HENRI LOUIS HABERT DE MONTMOR
(Francia, 1600-1679) Erudito francés y hombre de letras nacido en París. Se convirtió en consejero del rey a la edad de 25 años, y luego, en 1632, maestro de los encargos, cargo que recibe a través de la fortuna de su padre, el tesorero de la extraordinaria guerra y tesorero de ahorros. Se casó con Enriqueta María Buade, hermana de Louis Frontenac, futuro gobernador de Nueva Francia. Asistió a Marie de Gournay y escribió en epigramas latinos. En 1634 fue elegido miembro de la Academia Francesa. Habert publicó sus obras completas en seis volúmenes, para las que escribió un prefacio América.
Fuente: http://epdlp.com
(Francia, 1600-1679) Erudito francés y hombre de letras nacido en París. Se convirtió en consejero del rey a la edad de 25 años, y luego, en 1632, maestro de los encargos, cargo que recibe a través de la fortuna de su padre, el tesorero de la extraordinaria guerra y tesorero de ahorros. Se casó con Enriqueta María Buade, hermana de Louis Frontenac, futuro gobernador de Nueva Francia. Asistió a Marie de Gournay y escribió en epigramas latinos. En 1634 fue elegido miembro de la Academia Francesa. Habert publicó sus obras completas en seis volúmenes, para las que escribió un prefacio América.
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LA NIEVE HERIDA
Vástaga del bello astro diurno,
del país de una única luminiscencia,
del desterrado calor aguardamos su nuevo retorno,
tras todos estos gélidos meses.
La vida en toda su pureza, desprovista de la tibieza vacua del frío
y su anhelada tez que limpia los postreros estertores níveos.
Conserva intacto su brillo innato en el rigor extremo,
que fuera como un brillo coronado de aterido hielo.
Traza flores de hermosos ornatos
desde el instante en que nace el sol.
¿Y quién osaría no alzar castamente su pecho
ante el testimonio del padre protector?
Vosotros que contempláis con pudor a los Zéfiros
y que sufrís al descubrir sus riquezas,
y cesáis en vuestros suspiros tras tocarlos con anhelo,
inclinándoos ante sus caricias filiales.
Os atrevéis a tanto, como modestas florecillas.
¿Acaso pretendéis coronar con tal severidad la belleza?
Y ni siquiera teméis a las indiferencias crueles.
¿No habría de ser castigada un alma imprudente?
No sois más que víctimas de vuestra profusa vanidad
indignos de adornar con un hermoso laurel su augusta majestad.
Ella acepta complacida el homenaje de cada corazón puro
en el trono de la pureza.
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