En realidad, es muy difícil atraer a los mosquitos. Tal
vez eso sea difícil creer en una noche de verano cálida y húmeda. Sin
embargo, cada vez que un mosquito acecha a un animal miles de veces más
grande que él para alimentarse, está intentando llevar a cabo algo
sumamente peligroso, señaló Matthew DeGennaro, genetista experto en
mosquitos y profesor de la Universidad Internacional de Florida. Las
señales adecuadas —un olorcillo a dióxido de carbono exhalado, calor, un
poco de aroma corporal, otros elementos misteriosos del olor animal—
tienen que estar presentes o los mosquitos no correrán el riesgo.
A
los científicos les encantaría saber cómo es que los mosquitos captan
estas señales para poder diseñar trampas que los atraigan. En un artículo
publicado el 29 de marzo en la revista Current Biology, DeGennaro y sus
colegas informan haber desentrañado parte de este misterio:
identificaron un receptor en las antenas del mosquito que les permite
detectar el ácido láctico, una sustancia del sudor humano que a los
insectos les parece muy atractiva.
La
investigación comenzó hace varios años cuando DeGennaro, que entonces
trabajaba en el laboratorio de Leslie Vosshall en la Universidad
Rockefeller, identificó otro receptor de olores que los mosquitos usaban
para centrarse en una presa. No obstante, incluso cuando ese receptor
se destruía, los mosquitos todavía podían encontrar a las personas
siempre y cuando hubiera dióxido de carbono en el aire. Eso indicaba que
había otros receptores, al parecer unos que detectan el dióxido de
carbono, que compensaban esa pérdida.
DeGennaro
y sus colegas continuaron buscando estos otros receptores y comenzaron
con uno llamado Ir8a, pero todavía no se sabía cuál era su función. Los
investigadores pusieron a los mosquitos que se habían modificado
genéticamente para quitarles el Ir8a en cámaras donde estaban expuestos a
diversas combinaciones de dióxido de carbono, ácido láctico,
temperaturas cálidas y los brazos de personas voluntarias.
Al rastrear lo que atraía a los mosquitos en estas condiciones diferentes, se descubrió que los mutantes tenían problemas.
“Únicamente
hicimos una sencilla prueba de comportamiento para ver si podían
responder al ácido láctico”, señaló DeGennaro. “Y no pudieron hacerlo”.
Hace
varias décadas se identificó al ácido láctico como uno de los
componentes importantes del sudor de los seres humanos que atraía a los
mosquitos. Sin embargo, hasta ahora, no se sabía cómo lo percibían. Este
conocimiento podría llegar a producir repelentes que afecten el
funcionamiento normal del Ir8a o ayudar a la construcción de trampas
eficaces, comentó DeGennaro.
Las
enfermedades como el zika, el virus del Nilo Occidental, el dengue y la
malaria son propagadas por mosquitos; mantener baja su población es una
meta importante de la salud pública mundial. Es indispensable contar
con estrategias nuevas y eficaces que puedan usarse de manera combinada
para controlar las poblaciones de mosquitos, afirmó DeGennaro. Por
ejemplo, el uso del insecticida por sí solo favorece el desarrollo de
los insectos que son resistentes. Pero con trampas, sustancias químicas
para matar a las larvas y otras herramientas utilizadas al mismo tiempo,
es posible obtener un buen resultado.
No
obstante, la identidad del receptor o de los receptores que captan el
dióxido de carbono sigue siendo un misterio. DeGennaro y sus colegas
creen que puede estar en el mismo grupo de receptores del Ir8a, pero aún
no lo han encontrado. La búsqueda continúa.
Fuente: https://www.nytimes.com
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