domingo, 11 de agosto de 2024

Cita DCCLXII: París 1900, unos Juegos Olímpicos olvidados

 

 

Los Juegos realizados en la capital francesa coincidieron con la Exposición Universal y quedaron en un lejano segundo plano. 

Un agosto, pero de 1900, también se estaban realizando en París los Juegos Olímpicos. Tras la fundación del Comité Olímpico Internacional -que había tenido lugar en 1894 en la Universidad de la Sorbona- se habían llevado a cabo los primeros juegos olímpicos modernos en Atenas en 1896. Y el 24 de mayo de 1900 se inauguraron los segundos en la capital francesa, no sin la resistencia de los griegos, que acusaban al barón Pierre de Coubertin, fundador del por entonces recientemente creado Comité Olímpico Internacional (COI), de querer “robar una de nuestras más preciadas joyas de la cultura griega”.

En ese tiempo, París era una fiesta. Bajo el lema Le bilan d’un siècle (Balance de un siglo), el 14 de abril de 1900 se había inaugurado la Exposición Universal de París, que estuvo abierta al público durante 205 días y recibió 50 millones de visitantes. Desde el punto de vista de arquitectura y la morfología urbana, París fue la ciudad más transformada por las exposiciones universales con elementos que perduran hasta el día de hoy: el Grand y el Petit Palais, el puente Alejandro III, la estación de Orsay y el metro (aunque su inauguración estaba prevista para el inicio de la exposición, esto ocurrió solo el 14 de julio de 1900). En cierta medida, la exposición de París de 1900 se jactaba de darle la bienvenida al siglo XX. Y ese fue el escenario de los segundos juegos olímpicos modernos.

Las olimpíadas camufladas

Atenas 1896 había sido financiado con el fideicomiso constituido en el momento de la fundación del COI, en 1894, y con el aporte del gobierno griego así como con otras donaciones, entre ellas, la que hizo George M. Averoff, un hombre de negocios y filántropo griego (también atleta, de hecho, es considerado el primer ganador olímpico de los juegos modernos) para la remodelación del estadio. A pesar del entusiasmo que generó la restauración de este legado cultural entre los espectadores y los deportistas, no se logró recuperar las inversiones y, aparentemente, la prensa no prestó mayor atención al evento.

Con ese antecedente, la decisión de superponer las siguientes Olimpíadas con una Exposición Universal fue una estrategia para captar un público ávido de entretenimientos, y, así, evitar que los Juegos, nuevamente, cayeran en una apatía general que pusiera en jaque su continuidad. Hay que recordar que hubo varios intentos fallidos por hacer resurgir los juegos olímpicos clásicos. Entre 1612 y 1642, se competencias deportivas denominadas Cotswold Olimpick Games en Chipping Campden (en Inglaterra). Incluso en la Francia revolucionaria, entre 1796 y 1798, se celebraron tres veces las Olympiades de la République, que tuvieron, entre otras particularidades, el haber incluido el sistema métrico en el deporte.

Pero la competencia deportiva puesta en el marco de una exposición universal tuvo como resultado un brutal cambio de escala: mientras que en Atenas habían participado 241 deportistas, en París se congregaron 1225 (entre los cuales había 19 mujeres, en lo que significó la primera participación de deportistas de sexo femenino). Mientras que en Atenas, los juegos se realizaron entre 6 y el 15 de abril, en París se extendieron un poco más de cinco meses, entre el 24 de mayo el 28 de octubre. Mientras que en 1896 compitieron 14 países en 10 disciplinas, cuatro años después, lo hicieron 24 países en más de 40 disciplinas (aunque algunas no fueron reconocidas por el COI, como los globos aerostáticos y la pesca con caña). En París hubo carreras a pie, fútbol, hockey, tenis, béisbol, golf, gimnasia, esgrima, tiro, hípica, ciclismo, automovilismo y regatas, entre otros; y otras competencias sólo reservadas para los franceses: salvamento, ejercicios militares y competiciones escolares. La mayoría de las competencias tuvieron lugar en las afueras de París, en el bosque de Vincennes, entre otras.

Pero todo esto fue un caos. No había registros de los resultados de las competencias y algunos ganadores recibían sus medallas años después (algo que, en algún punto, resulta tan inexplicable como que el partido de fútbol entre la Argentina y Marruecos haya terminado en empate pero, con un gol que fue anulado dos horas después de haber culminado el juego, terminó consagrando vencedores a los marroquíes). Incluso el principal responsable de la organización, el barón de Coubertin, señaló que había “sido un milagro que el movimiento olímpico hubiera sobrevivido a estos Juegos”. El comisario general de la Exposición Universal, Alfred Picard, no quería que las olimpiadas eclipsaran la Exposición. Entonces se alió con la Union des sociétés fraçaises de sports athletiques (USFSA, la institución a cargo del deporte en Francia) para que las competiciones de ejercicio físico y deportes no usaran el nombre Juegos Olímpicos pero que sí “contaran como equivalentes a la II Olimpíada.” La estrategia fue tan exitosa que algunos atletas no supieron nunca, incluso hasta el final de sus días, que habían competido en los Juegos Olímpicos. Tampoco hubo ceremonia de apertura ni de clausura. Ni siquiera hubo un afiche promocional de los Juegos como un evento per se, sino que se hicieron afiches por especialidades; y uno de los que promocionaba las competiciones de esgrima (creación del rumano Jean de Paleologue), terminó siendo adoptado, luego de la finalización de las olimpíadas, como el cartel oficial de los Juegos Olímpicos de 1900.

Aun a pesar de la explosión de escala y repercusión social que tuvieron, los juegos, se confundían entre los tantos entretenimientos que ofrecía la Exposición Universal para el grand public. No fueron un evento con entidad propia, y nadie, en su tiempo, parecía estar demasiado convencido de que la iniciativa del COI fuera a perdurar. Parece que el hecho de que las olimpíadas siguientes hayan tenido lugar durante otra expo, la World Fair de Saint Louis en 1904 (y, por tanto, haya contado nuevamente con el público cautivo de la exposición), fue lo que garantizó la supervivencia de los Juegos. Mientras que en Atenas y en París no había habido oro (los campeones recibían una corona de laurel, una medalla de plata y un diploma; los segundos, la medalla fue de bronce, y los terceros, nada), en Saint Louis comenzaron a entregarse medallas de oro, plata y bronce al primer, segundo y tercer lugar de cada prueba respectivamente. Ahí hubo también una fuerte polémica: el desfile inaugural tuvo por título Día Antropológico, y fue una procesión de deportistas considerados inferiores que luego compitieron en series paralelas que no contaron en los registros oficiales. El barón De Coubertin se refirió a esto como un “espectáculo bochornoso.”

Desde 1997, el COI entrega la medalla de De Coubertin o la medalla al verdadero espíritu deportivo en honor al que se considera fundador de los juegos olímpicos modernos, que también fue, en gran medida, el responsable de que las olimpíadas no naufragaran en el olvido cuando los franceses, al revés que en la versión 2024, hicieron mucho para esconderla detrás de otro espectáculo.

Fuente: https://www.clarin.com

Por: Carla Lois

 

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