lunes, 11 de junio de 2018

P. Adolfo Franco, SJ: Comentario para el domingo 10 de junio


DOMINGO X TIEMPO ORDINARIO
Marcos 3, 20-35

En este párrafo del evangelio de San Marcos hay varias enseñanzas; tres muy importantes podemos destacar: la lucha contra el demonio, la blasfemia contra el Espíritu Santo, y la verdadera familia de Jesús.

Los maestros de la ley, para desautorizar a Jesús, lo califican de endemoniado y además dicen que echa los demonios con el poder del príncipe de los demonios y Jesús les responde "que un reino dividido no puede subsistir". La calumnia de los maestros de la ley se cae sola; y la enseñanza que Jesús les da a ellos en esta oportunidad, es muy necesaria también para nosotros, no sólo para los maestros de la ley. Un reino dividido no puede subsistir. Y podemos hacer una aplicación de esta afirmación de Jesús a nuestro propio corazón. Ya El había afirmado que no podemos servir a dos señores, a Dios y al dinero. Podríamos mirar en nuestro interior y darnos cuenta que nuestro corazón está dividido, que queremos a Dios y al dinero. O que permitimos tener al enemigo dentro de nosotros, y entonces nos sobrevienen las tentaciones: queremos superar el mal, pero admitimos las sugestiones del maligno: aceptamos malos deseos, venganzas, endurecimiento del corazón. Tenemos el corazón dividido entre el deseo de Dios, y la tibieza en buscarlo. Querríamos ser generosos, pero nos paraliza el egoísmo y la mezquindad. Y así en muchas cosas se muestra la duplicidad de nuestro interior. Ya San Pablo reconocía que había en su interior una ley que le inclinaba a lo que no quería; él sentía la batalla en su propio interior. Por eso la lección que debemos sacar de esta lección del Señor es procurar expulsar de nuestro interior al "enemigo" y a todos sus cómplices.

A continuación el Señor enseña sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo. Ciertamente esta enseñanza va unida a la lección que da a los maestros de la ley, porque no querían aceptar la evidencia del poder de Dios manifestado en Jesús; cerraban sus ojos a la luz, y por eso hacían la afirmación tan absurda de que Jesús echaba los demonios por el poder del demonio. Y qué blasfemia tan grande llamar a Jesús endemoniado, o en otras oportunidades llamarlo borracho y glotón. El empeñarse en no creer y en no buscar la verdad, no querer admitir las evidencias que Jesucristo manifestaba para que se le aceptara como el Mesías, constituían blasfemias contra el Espíritu Santo. Es también el caso de los Maestros que examinaron el milagro del ciego de nacimiento, que se empeñaron en no creer, o que ante el milagro de la resurrección de Lázaro, la reacción de los miembros del sanedrín fuera la de acabar con Jesús. El está dirigiéndose en esta ocasión especialmente a la dureza de corazón de los jefes religiosos de Israel. Y también puede dirigirse hoy día a los que cierran su corazón porque no quieren que Dios entre en él. Todavía puede darse lamentablemente esta postura hoy en día.

Finalmente tenemos la enseñanza sobre la familia de Jesús. Jesús dice: mi familia la constituyen los que cumplen la voluntad de mi Padre. Es justamente lo contrario de los que tienen el corazón dividido y aceptan en su interior al enemigo, y lo contrario de los que blasfeman contra el Espíritu Santo. Ahora se trata de sus amigos, de su familia. Se han presentado su madre y sus parientes, y Jesús utiliza esta circunstancia para destacar qué es lo esencial en su relación con El. Precisamente su madre, lo es por la elección que Dios hizo de Ella, pero también es el modelo de los que oyen la palabra de Dios y la cumplen; Ella que respondió a la propuesta de Dios, comunicada por el ángel, "he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Se trata entonces de dar la primera importancia al cumplimiento de la voluntad de Dios, para que Jesús nos reconozca como cercanos, como familia. Muchas veces entre nosotros prima el nepotismo, dar preferencias injustas por simples relaciones de parentesco; en Jesús nada de eso vale, lo que vale es la relación que tenemos con Dios mismo, si somos fieles a Dios, entonces Jesús nos reconoce como familia.

Adolfo Franco, SJ