Al
mismo tiempo, me encontré con una entrevista a un filósofo desconocido
para mí llamado Gilbert Simondon. En 1958, Simondon escribió sobre la
alienación que no se debía a la tecnología, sino a nuestra falta de
conocimiento sobre la tecnología: al tratar a la tecnología como una
simple herramienta, reduciéndola a su utilidad y negando su inherente
dignidad y complejidad; y al elevarla a una condición mística, viéndola
como una amenaza autónoma o una entidad ajena más allá de la comprensión
humana.
Era
una idea muy extraña, que el problema no era la tecnología, sino mi
relación con ella. ¿Qué tipo de relación tenía yo con la tecnología?
Acerca
de la tecnología, nunca había tomado una decisión independiente,
siempre fue ir de manera pasiva con el flujo de innovaciones, sin
sumergirme nunca en nada, siempre rindiéndome a la sensación de estar
cada vez más alejado del mundo. Sin tener control, aunque siendo
controlado de alguna manera – esa era la sensación. No controlado en
alguna forma personal; era más bien ser conducido por algún tipo de
poder invisible, siempre allí fuera del alcance. ¿Cómo retomar el
control de algo invisible?
Por
supuesto, podría darle la espalda a todo y mudarme al campo, al bosque,
a las montañas o al mar, y llevar una vida sana como un ludita sin
máquinas, cerca de la naturaleza. A veces dejé todo, viví en pequeñas
islas lejanas en medio del mar, en cabañas en el bosque y en las
montañas, no para acercarme a la naturaleza, hay que reconocerlo, sino
para escribir, y solo durante unos meses cada vez. Esos meses estuvieron
marcados por una carencia, un deseo constante de algo que no estaba
allí, algo que lo que había en ese lugar no podía satisfacer, ni el mar,
ni el bosque, ni las montañas. Estamos conectados unos con otros, los
que vivimos ahora, los que, si el destino lo permite, nos cruzamos algún
día por la calle o no, los que nos sentamos juntos en una estación de
autobuses una tarde o no. Hemos vivido los mismos tiempos, escuchado las
mismas historias, visto las mismas noticias, pensado de la misma
manera, tenido las mismas experiencias. Estamos entrelazados en las
vidas de los demás, y en ese entrelazamiento –que es invisible, un poco
como el campo de fuerza entre las partículas– es donde se crea el
significado, también el significado de la naturaleza. Quedó en mi
cabeza. Quedó en mí.
Todo
lo que tenía que hacer entonces, era cambiar el modo en el pensaba
sobre el mundo. El único problema era que los pensamientos eran
incapaces de llegar a donde la visión del mundo se había formado una
vez, y si contra toda probabilidad encontraban su camino, serían
demasiado ligeros y transitorios para cambiar algo, excepto a ellos
mismos. Sabía que el deseo de ver el mundo de manera diferente era el
por qué leía, que era lo único que buscaba. También era por eso que
escribía. Sin embargo, algunos sentimientos eran tan obvios que ni
siquiera los veía como sentimientos. En los 90, por ejemplo, estudié
literatura, historia del arte y estética, totalmente convencido de que
lo que estudiaba era acerca de la naturaleza humana, la vida y el
verdadero tejido de la existencia, mientras que las pobres almas en el
departamento de ciencias naturales eran instrumentalistas que jugaban
con materia muerta y números. En aquella época, gran parte de los
estudios literarios giraban en torno al estructuralismo, el
posestructuralismo y el deconstruccionismo. En muchos casos, esto
significaba que los textos se entendían como objetos aislados, sin
ningún vínculo con el mundo que los rodeaba, incluidos los vínculos con
el autor. Eran una especie de sistema cerrado de signos cuyo significado
surgía de las diferencias entre ellos, más que de la realidad
extratextual a la que apuntaban. Era fantástico. ¡Significante y
significado, significante y significación, fenotexto y genotexto,
denotación y connotación! Pero eran los signos los que nos tenían
encorvados, eran los signos con los que nos relacionábamos, de modo que
lo que hacíamos era básicamente una especie de codificación y
descodificación, mientras que eran los pobres del departamento de
ciencias naturales los que estaban en el mar, en el bosque o en el
campo, aprendiendo sobre biotopos y ecosistemas, sobre sangre y nervios,
galaxias y prados floridos. Ellos eran los que cortaban cuerpos,
programaban máquinas, escaneaban cerebros, investigaban los sueños y la
simbiosis de los árboles con los hongos. Su enfoque hacia la naturaleza
puede haber sido reduccionista, pero al menos la observaban. ¿Cómo no me
di cuenta de eso en ese entonces? ¿Cómo pude vivir bajo la ilusión de
que yo era el que estaba en contacto con la naturaleza, con la
naturaleza humana, cuando en realidad solo estaba jugando con signos y
abstracciones?
“¿Alguna
vez alguien dijo dónde el amo y el esclavo se enfrentan en una lucha?”
se lo pregunta el filósofo francés Michel Serres en su libro El contrato
natural. Ese es el tipo de pregunta que nunca aprendí a formular
cuando estudiaba humanidades. Mi entorno físico no me interesaba; la
naturaleza física, con la humanidad como parte de ella, nunca estuvo en
discusión.
“Nuestra cultura aborrece al mundo”, escribió Serres.
No
leía libros de ciencia. No sabía por qué no podia hacerlo, pero no
podía. De filosofía, sí. De sociología, sí. Historia, memorias,
biografías, eso sí. ¿Biología? ¿Física? ¿Astronomía? No.
Todo
eso cambió a mis cuarenta años, cuando comencé un proyecto que trataba
de romper las barreras entre la literatura y la vida. Poco a poco me di
cuenta de que lo que me interesaba era el mundo, la vida aquí, la
existencia, y no la literatura sobre eso, que era solo uno de los muchos
enfoques posibles. Había confundido ambas cosas.
Unos
años después, me encontré en una sala de operaciones en Albania,
cubierto con una bata de laboratorio, barbijo y cofia quirúrgica,
mirando a través del microscopio directamente a un cerebro vivo. Estaba
allí para escribir sobre un cirujano británico y autor, Henry Marsh. Su
equipo había hecho un orificio redondo bastante grande en la parte
superior del cráneo de una mujer joven el día anterior. Ahora lo
levantaban como una tapa y retiraban las suturas en las meninges para
que Marsh pudiera comenzar su trabajo. Localizó el tumor y comenzó a
extirparlo con una herramienta pequeña similar a un vacío. El tumor
estaba en el centro de la visión y hacía que la paciente viera cosas que
no existían. Había visto un incendio en un jardín – para ella era real,
pero no para los demás. Y me contó que una noche mientras miraba
televisión, las letras de los subtitulados parecían haber salido de la
pantalla y flotado en la habitación. El aire estaba lleno de letras.
Como el tumor estaba en una zona sensible, y era casi del mismo color
que el cerebro circundante, estuvo despierta todo el tiempo mientras
Marsh lo extirpaba parte por parte, de manera que un neurólogo le
pudiera dar a la paciente pequeñas tareas varias a intervalos regulares
para asegurarse de que Marsh no estaba extrayendo ninguna célula
crítica.
Nunca
me olvidaré lo que vi en el microscopio ese día. Vi montañas y valles, y
ríos de sangre. Vi una formación blanca similar a un glaciar inundada
por el río rojo: el tumor. Vi cuevas y cañones, pozos y gargantas. Fue
como ver un paisaje de otro planeta lejos en algún lugar en el espacio,
familiar y ajeno al mismo tiempo.
No
pude comprender que todos sus pensamientos existían debajo en ese
paisaje. Todas sus fantasías, problemas, relaciones, todo lo que ella
conoció, recordó, aprendió en la escuela . . . Las tablas de
multiplicar . . . ¿Las tablas de multiplicar estaban ahí en esa carne en
algún lugar?
Cuando
me enderecé y mi cuerpo volvió a la habitación para la que estaba
destinado, con todas sus máquinas parpadeantes y zumbantes, me sentí
mareado, como si hubiera estado de pie al borde de un acantilado.
Afuera,
las calles de Tirana estaban bajo la luz del sol de fines del verano
pesado. Todo lo que vi estaba destacado e intensificado. Todo era
físico. El pasto, los pensamientos, la sangre, el sol, el alma. Incluso
el misterio era físico. ¿No era eso de lo que se trataba la cristiandad,
que Dios es carne y sangre?
Esa
sensación de la materialidad del mundo que nunca más dejé ir desde
entonces. Me encantan los momentos que aparece por primera vez en el
mundo, como este magnífico pasaje del filósofo presocrático Empédocles,
en su obra De la naturaleza, del siglo V a. C.:
Así,
todos los animales inspiran y expiran; todos tienen tubos incruentos en
la carne, que se extienden por la superficie del cuerpo, en cuyas bocas
los extremos de su carne tubos incruentos en la carne, que se extienden
por la superficie del cuerpo, / en cuyas bocas los extremos de su carne
están perforados por numerosos surcos, para cubrir la sangre, aunque un
camino fácil está cortado para el éter en los canales. Desde aquí
entonces, cuando la sangre suave vuelve rápidamente, el éter ventoso se
precipita con un oleaje furioso, pero cuando la sangre salta hacia
arriba, el animal expira nuevamente; así como una niña juega con una
clepsidra de bronce brillante.
Así
es como se ve la verdadera primera ciencia natural, con un pie en el
mundo antiguo, empapado de dioses, expresado a través de poesía arcaica
(la misma forma que usó Homero en La Ilíada y La Odisea), y un pie en el
nuevo mundo emergente, expresado a través de lo desconocido previamente
o la noción no utilizada de que la explicación de un fenómeno se puede
buscar en el propio fenómeno. Sin embargo, los primeros filósofos no
abandonaron la noción de una realidad invisible e inalterable detrás de
lo visible; simplemente le dieron una forma nueva — reapareció en forma
de números. “Todas las cosas, al menos las que conocemos, contienen
números; ya que es obvio que no se puede pensar o conocer algo sin
números”, escribió Filolao. Los pitagóricos, a cuyo grupo él pertenecía,
creían que la realidad era fundamentalmente matemática. Pero este
enfoque racional hacia el mundo era una resonancia de algo más, ya que
los números no eran entidades matemáticas puras para los pitagóricos;
también tenían propiedades místicas.
Para
mí, esto era donde se volcaba todo: el punto en el cual el cerebro
material creaba pensamientos e imágenes inmateriales, y el mismo punto
invertido, cuando la computadora convertía los números abstractos en
acciones concretas. Era una especie de intersección donde los signos se
transformaban en realidad, y la realidad se transformaba en signos.
En
un intento por comprenderlo, una mañana tomé el tren hacia el Museo de
Ciencias para ver la Máquina Diferencial No 2 – que se decía era la
precursora de la computadora – con la idea de que cuanto más rústicos
los dispositivos, más fácil es comprender los principios. En el segundo
piso, rodeado de escolares que gritaban, me detuve delante de la máquina
pesada de más de casi dos metros de altura, 3,35 metros de largo, y un
peso de cinco toneladas de la época de Dickens. Fue diseñada por Charles
Babbage en la década de 1840 y consistía en una miríada de bloques,
cilindros, discos, engranajes y palancas dispuestos regularmente, todos
de metal brillante. A primera vista parecía un montón de otras máquinas
del siglo XIX. Pero después de mirarla un rato, me di cuenta de que, a
diferencia de esas máquinas, era imposible decir qué hacía esta
realmente. No era que se ponía una materia prima en la máquina por un
extremo –pulpa, algodón, tinta– y salía un producto por el otro. Sino
más bien, se hacía desde un extremo, pero tanto la materia prima como el
producto final eran invisibles. El operador giraba una manivela en un
extremo, y el movimiento se propagaba a través de la máquina, cambiando
parte tras parte, hasta que una serie de números se imprimían en el otro
extremo. Por lo tanto, se podría decir que la máquina fabricaba
números. Pero, ¿qué eran esos números? Realmente no existían, ¿no?
A
lo largo de la historia se ha dicho que la matemática es el lenguaje de
la naturaleza, pero yo ni siquiera podía comprender algo tan simple
como la relación entre el lenguaje de la matemática y las leyes del
mundo físico. Si los números fueran abstractos y la matemática derivara
de axiomas fundamentales, sería un sistema cerrado, y en ese caso, ¿cómo
describiría y calcularía los acontecimientos más asombrosos en el mundo
natural – que no eran abstractos en absoluto?
Lo
que me carcomía por dentro era que había respuestas a esta pregunta.
Cantidades de personas entendían esto pero nadie que yo conociera – mi
círculo de amigos estaba formado por personas que en su mayoría se
ocupaban de la literatura y el arte en una forma u otra. Ninguno de
ellos podía decir qué era realmente la matemática, y yo no podía
entender lo que encontré online o en los libros. Era una especie de
analfabetismo. Tenía que encontrar a alguien que pudiera explicarme los
fundamentos.
De
todos los libros que leí, hay uno que se destaca. Se llama Ways of
Being y fue escrito por el autor y artista británico James Bridle.Se
trata de las diferentes formas de inteligencia no humana. El punto de
partida es que las nuevas máquinas inteligentes no son neutrales en
absoluto, sino que fueron creadas en un entorno específico bajo ciertas
condiciones, y que reflejan eso – Bridle denomina a su inteligencia
“inteligencia corporativa”. “¿Qué significaría construir inteligencias
artificiales y otras máquinas que se parecieran más a pulpos, a hongos, o
más parecidas a los bosques?”. Bridle escribe, y también se ocupa de
otras formas de computadoras: orgánicas, computadoras hechas de
cangrejos, abejas, palomas, termitas, agua. ¡Computadoras hechas de
cangrejos!
Leí
que un hombre llamado Stafford Beer, que era consultor de gestión en
United Steel, en los ´60 y los ´70 había buscado una solución al
problema de la impredicibilidad. ¿Cómo podíamos crear máquinas capaces
de adaptarse a nuevas situaciones y no simplemente trabajar con
escenarios preprogramados? Realizó varios experimentos que involucraron
ratones y ratas, abejas y hormigas, como así también experimentos reales
y físicos con computadoras y criaturas vivientes. Construyó un tanque,
lo llenó de agua de estanques cercanos, y experimentó con señales de luz
a las que las criaturas respondían. “La idea de Beer”, según Bridle,
“fue que si estos dos sistemas — el estanque y la fábrica —podían
relacionarse de alguna manera, entonces los cambios en uno detonarían
cambios en el otro”.
Esto
era increíblemente irresistible. Llevaba la tecnología a la naturaleza,
la hacía tan tangible como los fenómenos en ella, e incluso si aún era
misteriosa, lo era del mismo modo que los animales y las plantas eran
misteriosos.
Le
envié un correo electrónico a Bridle y le solicité una entrevista.
Suponía que Bridle estaba en el Reino Unido, pero resultó que él y su
familia vivían en una isla lejos de la costa de Atenas, y no tenían
planes de ir a Londres pronto.
Una
mañana temprano, unas semanas más tarde, seguí el flujo de pasajeros
por la pasarela de un ferry, buscando a James Bridle en la caótica
escena que se desarrollaba ante mí. Los autos salían del arco abierto
hacia el pequeño pueblo al final del muelle. La gente se abrazaba, se
subía a los autos, arrastraba valijas hacia la hilera de edificios de la
orilla. El aire olía a agua salada y gases de escape, y el sonido de
los motores del ferry retumbaba contra el lateral del muelle. Bridle me
había enviado un mensaje antes para decirme que me esperaría en el
muelle con una remera naranja, y ahora vi a alguien con esa remera,
pantalones cortos, gorra de béisbol y anteojos de sol, que aparecía
desde atrás de un bloque de hormigón. Bridle era bastante alto y sus
movimientos mientras caminaba hacia mí eran desgarbados, juveniles.
Nos dimos la mano y James me llevó hasta un automóvil Honda polvoriento color oro viejo.
“Pensé
que podíamos ir a la montaña”, dijo James mientras subíamos al auto.
“Se llama Monte Hellanion. Los locales lo llaman simplemente Óros, que
significa ‘la montaña’. Esto llevó a que en muchos lugares se le llame
monte Óros, es decir, “Monte Montaña”. ¡Ja ja!”
El
camino iba entre un puerto lleno de veleros y barcos de pesca y un muro
de casas blancas y amarillas con marcos y cortinas pintadas de colores
brillantes y vívidos – verde, rojo, azul, violeta, amarillo. El callejón
angosto ocasional conducía al centro de la ciudad, que parecía vibrar
de vida. No tardamos mucho en convertirnos en uno de ellos y salir más
arriba, donde las casas estaban más dispersas.
Le
pregunté cuánto hacía que vivían allí; James me explicó que su familia
vivía en Atenas, pero después de visitar a unos amigos aquí decidieron
mudarse durante la pandemia.
“Compramos
un lote y pronto comenzamos a construir. Acabamos de pasar pero te lo
voy a mostrar en el camino de regreso. Entre paréntesis, ahí está la
montaña”.
James
señaló con la cabeza una montaña cónica que se elevaba bastante en
pendiente delante de nosotros. No mucho después, doblamos por un camino
de grava y estacionamos. Aparte del chirrido de las cigarras, todo
estaba completamente en silencio. James sacó un frasco de protector
solar de una mochila, se puso un poco, me lo dio y yo hice lo mismo.
James
tenía una energía amigable, aunque había algo cauteloso en ellos, como
puede ser a veces el caso de dos personas que no están muy seguras de
dónde se encuentran juntos.
Poco
después, íbamos por un sendero, James adelante. Hicieron varias pausas;
podía ser una araña enorme en una telaraña que llamaba su atención, un
pájaro que volaba en círculos en el cielo, el tintineo de las campanitas
de las cabras en algún lugar debajo, o, cuando se inclinaron y
señalaron a una lagartija muerta de colores brillantes, con la cabeza
arrancada a medias y sangre a lo largo de la herida, rodeada de un
enjambre de moscas pequeñas.
“Bueno, ¿de qué querías hablar conmigo?” dijo James de espaldas a mí mientras el camino hacía una curva.
Era
una pregunta oportuna. Después de todo, James me había dado un día
entero de su tiempo. Y tenía que ser algo importante, ya que yo había
viajado desde Londres solo para conversar con ellos. Pero el hecho era
que yo todavía no lo había descubierto.
“No
estoy del todo seguro”, le respondí, dubitativo. “Pero me di cuenta de
que no sé nada sobre la tecnología de las computadoras; soy totalmente
ignorante, aun cuando representa una gran parte de mi vida. Comencé a
leer un poco sobre el tema, incluyendo tus libros. Verdaderamente me
gusta la idea de otras inteligencias, otras formas de pensamiento que
existen en el mundo. Lo que escribes sobre las computadoras cangrejo no
lo había escuchado nunca antes. Así que sí, no sé . . .”
Tal
vez unos veinte metros hacia adelante, en una saliente, había una
capilla pequeña. Al lado, bajo la ladera de la montaña, vi un pequeño
estanque de piedras lleno de agua. Nos sentamos, James me ofreció agua
de una botella, y bebí un sorbo. Todo estaba en completo silencio.
“En
la antigüedad aquí había un templo”. dijo James. “Para Zeus Helanio, a
quien toda la montaña estaba dedicada. El templo principal estaba aquí, y
había una zona de ritual más pequeña para sacrificios en la cima”.
“Parece
un lugar sagrado”, le dije. El agua clara en la piedra dura, los
colores marrones brillantes que resplandecían, la montaña ante nosotros,
el valle debajo, el silencio. La luz del sol resplandeciente sobre el
mar.
“¿Te parece que fue construido aquí porque había un manantial?”
James negó con la cabeza.
“No
es un manantial. Es una cisterna. La llaman souvales. Hay muchas en
esta zona. Las hicieron los pastores, Dios sabe hace cuánto tiempo. La
gente todavía las usa”.
Mientras
continuábamos, James me contó sobre hallazgos arqueológicos aquí que
tenían más de tres mil años de antigüedad, del período micénico. Es
decir, la época que describe Homero, cuando la comprensión del destino
de los hombres y las propiedades de las cosas se basaban en la presencia
de poderes divinos invisibles.
Llegamos
a la meseta en la cima y vimos un edificio blanco pequeño con grandes
lonas a los dos lados. Allí es donde se estaban realizando la
excavaciones, dijo James. No había cercas ni barreras, como si lo que
había en el lugar no tuviera valor. O como si no fuera más importante
que cualquier otra cosa.
Nos
sentamos, descansando contra la pared en la parte trasera del edificio.
La vista era impresionante. Islas verdes con laderas montañosas
blancas, inmóviles en el mar azul, que parecía temblar por los reflejos
brillantes del sol. James me dio la botella y me dijo que habían estado
en Eleusis hacía quince días y habían visto las excavaciones allí.
“Era una especie de culto órfico, no?” le pregunté.
“No,
no exactamente. Era esencialmente un culto de dos mil años de
antigüedad dedicado al ecomisterio. Se trataba de conquistar la muerte a
través de la relación con la Tierra — ya que el universo está
construido alrededor de círculos, no hay tal cosa como la muerte; es
simplemente una recurrencia interminable de la vida en varias formas, y
no hay nada que temer. Eso se comprendió a través del proceso de
iniciación y misterio, y enseñanzas sobre el mundo natural que
reconectaba a las personas. Eran realmente personas urbanas, todas
viviendo en Atenas. Se trataba de entender a la Tierra y a los ciclos y
su responsabilidad hacia ella”.
“Algo
importante era que esta no era una experiencia de pasaje de
conocimiento, sino una experiencia de tener una experiencia. ¡Ja ja!”
“No había libros de texto”.
“No.
No hay nada que se pueda aprender de manera abstracta. Lo único que se
puede hacer es experimentarlo y hacerlo por uno mismo. Hay que hacerlo,
hay que experimentarlo, te tiene que pasar. Corporalmente, físicamente –
porque eres parte del mundo. El mundo está jodido porque nosotros
estamos jodidos. Sanarnos a nosotros mismos es parte de sanar al mundo”.
Una
ave de presa sobrevoló el mar de aire que se extendía sobre nosotros.
Giró, volvió sobre sus pasos y desapareció de nuestra vista. Había
viento allí arriba, pero el sol brillaba con fuerza, iluminando el vasto
paisaje que se extendía a nuestros pies.
James
me contó que ellos mismos iban a construir su casa nueva. James ya
había construido el anexo donde la familia vivía ahora y le había tomado
el gusto.
“Es más fácil de lo que uno piensa. ¿Oíste hablar de Walter Segal?”
“Era
un alemán que escribió una especie de manual de construcción de casas
para personas comunes. Llevó a cabo un proyecto interesante en Lewisham
en Londres, en los 80. Le entregaban lotes a la gente a cambio de que
ellos mismos construyeran sus casas. Ninguno tenía experiencia en
construcción. Lo hacían por la noche y los fines de semana. Las casas
todavía están allí”.
Pensé
que no podía ser tan simple. Lo más complicado que construí alguna vez
fue una estantería para vinos desvencijada en la clase de carpintería
cuando tenía doce años.
“Bueno,
¿volvemos?”, dijo James, levantándose. Bajamos por otro camino y pronto
llegamos a un amplio camino de piedra que seguimos hasta el auto. James
recogió a su familia en el pueblo, donde habían comprado pan y
verduras, y luego volvimos a su casa y almorzamos en el patio sombreado.
Después de comer, fuimos a un pequeño edificio de ladrillo inclinado
que había en la propiedad para realizar nuestra entrevista. James
preparó café, llenó una jarra con agua y llevó todo a una mesa amplia de
madera maciza. Una suave brisa soplaba desde el mar; las hojas de un
árbol susurraban sobre nosotros; algunos pájaros cantaban; por lo demás,
todo estaba completamente en silencio y hacía un calor abrasador.
Encendí el grabador de mi teléfono y lo puse sobre la mesa entre
nosotros.
“Como
te dije, pasé toda mi vida siendo completamente ignorante en lo que
respecta a la tecnología”. “Hace poco que empecé a interesarme en ella,
pero no la entiendo. No la comprendo. Tu libro... Me dejó realmente
asombrado. Así que pensé que serías la persona adecuada a quien
preguntar. ¿Qué es la informática?”
“¿Qué es la informática?”, dijo James, y sonó un poco sorprendido.
Sentí
que se me calentaba la cara. Era como preguntarle a un autor qué es un
libro o a un director qué son las películas. “Exacto”, dije. “Lo más
básico. Damos por sentada la informática, pero si retrocediéramos
doscientos años y viéramos lo que somos capaces de hacer ahora, nos
parecería un milagro. ¿Qué es realmente?”.
“Es
solo contar”, dijo James. “Es matemática práctica. Manipular símbolos
para hacer representaciones del mundo y luego realizar operaciones
específicas para cambiarlos. El ejemplo que siempre uso para la
informática es el de las previsiones meteorológicas. Se toma una
representación de algo, por ejemplo, todas las temperaturas en Europa en
todas las diferentes ciudades en un día, y luego se realiza algún tipo
de operación con ellas, con el fin de comprenderlas de una manera
particular o proyectarlas hacia el futuro. Se trata simplemente de
procesar información y convertirla en otra cosa con un propósito
específico. Para predecir o analizar algo. Es un sistema para comprender
el mundo. ¡Definitivamente no es un misterio!”
“Sí, ya veo”, le dije. “Pero si estás afuera, entonces . . . ”
“Pero
eso, como todo lo demás, es algo que se hizo de forma consciente e
inconsciente, esa es mi opinión. Lo hicieron deliberadamente quienes
comercian con eso. Para parecer poderosos, para proteger los secretos
corporativos, para poder cobrar mucho dinero por lo que hacen, etc. Al
mismo tiempo, el sistema educativo no nos enseña formas de pensar que
nos ayuden a comprender estas cosas. Pero, en realidad, es muy accesible
para todo el mundo. Es un poco como si estuviéramos aquí sentados
teniendo una conversación muy complicada acerca de cómo construir esta
mesa. Sería más fácil construirla juntos.
Creo
que las computadoras orgánicas son uno de los temas más fascinantes de
tu libro. Computadoras hechas con cangrejos, hormigas y agua. Quizás lo
más interesante sea lo que escribes sobre Stafford Beer y sus ideas.
¿Quién era realmente?
“Formaba
parte de un círculo de personas en los 50 y 60 –ya sabes, cuando la
idea de lo que era y lo que podía ser la informática era bastante
reciente y estaba en constante cambio– que trabajaban en campos que se
superponían entre la neurociencia, la psicología, en particular el
conductismo, y la cibernética. Así que, sí, Beer hizo todos esos
experimentos extraños en los que intentaba controlar los sistemas
naturales de manera que sus computadoras pudieran responder al mundo
real de alguna forma. Las computadoras digitales están fundamentalmente
desconectadas del mundo; funcionan completamente sobre la abstracción
del mismo. Se las alimenta con imágenes del mundo. Es como alguien que
vive en una caja y conoce el mundo solo a través de fotos. Son dos cosas
fundamentalmente diferentes. Es increíblemente fácil de manipular e
increíblemente reduccionista. Y, por lo tanto, lo que sale es también
una versión reducida del mundo. Las computadoras son fantásticas para
algunas tareas, pero su dominio cultural es totalmente erróneo. Son
fascinantes, brillantes e increíblemente ponderosas, e infinitamente
interesantes. Pero cuando se conectan a grandes sistemas de poder y
culturales, suceden cosas extrañas. Y la violencia que esto provoca es
realmente aterradora”.
“Sí,
bueno... No me dedico a salvar el mundo, pero sin duda sería un lugar
mejor y más interesante si más gente se involucrara en crear estas
cosas. Eso es lo fundamental: si más software, más edificios, más
espacios sociales y más de todo estuvieran diseñados por más gente, ¡por
supuesto que se crearía un mundo mejor y más interesante! Es una
solución tan obvia. Pero hay razones por las que no es así. Una de las
frases más famosas y brillantes de Stafford Beer fue “POSIWID”, que
significa “el propósito del sistema es lo que hace”. Es una especie de
máxima de la cibernética. Y es muy útil para diagnosticar sistemas. En
lugar de decir: “Tenemos un sistema democrático, tenemos un sistema
educativo”, se dice: “El propósito del sistema es lo que hace”. Y lo que
produce nuestra sociedad son personas con poca formación, o con la
formación justa para realizar tareas específicas: la forma de obtener
una buena educación es estudiar algo que tenga un alto valor económico.
Aparte de eso, estás bastante jodido. El propósito del sistema es
reproducir una y otra vez las dinámicas de poder existentes en ese
sistema. Eso es lo que hace. La sociedad no tiene ningún interés en
educarte sobre cómo funciona la tecnología. Porque entonces crearías tu
propia tecnología, y crearías una tecnología diferente, y alterarías el
equilibrio del poder económico, etc. Pero es factible, y la gente lo
hace todo el tiempo. Vos mismo podes hacerlo”.
“Después
de escribir mi primer libro, New Dark Age, caí en una profunda
depresión. Probablemente más de lo que me daba cuenta en ese momento.
Una forma de salir de esa depresión fue creando cosas. Compramos una
pequeña camioneta que convertí en una casa rodante. Quería poner paneles
solares en el techo, así que tenía que averiguar cómo hacerlo. Y ese
fue precisamente el comienzo de un proceso que me sacó de la ansiedad
climática. Empecé a fabricar lo que yo llamo juguetes solares:
dispositivos de energía renovable increíblemente sencillos. Construyes
una caja. La pintas de negro por dentro. Le pones una lámina de cristal
encima. Ya tienes un horno solar. Puedes cocinar comida en él si lo
orientas hacia el sol. Pones unos tubos metálicos livianos adentro,
haces un agujero en la parte superior y en la inferior. Si lo pones al
sol, incluso en pleno invierno, el aire frío entrará por la parte
inferior y el aire caliente saldrá por la parte superior. Ya tienes un
calentador. Puedes construir turbinas eólicas. Yo construí algunas. Hice
una que carga mi teléfono. ¡Ja, ja! Pero esa no es precisamente la
cuestión; se pueden utilizar para cosas más interesantes que eso.
Descubrí que construir todos esos objetos me sacó de mi parálisis ante
el futuro y me llevó a otro lugar. ¡Lo que no quiere decir que alguna de
estas cosas vaya a salvarnos!”
“Pero
desarrollé una capacidad de respuesta que antes no tenía. Antes, mi
opinión era que la tecnología es algo grande, aterrador y preocupante, y
uno de los principales problemas del mundo occidental en este momento
es que vivimos en una sociedad con sistemas muy grandes y complejos que
nadie entiende realmente y sobre los que, básicamente, todo el mundo
intenta no pensar. Eso, en sí mismo, te va a joder. Durante años le
enseñé a la gente: puedo impartir seminarios de medio día sobre
programación u ofrecer pequeñas visitas guiadas por la estructura física
de la Internet. El seminario lo manifiesta, lo concreta y, en cierto
modo, le pone manijas a este gran sistema para que deje de ser
existencialmente aterrador. El peso que ves desaparecer de las personas
cuando haces eso es extraordinario. Lo transforma de una fuerza
completamente desconocida que simplemente actúa sobre sus vidas a ser
algo en sus vidas cuyos límites pueden ver y conceptualizar un poco
mejor. Yo lo llamo alfabetización tecnológica. Para mí, aprender a
programar fue lo que lo logró. Una sensación de competencia frente a
sistemas muy complejos. Esto es algo que simplemente no nos enseñan: la
resolución generalizada de problemas, la curiosidad o cómo aprender. Por
lo tanto, mis juguetes solares fueron una revelación: se puede hacer
exactamente lo mismo con la carpintería”.
Hacía
tiempo que habíamos terminado el café, y serví un poco de agua en los
vasos. James se sentó con los antebrazos sobre la mesa y las manos
entrelazadas. La pared de ladrillo del edificio inclinado detrás de
nosotros brillaba con un color blanco, y las sombras jugaban sobre la
mesa cuando el viento barría el follaje sobre nosotros. Los pájaros
cantaban.
Dije:
“No se puede computar el mundo físico, como tú dices. Creo que es esa
mezcla del mundo físico y la naturaleza abstracta de las computadoras lo
que me fascinó tanto de tus libros. Es algo personal, ¿sabes? Siento
que falta algo en mi vida. Es como si viviera en una abstracción, en una
realidad abstracta”.
“Cada
vez que no estás anclado en el mundo, sientes una pérdida: se perdió.
La razón por la que escribo sobre esto, y la razón por la que me
fascina, es porque realmente lucho contra eso. En particular, hasta qué
punto está bien que sea solo un sentimiento. No saberlo. Y no poder
justificarlo, ni demostrarlo, ni señalarlo. Formo parte de mi cultura. Y
mi cultura es científica, racional y se formó deliberadamente en contra
de lo que consideramos superstición o esas otras formas de conocer el
mundo. El mejor ejemplo en mi libro es la científica sobre la que
escribo en Ways of Being, Monica Gagliano, que realiza el experimento
con la memoria de las plantas”.
“Y
quién tiene también esta práctica chamánica en la cual las plantas le
contaron cómo diseñar estos experimentos. Realmente luché contra eso.
Aun cuando también hablé con esos espíritus de las plantas. Realmente
existen. Yo los conocí. Fue una de las experiencias más aterradoras,
poderosas y extraordinarias en mi vida. Y sin embargo, mi cerebro
constantemente trata de decirme que no sucedió”.
“¿Me puedes contar la experiencia?”
“Sí.
Tomé ayahuasca, un alucinógeno increíblemente poderoso. La mayor parte
de quienes lo toman conocen a. . .la . . . la diosa. El espíritu que
hay detrás. Y es muy aterradora. Y sí, me dio una visión. Me dio muchas
cosas. Fue larga, y muy dura, y aterradora en muchas formas. También fue
una de las experiencias más hermosas de mi vida. La visión central que
tuve durante esta experiencia fue una visión del mundo en el cual las
plantas ayudaban a la gente. Realmente impresionante. Literalmente vi
una ciudad con gente moviéndose en ella, y las plantas ayudando. Alguien
dando pasos y una vid como retorciéndose alrededor de ellos, y este
mensaje increíblemente fuerte que provenía de algo así como estamos aquí
para ayudarte. Queremos ayudarte. ¿Qué se supone que tengo que hacer
con eso?” ¿Se supone que debo leer artículos científicos para explicar
lo que acabo de experimentar? No sé cómo escribir sobre eso. Ni siquiera
sé cómo hablar de eso. Sé lo ridículo que suena, ¡en lenguaje! ¿Verdad?
Pero es bastante obvio que uno de los problemas con todo es que la
humanidad se alejó en gran medida de esa relación con el mundo.
Realmente, realmente obvio, pero ¿cómo lo abordamos? Una forma es tomar
conciencia de que todo lo que crees saber sobre el mundo es una especie
de abstracción. No tengo ningún problema con el método científico como
forma de conocer el mundo. Siempre y cuando recuerdes que es solo una
forma, y puedas verlo también desde otra perspectiva, entonces cambia
mucho tu relación con el mundo. Eso es algo que me cuesta mucho expresar
en este momento.
“Ocupar
varios puestos a la vez, lo cual es realmente muy difícil. Y a tu
cerebro no le gusta mucho hacerlo. Pero lo que hace en última instancia
es devolverte al mundo. Porque ves esas cosas como lentes en lugar de
como el mundo, y de repente sales de ellas y estás en el mundo. Es como
los misterios eleusinos. No hay ningún misterio en lo que ocurrió allí.
Pero es indescriptible. Son dos cosas diferentes. La razón por la que
nos encontramos en esta situación desesperada es que la ciencia no cree
que lo indescriptible sea real”.
Después
de la entrevista, me reuní con la familia de James en una playa del
otro lado de la isla. El sol se ponía en el cielo, que se veía muy
iluminado. El mar estaba azul oscuro, la arena dorada, la vegetación en
la colina era de un color gris apagado. Un enorme yate estaba amarrado
en la bahía, con el casco gris y las ventanas negras. Mientras
nadábamos, James me habló de las nuevas especies de peces que
aparecieron allí debido a la crisis climática. Los peces llegaron a
través del canal de Suez. El agua estaba cálida y las voces de la playa
eran un murmullo. Siempre había pensado que era el momento más
inquietante del día, cuando el día se desvanecía y la noche esperaba
invisible.
Aproximadamente
una hora después, tomé el ferry de regreso a Atenas, pasé la noche en
un hotel bajo la Acrópolis, que bajo los focos amarillos parecía flotar
en la oscuridad sobre la ciudad, y tomé un vuelo de regreso a Londres a
primera hora de la mañana siguiente, mientras todo lo que había visto y
oído allí, en la isla griega, se hundía lentamente en el limo de la
memoria, para ser recuperado de forma intermitente en los meses
siguientes. Pasó el otoño y llegó el invierno. Mientras escribo esto, es
primavera, y los bulbos que planté en octubre florecieron; están por
todas partes en los canteros del exterior.
El
lenguaje de los números puede decirnos cómo funciona algo, pero nada
sobre lo que es. Hay que experimentarlo. En el antiguo culto eleusino,
los iniciados eran conducidos a una habitación oscura, donde se los
exponía a un torbellino de impresiones, sin que nadie les dijera lo que
estaban viendo ni lo que significaba. Pero eso era solo la mitad de la
iniciación. La otra mitad tenía lugar al año siguiente, cuando
regresaban. Ahora veían la iniciación desde fuera, y se podría decir que
solo entonces, cuando la mirada desde dentro se complementaba con la
mirada desde afuera, se completaba la iniciación. Las conclusiones que
sacaban de eso, lo que aprendían y comprendían, dependía totalmente de
ellos.
Pero, ¿cómo ver el mundo desde afuera cuando ya no hay un afuera? Esa
era mi pregunta. El mundo era impredecible, pero todos nuestros sistemas
se basaban en la previsibilidad, lo que lo cerraba. James pensaba que
estamos rodeados de innumerables formas de inteligencia distintas a la
nuestra, formas de las que nos hemos aislado, y su interés por las
computadoras orgánicas y otros experimentos que intentan introducir el
azar en los aparatos tecnológicos provenía de su deseo de abrir el
mundo. Una de las razones por las que James me gustaba tanto era su
forma de pensar, que no excluía la tecnología, no la designaba como
enemiga, sino que, al menos así lo sentía yo, depositaba esperanza en
ella. ¿Dónde más se podía depositar? “Donde está el peligro, también
crece el poder salvador”, tal como escribió una vez el poeta alemán
Hölderlin.
Fuente: https://www.clarin.com
Por: ‘The reenchanted World’. Copyright 2025, Karl Ove Knausgaard. All rights reserved. Traducción al español: Patricia Sar.
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