viernes, 4 de marzo de 2016

Poeta 328: Edith Sitwell


EDITH SITWELL

(Gran Bretaña, 1887-1964) Poetisa, crítica y biógrafa inglesa, famosa por su poesía satírica o de género burlesco. Sitwell nació en Scarborough (Yorkshire) y estudió en escuelas privadas. Ella y sus hermanos Osbert y Sacheverell fueron probablemente la familia literaria más famosa de la época. Sitwell sorprendió y divirtió a la gente con sus escritos, sus extravagancias y sus espectaculares vestidos isabelinos. Un ejemplo de su elogiado arte es su famoso poema Façade (1922), que ella misma recitó en una divertida representación con música de William Walton. Su poesía destaca por su carencia de metáforas e imágenes anticuadas, por su destreza técnica, especialmente en el empleo de los ritmos de baile, y por la habilidad con que transmite sensaciones y emociones. Refleja la influencia de W. B. Yeats y T. S. Eliot. Durante la II Guerra Mundial escribió poemas sobre los bombardeos y otras circunstancias bélicas, como Aún cae la lluvia, que describe un ataque aéreo sobre Londres. En 1954 le fue otorgado el título de Comendadora de la Orden del Imperio Británico. Entre sus libros de poesía destacan La madre y otros poemas (1915), Costumbres de la costa de oro (1929) y Música y ceremonias (1963). También escribió las biografías Alexander Pope (1930), Excéntricos ingleses (1933) y Fanfarria para Elizabeth (1946), además del ensayo Aspectos de la poesía moderna (1934). En 1965 se publicó póstumamente Cuidándose, su autobiografía.

Fuente: http://www.epdlp.com

CANCIÓN CALLEJERA


Amad mi corazón una hora, pero mis huesos todo un día...
El esqueleto al menos sonríe, pues tiene un mañana; pero
los corazones de los jóvenes son ahora el oscuro tesoro
de la Muerte, y el verano ha quedado solitario.

Consolad a la luz solitaria y al sol en su tristeza,
venid como la noche, pues terrible como la verdad
es el sol, y a la luz muriente muestra sólo el hambre de paz
del esqueleto, bajo la carne como la rosa estival.

Ven a través de las tinieblas de la muerte, como viniste
antaño a través del follaje de la juventud, a través de la
sombra como la puerta florecida que lleva al Paraíso,
lejos de la calle... tú, la ciudad aún
por nacer vista por los desamparados
la noche de los pobres.

Andáis por los caminos de la ciudad, donde la sombra amenazante
del Hombre ribeteada de rojo por el sol como Caín tiene una
forma cambiante: esbelta como el Esqueleto, agazapada como el Tigre,
con la presteza y la vieja sabiduría del Simio.

El pulso que late en el corazón tórnase el martillo que resuena en
el Campo del Alfarero donde construyen un mundo nuevo con
nuestros Huesos, y las inmundicias que dejan caer y el clamor
durante el día de las rapaces que se alimentan de carroña... Pero
tú eres mi noche y mi sosiego,

la noche santa de la concepción, del descanso, la oscuridad
consoladora en que todos los hombres son iguales: el réprobo
y el justo, el rico y el pobre no son ya naciones separadas,
sino hermanos en la noche.
Tal fue la canción que oí: ¡pero los Huesos son mudos!
Quién sabe si el son era el de la luz muerta que llamaba,
de César haciendo rodar cuesta arriba la piedra
de su corazón, o la carga de Atlas despeñándose.

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