Algo que nos parece tan moderno como los Juegos Olímpicos fue una de las
principales citas deportivas, sociales y religiosas de la Antigua
Grecia. Y así fue durante varios siglos, unos doce siglos. Desde el año
776 a.C. hasta el año 393 d.C. cada cuatro años todos los hombres libres
de Grecia, desde simples campesinos a gobernantes, estaban invitados a
participar en los juegos. Aunque cualquiera podía hacerlo, eran soldados
profesionales por lo general los que acudían para dejar el nombre de su
ciudad en lo más alto y poner a los dioses de su lado. Las mujeres no
podían competir, ni siquiera asistir como público a ver la competición.
Sólo había una excepción: las carreras de carros. Todo el que tuviese un
carro sin importar su sexo podía inscribirse para la carrera. Así fue
como Cinisca, hija de un rey espartano, se hizo con dos coronas de la
victoria a principios del siglo IV a.C.
En esencia, los Juegos olímpicos de la antigüedad eran una fiesta
religiosa y una buena excusa para que los griegos repartidos por toda la
cuenca del Mediterráneo se reunieran y homenajeasen juntos al padre de
los dioses ofrendándole la corona de la victoria. Esta corona se
elaboraba con las hojas de un olivo centenario que era sagrado porque
pertenecía a Zeus. En el curso de los juegos, que duraban varios días,
se realizaban todo tipo de actos religiosos, incluida una hecatombe, es
decir, el sacrificio de cien bueyes de los que atletas y asistentes
daban buena cuenta justo a mitad del festival. Durante los juegos no se
podía guerrear. Se declaraba una tregua olímpica que tenía la misma
duración de los juegos. Si alguna polis la rompía a sus atletas no se
les permitía participar.
No eran muchas las disciplinas que practicaban, especialmente si lo
comparamos con los juegos de la era moderna. La disciplina más
importante era el pentatlón, que constaba de cinco pruebas: carrera de
velocidad, salto de longitud, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de
disco y lucha libre. Junto al pentatlón y las carreras, se celebraban
competiciones hípicas y combates de pancracio, una combinación del boxeo
moderno y lucha libre. Todas las competiciones se llevaban a cabo en el
hipódromo y en el estadio. Un estadio para los griegos era la distancia
de una carrera y eso variaba en función de la polis. El estadio de
Olimpia medía 192 metros. Desconocemos por qué, pero la leyenda asegura
que esa era la distancia que Hércules podía correr aspirando aire sólo
una vez. Aparte del estadio había gimnasios para los luchadores. No les
hacía falta ninguna instalación más. A lo largo de la dilatada
existencia de los juegos el estadio mantuvo sus dimensiones, aunque el
santuario en sí fue creciendo y ganando en ornamentación y lujo.
Cuando los romanos incorporaron Grecia a su imperio en el siglo II a.C.
se aficionaron a las olimpiadas, por lo que el santuario creció y se
transformó en un reclamo para los romanos acaudalados y para que ciertos
emperadores como Nerón se inscribiesen en las competiciones. A partir
del siglo III d.C. entraron en crisis, aunque la llama olímpica no se
apagó de golpe, se siguieron celebrando juegos hasta finales del siglo
IV. No sabemos por qué dejaron de celebrarse, seguramente por motivos
religiosos. La cristianización del imperio se llevaba mal con este tipo
de ritos paganos. Hubieron de pasar 1.500 años para que la idea de
celebrar unos juegos deportivos cada cuatro años se recuperase. Desde
entonces, y ha pasado ya más de un siglo, sólo las guerras han impedido
que las nuevas olimpiadas se celebren cada cuatro años.
Fuente: Podcast: La ContraHistoria
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