primo con los ojos muy rasgados «el Japonés», el de otro muy cabezota «el Mulo», el de uno que nació prematuro, «el Seis Meses». Durante años fuimos llamados por aquellos nombres, en cada uno de los cuales me parecía percibir un cascabeleo de cariño.

En el cuarto de mi abuela, como en el de mi madre, había un atractivo tocador en el que habría podido extraviar mi imagen abriéndole las alas y metiendo la cabeza entre ellas, pero me estaba prohibido tocarlo. Porque mi abuela, que se pasaba la primera parte del día acostada, había colocado el tocador, que nunca usaba para maquillarse, de tal manera que al mirar desde la cama podía ver todo el largo pasillo, la puerta de servicio, el vestíbulo y el extremo del salón hasta las ventanas que daban a la calle, y así podía controlar el movimiento de toda la casa, a los que entraban y salían, a los que charlaban en un rincón y a los nietos que se estaban peleando. Como el espejo del tocador reflejaba más pequeño cualquier movimiento que se produjera en el otro extremo de aquella casa perpetuamente en sombras, a veces mi abuela no podía identificar lo que estaba ocurriendo, por ejemplo, al lado de la mesa con incrustaciones de nácar del lejano salón, así que gritaba con todas sus fuerzas desde la cama y Bekir acudía inmediatamente y le informaba de quién estaba haciendo qué.

Aparte de leer el periódico y a veces bordar flores en cojines, mi abuela pasaba la mayor parte de las tardes fumando y jugando al bezique con otras señoras de Nisantasi de su edad. Recuerdo que en ocasiones también jugaban al póquer. Me gustaba sentarme a un lado y manosear las monedas otomanas, perforadas, con los bordes desgastados y con las armas del sultán impresas, que salían de entre las auténticas fichas de juego que guardaba en una suave bolsa de terciopelo roja como la sangre.

Una de las señoras que participaban en las partidas procedía del harén, que habían clausurado después de que la familia imperial –no me sale llamarla dinastía– fuera obligada a abandonar Estambul tras la caída del Estado otomano, y se había casado con un compañero de trabajo de mi abuelo. A pesar de que mi abuela y ella, cuya manera de hablar excesivamente educada remedábamos mi hermano y yo, eran amigas, siempre se hablaban diciéndose «señora mía» mientras, por otro lado, engullían felices los bollos de mantequilla recién salidos del horno y las tostadas con queso fundido que el cocinero iba trayendo de la cocina. Las dos estaban gordas, pero seguían tan contentas porque vivían en un tiempo y en una cultura para los que eso no suponía ningún problema. Si resultaba que, una vez cada mil años, mi abuela tenía que salir a la calle o acudir a alguna invitación, la última etapa de los preparativos, que duraban días, consistía en llamar a la señora Kamer, la mujer del portero, para que subiera a tirar con todas sus fuerzas de las cintas del corsé de mi abuela. Yo contemplaba sobrecogido la larguísima escena de apretado del corsé que se desarrollaba detrás del biombo con sus empujones, sus tirones y sus «Despacio, hija». También me fascinaban los cuencos, las aguas jabonosas, los cepillos y tantos otros instrumentos que esparcía por el cuarto la manicura-pedicura que llamaban los días previos para que se pasara horas con mi abuela; pero lo que de veras ocupaba mi mente, con una mezcla de atracción y repugnancia, era ver las bolas de algodón insertadas entre los dedos regordetes de los pies de mi abuela mientras unas manos ajenas le pintaban las uñas de rojo bombero.

Veinte años después, viviendo ya en otras casas de otros lugares de Estambul, cada vez que visitaba a mi abuela en el edificio Pamuk me la encontraba por las mañanas acostada en la misma cama entre bolsos, periódicos, almohadas y sombras. El inigualable olor del cuarto, mezcla de jabón, colonia, polvo y madera, siempre era el mismo. Otra de las cosas de las que nunca se separaba era de un grueso cuaderno de tapas duras en el que todos los días escribía algo. Dicho cuaderno, en el que apuntaba las cuentas, detalles que no quería que se le olvidaran, lo que se había servido en la comida, los gastos, planes y la evolución del tiempo atmosférico, tenía una extraña cualidad de «cuaderno de protocolo». Quizá porque había estudiado historia, otra de las consecuencias de aquel protocolo, que a veces daba lugar a que usara una lengua irónicamente ceremonial, y de su afición por los otomanos, fue por lo que a cada uno de los nietos se nos pusiera el nombre de uno de los sultanes de los años gloriosos de la fundación del Estado otomano. Cada vez que iba a verla, después de besarle la mano, de meterme alegre en el bolsillo y sin sentir la menor vergüenza el billete que siempre me daba y de explicarle lo que hacían mi madre, mi padre y mi hermano uno por uno, mi abuela a veces me leía lo que estaba escribiendo en el cuaderno: «Mi nieto Orhan ha venido a visitarme. Es muy inteligente y muy dulce. Estudia arquitectura en la universidad. Le he dado diez liras. Si Dios quiere, algún día tendrá mucho éxito en la vida y, como su abuelo, conseguirá que el nombre de la familia Pamuk se escuche con respeto».

Después de leerlo me miraba con una sonrisa misteriosa e irónica por encima de las gafas, que hacía que sus ojos con cataratas parecieran todavía más raros, y yo intentaba sonreírle de la misma manera sin poder averiguar si tras su ironía se ocultaba un chiste dirigido a ella misma o el hecho de que había descubierto el sinsentido de la vida."

Estambul. Ciudad y recuerdos. Orhan Pamuk. Literatura Mondadori.

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MÁS CUENTOS

miércoles, 23 de octubre de 2019

Poeta 500: Los heraldos negros de César Vallejo

CÉSAR VALLEJO




César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 16 de marzo de 1892-París, 15 de abril de 1938) fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país.​ Es, en opinión del crítico Thomas Merton, «el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal» y según Martin Seymour-Smith, «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas».

Publicó en Lima sus dos primeros poemarios: Los heraldos negros (1918), con poesías que si bien en el aspecto formal son todavía de filiación modernista, constituyen a la vez el comienzo de la búsqueda de una diferenciación expresiva; y Trilce (1922), obra que significa ya la creación de un lenguaje poético muy personal, coincidiendo con la irrupción del vanguardismo a nivel mundial. En 1923 dio a la prensa su primera obra narrativa: Escalas, colección de estampas y relatos, algunos ya vanguardistas. Ese mismo año partió hacia Europa, para no volver más a su patria. Hasta su muerte residió en París, con algunas breves estancias en Madrid y en otras ciudades europeas en las que estuvo de paso. Vivió del periodismo​ complementado con trabajos de traducción y docencia.

En la última etapa de su vida no publicó libros de poesía, aunque escribió una serie de poemas que aparecerían póstumamente. Sacó en cambio, libros en prosa: la novela proletaria o indigenista El tungsteno (Madrid, 1931) y el libro de crónicas Rusia en 1931 (Madrid, 1931). Por entonces escribió también su cuento más famoso, Paco Yunque, que saldría a luz años después de su muerte. Sus poemas póstumos fueron agrupados en dos poemarios: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicados en 1939 gracias al empeño de su viuda, Georgette Vallejo. La poesía reunida en estos últimos volúmenes es de corte social, con esporádicos temas de posición ideológica y profundamente humanos. Para muchos críticos, los Poemas humanos constituyen lo mejor de su producción poética, que lo han hecho merecedor del calificativo de «poeta universal».

LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

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Podcast La ContraHistoria: El enigma de Hernán Cortés





Uno de los personajes más controvertidos de la historia universal es Hernán Cortés, un hidalgo extremeño que entre 1519 y 1521 llevó a cabo la conquista del imperio mexica y lo puso bajo el dominio de la corona española. De aquella conquista nacería el virreinato de Nueva España que duró tres siglos y sobre él se construyó posteriormente la actual República de México. Estamos, por lo tanto, ante un personaje central en la historia de México aunque secundario en la historia de España.  

En México se le repudia, no tanto en España, donde se le reconocen sus méritos aunque sin mucho entusiasmo. Ni Madrid, ni Ciudad de México cuentan con un monumento que le recuerde. El único que hay en todo el mundo se levanta en su natal Medellín y no fue construido hasta finales del siglo XIX. Sus restos, a diferencia de los de Francisco Pizarro, que descansan en un fastuoso sepulcro dentro de la catedral de Lima, estuvieron ocultos durante mucho tiempo y hoy se encuentran en un sencillo nicho del Hospital de Jesús Nazareno de Ciudad de México. 

Otros conquistadores no han sufrido semejante condena histórica, A Francisco de Orellana se le recuerda con esculturas públicas en Bogotá y Guayaquil, el monumento a Sebastián de Belalcázar preside la ciudad de Cali desde un cerro, los nicaragüenses homenajean a Francisco Hernández de Córdoba con una estatua de cuerpo entero en Granada, los paraguayos hacen lo propio con Juan de Salazar en Asunción, los argentinos con Juan de Garay en el mismo corazón de Buenos Aires, frente a la Casa Rosada y los chilenos con Pedro de Valdivia, a quien recuerdan con una estatua ecuestre en la plaza de armas de Santiago.

Pero de Hernán Cortés nadie se quiere hacer cargo. Nadie se dice su heredero en ninguna de las dos orillas del Atlántico por lo que su figura es, más que estudiada, vilipendiada de manera incansable hasta el punto de que se ha terminado convirtiendo en un auténtico enigma. Todos sabemos qué hizo Hernán Cortés, pero casi nadie sabe quién era y qué le llevó a hacer lo que hizo, que no fue precisamente algo menor, cambió de manera dramática la historia de América e influyó decisivamente en la de Europa.

Hoy en La ContraHistoria vamos a abordar la biografía de Hernán Cortés junto a un invitado de excepción bien conocido por los habituales del programa: Alberto Garín, que, después de varios años en Guatemala, está de vuelta en España. Así que, sin dilatarlo ni un minuto más, Alberto y yo tenemos el instrumental sobre la mesa y vamos a proceder a la disección.


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