lunes, 18 de abril de 2022

Poeta 623: La crucifixión de José Watanabe

JOSÉ WATANABE

(Trujillo, 17 de marzo de 1945 - Lima, 25 de abril de 2007), fue un reconocido poeta peruano. Nacido en Laredo, un pequeño pueblo al este de Trujillo. Su madre Paula Varas Soto, peruana, y su padre Harumi Watanabe Kawano, japonés de quien cuenta aprendió el arte del haiku. Watanabe vivió una infancia humilde, pero en 1956 su familia ganó el premio mayor de la lotería de Lima y Callao, por lo que se mudaron a Trujillo y los veranos lo pasaban en Huanchaco. Él fue el primero de sus hermanos en seguir estudios secundarios y los hizo en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo. A pesar de que en sus inicios le gustaba las ciencias, luego se inclinó por la literatura. En este prestigioso centro educativo escribió dos poemas que fueron publicados en la revista del colegio. Luego, José migró hacia Lima para seguir estudios superiores, pero el recuerdo de Laredo quedaría siempre en su memoria, por lo cual muchos de sus poemas se ubican espacialmente ahí, un Laredo que hoy sólo existe, con sus cuatro calles, en el imaginario creado por el poeta. En Lima, estudió los primeros años de la carrera de Arquitectura en la Universidad Nacional Federico Villarreal, pero la abandonó después de casi dos años. Su formación fue esencialmente autodidacta, y no sólo se desarrolló como poeta, sino también como guionista de cine y documentales, estuvo muy involucrado en el medio televisivo e hizo una adaptación de Antígona de Sófocles para el grupo de teatro Yuyachkani

 

LA CRUCIFIXIÓN

 

Elevado en la cruz, hijo mío,
te haces cada vez más vertical: tu cabeza injuriada por espinas
ya toca las más altas nubes.

No te puedo alcanzar, no puedo
cerrar tu herida con mi mano,
y la sustancia dorada
que le dio el Padre
te sigue abandonando por la lanzada.
Al aire han vuelto los olores
de tu nacimiento. Ay niño mío,
crucificado desde siempre,
tu sangre cae
y quema la tierra
y quema los siglos. El tiempo de los pobres
y el tiempo de los reyes,
con su cada hora, tendidos,
están ardiendo a tus pies.

Mañana todo será nuevo,
menos este dolor infinito. Y no hay consuelo,
sólo una pregunta que grito
y acaso Tú reprochas:

¿Era necesario
que la carne de mi carne
sea entegada como alianza
entre la ingrata tierra y el cielo? 


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