domingo, 26 de octubre de 2025

Cita DCCCXC: Iconos, irrealidad y belleza

 

 
Icono ruso anónimo del siglo XII que representa la Dormición de la Virgen María. 

 

El cuadro de Caravaggio “Muerte de la Virgen” pone en dificultades a los católicos que lo miren porque no se les ha dado línea sobre lo que han de creer con respecto a tal momento. ¿La madre de Dios murió? ¿O se alzó en cuerpo y alma a los cielos aún con vida y salud? ¿O murió, luego resucitó y entonces se elevó a la patria celestial? Con toda la belleza que tiene como obra de arte, la pintura de Caravaggio muestra una mujer poco atractiva, pasada de peso, pies hinchados y bien muerta. Hay un truco por el que cabeza y espalda están bien apoyadas en una cama mientras que las piernas parecen levitar.

En el mundo del cristianismo ortodoxo se tiene más claro lo que ocurrió. Por eso una de las escenas favoritas en los iconos es precisamente la que corresponde al cuadro de Caravaggio, pero no se llama “Muerte de la Virgen” sino “La Dormición”.

Con algunas variantes, la historia va más o menos así. Cuando María se sintió enferma, milagrosamente fueron llegando los apóstoles a su lado, excepto Tomás, que andaba retrasado. Ella murió de modo tan suave que más bien parecía estar dormida. Su alma ascendió a los cielos. Los discípulos llevaron el cuerpo al sepulcro. Al fin llega Tomás y pide ver el cuerpo. Cuando abren la tumba, no hallan el cadáver y entonces suponen que ascendió del mismo modo que once años antes había ascendido el cuerpo de su hijo.

Hay al menos dos lugares en que se dice hallar este sepulcro: Getsemaní y Éfeso, a dos mil kilómetros de distancia uno del otro. Lo saludable es que de una forma u otra el cuerpo haya dejado esta tierra para que nadie ande clamando que tiene sus huesos.

Se cuentan al menos cuatro historias de ascensos al cielo: Jesús, María, Elías y algunos dicen que también Enoc. Se sabe que a los diez mil metros el aire es irrespirable y la temperatura frisa los cincuenta bajo cero.

Escribo esto desde Sofía, antes llamada Sredets y “más antes” conocida como Serdica. He visitado varias iglesias antiguas, incluyendo la de Boyana y San Jorge, y museos de iconos y arte sacro. Los que más me conmueven son los de la Dormición. Está, por supuesto, la virgen dormida rodeada de los muy tristes apóstoles, hay ángeles, una vela, un incensario y una imagen del cristo recibiendo el alma de su madre en forma de niña. Se invierten los papeles. En vez de María con el Niño Jesús, ahora es Jesús con la Niña María.

Algunos incluyen al pie dos figuritas en menor escala que representan al arcángel Miguel cortándole las manos a un hombre. Se cuenta que en medio de la procesión fúnebre llegó un sacerdote judío a voltear las andas en que iba la madre de Dios. Algunos dicen que por pura maldad, otros cuentan que el sacerdote quería meterle mano para comprobar si de veras la muerta había sido siempre virgen.

En un mismo icono, sin una cuadrícula que separe escenas, aparecen varios momentos. Podemos ver tres vírgenes: la muerta, la que asciende, y la que tiene el cristo en sus brazos.

El arte antiguo sabía jugar con el tiempo de manera que hoy no lo hacemos. Por eso se suele describir la estela del cerdo de Edesa como si representara a dos cerdos, pero yo estoy entre los que ven un mismo cerdo en dos tiempos: antes y después de ser atropellado.

También los iconos juntan escenas que no se corresponden. En los que muestran la resurrección de Lázaro, María de Betania está lavándole los pies a Jesús ahí mismo cuando Lázaro abre los ojos en su sepulcro, mientras unos hombres llevan a cuestas la losa.

Algunos iconos de San Jorge, como en circo de tres pistas, muestran sus varios tormentos.

Aun en cualquier escena de artes plásticas ocurren varias cosas a la vez. Así pasa en la música: suenan varios instrumentos al mismo tiempo o distintas voces cantan distintas notas y letras.

Como escritor, miro estas libertades con envidia.

Para la literatura escrita no existe lo simultáneo. Primero María duerme, después su alma va al cielo, luego la llevan a enterrar y sólo al final su cuerpo asciende.

En el evangelio de Juan leemos: “Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto… clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! … Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario”. Todo en lógica sucesión.

Cualquiera nota el inconveniente con “Lázaro salió del sepulcro, Jesús clamó a gran voz: ¡Ven fuera!, y entonces quitaron la piedra”. La inversión del tiempo no se da ni en el famoso “Viaje a la semilla”, la cual es una historia que avanza y da saltos hacia atrás. Porque eso sí, la literatura, haciendo saltos, se vuelve dueña del tiempo. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” o “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana” y ni se diga crear el mundo en siete días, cosa que sólo puede hacerse con palabras.

La vista, el oído y el tacto pueden captar lo simultáneo, pero la literatura no está en estos tres sentidos. Así es que seguiré mirando con envidia esa bondad de los iconos.

También les miro con envidia el alma infantil para hacer arte. Más piensan en expresar con belleza eso que quieren decir y menos en aproximarse a lo que se pueda entender por realidad. Y para quienes no somos creyentes, esto resulta más misterioso porque se entiende que la belleza no tiene que ver con la verdad.

¿Qué puede aprender un escritor de los iconos? Lo he pensado largamente. No sé si pueda responderlo en un ensayo. O si pueda ensayarlo en una novela. ~

Fuente: https://letraslibres.com

Por: . (Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.

 

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