lunes, 15 de septiembre de 2025

Podcast HistoCast 323: Sitio de Breda

 

 

Esto es HistoCast. No es Esparta pero casi. Nos trasladamos hasta Flandes con los tercios para ver el acontecimiento del momento en Europa, sitio de Breda. Y lo hacemos, como no, con @HugoACanete, acompañado por @goyix_salduero.

Fuente: HistoCast

 

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domingo, 14 de septiembre de 2025

PERUMIN 37 Convención Minera: Del 22 al 26 de setiembre - 2025

 

 

Hay Festival Arequipa 2025: Del 6 al 9 de noviembre

 

 

 

Arequipa, Perú: X Congreso Internacional de la Lengua Española - Octubre, 2025

 

https://congresodelalenguaarequipa.pe/

 

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Libro: El ratón de campo y el ratón de ciudad. Cuentos clásicos

 

 

¡Había una vez dos ratoncitos muy diferentes! Uno vivía en el campo, rodeado de árboles y tranquilidad, y el otro en la ciudad, en una elegante mansión llena de alimentos deliciosos. El ratón de ciudad invitó a su primo a conocer su hogar… ¡todo era tan bonito y sabroso! Pero pronto descubrió que no todo era tan tranquilo como parecía. Una historia con mucha aventura y una gran lección: a veces, lo más sencillo es lo más feliz. ¿Y tú? ¿Eres más ratón de campo o ratón de ciudad?

 

CUENTOS CLÁSICOS

¿Quién no se acuerda de Caperucita Roja de Blancanieves o de Los tres cerditos? Si cerramos los ojos aún podemos recordar esas historias tal como nos la explicaban en la mágica hora del cuento. En la colección Cuentos Clásicos hemos vuelto a reunirlas, para que los más pequeños de la casa las descubran en una preciosa edición con tiernas ilustraciones. Son 30 entregas de Cuentos Clásicos Los cuentos han sido maravillosamente realizados por la reconocida ilustradora italiana Chiara Nocentini.


CHIARA NOCENTINI

Nacida en Viareggio (Italia), es una prestigiosa ilustradora italiana que trabaja tanto para sellos italianos, como Gallucci, Mondadori, Giunti, entre otros, como extranjeros, Lito, Auzou y Shackleton Kids. Formada en el Liceo artístico de Florencia y posteriormente en el Instituto Europeo de Diseño de Milano, ciudad en la que vive y trabaja actualmente, desarrolló sus primeros pasos en el sector de la ilustración trabajando para los dibujos animados L’Albero Azzurro, de la Rai.

 

Libro: Cars 3. Cuentos miniatura Disney

 


En esta emocionante historia, nuestro campeón enfrenta el reto de mantenerse en la cima frente a autos más jóvenes y veloces. Tras un accidente, debe reinventarse y encontrar una nueva forma de competir. Con la ayuda de Cruz Ramírez, una entrenadora con sueños propios, Rayo McQueen encuentra una nueva forma de competir, demostrando que la experiencia y el corazón aún tienen valor en la pista. Una aventura llena de velocidad, amistad y superación. 

 

COLECCION CUENTOS MINIATURA DISNEY

Reúne las extraordinarias aventuras de tus personajes favoritos de Disney, un universo lleno de diversión que podrás compartir con los más pequeños de casa. Cuentos en Miniatura Disney es una colección exclusiva de minilibros que ilustran las increíbles aventuras de los más carismáticos del universo Disney a un tamaño sorprendente y repleto de detalles preciosos.  Cada cuento en miniatura relata e ilustra un clásico indispensable, decorado con bellas ornamentaciones e ilustraciones sensacionales.

 

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Diccionario CDXCV: Cornamusa

En la octava jornada de travesía, Lefty Stephanides, con gesto grandioso, la rodilla doblada, a plena vista de seiscientos sesenta y tres pasajeros de tercera clases, propuso matrimonio a Desdémona Áristos, sentada en una cornamusa. Las jóvenes contenían el aliento. Los hombres casados daban codazos a los solteros.

- Presta atención, a ver si aprendes algo 

Página 93. Middlesex. Jeffrey Eugenides. Anagrama. Barcelona, España - 2002.

 

Cornamusa

 

Del fr. cornemuse.
  1. f. Trompeta larga de metal, que en el medio de su longitud hace una rosca muy grande, y tiene muy ancho el pabellón.
  2. f. Instrumento musical rústico, compuesto de un odre y varios cañutos donde se produce el sonido.
  3. f. Mar. Pieza de metal o madera que, encorvada en sus extremos y fija por su punto medio, sirve para amarrar los cabos.

Fuente: Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición.

 

CADENA DEL DICCIONARIO

 

Libro: La casa desolada. Volumen II. Grandes novelas de crimen y misterio

 

 

Una casa desolada de Charles Dickens retrata la compleja trama del juicio "Jarudyce y Jarudyce", que afecta a varias generaciones atrapadas en un sistema legal corrupto. La historia sigue a Esther Summerson, una joven huérfana que busca su identidad mientras convive con John Jarudyce y sus primos. Intrigas familiares, secretos ocultos y críticas sociales se entrelazan en una narrativa que denuncia la injusticia y muestra la lucha por la esperanza en la Inglaterra victoriana.

 

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Autor(es): Charles Dickens

Editorial: Salvat

Páginas:

Tamaño: 17 x 24 cm.

Año: 2024

 

Libro: Mujeres en la prehistoria. La salida de África hacia Eurasia. Evolución humana

 

 

Aunque en esta disciplina el género no importa demasiado, ha habido numerosas mujeres que nos han precedido y que, a su manera, han contribuido a que todas y todos seamos lo que somos. En este libro se muestran algunas de las protagonistas de la prehistoria más lejana y la importancia que han tenido para el avance del conocimiento sobre la evolución humana.

 

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Autor(es):

Editorial: Salvat

Páginas: 

Tamaño: 16 x 24 cm.

Año: 2025

 

Podcast La Órbita De Endor: Harry Potter

 

 

Creemos que ha llegado el momento de darle a esta saga el análisis que merece. Sus libros, sus películas, sus detalles más interesantes. Y como no vamos a poder hacerlo en un único programa, vamos a dedicar más de un especial. Por tanto, junto a Elia Miriel, Pako Garrido y Antonio Runa, ingresa en Hogwarts y permite que el Sombrero Seleccionador te diga en qué casa podrás escuchar la PARTE 1 de nuestros monográficos sobre HARRY POTTER. 

 

 

La Órbita de Endor se complace en presentar la PARTE 2 de nuestros monográficos sobre HARRY POTTER. ¡Expelliarmus! 

 

 

La Órbita de Endor por fin ofrece la PARTE 3 (¡y última!) de nuestros monográficos sobre HARRY POTTER. ¡Avada Kedavra! 

Fuente: La Órbita De Endor    

 

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Libro: Metamorfosis. Ovidio. Colección Biblioteca Gredos

 

 

Invocación

Me lleva el ánimo a decir las mutadas formas         
a nuevos cuerpos: dioses, estas empresas mías -pues vosotros los mutasteis-         
aspirad, y, desde el primer origen del cosmos         
hasta mis tiempos, perpetuo desarrollad mi poema. 

 

Es un poema épico en 15 libros que narra la historia mítica del mundo desde su creación hasta la deificación de Julio César. A través de más de 250 narraciones que combinan con libertad mitología e historia, Ovidio narra transformaciones de dioses, héroes y mortales en astros, animales, plantas y elementos naturales. La obra entrelaza mitología griega y romana con elegancia poética, revelando verdades sobre el amor, el poder y la fragilidad humana mediante cambios prodigiosos que explican el origen del mundo y sus maravillas. Considerada uno de los trabajos sobre mitología más populares, una joya de la literatura romana.

 

OVIDIO

Publio Ovidio Nasón ​ (Sulmona, 20 de marzo de 43 a. C.-Tomis, 17 de marzo de 17 d. C.) fue un poeta romano. Sus obras más conocidas son Arte de amar y Las metamorfosis, ambas en verso; la segunda recoge relatos mitológicos procedentes del mundo griego adaptados a la cultura latina de su época. También gozaron de cierta fama las Heroidas, cartas de grandes enamoradas, y sus Tristia, poemas elegíacos en que lamenta su destierro.

 

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Autor(es): Ovidio

Editorial: Gredos

Páginas:

Tamaño: 14,5 x 22 cm.

Año: 2022

 

Libro: El Yurei Souemon. El fantasma del día del crisantemo. Mitos y leyendas de Japón

 

 

Huyendo de sus perseguidores, el samurái llega malherido a una aldea y encuentra refugio en la granja de unos prósperos campesinos. Allí vive, junto con su madre y su hermana, Naotsume, un joven de frágil apariencia, que pasa los días consagrado al estudio y la vida contemplativa. La llegada de Souemon conmocionará esa vida de Naotsume, pues nacerá en ellos una profunda amistad que los unirá en un destino común e incierto. 

 

DÍA DEL CRISANTEMO

(菊の節句, Kiku no Sekku ) es uno de los cinco antiguos festivales sagrados de Japón . Se celebra el noveno día del noveno mes. Comenzó en el año 910, cuando la corte imperial japonesa celebró su primera exhibición de crisantemos . Los crisantemos son el símbolo de la Casa Imperial de Japón. Una costumbre popular del festival del Día del Crisantemo es beber sake con pétalos de crisantemo. Otra tradición es colocar algodón sobre las flores de crisantemo para absorber el rocío durante la noche. El rocío del crisantemo, al que se le atribuyen poderes curativos, se aplica en la cara.

 

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Autor(es):

Editorial: RBA

Páginas: 120

Tamaño: 15,5 x 23 cm.

Año: 2024


Macanudo (14-Septiembre-2025)

 

 

Fuente: Macanudo

Macanudo es una serie de historietas que desde 2002 publica Liniers (Ricardo Siri) en el diario La Nación de Argentina. La historieta tuvo su génesis en Bonjour, que fue publicada en el suplemento NO de Página/12 desde 1999 hasta 2002.​ Actualmente se publica en el Diario Perú 21 en Perú y en el diario La Nación, gracias a haber sido presentada al editor del mismo por Maitena. Tras ello, el alcance de las historietas de Liniers se catapultó de modo que a 2014 ya existen diez libros publicados sobre Macanudo.​ El humor que caracteriza a la tira es fresco, inocente, inteligente y bizarro. Las tiras deben ser leídas con detenimiento hasta sus detalles, ya que en Macanudo como en el arte a veces hay que elegir entre entender o sentir. Macanudo es frecuentemente percibido como una puesta al día de Mafalda (de Quino) en los 60, por el tipo de humor y sobre todo por uno de sus personajes protagónicos, Enriqueta. En un chiste nombra a Mafalda, diciendo que fue su primer libro, y en una entrevista Liniers dijo que si hubiera sabido que los lectores iban a tomar a Enriqueta como una modernización de Mafalda, hubiera hecho a Enriqueta varón.

Olafo el Amargado (14-Septiembre-2025)

 

 

Fuente: Hagar the Horrible | By Chris Browne 

Hägar the Horrible —rebautizado en español como Olaf el vikingo u Olafo el Amargado— es una tira cómica creada por Dik Browne. Debutó en 136 periódicos de Estados Unidos el 4 de febrero de 1973. Dos años más tarde, el número de periódicos en los que aparecía había aumentado a 600. Su circulación siguió en aumento y en 2010 la tira apareció en 1900 periódicos de 58 países y en 13 idiomas.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Meme 31/08: Apellido más común en cada región del Perú

 

 

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Libro: Mujercitas. Novelas inolvidables en miniatura

 


Mujercitas (en inglés, Little Women o Little Women or Meg, Jo, Beth and Amy) es una novela de la escritora estadounidense Louisa May Alcott publicada el 30 de septiembre de 1868, que trata la vida de cuatro niñas que, tras pasar la adolescencia con la Guerra Civil en los Estados Unidos como fondo, entre 1861 y 1865, se convierten en mujeres. Está basada en las vivencias de la autora durante su niñez en la ciudad de Concord, Massachusetts.

 

LA MEJOR LITERATURA EN LA PALMA DE TU MANO

Descubre las obras imprescindibles de la literatura universal reunidas en estas increíbles joyas en miniatura. Una colección única en un formato sorprendente que hará las delicias de todos los amantes de los libros. Construye tu propia biblioteca en miniatura con esta colección de grandes obras maestras de la literatura universal que han cautivado la imaginación de millones de lectores. Esta edición exclusiva reúne clásicos indispensables de todos los géneros, no solo novelas, también obras de teatro y poesía. Disfruta de estas piezas de coleccionista con autores y autoras de renombre como Jane Austen, las hermanas Brontë, Federico García Lorca, Virginia Woolf, William Shakespeare o Gustave Flaubert.


LISTADO DE ENTREGAS

  1. Mujercitas
  2. Persuasión
  3. Cumbres borrascosas
  4. Sentido y sensibilidad. Vol I
  5. Sentido y sensibilidad. Vol II
  6. El retrato de Dorian Gray
  7. La letra escarlata
  8. La edad de la inocencia
  9. Madame Bovary. Vol I
  10. Madame Bovary. Vol II
  11. Romeo y Julieta
  12. Ana, la de las tejas verdes
  13. La dama de las camelias
  14. Orgullo y prejuicio. Vol I
  15. Orgullo y prejuicio. Vol II
  16. Aquellas mujercitas
  17. Lorca (Romancero gitano y más)
  18. La señora Dalloway
  19. Jane Eyre. Vol I
  20. Jane Eyre. Vol II
  21. Cuento de Navidad / El grillo del hogar
  22. Cartas a Milena
  23. Marianela
  24. Mansfield Park. Vol I
  25. Mansfield Park. Vol II
  26. Anges Grey
  27. La hija del capitán
  28. El gran Gatsby
  29. Moll Flanders. Vol I
  30. Moll Flanders. Vol II
  31. Salambó
  32. Otra vuelta de tuerca
  33. Rojo y negro vol I
  34. Rojo y negro vol II
  35. Frankenstein
  36. El rosario
  37. Las amistades peligrosas vol I
  38. Las amistades peligrosas vol II
  39. Cuentos
  40. El tulipán negro
  41. La Cartuja de Parma. Vol. I
  42. La Cartuja de Parma. Vol. II
  43. El rey Lear + El sueño de una noche de verano
  44. El amor brujo
  45. Las damas blancas de Worcester vol. I
  46. Las damas blancas de Worcester vol. II
  47. La importancia de llamarse Ernesto + El abanico de Lady Windermere
  48. Las penas del joven Werther
  49. Casa de muñecas
  50. Dracula I
  51. Dracula II
  52. Cancionero
  53. Doña Perfecta
  54. Mujeres enamoradas I
  55. Mujeres enamoradas II
  56. La señorita Else
  57. La tragedia de Lady Macbeth + La tragedia Julio César
  58. Grandes Esperanzas I
  59. Grandes Esperanzas II
  60. El jardín de los cerezos + La gaviota
  61. El fantasma de la ópera
  62. Cuentos de la Alhambra
  63. La educación sentimental I
  64. La educación sentimental II
  65. El libro de maravillas
  66. Indiana
  67. La abadía de Northanger
  68. La tienda de las antigüedades I
  69. La tienda de las antigüedades II
  70. Al faro
  71. El jugador
  72. Juana de Arco I
  73. Juana de Arco II
  74. La bien amada
  75. Effie Briest
  76. Naná I
  77. Naná II
  78. Relatos de fantasmas
  79. Villette I
  80. Villette II

 

Libro: El jefe. Haya, la Internacional Comunista y la ruptura con Mariátegui

 

 

En su juventud, ¿Haya fue marxista? ¿Cuál fue el papel de la Internacional Comunista en su carrera? ¿Quién tomó la iniciativa de la ruptura, Haya o Mariátegui? Estas preguntas orientan un texto dedicado a uno de los temas clásicos de la historia política peruana: el debate Haya-Mariátegui, que definió el destino del pensamiento crítico durante todo el siglo XX. La novedad del estudio consiste en situar a la Internacional Comunista como un actor central del proceso. A través de una lectura atenta del archivo de esta institución, el autor ofrece una interpretación singular. No hubo debate sino ruptura entre Haya y Mariátegui, que fue resultado del posicionamiento de cada uno frente a Moscú. A continuación, y a lo largo de su dilatada intervención en la política peruana, Haya mantuvo una constante: el anticomunismo. 


ANTONIO ZAPATA VELASCO

Es doctor en Historia de América Latina por la Universidad de Columbia, Nueva York. Es profesor principal del Departamento de Humanidades de la Pontifi cia Universidad Católica del Perú y ha sido profesor visitante en la Universidad de San Agustín de Arequipa y San Antonio Abad del Cusco, así como en la Universidad de Shanghái en China. Su tesis doctoral fue publicada con el título de Sociedad y poder local: la comunidad de Villa El Salvador, 1971-1996. Posteriormente, la mayor parte de sus estudios han tratado sobre la historia política del siglo XX.


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Autor(es): Antonio Zapata Velasco

Editorial: Fondo Editorial PUCP

Páginas: 262

Tamaño: 14.5 x 20.5 cm.

Año: 2025

Cita DCCCLXXVIII: Cómo reencontrar misterios en la era digital por Karl Ove Knausgård

La primera vez que vi una computadora fue en 1984. Tenía quince años y vivía en una zona escasamente poblada cerca de un río, a kilómetros de distancia de la ciudad más cercana, en un país bien nórdico en el verdadero fin del mundo. Un cartel se encendía sobre la tienda de cercanía que cerraba a las cuatro en punto todos los días; de otro modo, los estímulos visuales se limitaban a campos y árboles, árboles y campos, y a los autos que pasaban por las carreteras. En otoño y primavera llovía tanto que el río se desbordaba inundando sus márgenes— recuerdo que me paraba frente a la ventana del living y observaba cómo el agua cubría el campo donde jugábamos al fútbol, y los postes del arco se elevaban desde allí. Había un canal de televisión, dos estaciones de radio y los diarios se imprimían en blanco y negro. Las noticias que provenían de Irán e Israel, Egipto y Sudáfrica, Inglaterra e Irlanda del Norte, Estados Unidos e India, Líbano y la Unión Soviética, todas eran de lugares lejanos, como de otro planeta.

Para comprender a un hombre, hay que saber qué sucedía en el mundo cuando él tenía veinte años, se supone que lo dijo Napoleón. Probablemente, la cita es apócrifa, pero eso no significa que no sea verdadera. Para mí, este mundo junto al río es el que cuenta. Cuando me siento a escribir una novela, la época natural en la que se desarrolla es en los 80, como si esa época representara la verdadera forma del mundo, su esencia, y todo lo que vino después fuera una especie de desviación. Aunque busco en Google varios temas mientras escribo, los personajes en la novela no googlean nada; nunca se les ocurre. Lo mismo es cierto cuando sueño. Los teléfonos celulares y la Internet nunca aparecen en mis sueños, que están en su mayoría habitados por las personas que me rodeaban hace cuarenta años.

Por supuesto, el hecho de que mi inconsciente se quedó en el tiempo de ese modo y se despliega en una realidad desaparecida hace tiempo no significa que esté cerrado a lo que sucede hoy a mi alrededor; solamente significa que la formación de un mundo es un proceso que tiene lugar en la infancia y la adolescencia y en un punto determinado, cesa, cuando lo nuevo en el mundo no marca más su impronta en nosotros. Al menos, eso me parece a mí. Esto podría explicar el escepticismo que tengo a menudo sobre lo nuevo y las nuevas formas de hacer las cosas: todas esas emociones que se mueven por debajo de nuestros pensamientos racionales — intuición, pero también la moralidad, lo que sabemos — vienen de un mundo que quedó encerrado en su lugar hace muchos años.

No se me ocurría que la realidad pudiera ser diferente cuando, una tarde de 1984, pedaleaba cuesta arriba la colina desde la pequeña tienda antigua junto al puente donde el agua que subía parecía acelerarse antes de los rápidos. El rugido del agua se desvanecía a medida que mi subida a la colina se hacía más tensa. El zumbido de los engranajes y la fricción de la capucha de mi impermeable contra mis orejas sonaban diferentes, aunque no iguales: los engranajes zumbaban más fuerte cada vez que me paraba sobre los pedales, luego se difuminaban gradualmente, mientras el roce de mi capucha seguía de cerca mis movimientos irregulares. Era de noche y estaba oscuro, y todo estaba mojado. El asfalto, la zanja, el muro de árboles negros, hasta el aire, espeso y con llovizna. El paisaje se aplanaba en la cima de la colina, con casas a ambos lados, cobertizos con techos de chapas corrugadas, y yardas de autos averiados. Había hecho ese recorrido en bicicleta tantas veces que podía hacerlo con los ojos cerrados. No solo en sentido figurado: en el autobús, a menudo cerraba los ojos y me imaginaba el paisaje que pasaba por la ventanilla, cada curva y colina, cada casa y garaje. El objetivo era que el paisaje afuera coincidiera con lo que estaba en mi cabeza cuando abriera los ojos. Siempre coincidía.

Iba de camino a encontrarme con un amigo que vivía a unos tres kilómetros. Me gustaba el lugar; sus padres me trataban como uno más de la familia, y nos daban espacio. Estábamos en noveno grado en la misma escuela. Por las tardes y durante los fines de semana, tocábamos la guitarra, escuchábamos música, y charlábamos – a menos que estuviéramos andando en bicicleta, a propósito o sin rumbo fijo.

Cuando llegaba a su casa, dejaba la bicicleta contra la pared sin candado, subía las escaleras, tocaba timbre, me bajaba la capucha. Mi amigo abría la puerta, como de costumbre, y entrábamos. Su guitarra estaba sobre la cama, la enchufaba, y el amplificador pequeño en el piso zumbaba débilmente.

“¿Quieres ver algo que hizo mi papá?”, dijo. “Está muy bueno”.

“Seguro,” le dije, aun cuando no tenía interés en lo que hizo su papá. Lo seguí, salimos de la habitación y bajamos las escaleras.

Su papá era ingeniero en la Real Fuerza Aérea de Noruega, y lo que había construido, y estaba sobre una mesa en el sótano, era una caja gris de metal y una pantalla oscura con letras verdes brillantes.

“¿Qué es eso?”

“Una computadora”.

Había escuchado hablar sobre computadoras, por supuesto, pero nunca había visto una. Ahora veía una.

Parecía algo relacionado con un radar o un sonar, y aunque sabía que la tecnología era avanzada y se había utilizado en la industria aeroespacial, y probablemente en aeronaves y también en submarinos, nada me podía importar menos que eso. No tenía nada que ver conmigo. Nada de lo que vi en la habitación —los cables eléctricos finos, los tableros verdes delgados con pequeñas salientes de metal, cajas, soldadores, alicates, rollos de alambre de metal, tornillos y tuercas – significaba algo para mí. Su papá podría haber hecho un taburete o soldado un parlante.

La experiencia fue lo opuesto a lo trascendental. La computadora no estaba cargada con nada, ni significado ni futuro; era una simple caja en el sótano de una casa en un paisaje de río en el fin del mundo una noche de otoño oscura y lluviosa de 1984.

Pasaron cuarenta años y la tecnología en la caja gris está en todos lados, dando forma a la vida de todas las maneras, lo que es extraño en sí, pero quizás más extraño es el hecho de que nunca me haya importado, de que la diera por sentado y la incorporara sin fisuras a mi vida. Ni una sola vez en esos cuarenta años le presté atención a la tecnología ni traté de entenderla, cómo funciona en sí, cómo funciona para mí. Es como si me hubiera mudado a otro país y no me molestara en aprender su idioma, como si estuviese contento de no comprender lo que sucede a mi alrededor y solo me conformara con mi pequeño mundo. Últimamente esto se siente como una negligencia grave. Mantenerse relativamente informado sobre la situación política en el mundo es una obligación, algo a lo que no hay derecho a evitar. ¿No se aplicaría algo similar a la tecnología, dada la inmensidad de su influencia?

Durante siete meses, intenté aclarar lo que pensaba, leyendo y escribiendo, escribiendo y leyendo, sin llegar a ninguna parte; no podía ir más allá de lo obvio. Decir lo que es obvio es repetitivo; lo repetido es lo ya sabido, y lo ya sabido es el enemigo de la literatura, su némesis y su verdadero opuesto. Lo obvio confirma; la literatura desafía lo confirmado. Es fácil describir lo que veo; es fácil describir lo que pienso. Pero, ¿por qué veo lo que veo? ¿Por qué pienso lo que pienso? Eso es más difícil de captar. Porque lo que veo es el mundo; lo que pienso soy yo. Lo que la literatura puede hacer es establecer un afuera. Y si hay dos lugares, el primer lugar no es más un hecho; no es más soberano; no es más obvio. Mi problema actual, con el que lucho, es que no puedo encontrar un afuera a la tecnología. Es como si el afuera hubiera desaparecido, como si no fuera más un lugar posible.

Es solo un sentimiento. Pero es fuerte. Y no es nuevo. Don DeLillo lo describió ya en 1982, en la novela The Names:

“Durante miles de años el mundo fue nuestro escape, fue nuestro refugio. Los hombres se escondieron de sí mismos en el mundo. Nos ocultamos de Dios o de la muerte. El mundo era donde vivíamos, el yo era donde enloquecíamos y moríamos. Pero ahora el mundo tiene un yo propio. Por qué, cómo, no importa. ¿Qué nos sucede ahora que el mundo tiene un yo? ¿Cómo decimos lo más simple sin caer en una trampa? ¿A dónde vamos, cómo vivimos, a quién le creemos? Esta es mi visión, un mundo autorreferencial, un mundo en el cual no hay escape”.

Es como si todo el mundo se hubiera transformado en imágenes del mundo y por lo tanto, hubiera sido atraído hacia el reino humano, que ahora abarca todo. No hay ningún lugar, objeto, persona o fenómeno que no se pueda obtener como imagen o información. Se podría pensar que esto le agrega sustancia al mundo, ya que uno sabe más de él, no menos, aunque lo contrario es verdad: vacía al mundo; éste se afina. Esto se debe a que el conocimiento del mundo y la experiencia del mundo son dos cuestiones fundamentalmente diferentes. Mientras que el conocimiento no tiene un tiempo o lugar particular y se puede trasmitir, la experiencia está sujeta a un tiempo y lugar específico y nunca se puede repetir. Por la misma razón, tampoco se puede predecir. Exactamente esas dos dimensiones –la irrepetitividad y la impredecibilidad – son las que suprime la tecnología.

El sentimiento es de pérdida del mundo. Como si el mundo se esfumara, como si hubiera menos mundo. Esto puede parecer paradójico, especialmente si se consideran las guerras brutales, horrorosas que suceden ahora en el mundo, las cuales, con toda su muerte y sufrimiento, parecen una sobrecarga de realidad, pero llegan aquí como imágenes; son bidimensionales y manipulables, y llegan en el medio de una inundación de otras imágenes. Dentro de mí, existe un sentimiento de que lo que veo, lo controlo, y que de alguna manera tengo una perspectiva generalizada sobre eso. Todas las imágenes que vi de lugares en los que nunca estuve, personas que nunca conocí crean una especie de pseudomemoria de un pseudomundo en el cual no participo. Las imágenes llegan ya completas; no hay comunicación entre ellas y yo, no hay intercambio recíproco. Por lo tanto, así como nos gusta decir que el mundo se está abriendo a nosotros, porque podemos ver cada lugar en él, también podemos decir que el mundo se está cerrando – en toda su apertura.

Compré mi primera computadora en 1990. Era una Olivetti usada, ya obsoleta, con una unidad de diskette y gráficos extremadamente simples, en realidad era una máquina de escribir avanzada. Aunque también tenía algunos juegos, incluida la generala, que abrí una tarde, solo para quedarme sentado allí durante horas. Era hipnotizante de un modo que nunca había experimentado antes. Era un poco raro, porque nunca me hubiera imaginado estar sentado jugando a la generala solo en mi cama con dados físicos; no me parecía atractivo y hubiera sido más que patético. Entonces, ¿cuál era la diferencia? ¿Qué tenían los dados en la pantalla que no tenían los dados reales?

Los dados físicos estaban en medio de otras cosas en la habitación y solo tenían significado en el juego, mientras que el juego alcanzaba su significado solo cuando jugaba con alguien. Si jugaba solo, no estaba orientado hacia nadie, todo el significado del juego se transformaba en nada. Lo extraño de jugar en la computadora era que el significado permanecía intacto aun cuando no había nadie más allí. En otras palabras, debo de haber entrado en una especie de conexión con la máquina; se debe haber formado alguna especie de relación entre la máquina y yo. La máquina era el otro, aunque algo de la presencia del otro debe de haber estado allí.

Un par de años más tarde, comencé a trabajar en una estación de radio estudiantil. Sus computadoras eran considerablemente más poderosas y avanzadas. Las voces y la música estaban representadas visualmente en la pantalla: se veían como montañas y valles y permitían una precisión sin precedentes. Una tos no deseada o un “mmm…” apenas demasiado dubitativo podían ser eliminados quirúrgicamente mediante un clic o dos con el mouse. El proceso también iba en sentido contrario: podías escribir unas oraciones en la máquina y aparecían como palabras habladas en una voz monótona y sin emoción.

Una noche, en el estudio, mientras editaba, ahora lo recuerdo – debe de haber sido en otoño o invierno, porque estaba completamente oscuro a través de las ventanas, y debe de haber sido tarde, ya que no había nadie allí – entró una chica que me gustaba. Se llamaba Ingrid, y yo escribí en a computadora “Ingrid está muerta”. Fue un mal chiste, que probablemente surgió de la atmósfera fantasmagórica del lugar en la penumbra en el medio de todo el equipo, pero nunca me imaginé que se convertiría en algo tan extraño. En el salón vacío, en el silencio y la penumbra de la noche, la voz metálica no humana sonó como algo desde el otro lado:

Ingrid está muerta.

Ingrid se asustó; la voz había venido sin advertencia, y durante segundos, estuvo indefensa ante el mensaje.

Me reí un poco como disculpándome; ella puso cara y dijo que era súper gracioso. Se había sentido aterrada, y yo me sentía mal y me disculpé. Pero la sensación no me abandonó: que la voz había venido desde el otro lado. No desde el reino de los muertos, por supuesto, sino del reino de lo inanimado. Era lo inanimado que hablaba.

Hoy esa voz está en todos lados. En trenes y subtes, aviones y transbordadores, y en el living de las casas, y aunque es más cálida e individual y más humana, proviene del mismo lugar: es materia muerta que habla con nuestra voz. Y si me viera forzado a mencionar el rasgo más distintivo de nuestro tiempo, sería precisamente ese: todo está dirigido a nosotros. Los productos en el supermercado y las máquinas de autoservicio, los juegos en las computadoras, el tablero del auto, los artefactos de cocina, las pantallas de carteleras en las ciudades, las publicaciones en Instagram y Spotify y Facebook, los algoritmos en Amazon, y ni mencionar todos los diarios y revistas, podcasts y series on line.

Cuando Carlos Marx y Federico Engels escribieron sobre la alienación en la década de 1840 –hace casi doscientos años– describieron la relación de los trabajadores con su trabajo, pero las consecuencias de la alienación se ampliaron en su análisis para incluir nuestra relación con la naturaleza y la existencia como tal. Un término que utilizaron fue “pérdida de realidad”. En esa época, la sociedad era incomparablemente más brutal, las máquinas incomparablemente más toscas, pero los problemas como la desigualdad económica y la destrucción ambiental continúan hasta nuestros días. En todo caso, la alienación tal y como la definieron Marx y Engels no ha hecho más que aumentar.

¿O no? La afirmación “las personas están más alienadas ahora que nunca en la historia” suena falsa, como la aplicación de un concepto antiguo a una condición nueva. Eso no es lo que realmente somos, ¿no es cierto? ¿Si hay algo que caracteriza nuestro tiempo, no es exactamente lo opuesto, que nada se siente ajeno?

La alienación involucra una distancia del mundo, una falta de conexión entre el mundo y nosotros. Lo que hace la tecnología es compensar por la pérdida de realidad con un sustituto. La tecnología calibra todas las diferencias, llena todas las brechas y rompe con las imágenes y las voces, acercándonos todo para restaurar la conexión entre nosotros mismos y el mundo. Incluso el pasado, que hace unas generaciones estaba perdido para siempre, se puede recuperar y retrotraer. Un invierno, mi familia y yo fuimos al nuevo espectáculo de ABBA en Londres, donde estuve sentado entre la audiencia que cantaba y vivaba, luchando por contener las lágrimas, conmovido hasta lo más profundo. Los cuatro integrantes de ABBA habían sido recreados como hologramas; consistían en luz, pero se veían tan vivos, elevándose desde una plataforma debajo del escenario como si vinieran del inframundo mientras cantaban. Eran jóvenes de nuevo, se movían en el escenario como los escandinavos apenas torpes que fueron: Björn, Benny, Agnetha y Anni-Frid. Sus cuerpos y voces eran de los ´70, pero se movían y cantaban en nuestro tiempo, junto a una banda en vivo sentada y que tocaba entre las sombras. Era como si el tiempo se escapara de mí desde abajo de una alfombra, porque si yo existiera en la misma época de lo que estaba viendo, entonces tenía ocho años y cincuenta y cuatro al mismo tiempo, un niño y un hombre de mediana edad. Una ola tras otra de nostalgia y anhelo me invadió, pero también de miedo, porque era la muerte lo que veía — era la muerte lo que aplaudíamos y con lo que cantábamos, ahí en la sala de conciertos. Éramos Doctor Fausto tal como lo describió Marlowe cuando invocó a la bella Helena de Troya ante sus ojos. Éramos Odiseo tal como lo describió Homero cuando invocó a su madre muerta desde el Hades y se aferró al aire vacío tres veces tratando de abrazarla.

Pero también era ficción. Todas las imágenes, todas las voces que llenan la realidad son representaciones, y las personas siempre hicieron representaciones de la realidad. Todo el arte desde el inicio de los tiempos incluye un “como si” implícito o explícito. La invención de la fotografía y el cine cambiaron las implicancias de esto, borrando un poco las líneas, aunque no de manera fundamental – todos entienden que una película de un hecho real no es el hecho real en sí mismo, que una foto de vacas no son vacas reales. Las vacas reales existen en otro lugar, en otro tiempo. La cercanía que siento respecto de ellas se relaciona con la cercanía que siento con las personas sobre las cuales leo en los libros, cuando no puedo distinguir si las personas son ficticias.

Las imágenes atraen y acercan incluso a las cosas más distantes, aunque su presencia es ilusoria; es ficción. Tal vez esto se aplique a la naturaleza en su totalidad –la vemos como una imagen, como algo de lo que no somos parte, algo que está ahí afuera y algo por lo cual al mismo tiempo, nos hemos sentido atraídos y somos cercanos, estamos familiarizados con ella. La ambivalencia de la imagen —que nos muestra la realidad, pero sin ser ella misma la realidad que muestra; ficticia y no ficticia al mismo tiempo; cercana y lejana a la vez —puede dar forma a nuestra relación con el mundo de maneras que no son totalmente claras para nosotros, ya que la forma en la que vemos el mundo siempre es el mundo. Cuando reconozco, por ejemplo, que los bosques están desapareciendo, las especies se están extinguiendo, las capas de hielo polares se están derritiendo, los océanos están aumentando su temperatura y se están elevando, los desiertos se están expandiendo, los incendios arrasan zonas cada vez más amplias, hay algo irreal acerca de todo eso. Sé que eso está sucediendo –no es que no lo crea– pero al mismo tiempo es como si no estuviera ocurriendo. Tiene un olor a abstracto. Y aunque estoy horrorizado, no estoy conectado con eso, realmente no. Es algo ahí afuera que veo aquí adentro. No soy parte de eso; estoy afuera, observando. ¿Seguramente la palabra más precisa para esa condición es “alienación”? La pérdida del mundo.

Incluso el jardín fuera de mi casa en Londres, donde me sentaba y escribía, era ajeno para mí. Es decir, no lo veía. Es decir, lo veía pero lo que veía no significaba nada. Durante tres años, me sentaba en el jardín casi todos los días; era donde hacía mis descansos. Tiene tal vez treinta metros de largo y dieciocho metros de ancho, rodeado por un muro típicamente al estilo inglés. Hay césped en el centro, y a lo largo del muro, crecen plantas, arbustos y árboles. En verano, un jardinero llamado Andrew Evans venía unas seis veces y se ocupaba de lo que necesitaba cuidado. La única tarea de jardinería que yo hacía era cortar el césped cada quince días. Era simplemente “el jardín”, un lugar donde pasaba algo de tiempo. Un verano, me visitaron mi hermano, Yngve, y su novia, Marianne. Había una ola de calor y nos sentamos a la mesa debajo de la sombrilla, pero después de unos minutos, Yngve se levantó, se dirigió al grifo al lado del muro, lo abrió, sacó la manguera hacia el césped y comenzó a regar. Primero, un árbol en una maceta enorme en el mismo patio de ladrillos que la mesa. Lo empapó, y vi que las hojas estaban secas y casi totalmente amarillentas.

“Podría funcionar”, dijo.

“Está bien”, le dije, sintiéndome un poco estúpido por no haber notado que el árbol se estaba marchitando por la sequía. Y no era solamente ese árbol — las plantas y arbustos junto al muro estaban prácticamente más amarillentos y marrones que verdes. No era de extrañar: había hecho mucho calor durante mucho tiempo. Pero no fue que comencé a regar después de que Yngve y Marianne se fueron; había otras cosas en que pensar. Mientras tanto, las flores en las jardineras al frente de la casa se secaron y murieron, incluso las hierbas que Andrew había plantado allí porque necesitaban una mínima cantidad de agua. Las vi pasar del verde y de ser suculentas al amarillo y finalmente al gris y a secarse; las miraba fijamente cada vez que estacionaba delante de la casa, pero apretaba el botón del control remoto del auto para cerrarlo, entraba, y ni bien la puerta se cerraba detrás de mí, me olvidaba de ellas por completo.

Luego, una primavera, todo cambió. Ese invierno un montón de plantas se habían secado, supuestamente por la helada. Le pregunté a Andrew si podía plantar algunas nuevas, y me dijo que sí, pero sería mejor si las plantaba yo mismo – en su experiencia, de esa manera, sus clientes desarrollaban una relación diferente con el jardín. Con niños en la casa y libros y artículos que escribir, me parecía que pensar en comenzar a plantar en la tierra no era especialmente tentador, sin embargo, rastrillé las plantas y los arbustos muertos y compré plantas nuevas y una bolsa de tierra. A la mañana siguiente, después de llevar a mis hijos más chicos a la escuela y la guardería, salí al jardín con las flores que colgaban y sobresalían de la bolsa de papel madera. Las apoyé en el rincón, llevé la bolsa de tierra, y después fui a buscar una pala. El cielo estaba azul, sin nubes a la vista, el césped todavía húmedo por el rocío. Coloqué las plantas nuevas entre las viejas y dio unos pasos hacia atrás para ver cómo se veían. Una era demasiado pequeña comparada con su vecina más grande, otra estaba demasiado cerca de su compañera, y no se veía bien con dos flores blancas una al lado de la otra, cuando todas las otras tenían colores diferentes. Las moví un poco, y se veían mejor, y cavé un hueco bastante profundo –no sin dificultad, porque el suelo estaba seco y desmoronado y se caía hacia los lados con cada palada–, antes arrojé unos puñados de tierra negra y húmeda, coloqué la planta allí, y rellené con la tierra alrededor, apretándola bien. Cuando hice lo mismo con todas ellas, traje una regadera y las regué.

Fue inmensamente satisfactorio. El agua limpia y fresca fluía por la tierra caliente y seca y lentamente se filtraba por los parches oscuros alrededor de las plantas nuevas. Sus raíces tenían que afirmarse en la nueva tierra; eran delicadas y estaban bien apretadas, por lo tanto necesitaban mucha agua. Y la tenían.

Varias veces al día iba y las miraba. Se mezclaban bien con lo que las rodeaba; sus hojas se movían como todas las otras hojas cuando el viento soplaba en el jardín; sus flores brillaban al igual que las otras flores cuando les daba el sol. No tenía idea de qué tipo eran, qué nombres tenían – en mi mente estaban presentes como imágenes. Porque pensaba en ellas cuando me iba a dormir, mis pensamientos las incluían mientras estaban afuera en la oscuridad. Por algún motivo, la sensación de pensar en ellas era buena.

Las semanas siguientes seguí plantando flores. Rosas que treparían donde el muro estaba desnudo, un árbol japonés que toleraba la sombra, arbustos que florecían en otoño, algunas plantas con campanitas dedaleras grandes pero frágiles. Aproveché el tiempo que pude, de pie bajo la lluvia torrencial en la oscuridad, después de que los niños se acostaran, con la cena para el resto de la familia cocinándose a fuego lento en la cocina; había un arbusto bajo y ancho que trataba de adecuarlo a la parte oeste, anidado entre otros arbustos que se extendían demasiado lejos, y que había cortado al principio. Porque así era: cuanto más tiempo pasaba en el jardín, más veía lo que era necesario hacer. Podaba ramas de los árboles y arbustos, sacaba las malezas de todo el jardín, regaba las plantas, cada una con una cantidad de agua necesaria distinta, según el tiempo que hacía que estaban plantadas. Los únicos tipos de los que sabía los nombres eran las rosas y las magnolias, pero eso no quería decir que las otras plantas fueran anónimas; conocía a cada una – no era exactamente que cada una tuviera su personalidad, pero tenían algo, un aura delicada, algo que las hacía ellas para mí.

En pocas semanas, el jardín pasó de ser nada –“el jardín”, esencialmente vacío e intercambiable, sin significado excepto el de un lugar donde se me ocurría estar– a ser algo con lo que estaba profundamente familiarizado y cuidaba, pensaba en él, lo nutría. Se llenó de significado.

Al mismo tiempo, me encontré con una entrevista a un filósofo desconocido para mí llamado Gilbert Simondon. En 1958, Simondon escribió sobre la alienación que no se debía a la tecnología, sino a nuestra falta de conocimiento sobre la tecnología: al tratar a la tecnología como una simple herramienta, reduciéndola a su utilidad y negando su inherente dignidad y complejidad; y al elevarla a una condición mística, viéndola como una amenaza autónoma o una entidad ajena más allá de la comprensión humana.

Era una idea muy extraña, que el problema no era la tecnología, sino mi relación con ella. ¿Qué tipo de relación tenía yo con la tecnología?

Acerca de la tecnología, nunca había tomado una decisión independiente, siempre fue ir de manera pasiva con el flujo de innovaciones, sin sumergirme nunca en nada, siempre rindiéndome a la sensación de estar cada vez más alejado del mundo. Sin tener control, aunque siendo controlado de alguna manera – esa era la sensación. No controlado en alguna forma personal; era más bien ser conducido por algún tipo de poder invisible, siempre allí fuera del alcance. ¿Cómo retomar el control de algo invisible?

Por supuesto, podría darle la espalda a todo y mudarme al campo, al bosque, a las montañas o al mar, y llevar una vida sana como un ludita sin máquinas, cerca de la naturaleza. A veces dejé todo, viví en pequeñas islas lejanas en medio del mar, en cabañas en el bosque y en las montañas, no para acercarme a la naturaleza, hay que reconocerlo, sino para escribir, y solo durante unos meses cada vez. Esos meses estuvieron marcados por una carencia, un deseo constante de algo que no estaba allí, algo que lo que había en ese lugar no podía satisfacer, ni el mar, ni el bosque, ni las montañas. Estamos conectados unos con otros, los que vivimos ahora, los que, si el destino lo permite, nos cruzamos algún día por la calle o no, los que nos sentamos juntos en una estación de autobuses una tarde o no. Hemos vivido los mismos tiempos, escuchado las mismas historias, visto las mismas noticias, pensado de la misma manera, tenido las mismas experiencias. Estamos entrelazados en las vidas de los demás, y en ese entrelazamiento –que es invisible, un poco como el campo de fuerza entre las partículas– es donde se crea el significado, también el significado de la naturaleza. Quedó en mi cabeza. Quedó en mí.

Todo lo que tenía que hacer entonces, era cambiar el modo en el pensaba sobre el mundo. El único problema era que los pensamientos eran incapaces de llegar a donde la visión del mundo se había formado una vez, y si contra toda probabilidad encontraban su camino, serían demasiado ligeros y transitorios para cambiar algo, excepto a ellos mismos. Sabía que el deseo de ver el mundo de manera diferente era el por qué leía, que era lo único que buscaba. También era por eso que escribía. Sin embargo, algunos sentimientos eran tan obvios que ni siquiera los veía como sentimientos. En los 90, por ejemplo, estudié literatura, historia del arte y estética, totalmente convencido de que lo que estudiaba era acerca de la naturaleza humana, la vida y el verdadero tejido de la existencia, mientras que las pobres almas en el departamento de ciencias naturales eran instrumentalistas que jugaban con materia muerta y números. En aquella época, gran parte de los estudios literarios giraban en torno al estructuralismo, el posestructuralismo y el deconstruccionismo. En muchos casos, esto significaba que los textos se entendían como objetos aislados, sin ningún vínculo con el mundo que los rodeaba, incluidos los vínculos con el autor. Eran una especie de sistema cerrado de signos cuyo significado surgía de las diferencias entre ellos, más que de la realidad extratextual a la que apuntaban. Era fantástico. ¡Significante y significado, significante y significación, fenotexto y genotexto, denotación y connotación! Pero eran los signos los que nos tenían encorvados, eran los signos con los que nos relacionábamos, de modo que lo que hacíamos era básicamente una especie de codificación y descodificación, mientras que eran los pobres del departamento de ciencias naturales los que estaban en el mar, en el bosque o en el campo, aprendiendo sobre biotopos y ecosistemas, sobre sangre y nervios, galaxias y prados floridos. Ellos eran los que cortaban cuerpos, programaban máquinas, escaneaban cerebros, investigaban los sueños y la simbiosis de los árboles con los hongos. Su enfoque hacia la naturaleza puede haber sido reduccionista, pero al menos la observaban. ¿Cómo no me di cuenta de eso en ese entonces? ¿Cómo pude vivir bajo la ilusión de que yo era el que estaba en contacto con la naturaleza, con la naturaleza humana, cuando en realidad solo estaba jugando con signos y abstracciones?

“¿Alguna vez alguien dijo dónde el amo y el esclavo se enfrentan en una lucha?” se lo pregunta el filósofo francés Michel Serres en su libro El contrato natural. Ese es el tipo de pregunta que nunca aprendí a formular cuando estudiaba humanidades. Mi entorno físico no me interesaba; la naturaleza física, con la humanidad como parte de ella, nunca estuvo en discusión.

“Nuestra cultura aborrece al mundo”, escribió Serres.

No leía libros de ciencia. No sabía por qué no podia hacerlo, pero no podía. De filosofía, sí. De sociología, sí. Historia, memorias, biografías, eso sí. ¿Biología? ¿Física? ¿Astronomía? No.

Todo eso cambió a mis cuarenta años, cuando comencé un proyecto que trataba de romper las barreras entre la literatura y la vida. Poco a poco me di cuenta de que lo que me interesaba era el mundo, la vida aquí, la existencia, y no la literatura sobre eso, que era solo uno de los muchos enfoques posibles. Había confundido ambas cosas.

***

Unos años después, me encontré en una sala de operaciones en Albania, cubierto con una bata de laboratorio, barbijo y cofia quirúrgica, mirando a través del microscopio directamente a un cerebro vivo. Estaba allí para escribir sobre un cirujano británico y autor, Henry Marsh. Su equipo había hecho un orificio redondo bastante grande en la parte superior del cráneo de una mujer joven el día anterior. Ahora lo levantaban como una tapa y retiraban las suturas en las meninges para que Marsh pudiera comenzar su trabajo. Localizó el tumor y comenzó a extirparlo con una herramienta pequeña similar a un vacío. El tumor estaba en el centro de la visión y hacía que la paciente viera cosas que no existían. Había visto un incendio en un jardín – para ella era real, pero no para los demás. Y me contó que una noche mientras miraba televisión, las letras de los subtitulados parecían haber salido de la pantalla y flotado en la habitación. El aire estaba lleno de letras. Como el tumor estaba en una zona sensible, y era casi del mismo color que el cerebro circundante, estuvo despierta todo el tiempo mientras Marsh lo extirpaba parte por parte, de manera que un neurólogo le pudiera dar a la paciente pequeñas tareas varias a intervalos regulares para asegurarse de que Marsh no estaba extrayendo ninguna célula crítica.

Nunca me olvidaré lo que vi en el microscopio ese día. Vi montañas y valles, y ríos de sangre. Vi una formación blanca similar a un glaciar inundada por el río rojo: el tumor. Vi cuevas y cañones, pozos y gargantas. Fue como ver un paisaje de otro planeta lejos en algún lugar en el espacio, familiar y ajeno al mismo tiempo.

No pude comprender que todos sus pensamientos existían debajo en ese paisaje. Todas sus fantasías, problemas, relaciones, todo lo que ella conoció, recordó, aprendió en la escuela . . . Las tablas de multiplicar . . . ¿Las tablas de multiplicar estaban ahí en esa carne en algún lugar?

Cuando me enderecé y mi cuerpo volvió a la habitación para la que estaba destinado, con todas sus máquinas parpadeantes y zumbantes, me sentí mareado, como si hubiera estado de pie al borde de un acantilado.

Afuera, las calles de Tirana estaban bajo la luz del sol de fines del verano pesado. Todo lo que vi estaba destacado e intensificado. Todo era físico. El pasto, los pensamientos, la sangre, el sol, el alma. Incluso el misterio era físico. ¿No era eso de lo que se trataba la cristiandad, que Dios es carne y sangre?

Esa sensación de la materialidad del mundo que nunca más dejé ir desde entonces. Me encantan los momentos que aparece por primera vez en el mundo, como este magnífico pasaje del filósofo presocrático Empédocles, en su obra De la naturaleza, del siglo V a. C.:

Así, todos los animales inspiran y expiran; todos tienen tubos incruentos en la carne, que se extienden por la superficie del cuerpo, en cuyas bocas los extremos de su carne tubos incruentos en la carne, que se extienden por la superficie del cuerpo, / en cuyas bocas los extremos de su carne están perforados por numerosos surcos, para cubrir la sangre, aunque un camino fácil está cortado para el éter en los canales. Desde aquí entonces, cuando la sangre suave vuelve rápidamente, el éter ventoso se precipita con un oleaje furioso, pero cuando la sangre salta hacia arriba, el animal expira nuevamente; así como una niña juega con una clepsidra de bronce brillante.

Así es como se ve la verdadera primera ciencia natural, con un pie en el mundo antiguo, empapado de dioses, expresado a través de poesía arcaica (la misma forma que usó Homero en La Ilíada y La Odisea), y un pie en el nuevo mundo emergente, expresado a través de lo desconocido previamente o la noción no utilizada de que la explicación de un fenómeno se puede buscar en el propio fenómeno. Sin embargo, los primeros filósofos no abandonaron la noción de una realidad invisible e inalterable detrás de lo visible; simplemente le dieron una forma nueva — reapareció en forma de números. “Todas las cosas, al menos las que conocemos, contienen números; ya que es obvio que no se puede pensar o conocer algo sin números”, escribió Filolao. Los pitagóricos, a cuyo grupo él pertenecía, creían que la realidad era fundamentalmente matemática. Pero este enfoque racional hacia el mundo era una resonancia de algo más, ya que los números no eran entidades matemáticas puras para los pitagóricos; también tenían propiedades místicas.

Para mí, esto era donde se volcaba todo: el punto en el cual el cerebro material creaba pensamientos e imágenes inmateriales, y el mismo punto invertido, cuando la computadora convertía los números abstractos en acciones concretas. Era una especie de intersección donde los signos se transformaban en realidad, y la realidad se transformaba en signos.

En un intento por comprenderlo, una mañana tomé el tren hacia el Museo de Ciencias para ver la Máquina Diferencial No 2 – que se decía era la precursora de la computadora – con la idea de que cuanto más rústicos los dispositivos, más fácil es comprender los principios. En el segundo piso, rodeado de escolares que gritaban, me detuve delante de la máquina pesada de más de casi dos metros de altura, 3,35 metros de largo, y un peso de cinco toneladas de la época de Dickens. Fue diseñada por Charles Babbage en la década de 1840 y consistía en una miríada de bloques, cilindros, discos, engranajes y palancas dispuestos regularmente, todos de metal brillante. A primera vista parecía un montón de otras máquinas del siglo XIX. Pero después de mirarla un rato, me di cuenta de que, a diferencia de esas máquinas, era imposible decir qué hacía esta realmente. No era que se ponía una materia prima en la máquina por un extremo –pulpa, algodón, tinta– y salía un producto por el otro. Sino más bien, se hacía desde un extremo, pero tanto la materia prima como el producto final eran invisibles. El operador giraba una manivela en un extremo, y el movimiento se propagaba a través de la máquina, cambiando parte tras parte, hasta que una serie de números se imprimían en el otro extremo. Por lo tanto, se podría decir que la máquina fabricaba números. Pero, ¿qué eran esos números? Realmente no existían, ¿no?

A lo largo de la historia se ha dicho que la matemática es el lenguaje de la naturaleza, pero yo ni siquiera podía comprender algo tan simple como la relación entre el lenguaje de la matemática y las leyes del mundo físico. Si los números fueran abstractos y la matemática derivara de axiomas fundamentales, sería un sistema cerrado, y en ese caso, ¿cómo describiría y calcularía los acontecimientos más asombrosos en el mundo natural – que no eran abstractos en absoluto?

Lo que me carcomía por dentro era que había respuestas a esta pregunta. Cantidades de personas entendían esto pero nadie que yo conociera – mi círculo de amigos estaba formado por personas que en su mayoría se ocupaban de la literatura y el arte en una forma u otra. Ninguno de ellos podía decir qué era realmente la matemática, y yo no podía entender lo que encontré online o en los libros. Era una especie de analfabetismo. Tenía que encontrar a alguien que pudiera explicarme los fundamentos.

***

De todos los libros que leí, hay uno que se destaca. Se llama Ways of Being y fue escrito por el autor y artista británico James Bridle.Se trata de las diferentes formas de inteligencia no humana. El punto de partida es que las nuevas máquinas inteligentes no son neutrales en absoluto, sino que fueron creadas en un entorno específico bajo ciertas condiciones, y que reflejan eso – Bridle denomina a su inteligencia “inteligencia corporativa”. “¿Qué significaría construir inteligencias artificiales y otras máquinas que se parecieran más a pulpos, a hongos, o más parecidas a los bosques?”. Bridle escribe, y también se ocupa de otras formas de computadoras: orgánicas, computadoras hechas de cangrejos, abejas, palomas, termitas, agua. ¡Computadoras hechas de cangrejos!

Leí que un hombre llamado Stafford Beer, que era consultor de gestión en United Steel, en los ´60 y los ´70 había buscado una solución al problema de la impredicibilidad. ¿Cómo podíamos crear máquinas capaces de adaptarse a nuevas situaciones y no simplemente trabajar con escenarios preprogramados? Realizó varios experimentos que involucraron ratones y ratas, abejas y hormigas, como así también experimentos reales y físicos con computadoras y criaturas vivientes. Construyó un tanque, lo llenó de agua de estanques cercanos, y experimentó con señales de luz a las que las criaturas respondían. “La idea de Beer”, según Bridle, “fue que si estos dos sistemas — el estanque y la fábrica —podían relacionarse de alguna manera, entonces los cambios en uno detonarían cambios en el otro”.

Esto era increíblemente irresistible. Llevaba la tecnología a la naturaleza, la hacía tan tangible como los fenómenos en ella, e incluso si aún era misteriosa, lo era del mismo modo que los animales y las plantas eran misteriosos.

Le envié un correo electrónico a Bridle y le solicité una entrevista. Suponía que Bridle estaba en el Reino Unido, pero resultó que él y su familia vivían en una isla lejos de la costa de Atenas, y no tenían planes de ir a Londres pronto.

***

Una mañana temprano, unas semanas más tarde, seguí el flujo de pasajeros por la pasarela de un ferry, buscando a James Bridle en la caótica escena que se desarrollaba ante mí. Los autos salían del arco abierto hacia el pequeño pueblo al final del muelle. La gente se abrazaba, se subía a los autos, arrastraba valijas hacia la hilera de edificios de la orilla. El aire olía a agua salada y gases de escape, y el sonido de los motores del ferry retumbaba contra el lateral del muelle. Bridle me había enviado un mensaje antes para decirme que me esperaría en el muelle con una remera naranja, y ahora vi a alguien con esa remera, pantalones cortos, gorra de béisbol y anteojos de sol, que aparecía desde atrás de un bloque de hormigón. Bridle era bastante alto y sus movimientos mientras caminaba hacia mí eran desgarbados, juveniles.

“¿James?”, le pregunté.

“Hola”, me respondió.

Nos dimos la mano y James me llevó hasta un automóvil Honda polvoriento color oro viejo.

“Pensé que podíamos ir a la montaña”, dijo James mientras subíamos al auto. “Se llama Monte Hellanion. Los locales lo llaman simplemente Óros, que significa ‘la montaña’. Esto llevó a que en muchos lugares se le llame monte Óros, es decir, “Monte Montaña”. ¡Ja ja!”

El camino iba entre un puerto lleno de veleros y barcos de pesca y un muro de casas blancas y amarillas con marcos y cortinas pintadas de colores brillantes y vívidos – verde, rojo, azul, violeta, amarillo. El callejón angosto ocasional conducía al centro de la ciudad, que parecía vibrar de vida. No tardamos mucho en convertirnos en uno de ellos y salir más arriba, donde las casas estaban más dispersas.

Le pregunté cuánto hacía que vivían allí; James me explicó que su familia vivía en Atenas, pero después de visitar a unos amigos aquí decidieron mudarse durante la pandemia.

“Compramos un lote y pronto comenzamos a construir. Acabamos de pasar pero te lo voy a mostrar en el camino de regreso. Entre paréntesis, ahí está la montaña”.

James señaló con la cabeza una montaña cónica que se elevaba bastante en pendiente delante de nosotros. No mucho después, doblamos por un camino de grava y estacionamos. Aparte del chirrido de las cigarras, todo estaba completamente en silencio. James sacó un frasco de protector solar de una mochila, se puso un poco, me lo dio y yo hice lo mismo.

James tenía una energía amigable, aunque había algo cauteloso en ellos, como puede ser a veces el caso de dos personas que no están muy seguras de dónde se encuentran juntos.

Poco después, íbamos por un sendero, James adelante. Hicieron varias pausas; podía ser una araña enorme en una telaraña que llamaba su atención, un pájaro que volaba en círculos en el cielo, el tintineo de las campanitas de las cabras en algún lugar debajo, o, cuando se inclinaron y señalaron a una lagartija muerta de colores brillantes, con la cabeza arrancada a medias y sangre a lo largo de la herida, rodeada de un enjambre de moscas pequeñas.

“Bueno, ¿de qué querías hablar conmigo?” dijo James de espaldas a mí mientras el camino hacía una curva.

Era una pregunta oportuna. Después de todo, James me había dado un día entero de su tiempo. Y tenía que ser algo importante, ya que yo había viajado desde Londres solo para conversar con ellos. Pero el hecho era que yo todavía no lo había descubierto.

“No estoy del todo seguro”, le respondí, dubitativo. “Pero me di cuenta de que no sé nada sobre la tecnología de las computadoras; soy totalmente ignorante, aun cuando representa una gran parte de mi vida. Comencé a leer un poco sobre el tema, incluyendo tus libros. Verdaderamente me gusta la idea de otras inteligencias, otras formas de pensamiento que existen en el mundo. Lo que escribes sobre las computadoras cangrejo no lo había escuchado nunca antes. Así que sí, no sé . . .”

“Ya veo”, dijo James.

Tal vez unos veinte metros hacia adelante, en una saliente, había una capilla pequeña. Al lado, bajo la ladera de la montaña, vi un pequeño estanque de piedras lleno de agua. Nos sentamos, James me ofreció agua de una botella, y bebí un sorbo. Todo estaba en completo silencio.

“En la antigüedad aquí había un templo”. dijo James. “Para Zeus Helanio, a quien toda la montaña estaba dedicada. El templo principal estaba aquí, y había una zona de ritual más pequeña para sacrificios en la cima”.

“Parece un lugar sagrado”, le dije. El agua clara en la piedra dura, los colores marrones brillantes que resplandecían, la montaña ante nosotros, el valle debajo, el silencio. La luz del sol resplandeciente sobre el mar.

“Sí”, dijo James.

“¿Te parece que fue construido aquí porque había un manantial?”

James negó con la cabeza.

“No es un manantial. Es una cisterna. La llaman souvales. Hay muchas en esta zona. Las hicieron los pastores, Dios sabe hace cuánto tiempo. La gente todavía las usa”.

Mientras continuábamos, James me contó sobre hallazgos arqueológicos aquí que tenían más de tres mil años de antigüedad, del período micénico. Es decir, la época que describe Homero, cuando la comprensión del destino de los hombres y las propiedades de las cosas se basaban en la presencia de poderes divinos invisibles.

Llegamos a la meseta en la cima y vimos un edificio blanco pequeño con grandes lonas a los dos lados. Allí es donde se estaban realizando la excavaciones, dijo James. No había cercas ni barreras, como si lo que había en el lugar no tuviera valor. O como si no fuera más importante que cualquier otra cosa.

Nos sentamos, descansando contra la pared en la parte trasera del edificio. La vista era impresionante. Islas verdes con laderas montañosas blancas, inmóviles en el mar azul, que parecía temblar por los reflejos brillantes del sol. James me dio la botella y me dijo que habían estado en Eleusis hacía quince días y habían visto las excavaciones allí.

“Era una especie de culto órfico, no?” le pregunté.

“No, no exactamente. Era esencialmente un culto de dos mil años de antigüedad dedicado al ecomisterio. Se trataba de conquistar la muerte a través de la relación con la Tierra — ya que el universo está construido alrededor de círculos, no hay tal cosa como la muerte; es simplemente una recurrencia interminable de la vida en varias formas, y no hay nada que temer. Eso se comprendió a través del proceso de iniciación y misterio, y enseñanzas sobre el mundo natural que reconectaba a las personas. Eran realmente personas urbanas, todas viviendo en Atenas. Se trataba de entender a la Tierra y a los ciclos y su responsabilidad hacia ella”.

“Ya veo”.

“Algo importante era que esta no era una experiencia de pasaje de conocimiento, sino una experiencia de tener una experiencia. ¡Ja ja!”

“No había libros de texto”.

“No. No hay nada que se pueda aprender de manera abstracta. Lo único que se puede hacer es experimentarlo y hacerlo por uno mismo. Hay que hacerlo, hay que experimentarlo, te tiene que pasar. Corporalmente, físicamente – porque eres parte del mundo. El mundo está jodido porque nosotros estamos jodidos. Sanarnos a nosotros mismos es parte de sanar al mundo”.

Una ave de presa sobrevoló el mar de aire que se extendía sobre nosotros. Giró, volvió sobre sus pasos y desapareció de nuestra vista. Había viento allí arriba, pero el sol brillaba con fuerza, iluminando el vasto paisaje que se extendía a nuestros pies.

James me contó que ellos mismos iban a construir su casa nueva. James ya había construido el anexo donde la familia vivía ahora y le había tomado el gusto.

“Es más fácil de lo que uno piensa. ¿Oíste hablar de Walter Segal?”

“No. ¿Quién es?”

“Era un alemán que escribió una especie de manual de construcción de casas para personas comunes. Llevó a cabo un proyecto interesante en Lewisham en Londres, en los 80. Le entregaban lotes a la gente a cambio de que ellos mismos construyeran sus casas. Ninguno tenía experiencia en construcción. Lo hacían por la noche y los fines de semana. Las casas todavía están allí”.

Pensé que no podía ser tan simple. Lo más complicado que construí alguna vez fue una estantería para vinos desvencijada en la clase de carpintería cuando tenía doce años.

“Bueno, ¿volvemos?”, dijo James, levantándose. Bajamos por otro camino y pronto llegamos a un amplio camino de piedra que seguimos hasta el auto. James recogió a su familia en el pueblo, donde habían comprado pan y verduras, y luego volvimos a su casa y almorzamos en el patio sombreado. Después de comer, fuimos a un pequeño edificio de ladrillo inclinado que había en la propiedad para realizar nuestra entrevista. James preparó café, llenó una jarra con agua y llevó todo a una mesa amplia de madera maciza. Una suave brisa soplaba desde el mar; las hojas de un árbol susurraban sobre nosotros; algunos pájaros cantaban; por lo demás, todo estaba completamente en silencio y hacía un calor abrasador. Encendí el grabador de mi teléfono y lo puse sobre la mesa entre nosotros.

“Como te dije, pasé toda mi vida siendo completamente ignorante en lo que respecta a la tecnología”. “Hace poco que empecé a interesarme en ella, pero no la entiendo. No la comprendo. Tu libro... Me dejó realmente asombrado. Así que pensé que serías la persona adecuada a quien preguntar. ¿Qué es la informática?”

“¿Qué es la informática?”, dijo James, y sonó un poco sorprendido.

Sentí que se me calentaba la cara. Era como preguntarle a un autor qué es un libro o a un director qué son las películas. “Exacto”, dije. “Lo más básico. Damos por sentada la informática, pero si retrocediéramos doscientos años y viéramos lo que somos capaces de hacer ahora, nos parecería un milagro. ¿Qué es realmente?”.

“Es solo contar”, dijo James. “Es matemática práctica. Manipular símbolos para hacer representaciones del mundo y luego realizar operaciones específicas para cambiarlos. El ejemplo que siempre uso para la informática es el de las previsiones meteorológicas. Se toma una representación de algo, por ejemplo, todas las temperaturas en Europa en todas las diferentes ciudades en un día, y luego se realiza algún tipo de operación con ellas, con el fin de comprenderlas de una manera particular o proyectarlas hacia el futuro. Se trata simplemente de procesar información y convertirla en otra cosa con un propósito específico. Para predecir o analizar algo. Es un sistema para comprender el mundo. ¡Definitivamente no es un misterio!”

“Sí, ya veo”, le dije. “Pero si estás afuera, entonces . . . ”

“Pero eso, como todo lo demás, es algo que se hizo de forma consciente e inconsciente, esa es mi opinión. Lo hicieron deliberadamente quienes comercian con eso. Para parecer poderosos, para proteger los secretos corporativos, para poder cobrar mucho dinero por lo que hacen, etc. Al mismo tiempo, el sistema educativo no nos enseña formas de pensar que nos ayuden a comprender estas cosas. Pero, en realidad, es muy accesible para todo el mundo. Es un poco como si estuviéramos aquí sentados teniendo una conversación muy complicada acerca de cómo construir esta mesa. Sería más fácil construirla juntos.

Creo que las computadoras orgánicas son uno de los temas más fascinantes de tu libro. Computadoras hechas con cangrejos, hormigas y agua. Quizás lo más interesante sea lo que escribes sobre Stafford Beer y sus ideas. ¿Quién era realmente?

“Formaba parte de un círculo de personas en los 50 y 60 –ya sabes, cuando la idea de lo que era y lo que podía ser la informática era bastante reciente y estaba en constante cambio– que trabajaban en campos que se superponían entre la neurociencia, la psicología, en particular el conductismo, y la cibernética. Así que, sí, Beer hizo todos esos experimentos extraños en los que intentaba controlar los sistemas naturales de manera que sus computadoras pudieran responder al mundo real de alguna forma. Las computadoras digitales están fundamentalmente desconectadas del mundo; funcionan completamente sobre la abstracción del mismo. Se las alimenta con imágenes del mundo. Es como alguien que vive en una caja y conoce el mundo solo a través de fotos. Son dos cosas fundamentalmente diferentes. Es increíblemente fácil de manipular e increíblemente reduccionista. Y, por lo tanto, lo que sale es también una versión reducida del mundo. Las computadoras son fantásticas para algunas tareas, pero su dominio cultural es totalmente erróneo. Son fascinantes, brillantes e increíblemente ponderosas, e infinitamente interesantes. Pero cuando se conectan a grandes sistemas de poder y culturales, suceden cosas extrañas. Y la violencia que esto provoca es realmente aterradora”.

“¿Ves una salida?”

“Sí, bueno... No me dedico a salvar el mundo, pero sin duda sería un lugar mejor y más interesante si más gente se involucrara en crear estas cosas. Eso es lo fundamental: si más software, más edificios, más espacios sociales y más de todo estuvieran diseñados por más gente, ¡por supuesto que se crearía un mundo mejor y más interesante! Es una solución tan obvia. Pero hay razones por las que no es así. Una de las frases más famosas y brillantes de Stafford Beer fue “POSIWID”, que significa “el propósito del sistema es lo que hace”. Es una especie de máxima de la cibernética. Y es muy útil para diagnosticar sistemas. En lugar de decir: “Tenemos un sistema democrático, tenemos un sistema educativo”, se dice: “El propósito del sistema es lo que hace”. Y lo que produce nuestra sociedad son personas con poca formación, o con la formación justa para realizar tareas específicas: la forma de obtener una buena educación es estudiar algo que tenga un alto valor económico. Aparte de eso, estás bastante jodido. El propósito del sistema es reproducir una y otra vez las dinámicas de poder existentes en ese sistema. Eso es lo que hace. La sociedad no tiene ningún interés en educarte sobre cómo funciona la tecnología. Porque entonces crearías tu propia tecnología, y crearías una tecnología diferente, y alterarías el equilibrio del poder económico, etc. Pero es factible, y la gente lo hace todo el tiempo. Vos mismo podes hacerlo”.

“¿Lo haces?”

“Después de escribir mi primer libro, New Dark Age, caí en una profunda depresión. Probablemente más de lo que me daba cuenta en ese momento. Una forma de salir de esa depresión fue creando cosas. Compramos una pequeña camioneta que convertí en una casa rodante. Quería poner paneles solares en el techo, así que tenía que averiguar cómo hacerlo. Y ese fue precisamente el comienzo de un proceso que me sacó de la ansiedad climática. Empecé a fabricar lo que yo llamo juguetes solares: dispositivos de energía renovable increíblemente sencillos. Construyes una caja. La pintas de negro por dentro. Le pones una lámina de cristal encima. Ya tienes un horno solar. Puedes cocinar comida en él si lo orientas hacia el sol. Pones unos tubos metálicos livianos adentro, haces un agujero en la parte superior y en la inferior. Si lo pones al sol, incluso en pleno invierno, el aire frío entrará por la parte inferior y el aire caliente saldrá por la parte superior. Ya tienes un calentador. Puedes construir turbinas eólicas. Yo construí algunas. Hice una que carga mi teléfono. ¡Ja, ja! Pero esa no es precisamente la cuestión; se pueden utilizar para cosas más interesantes que eso. Descubrí que construir todos esos objetos me sacó de mi parálisis ante el futuro y me llevó a otro lugar. ¡Lo que no quiere decir que alguna de estas cosas vaya a salvarnos!”

“Comprendo”.

“Pero desarrollé una capacidad de respuesta que antes no tenía. Antes, mi opinión era que la tecnología es algo grande, aterrador y preocupante, y uno de los principales problemas del mundo occidental en este momento es que vivimos en una sociedad con sistemas muy grandes y complejos que nadie entiende realmente y sobre los que, básicamente, todo el mundo intenta no pensar. Eso, en sí mismo, te va a joder. Durante años le enseñé a la gente: puedo impartir seminarios de medio día sobre programación u ofrecer pequeñas visitas guiadas por la estructura física de la Internet. El seminario lo manifiesta, lo concreta y, en cierto modo, le pone manijas a este gran sistema para que deje de ser existencialmente aterrador. El peso que ves desaparecer de las personas cuando haces eso es extraordinario. Lo transforma de una fuerza completamente desconocida que simplemente actúa sobre sus vidas a ser algo en sus vidas cuyos límites pueden ver y conceptualizar un poco mejor. Yo lo llamo alfabetización tecnológica. Para mí, aprender a programar fue lo que lo logró. Una sensación de competencia frente a sistemas muy complejos. Esto es algo que simplemente no nos enseñan: la resolución generalizada de problemas, la curiosidad o cómo aprender. Por lo tanto, mis juguetes solares fueron una revelación: se puede hacer exactamente lo mismo con la carpintería”.

Hacía tiempo que habíamos terminado el café, y serví un poco de agua en los vasos. James se sentó con los antebrazos sobre la mesa y las manos entrelazadas. La pared de ladrillo del edificio inclinado detrás de nosotros brillaba con un color blanco, y las sombras jugaban sobre la mesa cuando el viento barría el follaje sobre nosotros. Los pájaros cantaban.

Dije: “No se puede computar el mundo físico, como tú dices. Creo que es esa mezcla del mundo físico y la naturaleza abstracta de las computadoras lo que me fascinó tanto de tus libros. Es algo personal, ¿sabes? Siento que falta algo en mi vida. Es como si viviera en una abstracción, en una realidad abstracta”.

“Cada vez que no estás anclado en el mundo, sientes una pérdida: se perdió. La razón por la que escribo sobre esto, y la razón por la que me fascina, es porque realmente lucho contra eso. En particular, hasta qué punto está bien que sea solo un sentimiento. No saberlo. Y no poder justificarlo, ni demostrarlo, ni señalarlo. Formo parte de mi cultura. Y mi cultura es científica, racional y se formó deliberadamente en contra de lo que consideramos superstición o esas otras formas de conocer el mundo. El mejor ejemplo en mi libro es la científica sobre la que escribo en Ways of Being, Monica Gagliano, que realiza el experimento con la memoria de las plantas”.

“Sí”.

“Y quién tiene también esta práctica chamánica en la cual las plantas le contaron cómo diseñar estos experimentos. Realmente luché contra eso. Aun cuando también hablé con esos espíritus de las plantas. Realmente existen. Yo los conocí. Fue una de las experiencias más aterradoras, poderosas y extraordinarias en mi vida. Y sin embargo, mi cerebro constantemente trata de decirme que no sucedió”.

“¿Me puedes contar la experiencia?”

“Sí. Tomé ayahuasca, un alucinógeno increíblemente poderoso. La mayor parte de quienes lo toman conocen a. . .la . . . la diosa. El espíritu que hay detrás. Y es muy aterradora. Y sí, me dio una visión. Me dio muchas cosas. Fue larga, y muy dura, y aterradora en muchas formas. También fue una de las experiencias más hermosas de mi vida. La visión central que tuve durante esta experiencia fue una visión del mundo en el cual las plantas ayudaban a la gente. Realmente impresionante. Literalmente vi una ciudad con gente moviéndose en ella, y las plantas ayudando. Alguien dando pasos y una vid como retorciéndose alrededor de ellos, y este mensaje increíblemente fuerte que provenía de algo así como estamos aquí para ayudarte. Queremos ayudarte. ¿Qué se supone que tengo que hacer con eso?” ¿Se supone que debo leer artículos científicos para explicar lo que acabo de experimentar? No sé cómo escribir sobre eso. Ni siquiera sé cómo hablar de eso. Sé lo ridículo que suena, ¡en lenguaje! ¿Verdad? Pero es bastante obvio que uno de los problemas con todo es que la humanidad se alejó en gran medida de esa relación con el mundo. Realmente, realmente obvio, pero ¿cómo lo abordamos? Una forma es tomar conciencia de que todo lo que crees saber sobre el mundo es una especie de abstracción. No tengo ningún problema con el método científico como forma de conocer el mundo. Siempre y cuando recuerdes que es solo una forma, y puedas verlo también desde otra perspectiva, entonces cambia mucho tu relación con el mundo. Eso es algo que me cuesta mucho expresar en este momento.

“¿Sí?”

“Ocupar varios puestos a la vez, lo cual es realmente muy difícil. Y a tu cerebro no le gusta mucho hacerlo. Pero lo que hace en última instancia es devolverte al mundo. Porque ves esas cosas como lentes en lugar de como el mundo, y de repente sales de ellas y estás en el mundo. Es como los misterios eleusinos. No hay ningún misterio en lo que ocurrió allí. Pero es indescriptible. Son dos cosas diferentes. La razón por la que nos encontramos en esta situación desesperada es que la ciencia no cree que lo indescriptible sea real”.

***

Después de la entrevista, me reuní con la familia de James en una playa del otro lado de la isla. El sol se ponía en el cielo, que se veía muy iluminado. El mar estaba azul oscuro, la arena dorada, la vegetación en la colina era de un color gris apagado. Un enorme yate estaba amarrado en la bahía, con el casco gris y las ventanas negras. Mientras nadábamos, James me habló de las nuevas especies de peces que aparecieron allí debido a la crisis climática. Los peces llegaron a través del canal de Suez. El agua estaba cálida y las voces de la playa eran un murmullo. Siempre había pensado que era el momento más inquietante del día, cuando el día se desvanecía y la noche esperaba invisible.

Aproximadamente una hora después, tomé el ferry de regreso a Atenas, pasé la noche en un hotel bajo la Acrópolis, que bajo los focos amarillos parecía flotar en la oscuridad sobre la ciudad, y tomé un vuelo de regreso a Londres a primera hora de la mañana siguiente, mientras todo lo que había visto y oído allí, en la isla griega, se hundía lentamente en el limo de la memoria, para ser recuperado de forma intermitente en los meses siguientes. Pasó el otoño y llegó el invierno. Mientras escribo esto, es primavera, y los bulbos que planté en octubre florecieron; están por todas partes en los canteros del exterior.

El lenguaje de los números puede decirnos cómo funciona algo, pero nada sobre lo que es. Hay que experimentarlo. En el antiguo culto eleusino, los iniciados eran conducidos a una habitación oscura, donde se los exponía a un torbellino de impresiones, sin que nadie les dijera lo que estaban viendo ni lo que significaba. Pero eso era solo la mitad de la iniciación. La otra mitad tenía lugar al año siguiente, cuando regresaban. Ahora veían la iniciación desde fuera, y se podría decir que solo entonces, cuando la mirada desde dentro se complementaba con la mirada desde afuera, se completaba la iniciación. Las conclusiones que sacaban de eso, lo que aprendían y comprendían, dependía totalmente de ellos.

Pero, ¿cómo ver el mundo desde afuera cuando ya no hay un afuera? Esa era mi pregunta. El mundo era impredecible, pero todos nuestros sistemas se basaban en la previsibilidad, lo que lo cerraba. James pensaba que estamos rodeados de innumerables formas de inteligencia distintas a la nuestra, formas de las que nos hemos aislado, y su interés por las computadoras orgánicas y otros experimentos que intentan introducir el azar en los aparatos tecnológicos provenía de su deseo de abrir el mundo. Una de las razones por las que James me gustaba tanto era su forma de pensar, que no excluía la tecnología, no la designaba como enemiga, sino que, al menos así lo sentía yo, depositaba esperanza en ella. ¿Dónde más se podía depositar? “Donde está el peligro, también crece el poder salvador”, tal como escribió una vez el poeta alemán Hölderlin.

Fuente: https://www.clarin.com

Por: ‘The reenchanted World’. Copyright 2025, Karl Ove Knausgaard. All rights reserved. Traducción al español: Patricia Sar.

 

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