martes, 23 de diciembre de 2025

Cita CMX: “Cosillas para el Nacimiento” de Carlos Pellicer

Estas Cosillas para el Nacimiento (caso villancicos, aunque no son para cantar, ni se ajustan a la forma tradicional) permanecieron mucho tiempo dispersas. Pellicer no les daba importancia como poemas independientes (de ahí el nombre), sino como textos ancilares, subordinados a la verdadera obra que era el Nacimiento. Aunque los escribió desde 1976, no los editó separadamente, ni los incorporó a sus libros, fuera de quince que incluyó en los “poemas no coleccionados” de Material poético 1918-1961. Ahora las reúne el pintor Carlos Pellicer López, que continúa la tradición de poner el Nacimiento, después de ayudarle durante muchos años a su tío.

Pellicer puso en su casa el Nacimiento a lo largo de más de medio siglo. Hasta mil novecientos cuarenta y tantos fue un Nacimiento tradicional, aunque especialmente artístico: al ponerlo ejercía su vena de pintor. Por esos años, empezó a introducir elementos inusitados, que crearon de hecho un tipo de obra nueva, sin género conocido: una especie de auto sacramental de la luz, que expresa su religiosidad personal, que a nadie se le había ocurrido y que sin embargo resulta profundamente tradicional, porque reinventa el origen mismo de las fiestas de Navidad.

Las celebraciones navideñas incluyen representaciones del nacimiento de Cristo, que varían de la figura pintada a la de bulto, la teatral, la ritual, la sacramental; en la misa de Navidad, especialmente la de Gallo; en la celebración de las Posadas; en la representación de pastorelas; en pinturas y esculturas de muy diversas clases, especialmente el Nacimiento. Pellicer introdujo una nueva representación: la experiencia del amanecer.

La concepción teofánica del amanecer es universal y milenaria. Ha inspirado cultos solares que, al avanzar los conocimientos astronómicos, se han extendido al calendario anual. La misma lucha del sol con las tinieblas que puede verse en el curso del día (nacimiento, apogeo, muerte y renacimiento), puede verse en el curso del año. A partir del solsticio de invierno, los días crecen hasta el solsticio de verano, cuando empiezan a decrecer hasta la “muerte y renacimiento” del sol cada 21 días de diciembre. En el antiguo Egipto, en Grecia, en Roma, diversas religiones mistéricas celebraron, por estas fechas (25 de diciembre, 6 de enero) fiestas de renovación, que más tarde fueron adoptadas por los cristianos, con nuevos simbolismos: Cristo como sol, luz del mundo, nuevo Adán, renovador de la Creación.

No deja de haber cierto equívoco entre el renacimiento (cíclico) y la resurrección (histórica, definitiva). La verdadera fiesta “mistérica” del cristianismo es la Resurrección. La celebración de la Navidad tuvo un desarrollo tardío. Tiene algo de afirmación “pagana” de este mundo. Fue criticada en la patrística griega como una fiesta no muy cristiana. Empezó a celebrarse oficialmente en el siglo IV, y en el calendario eclesiástico quedó en cuarto lugar, después de la Pascua, Pentecostés y Epifanía. Sin embargo, ha llegado a ser la fiesta más popular del cristianismo. Se enriqueció con el árbol (de origen germánico, que simboliza el nuevo árbol del nuevo paraíso del nuevo Adán) y otros símbolos universales de año nuevo y vida nueva (la alegría, el desprendimiento). Recibió un impulso decisivo de San Francisco, que en 1223, en Greccio, inventó el Nacimiento: hizo participar a los animales en la misa, llevando un burro, un buey, un pesebre. (Celano no menciona más, aunque es de suponerse que, si no entonces, la Sagrada Familia llegó a ser representada). Para San Francisco, la Navidad era “la fiesta de las fiestas”. Sin negar la cruz, tomó en serio la figura de Cristo como nuevo Adán, que encabeza el nuevo nacimiento de este mundo, reconciliado con el otro.

Hay también en el Nacimiento algo de jardín japonés, que parece acentuarse en el caso de Pellicer. Llegó a representar no sólo el mundo sino aun el tiempo a escala. Y realizaba esa especie de práctica Zen que busca revelaciones en las piedras y otros elementos dados en la naturaleza: salía al campo y tenía el don de ver en una rama caída lo que luego en el Nacimiento parecía un vetusto bonsai. Toda su preparación de Nacimiento tenía algo de confianza en la inspiración, en la improvisación, en el “no busco, encuentro”, al mismo tiempo que de ascética y hasta previsora disciplina. Para las figuras, encargaba piezas únicas a un artesano. Después de encontrar piedras y ramas en el campo, hacía trabajos de carpintería, de pintura, de electricidad, de sonido. Seleccionaba música. Escribía. Antes de que se inventaran las grabadoras, se tomaba el trabajo de ir a grabar un disco con los versos para ese año. (Todo cambiaba cada año, dentro del mismo formato general.)

Puesto el Nacimiento, Pellicer se sometía a la disciplina de estar personalmente disponible de seis a nueve de la noche (más o menos) todos los días. Se tocaba el timbre de la casa de Sierra Nevada 779. Abría la vieja ama de llaves y pasaba a los visitantes a un recibidor junto a la escalera, por donde bajaba, nunca de inmediato, con esa mezcla suya de cordialidad bromista, de humildad y teatralidad. Conversaba, recibía los regalos, de haberlos, y seguía manteniendo la expectación. Por fin, abría la puerta a la cochera que nunca usó como tal. Todo el espacio, fuera de un pasillo al frente para los visitantes, estaba ocupado por una especie de escenario que, a través de una bóveda que representaba el cielo, cerraba al fondo con un horizonte curvo, espectacular. La inmensidad del espacio se acentuaba con diversos recursos de perspectiva: la alineación, el tamaño de las figuras, los colores, el tema de las “escenas” próximas y remotas. No había un árbol típico de Navidad. El conjunto recordaba más bien un gran paisaje del Valle de México pintado por Velasco. Y, como en los cuadros de Velasco, la luz era el personaje central. No el Niño, ni el portal que, sin embargo, estaban perfectamente puestos. La luz, la Luz del Mundo era el verdadero Niño presentado a la adoración. La adoración se producía. El silencio irrumpía entre los comentarios, las exclamaciones, las preguntas, hasta imponerse por completo. Entonces, cuando la visita parecía terminar, empezaba la parte culminante. Pellicer desaparecía tras una cortina lateral (nueva expectación) y ponía música. Empezaba a atardecer en el escenario, tan lentamente que los visitantes de primera vez tardaban en descubrirlo. El silencio era absoluto. Se producía una reverencia espontánea ante la inmensidad y misterio de la Tierra, vista de muy lejos, perdiéndose en la sombra, como si el espectador se hubiera desprendido, se hubiera vuelto música entre los ángeles, como si hubiera muerto y se despidiera con nostalgia. Luego venía la noche total. La bóveda estrellada daba frío. Y entonces, como una compañía inesperada, empezaba a oírse la voz, profunda y cálida al mismo tiempo, de Pellicer. Palabras conmovedoramente fraternales, que no rehúyen la inocencia, ni el balbuceo. Palabras franciscanas de comunión con todos en una naturaleza abierta al más allá misterioso. Del sol hundido de la soledad, empezaba a brotar el nuevo sol de la alegría. La luz encarnaba, se iba volviendo Niño. La tierra volvía a ser acogedora y habitable. ~

Publicado en Vuelta, no. 27, febrero de 1979.

Fuente: https://letraslibres.com

Por: Gabriel Zaid

 

Cosillas para el Nacimiento

Carlos Pellicer

11

¿Podría brotar la luz
de una perla nacida en la garganta de un pájaro?
¡Una perla nacida de un pájaro!
¿Podría levantarse la aurora
de los ojos de un ángel dormido
a la orilla de un lago olvidado?
¡La aurora en los ojos de un lago!

¿Podría entreabrirse de pronto un jardín
y quedarse mirando la dalia al jacinto
y el lirio a la rosa
y el nardo a la sombra de un lirio?
¡Un jardín como un ojo entreabierto y enorme, de pronto!
¿Podría la estrella que surge
del pecho sangrante del día
volar a través de un suspiro y posarse
en el hombro de un sueño hecho manto
que asila a cuantiosas criaturas que lloran?
Una estrella prendida en un manto que salva a los hombres!

La luz de una perla nacida de un pájaro
y la aurora en los ojos de un ángel
y el jardín entreabierto y atónito
y la estrella en el manto de un sueño que salva a los hombres,
son apenas la voz que en el alma nos dice,
que mucho antes que el cielo y la tierra y el agua y el fuego
fue creada la Virgen María.

Y la perla y el ave
y la aurora y el ángel
y el jardín y la estrella,
son la huella que deja a su paso la Virgen María. ~

1956

21

La noche está encendida
para pedir la paz.
La paz se queja ahora
cual paloma torcaz.
La paloma está herida,
salvémosla en su vuelo
—la miran con tristeza
los ángeles del cielo.
Pero esta noche tiene
tanta salud,
que el canto triste
de la paloma
se ha llenado de encanto.
Los árboles destruyen
la orfandad de la tierra,
porque Nuestro Señor
ha encendido
una guerra de paz;
así, una guerra
de paz tan poderosa,
que sólo no queriendo
deja uno ser la rosa
de los vientos de paz.
Porque Cristo es amor,
es también alegría
con espina y con flor
—la espina es cosa nuestra,
no de Nuestro Señor.
La ambición y la envidia
dan espina y no flor.

La ambición sin medida
va a parar a la guerra:
chocan el aire, el fuego
y el agua por la tierra.
Seamos como el árbol,
como el agua que ve
crecer su sombra líquida
esté el sol o no esté.

Esta noche alojemos
en nuestro corazón
las palabras tan simples
desta clara canción.
No digan de nosotros:
“Fue el genio de la guerra” ;
que de nosotros digan:
“Trajo la paz a la tierra”. ~

[1962]

23

Se fueron ya los árboles
se hundieron ya las rocas
y estamos, como el cielo,
sobre todas las cosas.

Con árboles dorados
como estrellas terrestres,
ha caminado el día
largo y breve.

Ansiosamente rocas
las rocas dan abismos
adonde chorrea el aire
sus invisibles niños.

La noche es como un sueño
volando tras un niño.
Duermo y al despertar
ya nada es siempre mío.

La noche tiene a Dios
tan cerca de nosotros,
que entre una estrella y otra
nos encontramos todos.

El niño de la noche
es el dueño del día,
un diamante en los labios
de una palabra íntima.

Si el niño que ha nacido
naciera en nuestro pecho,
ni rencor ni egoísmo
nos destruyera el sueño.

Sólo Cristo es la paz
porque él es sólo amor.
Sólo siendo amorosos
seremos siempre flor.

El amor a la vida
sea amor a la paz.
Hermano mío, ven:
la LUZ se anuncia ya. ~

Las Lomas, 25 de Dic. 1965

34

El águila y el vuelo
consideran la Luz de la Estrella
esta noche de Luz.
Después volarán a Patmos.

La federación de las piedras
me dice que un día
tendremos en manos
al Niño Jesús.

Todo es luz en la luz
esta noche de luz.

La gente que viene de lejos
viene a acercarse a la vida.
Lo eterno aparece en el tiempo.

Esta noche es el día más alto:
perdonar es matar a la muerte
y es nacer de una flor y de un canto.

Francisco de Asís inventó el Nacimiento
La Tierra fue
su primer Cielo.

La alegría está en Cristo.
Francisco sangró de alegría
por Cristo.

La Paz está en Cristo.
Sólo por Él seremos
espacio infinito.

Contra el odio el amor.
Contra el odio el amor. ~

Día de Navidad de 1976, Lomas de Chapultepec

Selección de la Redacción.

Publicados originalmente en: Carlos Pellicer, Obras. Poesía, edición de Luis Mario Schneider, Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, 1981, 981 pp.

 

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