En esta seria adaptación de la novela de Juan Rulfo, los vivos rezan por
la salvación y los muertos murmuran arrepentimientos, pero la
realización es extrañamente ortodoxa.
La desconcertante novela del escritor mexicano Juan Rulfo Pedro Páramo,
de 1955, es, al menos en el mundo anglosajón, sobre todo invocada por
su influencia en Gabriel García Márquez. Pero los admiradores del libro
(entre los que destaca Susan Sontag) lo consideran desde hace tiempo una
obra maestra del surrealismo.
Resulta
extraño, por tanto, que la nueva adaptación de Netflix, dirigida por el
director de fotografía Rodrigo Prieto, sea una obra más bien ortodoxa.
Donde este texto rico y metafísico podría haber cobrado vida en una
abstracción onírica, Prieto y su guionista, Mateo Gil, se contentan con
un western de prestigio en tierra firme: serio, de buena apariencia y poco inspirador.
La historia comienza cuando Juan Preciado (Tenoch Huerta Mejía), nuestro
narrador, se dirige a la aldea de Comala en busca de su cacique, Pedro
Páramo (Manuel García-Rulfo). Al llegar encuentra a Pedro muerto y el
pueblo desierto, salvo por los espectros que murmuran. A partir de ahí,
la película se vuelve no lineal, revoloteando inquieta en el tiempo para
narrar cómo décadas de añoranza, angustia y pecados de la familia
Páramo erosionaron el espíritu de Comala. El resultado es una lúgubre y a
veces aterradora saga de fantasmas en la que los vivos temen el
infierno y los muertos se lamentan de las injusticias del pasado.
Sin embargo, a pesar de su amplitud, Pedro Páramo
también habla mucho. Hay innumerables escenas en las que Pedro da
órdenes; solo algunos de sus secuaces cumplen sus órdenes. Las mujeres,
indefensas y subordinadas, escuchan en su mayoría, excepto Dorotea
(Giovanna Zacarías), condenada a morir sin dinero y luego, desde la
tumba, a asistir a Juan en voz en off. Una imagen puede valer más que
mil palabras, pero con más de dos horas, esta adaptación visual de la
única novela de Rulfo divaga sin mucho que decir.
Fuente: https://www.nytimes.com
Por: Natalia Winkelman
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