A principios del siglo XX el territorio que hoy ocupa el Estado de
Israel formaba parte del imperio otomano. Se encontraba dividido entre
el valiato de Beirut y el mutasarrifato de Jerusalén. En aquella región
reinaba la paz desde hacía siglos, concretamente desde que en 1517 el
sultán Selim I se la arrebató a los mamelucos egipcios. Ese prolongado
periodo de paz sólo se vio interrumpido por la llegada en 1799 de un
ejército francés capitaneado por Napoleón Bonaparte, que libró una breve
guerra contra los otomanos. Consiguió hacerse con algunas plazas, pero
se estrelló contra San Juan de Acre, fuertemente amurallada y asistida
por los británicos desde el mar. Durante el sitio de Acre Napoleón envió
una proclama a un periódico francés en la que llamaba a los judíos
europeos para que emigrasen a la tierra de sus ancestros y
restableciesen la antigua Jerusalén.
Nadie en Europa se tomó en serio aquella proclama. Napoleón fue
derrotado en Siria y regresó a Egipto. Años más tarde Mehmet Alí, el
valí de Egipto, se enfrentó allí mismo con el sultán otomano, pero una
revuelta obligó a los egipcios a marcharse. Para entonces, entre las
comunidades judías de Europa la idea de emigrar a Jerusalén había
cobrado cuerpo. Comenzó entonces un goteo de inmigrantes judíos llegados
de Europa y de otras partes del mundo que no se detendría hasta el
momento presente. El fenómeno se intensificó en la segunda mitad del
siglo organizándose en torno a las llamadas aliyás, grandes olas
migratorias hacia la tierra de Israel para establecerse allí.
En ello tuvo mucho que ver un escritor austrohúngaro llamado Theodor
Herzl, fundador de la Organización Sionista que promovía el retorno de
todos los judíos europeos a Israel para que construyesen allí un
Estado-nación como los que habían surgido en Europa tras la revolución
francesa. Hasta el nacimiento del Estado de Israel en 1948 hubo seis
aliyás que provocaron un cambio radical en la demografía de aquel lugar.
En menos de un siglo la población judía se multiplicó por sesenta
pasando de unos 10.000 a mediados del siglo XIX a unos 600.000 en el
momento de la independencia.
La creación del Estado de Israel no se hizo a costa del imperio
otomano, que desapareció en 1920 con el tratado de Sèvres, sino de un
mandato temporal, el de Palestina, que la Sociedad de Naciones había
encomendado al imperio británico. El problema era que los británicos
durante la primera guerra mundial habían prometido un Estado tanto a
árabes como a judíos para que se aliasen con ellos contra los otomanos.
No cumplieron su palabra, pero el mandato se les terminó indigestando.
Los árabes y la creciente población judía no tardaron en llegar a las
manos poniendo así en aprietos al alto comisionado británico. Tras la
segunda guerra mundial y el Holocausto, la ONU buscó una solución para
aquel conflicto designando una comisión internacional que estudiase el
caso. El informe de la comisión indicaba que lo mejor era crear dos
Estados, uno judío y otro árabe conforme a un plan de partición que se
votó en la asamblea general y resultó aprobado por 33 votos a favor, 13
en contra y 10 abstenciones
Poco después los británicos anunciaron que se marcharían, lo harían el 14 de mayo de 1948. Un día antes David Ben Gurion, un judío de origen polaco que había emigrado durante la segunda aliyá y que ejercía de presidente de la Agencia Judía, declaró la independencia de Israel en un museo de Tel Aviv bajo un retrato de Theodor Herzl. Horas después los ejércitos de Egipto, Jordania, el Líbano e Irak invadieron el nuevo Estado provocando una guerra en la que, contra pronóstico, se impusieron los israelíes. Ese fue el punto de inicio de un conflicto que traería dos guerras más entre Israel y sus vecinos y que, convertido ya en un enfrentamiento entre los israelíes y la población árabe local, dura hasta nuestros días.
Fuente: La ContraHistoria
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