domingo, 31 de diciembre de 2023

Meme 31/12: Panetones italianos

 


 

 

Meme 31/12: Filósofos bajo la lluvia

 


 

 

Letra 526: Concierto de Aranjuez Solo Guitar por Paolo Valdivia

 

 

Fuente: Paolo Valdivia Vilavila

 

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Cita DCCLVI: ¿Qué causa la resaca? Y cómo superarla

"La cerveza no se compra, se alquila". Y el coste añadido de alquilarla es la resaca. Eso decía un profesor de biología. Pero, ¿cómo afecta realmente el alcohol nuestro cuerpo y cerebro, y cuánto sabemos de las resacas?

El alcohol se metaboliza en el hígado mediante la enzima alcohol deshidrogenasa. Al descomponerse, el etanol forma acetaldehído, una sustancia química tóxica que el organismo debe eliminar antes de que empiece a causar daños graves.

Los estudios han demostrado que los síntomas de la resaca alcanzan su punto máximo cerca del momento en el que todo el alcohol se ha convertido en acetaldehído. Es aquí cuando el contenido de alcohol en la sangre vuelve a cero.

Pero no sólo el alcohol contribuye a la resaca: también intervienen otros compuestos de las bebidas alcohólicas, como los sulfitos, especialmente comunes en las bebidas más oscuras, como los vinos tintos y los whiskys.

Los síntomas de la resaca y sus causas

El alcohol afecta múltiples sistemas del organismo, lo que explica los numerosos síntomas de la resaca. Esto es lo que sabemos:

Deshidratación: el alcohol es diurético, lo que significa que aumenta la micción. El alcohol suprime la liberación de vasopresina, una hormona que indica a los riñones que retengan líquidos. Esta pérdida de líquido provoca una deshidratación leve que contribuye a los dolores de cabeza y la fatiga.

Dolor de cabeza: los dolores de cabeza son un elemento básico de las resacas. Una de las razones es la deshidratación leve, causada por un pequeño encogimiento del cerebro debido a la pérdida de agua. En segundo lugar, el alcohol es un vasodilatador, lo que significa que puede desencadenar ataques de migraña en personas propensas a ellos.

Náuseas: El alcohol irrita el revestimiento del estómago y aumenta la liberación de ácido estomacal, lo que provoca náuseas y malestar estomacal.

Fatiga: Además de trasnochar, el consumo de alcohol provoca un sueño fragmentado e interrumpido, lo que produce cansancio e irritabilidad al día siguiente. Además, el alcohol aumenta la inflamación general del organismo, provocada por una respuesta inmunitaria general para eliminar las sustancias químicas nocivas. Esto contribuye al malestar general que se puede sentir cuando se tiene resaca, como cuando se está enfermo.

Las peores resacas podrían tener un origen genético

Es obvio que beber más alcohol provoca peores resacas, pero nunca es tan sencillo. La experiencia de las personas con la resaca es muy variada: algunas la padecen peor que otras, y también con menos alcohol.

Una de las razones podrían ser los genes. Los estudios han demostrado que muchas personas metabolizan peor el alcohol en el hígado debido a variaciones genéticas. Las culpables son dos enzimas importantes para descomponer el etanol: alcohol deshidrogenasa y aldehído deshidrogenasa.

De hecho, alrededor del 45% de la gravedad de la resaca se debe a variaciones hereditarias en los genes que codifican estas enzimas. Las variaciones genéticas que provocan sensibilidad al alcohol y resaca son especialmente frecuentes en personas de ascendencia asiática. Por otro lado, entre el 10 y 20% de los bebedores afirman no tener resaca, incluso después de consumir grandes cantidades de alcohol. O puden fingir mejor que están sanos, o su hígado es más eficaz a la hora de descomponer el alcohol.

No hay verdaderos remedios probados contra la resaca

Existen muchas curas populares que incluyen huevos crudos, café, sexo o mezclas isotónicas, pero ninguna de ellas es una cura definitiva para la resaca. Lo único que hacen es reponer los nutrientes, líquidos y endorfinas perdidos durante la resaca. Claro que son reconstituyentes, pero no van a hacer que la resaca desaparezca por arte de magia.

Pero un estudio ha descubierto que una forma eficaz de acelerar la recuperación es defecar. La razón es que el etanol permanece en el estómago y los intestinos durante mucho tiempo tras su consumo, desde donde sigue siendo absorbido por el torrente sanguíneo. Los autores del estudio llaman a esto "beber intestinalmente".

El intestino absorbe el etanol más rápido de lo que el hígado puede metabolizarlo, lo que significa que defecar es una forma eficaz de evacuar el etanol del intestino que aún no ha sido absorbido por la sangre.

Pero la mejor manera de evitar la resaca es simplemente tener un día sano, acostarse temprano y dejar el alcohol.

 

Fuente: https://www.dw.com

Por: Frederick Schwaller

 

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sábado, 30 de diciembre de 2023

Video 781: Momias, OVNIs en el Congreso y Canicas Alien. ¿Misterios de verdad? | QuantumFracture

 

 

Hemos presenciado militares retirados que vieron cosas raras, vídeos desclasificados de OVNIs, UFOs, UAPs o quieras llamarmlos, científicos mediáticos a la caza de objetos interestelares ¡y hasta al unboxing de dos momias extraterrestres! ¿Qué hay de cierto en todo esto? ¿Están emergiendo ahora esos secretos alien?

Fuente: QuantumFracture

 

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jueves, 28 de diciembre de 2023

Podcast La ContraHistoria: El ascenso de Napoleón

 

 

General victorioso, político hábil y maniobrero, cónsul, emperador… todas estas definiciones se ajustan a su figura, pero también las de dictador implacable, conquistador despiadado e individuo sin moral ni remordimientos. Pocos personajes históricos son, al mismo tiempo, tan decisivos, admirados y controvertidos como Napoleón Bonaparte, un hombre que partiendo de una apartada isla del Mediterráneo que acababa de ser anexionada a los dominios de Luis XV, se convirtió primero en el amo de la Francia revolucionaria y luego en el dueño y señor de casi toda Europa.

La importancia de Napoleón es tal que se habla de sus años de gloria como la época napoleónica, un periodo de tres lustros en el que los ejércitos franceses se derramaron por toda Europa poniéndola al gusto de su emperador. Pero antes de eso Napoleón no fue más que un joven militar corso que buscaba una oportunidad en la convulsa Francia revolucionaria. Nació en Córcega y, por deseo de su padre, se trasladó al continente para convertirse en oficial del ejército. Pasó por la academia militar de Brienne-le-Château y posteriormente fue admitido en a la Escuela Militar de París, una institución fundada pocos años antes para formar a la élite del ejército. A los 16 años recibió el despacho de subteniente de artillería y fue enviado a una serie de guarniciones de distintos puntos de Francia.

Ese sería el principio de una carrera que, en circunstancias normales, habría ido mucho más lenta. Pero cuatro años después de salir de la Escuela Militar estalló la revolución francesa, regresó a Córcega y abrazó las ideas revolucionarias. La Asamblea Nacional necesitaba militares leales que sirviesen a la causa, y allí estaba Napoleón dispuesto a entregarse. Partidario de los jacobinos de la Convención, le encargaron que comandase la artillería para retomar el puerto de Tolón, que había caído en manos de un combinado angloespañol. La ciudad fue capturada y eso le reportó un gran prestigio en París. Tenía 23 años y su leyenda no había hecho más que empezar, pero los jacobinos cayeron en desgracia, algo que le alejó temporalmente del centro del poder.

Dos años más tarde, ya establecido el Directorio, la suerte volvió a sonreírle. Uno de los directores, Paul Barras, se fijó en él por indicación de Josefina de Beauharnais, una joven y refinada viuda con la que se había casado. El Directorio le encargó reprimir una rebelión realista en París. Lo hizo disparando los cañones contra los manifestantes. Alguien tan resuelto no se podía desperdiciar. Le asignaron el ejército de Italia, un frente secundario para distraer a los austriacos del valle del Rin. Su victoria fue absoluta. Ocupó todo el norte de Italia y lo rehízo políticamente a su antojo. Ya nadie en París podía seguir ignorándole.

Quizá por eso mismo le enviaron a Egipto con idea de yugular el comercio británico con la India. De nuevo volvió a alzarse con la victoria, pero él y su ejército se quedaron aislados en próximo Oriente. Desató una campaña por lo que hoy es Israel y Palestina y, tras ello, sabedor de las intrigas políticas que sacudían París, viajó de vuelta a Francia para sumarse a un golpe de Estado junto a dos de los directores: Emmanuel Sieyès y Roger Ducos, que se habían conjurado para que el 18 del mes de brumario el Consejo de los Quinientos les entregase el poder. El plan era que el joven general que acababa de regresar de Egipto fuese un relleno, pero se las apañó para apartar a los otros dos y convertirse en el primer cónsul.

En La ContraHistoria de hoy, la primera de dos que vamos a dedicar a Napoleón Bonaparte, Alberto Garín y yo abordaremos los orígenes, el periodo formativo y el modo en el que Napoleón escaló por la pirámide del poder hasta convertirse en el dueño de una república que hacía aguas. Sin ese camino del héroe trufado de casualidades que le beneficiaron, nunca hubiera podido llegar tan lejos.

Fuente: La ContraHistoria  

 

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miércoles, 27 de diciembre de 2023

Video 780: One million astronomical objects | European Space Agency, ESA

 

 

Embark on a cosmic journey with ESA as we explore the universe through the lens of ‘One Million’. From the scorching temperatures of the Sun's corona to the cosmic gaze of the NASA/ESA/CSA James Webb Space Telescope — discover the astronomical wonders that surround us.  

Fuente: European Space Agency, ESA


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Podcast El buen librero: ¿Cómo ha cambiado la cena navideña en el Perú?

 

 

¿Por qué comemos pavo en Navidad? Aquí en el Perú la Cena de Navidad es toda una tradición que combina diferentes estilos y temáticas pero, ¿siempre comimos lo mismo? ¿Cuáles eran los platos típicos de Navidad en los Siglos XIX o XVIII? Averígualo en esta charla entre Gianfranco Hereña y Rosario Olivas Weston, investigadora gastronómica.  

Fuente: El buen librero  

 

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Meme 27/12: "Quien no duda logrará poco"

 

 

 

El vinciano llevó a su máxima expresión algunas de las técnicas pictóricas del Renacimiento. Aquí, un recorrido explicado por algunas de sus obras principales.

Aunque su carrera artística no fue tan prolífica, se le conocen apenas algo más de 25 óleos en total, Leonardo da Vinci es sin dudas uno de los artistas más influyentes de la historia del arte occidental, como muestran las múltiples reversiones que existen de sus obras más conocidas.

Su obsesión por imitar la naturaleza lo más precisamente posible lo condujo, entre otras cosas, a perfeccionar la técnica del sfumato -que consiste en aproximar dos colores contiguos para que los contornos se vean como una continuidad y no como una ruptura- y a plantear un uso particular de la perspectiva, la técnica que se utiliza para representar tres dimensiones en un plano.

El sfumato le permitió a Leonardo darle a sus cuadros un relieve nunca alcanzado hasta entonces y, por tanto, una mayor verosimilitud. Según Giorgio Vasari, considerado en general el padre fundador de la historia del arte, el vinciano fue el responsable de agregar "al estilo del color al óleo una cierta oscuridad de la que extrajeron los modernos la gran fuerza y relieve de sus figuras".

La importancia de la técnica, de la que el propio Leonardo era perfectamente consciente, puede apreciarse con nitidez en La Gioconda; por ejemplo, en la sombra de los ojos o en la unión entre el rostro y el pelo.

Otros dos grandes logros pictóricos de da Vinci son, por un lado, el manejo sutil de las proporciones (en particular, las del hombre) y, por el otro, la expresión de las pasiones y las emociones de los seres humanos. En ambos casos, cumplió un rol fundamental su obsesión con el estudio científico de la anatomía.

No es casual que Leonardo, en concordancia con la tónica de la época, haya intentado elevar a la pintura por encima de todas las demás artes, en tanto y en cuanto exigía combinar con sutileza la exactitud de la matemática y la geometría con un ejercicio manual riguroso y demandante. El pintor se convertía, gracias a su trabajo, en una suerte de demiurgo, capaz de crear mundos nuevos que respondieran a su propio deseo:

Si el pintor quiere ver bellezas que lo enamoren, él es dueño de engendrarlas, y si quiere ver cosas monstruosas que asusten, o que sean cómicas y risibles, o que inspiren verdaderamente compasión, él es también señor y Dios [de ellas]. Y si quiere engendrar sitios y desiertos, bosques umbrosos u oscuros para los tiempos cálidos, él los representa, y lo mismo hace con lugares cálidos en los tiempos fríos. Si quiere valles, si quiere desde las altas cumbres de los montes descubrir una gran extensión de campo, y si quiere más allá de aquellas ver el horizonte del mar, él también es dueño y señor, lo mismo que si quiere ver desde los valles bajos los montes altos, o desde los montes altos los valles bajos y las playas. Y en efecto, lo que existe en el universo por esencia, presencia o imaginación, el pintor lo tiene primero en la mente y luego en las manos; y estas son de tal excelencia que en poco tiempo engendran una armonía proporcionada para una sola mirada, tal como hacen las cosas.

En lo que sigue, presentamos algunos de los cuadros más renombrados de Leonardo, en los cuales se puede ver a la perfección el uso de la perspectiva, el sfumato y la representación aguda de los cuerpos y las emociones humanas.

1469

 Leonardo entra como aprendiz en el taller de Andrea del Verocchio, una de las principales escuelas de pintura y escultura de Florencia. Allí estudia diversas técnicas artísticas, pero también principios de mecánica, cálculo, metalurgia y carpintería. Su excepcional talento se destaca desde el comienzo. Según una leyenda que cuenta Giorgio Vasari en su famoso libro Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1550), Verocchio abandonó una pintura en la que Da Vinci estaba colaborando cuando se sintió superado por la maestría de su discípulo.

1472 - 1475

Pinta La Anunciación, la obra más conocida de su primera etapa como artista. El cuadro representa el momento en que el arcángel Gabriel le anuncia a María la llegada de Cristo. Ya puede apreciarse el delicado uso del sfumato y de la perspectiva. El cuadro, de 98 cm. de alto por 217 cm. de ancho, se conserva en la Galería de los Uffizi de Florencia.

1483

Da Vinci se había instalado desde el año anterior en Milán para ponerse al servicio del duque Ludovico Sforza, a quien le había enviado una carta que hoy puede leerse como un convincente currículum. Pinta en este año, por encargo de la Cofradía de la Inmaculada Concepción, la Virgen de las Rocas. Algunos especialistas destacan, en este cuadro, la representación realista de los accidentes geológicos, y la atribuyen a sus estudios sobre la temática.

1495 - 1498

Pinta La última cena en el refectorio del convento Santa María de las Gracias, en Milán, por encargo de Ludovico Sforza. El momento representado es aquel en el que Jesús les dice a sus apóstoles que uno de ellos habrá de traicionarlo.

En la obra De divina proportione, publicada en 1509, Luca Pacioli dice: Hasta tal punto de perfección imita la pintura a la naturaleza. Y es algo que se hace patente ante nuestra vista en el exquisito simulacro del ardiente deseo de nuestra salvación, en el que no es posible imaginar a los apóstoles prestando mayor atención al sonido de la voz de la infalible verdad cuando dijo: unus vestrum me traditurus est.

Judas aparece representado en sombra y con una bolsa en la mano, con las monedas que recibe a cambio de la traición. Cada uno de los apóstoles tiene una expresión particular, que se manifiesta no sólo en sus rostros sino en sus manos.

Hay muchísimas reversiones de esta obra. Destaquemos dos, una proveniente del cine y otra, de la fotografía. El siguiente video es una parte de la película Viridiana, del director Luis Buñuel (1961).

1503 - 1505

Leonardo trabaja en un retrato de la esposa de Francesco del Giocondo, pero no llega a terminarlo a tiempo y lo lleva consigo cuando parte nuevamente hacia Milán y, más tarde, cuando viaja a Francia, donde muere en 1519. El cuadro forma parte de la colección real hasta que, desde 1793, es exhibido en el Louvre. Se trata, por supuesto, de La Gioconda, también conocido como Monna Lisa.

Giorgio Vasari dice, sobre el retrato: Allí estaban imitadas todas las minucias que es posible pintar con sutileza. Pues los ojos tenían esos brillos y esas humedades que de continuo son vistas en las personas vivas, y alrededor de ellos estaban todas esas manchas rojizas y esos pelos que no se puede hacer sino con una gran sutileza. Las cejas, por haberse representado el modo de nacer los pelos en la carne, ora más tupidos, ora más ralos, y la manera en que ellos giran según los poros de la carne, no podían ser más naturales. La nariz, con todas esas aberturas rosadas y tiernas, se veía viva. La boca, con su hendidura, con sus extremos unidos por el rojo de [los labios], más el encarnado de la cara, no parecían colores sino carne verdadera (...). [Leonardo] usó también el siguiente artificio: que, por ser la señora Lisa muy bella, mantenía, mientras la retrataba, a quienes tocasen un instrumento o cantasen, y continuamente bufones que la hicieran estar alegre, para eliminar la melancolía que suele otorgar la pintura a menudo a los retratos que ella produce; y en este, hecho por Leonardo, había una sonrisa tan placentera que era cosa más divina que humana el mirarlo, y se lo consideraba algo maravilloso por cuanto no era distinto de la cosa viva.

Fuente: https://www.elpaisdiario.com.ar

Por: Nicolas Olszevicki para Filo News

 

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lunes, 25 de diciembre de 2023

Meme 25/12: Si empieza a ver Forrest Gump a las...

 


 

 

Cita DCCLV: La narrativa de la descolonización es falsa y peligrosa

La complejidad del conflicto palestino-israelí hace difícil su resolución a corto plazo. Muchos de sus claroscuros han sido omitidos por quienes se han dejado seducir por las teorías de la descolonización, las cuales, paradójicamente, han colonizado a la academia estadounidense.  

La paz en el conflicto palestino-israelí ya era difícil de alcanzar antes del bárbaro ataque de Hamás del 7 de octubre y de la respuesta militar de Israel. Ahora parece casi imposible, pero su esencia está más clara que nunca: en última instancia, una negociación para establecer un Israel seguro junto a un Estado palestino seguro.

Sean cuales sean las enormes complejidades y los retos para hacer realidad este futuro, una verdad debería ser obvia entre la gente decente: matar a mil 400 personas y secuestrar a más de doscientas, entre ellas decenas de civiles, está mal. El ataque de Hamás parecía una incursión mongola medieval que buscaba realizar matanzas y capturar trofeos humanos, con la diferencia de que fue grabado en tiempo real y publicado en redes sociales. Sin embargo, desde el 7 de octubre, académicos, estudiantes, artistas y activistas occidentales han negado, excusado o incluso celebrado los asesinatos cometidos por una secta terrorista que proclama un programa genocida antijudío. Parte de eso ocurre abiertamente, parte se oculta tras las máscaras del humanitarismo y la justicia, y parte se produce en clave, por ejemplo, con la famosa formulación “desde el río hasta el mar”, una frase escalofriante que respalda implícitamente el asesinato o la deportación de los nueve millones de israelíes. Parece extraño que uno tenga que decirlo: matar civiles, ancianos, incluso bebés, siempre está mal. Pero hoy tenemos que mencionarlo.

¿Cómo puede gente educada justificar esa crueldad y abrazar esa inhumanidad? Aquí entran en juego todo tipo de cosas, pero gran parte de la justificación para matar civiles se basa en una ideología de moda, la “descolonización”, que, tomada al pie de la letra, descarta la negociación de dos Estados –la única solución real a este siglo de conflictos– y es tan peligrosa como falsa.

Siempre me he preguntado por los intelectuales de izquierdas que apoyaban a Stalin, y por aquellos aristocráticos simpatizantes y activistas por la paz que excusaron a Hitler. Los actuales apologistas de Hamás y quienes niegan sus atrocidades, con sus robóticas denuncias del “colonialismo”, pertenecen a la misma tradición, pero peor: tienen abundantes pruebas de la matanza de ancianos, adolescentes y niños, con la diferencia de que, frente a aquellos tontos de los años treinta, que poco a poco se dieron cuenta de la verdad, no han cambiado un ápice sus puntos de vista. La falta de decencia y respeto por la vida humana es asombrosa: casi instantáneamente después del ataque de Hamás surgió una legión de personas que restaban importancia a la matanza o negaban que se hubieran producido atrocidades reales, como si Hamás se hubiera limitado a llevar a cabo una operación militar tradicional contra soldados. Los negacionistas del 7 de octubre, al igual que los negacionistas del Holocausto, existen en un lugar especialmente oscuro.

La narrativa de la descolonización ha deshumanizado a los israelíes hasta el punto de que personas por lo demás racionales excusan, niegan o apoyan la barbarie. El relato sostiene que Israel es una fuerza “imperialista-colonialista”, que los israelíes son “colonos” y que los palestinos tienen derecho a eliminar a sus opresores. (El 7 de octubre, todos aprendimos lo que eso significaba.) Considera a los israelíes “blancos” o “blanco-adyacentes” y a los palestinos “gente de color”.

Esta ideología, que es poderosa en la academia pero hace tiempo que debería haber sido cuestionada con seriedad, es una mezcla tóxica e históricamente disparatada de teoría marxista, propaganda soviética y antisemitismo tradicional de la Edad Media y el siglo XIX. Sin embargo, su motor actual es el nuevo análisis de la identidad, que ve la historia a través de un concepto de raza derivado de la experiencia estadounidense. El argumento es que es casi imposible que los “oprimidos” sean racistas, al igual que es imposible que un “opresor” sea objeto de racismo. Por lo tanto, los judíos no pueden sufrir racismo, porque se les considera “blancos” y “privilegiados”; aunque no puedan ser víctimas, pueden explotar y explotan a otras personas menos privilegiadas, en Occidente a través de los pecados del “capitalismo explotador” y en Oriente Medio a través del “colonialismo”.

Este análisis izquierdista, con su jerarquía de identidades oprimidas –y su jerga intimidatoria, que da pistas sobre su falta de rigor factual–, ha sustituido en muchas partes de la academia y los medios de comunicación a los valores universalistas tradicionales de la izquierda, incluidas las normas internacionalistas de decencia y respeto por la vida humana y la seguridad de los civiles inocentes. Cuando este torpe análisis choca con las realidades de Oriente Medio, pierde todo contacto con los hechos históricos.

Después de todo, la masacre del 7 de octubre está a la altura de las matanzas medievales de judíos en sociedades cristianas e islámicas, las masacres de Jmelnitski en la Ucrania de la década de 1640, los pogromos rusos de 1881 a 1920 y el Holocausto. Incluso el Holocausto se interpreta ahora erróneamente –como hizo en un ejemplo tristemente célebre la actriz Whoopi Goldberg– como algo que “no tiene que ver con la raza”, un enfoque tan ignorante como repulsivo.

Frente a lo que sostiene la narrativa de la descolonización, Gaza no está técnicamente ocupada por Israel, no en el sentido habitual de soldados sobre el terreno. Israel evacuó la Franja en 2005 y retiró sus asentamientos. En 2007, Hamás se hizo con el poder, matando a sus rivales de Fatah en una breve guerra civil. Hamás estableció un Estado de partido único que aplasta a la oposición palestina en su territorio, prohíbe las relaciones homosexuales, reprime a las mujeres y propugna abiertamente el asesinato de todos los judíos.

Una compañía muy extraña para la izquierda.

Por supuesto, es posible que algunos manifestantes que corean “desde el río hasta el mar” no tengan ni idea de lo que están pidiendo; son ignorantes y creen que solo están apoyando la “libertad”. Otros niegan ser partidarios de Hamás e insisten en que son simplemente propalestinos, pero sienten la necesidad de presentar la masacre de Hamás como una respuesta comprensible a la opresión “colonial” judía-israelí. Pero otros son negacionistas malevolentes que buscan la muerte de civiles israelíes.

La toxicidad de esta ideología es ahora evidente. Intelectuales antaño respetables han discutido sin vergüenza sobre si cuarenta bebés fueron descuartizados o si un número menor solo fue degollado o quemado vivo. Ahora los estudiantes arrancan con regularidad carteles de niños secuestrados por Hamás. Es difícil comprender una inhumanidad tan despiadada. Nuestra definición de delito de odio se amplía constantemente, pero si eso no es un delito de odio, ¿qué lo es? ¿Qué está pasando en nuestras sociedades? Algo va mal.

En un nuevo giro racista, ahora se acusa a los judíos de los mismos crímenes que ellos mismos han sufrido. De ahí la constante afirmación de que Israel está cometiendo un “genocidio” cuando no se ha producido ni pretendido ningún genocidio. Israel, junto con Egipto, ha impuesto un bloqueo a Gaza desde que Hamás tomó el poder, y ha bombardeado periódicamente la Franja en represalia por los ataques regulares con cohetes. Después de que Hamás y sus aliados lanzaran más de cuatro mil cohetes contra Israel, la guerra de Gaza de 2014 se saldó con más de dos mil palestinos muertos. Más de siete mil palestinos, entre ellos muchos niños, han muerto hasta ahora en esta guerra, según Hamás. Esto es una tragedia, pero no es un genocidio, una palabra tan devaluada por su abuso metafórico que ha perdido su significado.

También debo decir que el dominio israelí de los Territorios Ocupados de Cisjordania es diferente y, en mi opinión, inaceptable, insostenible e injusto. Los palestinos de Cisjordania han soportado una ocupación dura, injusta y opresiva desde 1967. Los colonos del lamentable gobierno de Netanyahu han acosado y perseguido a los palestinos de Cisjordania: 146 palestinos de Cisjordania y Jerusalén Oriental fueron asesinados en 2022 y al menos 153 en 2023 antes del ataque de Hamás, y más de noventa desde entonces. Una vez más: esto es atroz e inaceptable, pero no genocidio.

Aunque hay un fuerte instinto de convertir lo que ocurre en un “genocidio” que se parezca al Holocausto, no es eso: los palestinos sufren muchas cosas, como la ocupación militar, la intimidación y la violencia de los colonos, la corrupción de los dirigentes políticos palestinos, la cruel indiferencia de sus hermanos de más de veinte Estados árabes, el rechazo de Yasser Arafat, el difunto dirigente palestino, a los planes de mutua concesión que habrían supuesto la creación de un Estado palestino independiente, etcétera. Nada de eso constituye genocidio, ni nada que se le parezca. El objetivo israelí en Gaza –por razones prácticas, entre otras– es minimizar el número de civiles palestinos muertos. Hamás y organizaciones afines han dejado muy claro a lo largo de los años que maximizar el número de víctimas palestinas redunda en su interés estratégico. (Dejemos a un lado todo eso y consideremos lo siguiente: la población judía mundial sigue siendo menor que en 1939, debido al daño causado por los nazis. La población palestina ha crecido y sigue creciendo. La reducción demográfica es un indicador evidente de genocidio. En total, unos 120 mil árabes y judíos han muerto en el conflicto por Palestina e Israel desde 1860. En cambio, al menos 500 mil personas, principalmente civiles, han muerto en la guerra civil siria desde que comenzó en 2011.)

Si la ideología de la descolonización, que se enseña en nuestras universidades como una teoría de la historia y se grita en nuestras calles como algo evidentemente justo, malinterpreta la realidad actual, ¿refleja la historia de Israel como pretende hacerlo? Pues no. De hecho, no describe con exactitud ni la fundación de Israel ni la tragedia de los palestinos.

Según los defensores de la teoría de la descolonización, Israel es y siempre ha sido un Estado anómalo e ilegítimo porque fue fomentado por el imperio británico y porque algunos de sus fundadores eran judíos nacidos en Europa.

En este relato, Israel está manchado por la promesa rota de la Gran Bretaña imperial sobre la independencia de los árabes y por su promesa mantenida de apoyar un “hogar nacional para el pueblo judío”, en el lenguaje de la Declaración Balfour de 1917. Pero la supuesta promesa a los árabes era en realidad un ambiguo acuerdo de 1915 con Sharif Hussein de La Meca, que quería que su familia hachemita gobernara toda la región. En parte, no recibió este nuevo imperio porque su familia tenía mucho menos apoyo regional del que él pretendía. No obstante, al final Gran Bretaña entregó a la familia tres reinos: Irak, Jordania y el Hiyaz.

Las potencias imperiales –Gran Bretaña y Francia– hicieron todo tipo de promesas a diferentes pueblos y luego antepusieron sus propios intereses. Las promesas a los judíos y a los árabes durante la Primera Guerra Mundial fueron típicas. Después se hicieron promesas similares a los kurdos, los armenios y otros, ninguna de las cuales llegó a materializarse. Pero el relato central de que Gran Bretaña traicionó la promesa árabe y respaldó la judía está incompleto. En la década de 1930, el Reino Unido se enfrentó al sionismo, y de 1937 a 1939 avanzó hacia un Estado árabe sin que se planteara un Estado judío. Fue una revuelta judía armada, de 1945 a 1948, contra la Gran Bretaña imperial, la que consiguió el Estado.

Israel existe gracias a esta revuelta, y al derecho internacional y la cooperación, algo en lo que los izquierdistas creyeron alguna vez. La idea de una “patria” judía fue propuesta en tres declaraciones por el Reino Unido (firmada por Balfour), Francia y Estados Unidos, y luego promulgada en una resolución de julio de 1922 por la Sociedad de Naciones que creó los “mandatos” británicos sobre Palestina e Irak que coincidían con los “mandatos” franceses sobre Siria y Líbano. En 1947, las Naciones Unidas idearon la partición del mandato británico de Palestina en dos Estados, árabe y judío.

La creación de estos Estados a partir de esos mandatos tampoco fue excepcional. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Francia concedió la independencia a Siria y Líbano, Estados nación recién concebidos. Gran Bretaña creó Irak y Jordania de forma similar. Las potencias imperiales diseñaron la mayoría de los países de la región, excepto Egipto.

La promesa imperial de crear patrias separadas para las distintas etnias o sectas tampoco era única. Los franceses habían prometido Estados independientes a drusos, alauitas, suníes y maronitas, pero al final los unieron en Siria y Líbano. Todos estos Estados habían sido “vilayets” y “sanjaks” (provincias) del imperio otomano, gobernado desde Constantinopla, de 1517 hasta 1918.

El concepto de “partición” se considera, en la narrativa de la descolonización, un malvado truco imperial. Pero fue totalmente normal en la creación de los Estados nación del siglo XX, que se construyeron a partir de imperios caídos. Y, por desgracia, la creación de Estados nación estuvo marcada con frecuencia por intercambios de población, enormes migraciones de refugiados, violencia étnica y guerras a gran escala. Pensemos en la guerra greco-turca de 1921-22 o en la partición de la India en 1947. En ese sentido, el caso de Israel-Palestina es típico.

En el corazón de la ideología de la descolonización está la categorización de todos los israelíes, históricos y actuales, como “colonos”. Eso es sencillamente erróneo. La mayoría de los israelíes descienden de personas que emigraron a Tierra Santa entre 1881 y 1949. No eran completamente nuevos en la región. El pueblo judío gobernó los reinos de Judea y rezó en el Templo de Jerusalén durante mil años, y luego estuvo siempre presente, con población menos numerosa, durante los siguientes dos mil años. En otras palabras, los judíos son autóctonos de Tierra Santa, y si uno cree en el retorno de los pueblos exiliados a su patria, entonces el retorno de los judíos es exactamente eso. Incluso quienes niegan esta historia o la consideran irrelevante para los tiempos modernos deben reconocer que Israel es ahora el hogar y el único hogar de nueve millones de israelíes que han vivido allí durante cuatro, cinco o seis generaciones.

La mayoría de los emigrantes a, por ejemplo, el Reino Unido o Estados Unidos, se consideran británicos o estadounidenses en el transcurso de su vida. La política de ambos países está llena de líderes destacados –Suella Braverman y David Lammy, Kamala Harris y Nikki Haley– cuyos padres o abuelos emigraron de la India, África Occidental o Sudamérica. Nadie los describiría como “colonos”. Sin embargo, a las familias israelíes residentes en Israel desde hace un siglo se las designa como “colonos” listos para el asesinato y la mutilación. Y frente a lo que dicen los apologistas de Hamás, la etnia de los autores o de las víctimas nunca justifica las atrocidades. Serían atroces en cualquier lugar, cometidas por cualquier persona con cualquier historia. Provoca consternación que a menudo sean los autoproclamados “antirracistas” los que ahora defienden exactamente este asesinato por razones étnicas.

Los de izquierdas creen que los emigrantes que escapan de la persecución deben ser acogidos y se les debe permitir construir sus vidas en otro lugar. Casi todos los antepasados de los israelíes actuales escaparon de la persecución.

Si la narrativa de los “colonos” no es cierta, sí lo es que el conflicto es el resultado de la brutal rivalidad y batalla por la tierra entre dos grupos étnicos, ambos con derecho a vivir allí. A medida que se trasladaban más judíos a la región, los árabes palestinos, que habían vivido allí durante siglos y eran la clara mayoría, se sentían amenazados por estos inmigrantes. La reivindicación palestina de la tierra no está en duda, como tampoco lo está la autenticidad de su historia ni su legítima demanda de un Estado propio. Pero al principio los emigrantes judíos no aspiraban a un Estado, simplemente a vivir y cultivar en la vaga “patria”. En 1918, el líder sionista Jaim Weizmann se reunió con el príncipe hachemita Faisal bin Hussein para hablar de los judíos que vivían bajo su gobierno como rey de la gran Siria. El conflicto actual no era inevitable. Llegó a serlo cuando las comunidades se negaron a compartir y coexistir, y recurrieron a las armas.

Y aún más absurdo que el uso de la etiqueta “colonizador” es el uso del concepto “blanquitud”, clave en la ideología de la descolonización. De nuevo: es simplemente falso. Israel tiene una importante comunidad de judíos etíopes, y aproximadamente la mitad de todos los israelíes –es decir, unos cinco millones de personas– son mizrajíes, descendientes de judíos de tierras árabes y persas, pueblos de Oriente Medio. No son en absoluto “colonos” ni “colonialistas” ni europeos “blancos”, sino habitantes de Bagdad y El Cairo y Beirut durante muchos siglos, incluso milenios, que fueron expulsados después de 1948.

Unas palabras sobre ese año, 1948, el año de la Guerra de Independencia de Israel y la Nakba (“Catástrofe”) palestina, que en el discurso de la descolonización equivalía a una limpieza étnica. Hubo una intensa violencia étnica en ambos bandos cuando los Estados árabes invadieron el territorio y, junto con las milicias palestinas, intentaron detener la creación de un Estado judío. Fracasaron; lo que finalmente impidieron fue la creación de un Estado palestino, tal como pretendían las Naciones Unidas. El bando árabe buscaba el asesinato o la expulsión de toda la comunidad judía, precisamente con las formas criminales que vimos el 7 de octubre. Y en las zonas que el bando árabe capturó, como Jerusalén Oriental, todos los judíos fueron expulsados.

En esa brutal guerra, los israelíes expulsaron a algunos palestinos de sus hogares; otros huyeron de los combates; y otros se quedaron y ahora son árabes israelíes que tienen voto en la democracia israelí. (Alrededor del 25% de los israelíes actuales son árabes y drusos.) Unos 700 mil palestinos perdieron sus hogares. Es una cifra enorme y una tragedia histórica. A partir de 1948, unos 900 mil judíos perdieron sus hogares en países islámicos y la mayoría se trasladó a Israel. Estos acontecimientos no son directamente comparables, y no pretendo proponer una competición en tragedia o jerarquía de victimismo. Pero el pasado es mucho más complicado de lo que los descolonizadores quieren hacernos creer.

De este embrollo surgió un Estado, Israel, y no surgió otro, Palestina. Su formación debería haberse producido hace mucho tiempo.

Resulta extraño que un pequeño Estado de Oriente Próximo atraiga tanta atención apasionada en Occidente como para que haya estudiantes que corren por las escuelas de California gritando “Palestina libre”. Pero Tierra Santa ocupa un lugar excepcional en la historia de Occidente. Forma parte de nuestra conciencia cultural, gracias a las Biblias hebrea y cristiana, la historia del judaísmo, la fundación del cristianismo, el Corán y la creación del islam, y las Cruzadas que, en conjunto, han hecho que los occidentales se sientan implicados en su destino. El primer ministro británico David Lloyd George, verdadero artífice de la Declaración Balfour, solía decir que los topónimos de Palestina “me resultaban más familiares que los del Frente Occidental”. Esta afinidad especial con Tierra Santa funcionó inicialmente a favor del retorno judío, pero en los últimos tiempos ha actuado en contra de Israel. Los occidentales deseosos de denunciar los crímenes del imperialismo euroamericano, pero incapaces de ofrecer un remedio, se han unido, a menudo sin un conocimiento auténtico de la historia real, en torno a Israel y Palestina y han convertido el conflicto en el ejemplo más vívido de la injusticia imperialista.

El mundo abierto de las democracias liberales –u Occidente, como solía llamársele– está hoy polarizado por una política paralizada, por mezquinas pero feroces disputas culturales sobre identidad y género, y por la culpa generada por los éxitos y pecados históricos, una culpa que extrañamente se expía mostrando simpatía, e incluso atracción, por los enemigos de nuestros valores democráticos. En este escenario, las democracias occidentales son siempre malos actores, hipócritas y neoimperialistas, mientras que las autocracias extranjeras o las sectas terroristas como Hamás son enemigos del imperialismo y, por tanto, sinceras fuerzas del bien. En este escenario desquiciado, Israel es una metáfora viviente y una penitencia por los pecados de Occidente. El resultado es el intenso escrutinio de Israel y la forma en que se le juzga, con estándares raramente alcanzados por ninguna nación en guerra, incluido Estados Unidos.

Pero la narrativa descolonizadora es mucho peor que un estudio de doble rasero; deshumaniza a todo un país y excusa, incluso celebra, el asesinato de civiles inocentes. Como han demostrado estas últimas semanas, la descolonización es ahora la versión autorizada de la historia en muchas de nuestras escuelas e instituciones supuestamente humanitarias, y entre artistas e intelectuales. Se presenta como historia, pero en realidad es una caricatura, historia zombi con su arsenal de jerga –el signo de una ideología coercitiva, como sostenía Foucault– y su relato autoritario de villanos y víctimas. Y solo se sostiene en un paisaje en el que se suprime gran parte de la historia real y en el que todas las democracias occidentales son actores cargados de mala fe. Aunque carece de la sofisticación de la dialéctica marxista, su certeza moral farisaica impone un marco moral a una situación compleja e intratable, que algunos pueden encontrar consolador. Cada vez que uno lee un libro o un artículo y en él se utiliza la expresión “colono”, se encuentra ante una polémica ideológica, no histórica.

En última instancia, esta narrativa zombi es un callejón sin salida moral y político que conduce a la matanza y al estancamiento. No es de extrañar, porque se basa en una historia falsa: “Un pasado inventado nunca puede utilizarse”, escribió James Baldwin. “Se agrieta y se desmorona bajo las presiones de la vida como la arcilla.”

Incluso cuando no aparece la palabra descolonización, esta ideología está incrustada en la cobertura mediática partidista del conflicto y empapa las recientes condenas a Israel. El júbilo estudiantil en respuesta a la matanza en Harvard, la Universidad de Virginia y otras universidades; el apoyo a Hamás entre artistas y actores, junto con la cobarde ambigüedad de los dirigentes de algunas de las instituciones de investigación más famosas de Estados Unidos, han mostrado una escandalosa falta de moralidad, humanidad y decencia básica.

Un ejemplo repelente fue una carta abierta firmada por miles de artistas, entre ellos famosos actores británicos como Tilda Swinton y Steve Coogan. En ella se advertía contra los inminentes crímenes de guerra de Israel y se ignoraba totalmente el casus belli: la matanza de mil 400 personas. La periodista Deborah Ross escribió en un contundente artículo en el Times de Londres que estaba “totalmente, totalmente anonadada” por el hecho de que la carta no contuviera “ninguna mención a Hamás” ni al “secuestro y asesinato de bebés, niños, abuelos, jóvenes que bailaban pacíficamente en un festival por la paz. La falta de compasión básica y de humanidad: eso es lo que era tan increíblemente rastrero. ¿Es tan difícil? ¿Apoyar y sentir por los ciudadanos palestinos […] reconociendo al mismo tiempo el horror indiscutible de los atentados de Hamás?”. Luego preguntó a este desfile histriónico de nulidades morales: “¿Qué resuelve una carta así? ¿Y por qué la firmaría alguien?”

El conflicto entre Israel y Palestina es desesperadamente difícil de resolver, y la retórica de la descolonización hace aún menos probable el compromiso negociado, que es la única salida.

Desde su fundación en 1987, Hamás ha utilizado el asesinato de civiles para arruinar cualquier posibilidad de una solución de dos Estados. En 1993, sus atentados suicidas contra civiles israelíes tenían como objetivo destruir los Acuerdos de Olso, que reconocían a Israel y Palestina como dos Estados. En octubre, los terroristas de Hamás desataron su matanza en parte para socavar una paz con Arabia Saudí que habría mejorado la política y el nivel de vida palestinos, y revigorizado al esclerótico rival de Hamás, la Autoridad Palestina. En parte, sirvieron a Irán para impedir el empoderamiento de Arabia Saudí, y sus atrocidades fueron, por supuesto, una trampa espectacular para provocar la sobrerreacción israelí. Lo más probable es que estén consiguiendo su deseo, pero para ello explotan cínicamente a palestinos inocentes como sacrificio y medio político, un segundo crimen contra civiles. Del mismo modo, la ideología de la descolonización, con su negación del derecho de Israel a existir y del derecho de su pueblo a vivir con seguridad, hace que un Estado palestino sea menos probable, si no imposible.

El problema en nuestros países es más fácil de solucionar: la sociedad civil y la mayoría escandalizada deben imponerse. Las locuras radicales de los estudiantes no deberían alarmarnos demasiado; los estudiantes siempre se emocionan con los extremos revolucionarios.

Pero las indecentes celebraciones en Londres, París y Nueva York, y la clara reticencia de los dirigentes de las principales universidades a condenar los asesinatos, han puesto de manifiesto el coste de desatender este asunto y dejar que la “descolonización” colonice nuestra academia.

Los padres y los estudiantes pueden trasladarse a universidades que no estén dirigidas y patrulladas por negacionistas y morbosos; los donantes pueden retirar su generosidad en masa, y eso está empezando a ocurrir en Estados Unidos. Los filántropos pueden retirar la financiación de las fundaciones humanitarias dirigidas por personas que apoyan los crímenes de guerra contra la humanidad (contra víctimas seleccionadas por su raza). El público puede decidir fácilmente no ver películas protagonizadas por actores que ignoran la matanza de niños; los estudios no tienen por qué contratarlos. Y en nuestras academias, esta ideología venenosa, seguida por los malignos y los necios, pero también por los que están de moda y tienen buenas intenciones, se ha convertido en una posición por defecto. Debe renunciar a su respetabilidad, a su falta de autenticidad como historia. Su nulidad moral ha quedado expuesta a la vista de todos. Una vez más, los académicos, los profesores y nuestra sociedad civil, así como las instituciones que financian y regulan las universidades y las organizaciones benéficas, deben cuestionar una ideología tóxica e inhumana que no tiene ninguna base en la historia real ni en el presente de Tierra Santa, y que justifica que personas por lo demás racionales excusen el descuartizamiento de bebés.

Israel ha hecho muchas cosas duras y malas. El gobierno de Netanyahu, el peor de la historia israelí, tan inepto como inmoral, promueve un ultranacionalismo maximalista que es inaceptable e imprudente. Todo el mundo tiene derecho a protestar contra las políticas y acciones de Israel, pero no a promover sectas terroristas, la matanza de civiles y la propagación de un antisemitismo amenazador. Los palestinos tienen quejas legítimas y han soportado muchas injusticias brutales. Pero sus dos entidades políticas están totalmente viciadas: la Autoridad Palestina, que gobierna el 40% de Cisjordania, está moribunda, es corrupta, inepta y, en general, despreciada, y sus dirigentes han sido tan pésimos como los de Israel.

Hamás es una diabólica secta asesina que se esconde entre los civiles, a los que sacrifica en el altar de la resistencia, como han declarado abiertamente voces árabes moderadas en los últimos días, y con mucha más dureza que los apologistas de Hamás en Occidente. “Condeno categóricamente que Hamás ataque a civiles”, declaró conmovido la semana pasada el veterano estadista saudí y príncipe Turki bin Faisal. “También condeno a Hamás por ceder el terreno moral más elevado a un gobierno israelí que es rechazado universalmente, e incluso por la mitad de la opinión pública israelí […] Condeno a Hamás por sabotear el intento de Arabia Saudí de alcanzar una resolución pacífica a la difícil situación del pueblo palestino.” En una entrevista con Jaled Meshal, miembro del politburó de Hamás, la periodista árabe Rasha Nabil destacó el sacrificio por parte de Hamás de su propio pueblo en aras de sus intereses políticos. Meshal argumentó que esto no era más que el coste de la resistencia: “Treinta millones de rusos murieron para derrotar a Alemania”, dijo.

Nabil es un ejemplo para los periodistas occidentales que apenas se atreven a desafiar a Hamás y sus masacres. No hay nada más condescendiente e incluso orientalista que la visión romántica de los carniceros de Hamás, a quienes muchos árabes desprecian. La negación de sus atrocidades por parte de tantos occidentales es un intento de crear héroes aceptables a partir de una organización que descuartiza bebés y profana los cuerpos de niñas asesinadas. Es un intento de salvar a Hamás de sí misma. Quizás los apologistas occidentales de Hamás deberían escuchar a las voces árabes moderadas en lugar de a una secta terrorista fundamentalista.

Las atrocidades de Hamás la sitúan, al igual que el Estado Islámico y Al Qaeda, como una abominación más allá de toda tolerancia. Israel, como cualquier Estado, tiene derecho a defenderse, pero debe hacerlo con sumo cuidado y con un mínimo de pérdidas civiles, y será difícil destruir a Hamás incluso con una incursión militar completa. Mientras tanto, Israel debe poner freno a sus injusticias en Cisjordania –o arriesgarse a la destrucción– porque en última instancia debe negociar con los palestinos moderados.

Así que la guerra se desarrolla trágicamente. Mientras escribo esto, los bombardeos de Gaza están matando niños palestinos cada día, y eso es insoportable. Mientras Israel aún llora sus pérdidas y entierra a sus niños, deploramos la matanza de civiles israelíes del mismo modo que deploramos la matanza de civiles palestinos. Rechazamos a Hamás, malvado e incapaz de gobernar, pero no confundimos a Hamás con el pueblo palestino, cuyas pérdidas lamentamos como lamentamos la muerte de todos los inocentes. ~

 

Fuente: https://letraslibres.com

Por: Publicado originalmente en The Atlantic. Distribuido por Tribune Content Agency. Todos los derechos reservados. Traducción del inglés de Daniel Gascón.

 

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CADENA DE CITAS

Poeta 709: No te rindas de Mario Benedetti

MARIO BENEDETTI

Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay, 14 de septiembre de 1920-Montevideo, ibíd., 17 de mayo de 2009), conocido como Mario Benedetti, fue un escritor uruguayo, integrante de la Generación del 45, uno de los más reconocidos en la lengua española. Su prolífica producción literaria de más de ochenta libros incluye cuento, novela, poesía, ensayo, canción, teatro y crítica cinematográfica. Algunos de sus libros fueron traducidos a más de veinte idiomas y le otorgaron numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Gran Premio Nacional a la Actividad Intelectual de su país, cinco Doctorados Honoris Causa y el nombre del asteroide (5346) 1981 QE3. En su testamento dejó creada la Fundación Mario Benedetti para preservar su obra y apoyar la literatura y la lucha por los derechos humanos en Uruguay (en especial el esclarecimiento del paradero de los detenidos desaparecidos de ese país). 

 

NO TE RINDAS

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.  


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Libro: Historia peruana bifurcada. 15 relatos ucrónicos y fantásticos

 

 

A este respecto, y con enorme satisfacción, el grupo de ocho escritores ha trabajado la ucronía y también lo fantástico en los quince relatos que presentamos en este libro "Historia peruana bifurcada" que, como bien indica su título, ha echado mano de la historia oficial y de la imaginación para no solo hablarnos al oído de la historia pasada, sino de aquella historia paralela que quizá haya ocurrido, o esté ocurriendo más allá de la ficción, pero que nos llena más que la estrictamente académica.

 

CONTENIDO

  • Prólogo
  • Los ojos del intruso. Mario Miranda 
  • En los lugares abandonados. Mario Miranda
  • Santuario. Mario Miranda
  • Acciones extraordinarias. Victoria Vargas 
  • El lenguaje de la deidad. Victoria Vargas
  • La llaves del libro. Arturo Valdivia 
  • Los moritos del presbítero Maestro. Sarko Medina
  • Los hijos del volcán. Antonio Casas
  • Vidas pasadas. Antonio Casas
  • El regreso. Antonio Casas
  • La Catedral. Angel Podesta 
  • El bien y el mar. Angel Podesta
  • Melgar 209 C. Patricio González
  • A Lovecraft le atemorizaba el antiguo Perú. Pablo Nicoli 
  • Un asunto tenebroso. Pablo Nicoli

 

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Autor(es): Mario Miranda, Victoria Vargas, Arturo Valdivia, Sarko Medina, Antonio Casas, Angel Podesta

Editorial: De los autores

Páginas: 171

Tamaño: 14,8 x 21 cm 

Año: 2023

 

Libro: El Príncipe

 

 

Los que quieren lograr la gracia de un príncipe tienen la costumbre de presentarle las cosas que se reputan como que le son más agradables, o en cuya posesión se sabe que él se complace más. Le ofrecen en su consecuencia: los unos, caballos; los otros, armas; cuáles, telas de oro; varios, piedras preciosas u otros objetos igualmente dignos de su grandeza.

Queriendo presentar yo mismo a Vuestra Magnificencia alguna ofrenda que pudiera probarle todo mi rendimiento para con ella, no he hallado, entre las cosas que poseo, ninguna que me sea más querida, y de que haga yo más caso, que mi conocimiento de la conducta de los mayores estadistas que han existido. No he podido adquirir este conocimiento más que con una dilatada experiencia de las horrendas vicisitudes políticas de nuestra edad, y por medio de una continuada lectura de las antiguas historias. Después de haber examinado por mucho tiempo las acciones de aquellos hombres, y meditándolas con la más seria atención, he encerrado el resultado de esta penosa y profunda tarea en un reducido volumen; y el cual remito a Vuestra Magnificencia.

Aunque esta obra me parece indigna de Vuestra Grandeza, tengo, sin embargo, la confianza de que vuestra bondad le proporcionará la honra de una favorable acogida, si os dignáis considerar que no me era posible haceros un presente más precioso que el de un libro, con el que podréis comprender en pocas horas lo que yo no he conocido ni comprendido más que en muchos años, con suma fatiga y grandísimos peligros.

No he llenado esta obra de aquellas prolijas glosas con que se hace ostentación de ciencia, ni adornándola con frases pomposas, hinchadas expresiones y todos los demás atractivos ajenos de la materia, con que muchos autores tienen la costumbre de engalanar lo que tienen que decir. He querido que mi libro no tenga otro adorno ni gracia más que la verdad de las cosas y la importancia de la materia.

Desearía yo, sin embargo, que no se mirara como una reprensible presunción en un hombre de condición inferior, y aun baja si se quiere, el atrevimiento que él tiene de discurrir sobre los gobiernos de los príncipes, y de aspirar a darles reglas. Los pintores encargados de dibujar un paisaje, deben estar, a la verdad, en las montañas, cuando tienen necesidad de que los valles se descubran bien a sus miradas; pero también únicamente desde el fondo de los valles pueden ver bien en toda su extensión las montañas y elevados sitios. Sucede lo propio en la política: si para conocer la naturaleza de los pueblos es preciso ser príncipe, para conocer la de los principados, conviene estar entre el pueblo. Reciba Vuestra Magnificencia este escaso presente con la misma intención que yo tengo al ofrecérselo. Cuando os dignéis leer esta obra y meditarla con cuidado, reconoceréis en ella el extremo deseo que tengo de veros llegar a aquella elevación que vuestra suerte y eminentes prendas os permiten. Y si os dignáis después, desde lo alto de vuestra majestad, bajar a veces vuestras miradas hacia la humillación en que me hallo, comprenderéis toda la injusticia de los extremados rigores que la malignidad de la fortuna me hace experimentar sin interrupción. 

Primeras líneas de El Príncipe

 

Redactado por Nicolás Maquiavelo (1469-1527) en 1513, cuando se hallaba en el ostracismo a causa del triunfante retorno al poder de los Médicis, El Príncipe ha pasado a la historia del pensamiento por constituir el arranque de la reflexión teórica sobre los orígenes del poder y la estructura del mismo. En medio de las exhortaciones moralizadoras, los encubrimientos retóricos y las justificaciones ideológicas, la contraposición entre la "fortuna" y la "virtud", capital en la obra, es una de las articulaciones conceptuales mediante las que comienza la política a abrirse paso como saber científico y como práctica sometida a pautas de regularidad.

 

¿POR QUÉ LEER A MAQUIAVELO?

La conmemoración del quinto centenario de la publicación de "El Príncipe", a la cual ha querido sumarse el Dossier de la presente edición de Desafíos, debe ir oportunamente acompañada de la pregunta por el sentido y pertinencia que la lectura de su obra sigue teniendo hoy en las escuelas y facultades de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales.

En un ensayo de 1991 el escritor italiano Italo Calvino se preguntaba ¿por qué leer los clásicos? En tanto que no hay duda de que El príncipe es precisamente eso, un clásico de la filosofía política y del pensamiento en relaciones internacionales, su reflexión justifica muy bien el presente Dossier dedicado a Maquiavelo.

Para empezar, hay que leer a Maquiavelo porque Maquiavelo, y en particular El Príncipe, es un clásico. Y un clásico, dice Calvino, es un libro del cual "se suele oír decir: 'Estoy releyendo...' y nunca 'Estoy leyendo...'". En efecto, ningún lector lee en realidad a Maquiavelo por primera vez (siempre se lo lee con lo que se sabe acerca de él y de su obra "de oídas", o por referencias, o por lugares comunes); y por otro lado, una vez se ha leído a Maquiavelo, cuyo pensamiento ha trascendido las generaciones en una larga cadena de "tradiciones" que constituyen un rico legado, resulta inevitable empezar a descubrirlo (es decir, a releerlo) en los subsiguientes eslabones de la tradición a la que, sin saberlo, dio origen.

Dice también el autor de las Seis propuestas para el próximo milenio, que "los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual". Y no cabe duda de que la obra de Maquiavelo no solo influyó el pensamiento posterior (incluso el de Federico II de Prusia, que siendo tan próximo a Maquiavelo en la práctica no dudó en escribir un Anti-Maquiavelo en 1739). Y si además "los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres)", basta recordar la impronta que ha dejado Maquiavelo no solo en el lenguaje (maquiavélico, maquiavelismo, e incluso maquiaveliano, como lo sugiere uno de los autores que participa en este número y lo seguirá haciendo (como lo sugiere uno de los autores que participa en este número de Desafíos).

Por otra parte, "un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir". Y prueba de ello son precisamente los artículos que el lector encontrará en el presente Dossier, que se suman a los muchos otros que con ocasión de la efeméride han sido publicados; y que de alguna manera son también una prolongación, en otro tiempo y lugar, con otros interlocutores, de la conversación que acaso iniciara el secretario florentino en la intimidad de su estudio, cuando interrogaba a los grandes hombres de la antigüedad sobre los móviles de sus acciones, y ellos, "con toda humanidad", le respondían.

Por supuesto, "un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima". Y ese ha sido uno de los riesgos que era forzoso correr al preparar una edición conmemorativa sobre El príncipe de Maquiavelo (o sobre Maquiavelo, el de El príncipe). Pero ha valido la pena: para los autores que han contribuido a este resultado, el breve opúsculo sobre las formas de adquirir, conservar (y también perder) el poder, ha funcionado "como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes", y es ese universo el que ha quedado aquí consignado, para compartir con los futuros lectores.

Muchos de esos lectores, al toparse con el Dossier, quizá se pregunten, como Italo Calvino ya casi al terminar su propia reflexión sobre el tema, "¿por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo?". Y tal vez tengan razón. Por eso, las páginas que siguen quisieran también ofrecer una conexión, un enlace, entre Nicolás Maquiavelo y el mundo de hoy.

Aunque, finalmente, solo existe una respuesta a la pregunta ¿Por qué leer los clásicos?, que explica también por qué leer a Maquiavelo: "No se leen los clásicos por deber o por respeto, sino solo por amor". 

Fuente: http://www.scielo.org.co

 

NICOLÁS MAQUIAVELO

Nicolás de Bernardo de Maquiavelo (Florencia, 3 de mayo de 1469-ibidem, 21 de junio de 1527) fue un diplomático, funcionario, filósofo político y escritor italiano, considerado el padre de la Ciencia Política moderna.1​ Fue así mismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado El príncipe, póstumamente publicado en Roma en 1531.

Nació en el pequeño pueblo de San Casciano in Val di Pesa, a unos 15 km de Florencia, el 3 de mayo de 1469, hijo de Bernardo Machiavelli, un abogado perteneciente a una empobrecida rama de una antigua familia influyente de Florencia, y de Bartolomea di Stefano Nelli, ambos de familias cultas y de orígenes nobiliarios, pero con pocos recursos a causa de las deudas del padre.

Entre 1498 y 1512 estuvo a cargo de una oficina pública y visitó varias cortes en Francia, Alemania y otras ciudades-estado italianas en misiones diplomáticas. En 1512 fue encarcelado por un breve periodo en Florencia, y después fue exiliado y despachado a San Casciano. Murió en Florencia en 1527 y fue sepultado en la Basílica de la Santa Cruz.

 

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Autor(es): Nicolás Maquiavelo

Editorial: Dodi

Páginas: 174

Tamaño: 15 x 20,5 cm 

Año: 2018