Considerada unánimemente una de las mejores novelas de todos los tiempos, Madame Bovary narra la oscura tragedia de Emma Bovary, mujer infelizmente casada, cuyos sueños choca cruelmente con la realidad. Al hechizo que ejerce la figura de la protagonista hay que añadir la sabia combinación argumental de rebeldía, violencia, melodrama y sexo, «los cuatro grandes ríos», como afirmó en su día Mario Vargas Llosa, que alimentan esta historia inigualable. La publicación de esta obra en 1857 fue recibida con gran polémica y se procesó a Flaubert por atentar contra la moral. A través del personaje de Madame Bovary, el autor rompe con todas las convenciones morales y literarias de la Burguesía del siglo XIX, tal vez porque nadie antes se había atrevido a presentar un prototipo de heroína de ficción rebelde y tan poco resignada al destino. Hoy existe el término «bovarismo» para aludir aquel cambio del prototipo de la mujer idealizada que difundió el romanticismo, negándole sus derechos a la pasión. Ella actúa de acuerdo a la pasión y necesidad que siente su corazón de avanzar en la búsqueda de su felicidad, pasando por los ideales establecidos para la mujer en esa época. Rompe con el denominado encasillamiento en que la mayoría de las mujeres estaban sometidas.
FLAUBERT Y “MADAME BOVARY”, SEGÚN VARGAS LLOSA
El primer recuerdo que tengo de Madame Bovary es cinematográfico. Era 1952, una noche de verano ardiente, un cinema recién inaugurado en la plaza de Armas alborotada de palmeras de Piura: aparecía James Mason encarnando a Flaubert, Rodolphe Boulanger era el espigado Louis Jourdan y Emma Bovary tomaba forma en los gestos y movimientos nerviosos de Jennifer Jones. La impresión no debió ser grande porque la película no me incitó a buscar el libro, pese a que, precisamente en esa época, había empezado a leer novelas de manera desvelada y caníbal.
Mi segundo recuerdo es académico. Con motivo del centenario de Madame Bovary, la Universidad de San Marcos, de Lima, organizó un homenaje en el Aula Magna. El crítico André Coyné ponía en duda, impasible, el realismo de Flaubert: sus argumentos desaparecían entre los gritos de “¡Viva Argelia libre!” y las vociferaciones con que un centenar de sanmarquinos, armados de piedras y palos, avanzaban por el salón hacia el estrado donde su objetivo, el embajador francés, los esperaba lívido.
Parte del homenaje era la edición, en un cuadernillo cuyas letras se quedaban en los dedos, de Saint Julien l’Hospitalier, traducido por Manuel Beltroy. Es lo primero que leí de Flaubert. En el verano de 1959 llegué a París con poco dinero y la promesa de una beca. Una de las primeras cosas que hice fue comprar, en una librería del barrio latino, un ejemplar de Madame Bovary en la edición de Clásicos Garnier. Comencé a leerlo esa misma tarde, en un cuartito del Hotel Wetter, en las inmediaciones del museo Cluny. Ahí empieza de verdad mi historia.
Desde las primeras líneas el poder de persuasión del libro operó sobre mí de manera fulminante, como un hechizo poderosísimo. Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan rápidamente mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo en su materia. A medida que avanzaba la tarde, caía la noche, apuntaba el alba, era más efectivo el trasvasamiento mágico, la sustitución del mundo real por el ficticio.
Había entrado la mañana —Emma y Léon acababan de encontrarse en un palco de la ópera de Rouen— cuando, aturdido, dejé el libro y me dispuse a dormir: en el difícil sueño matutino seguían existiendo, con la veracidad de la lectura, la granja de los Rouault, las calles enfangadas de Tostes, la figura bonachona y estúpida de Charles, la maciza pedantería rioplatense de Homais, y, sobre esas personas y lugares, como una imagen presentida en mil sueños de infancia, adivinada desde las primeras lecturas adolescentes, la cara de Emma Bovary.
Fuente: https://www.elespectador.com
Por: Mario Vargas Llosa
GUSTAVE FLAUBERT
Nació el 12 de Diciembre de 1821 en Ruan (Alta Normandía). Fue uno de los grandes escritores franceses y se encuentra entre los mejores novelistas occidentales del siglo XIX. Su obra maestra es la popular novela "Madame Bovary" y es autor de otras grandes obras como "Salambó" o "La educación sentimental". Flaubert pertenecía a una familia acomodada y esto le permitió vivir de rentas. Inició los estudios de Derecho, que nunca concluyó. Se relacionó en su juventud con Víctor Hugo y más adelante con George Sand, amistad esta última que dejó un buen número de cartas interesantes desde el punto de vista artístico. Tuvo contacto también con autores como Émile Zola, Alphonse Daudet, Turgueniev, Edmond Rostand y Jules Goncourt. El alto nivel de exigencia que se imponía a sí mismo a la hora de escribir le llevaba a dedicar muchas horas a encontrar la palabra exacta, lo que convertía la escritura en un proceso muy lento y costoso que requería de una gran dedicación por su parte. Para este escritor era esencial el estilo. Solía someter a sus obras a la prueba de la lectura en voz alta, dando por bueno el texto sólo cuando consideraba que las palabras fluían con naturalidad. Flaubert logró revolucionar la novela y mostró formas de narrar innovadoras, en las que el autor desaparecía tras la historia dejando todo el protagonismo a sus personajes sin decantarse ni moralizar, aunque su presencia era constante en todo momento. Gustave Flaubert falleció el 8 de Mayo de 1880 en Croisset (Baja Normandía).
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Autor(es): Gustave Flaubert
Editorial: Dodi
Páginas: 543
Tamaño: 15 x 20,5 cm.
Año: 2023