lunes, 1 de octubre de 2018

P. Adolfo Franco, SJ: Comentario para el domingo 30 de septiembre



DOMINGO XXVI del Tiempo Ordinario
Mc 9, 37-42. 44. 46-47

Entre las varias enseñanzas que contiene este párrafo del Evangelio de San Marcos, hay un grupo de ellas que se refiere al escándalo, y a la gravedad de ese comportamiento.

Como la palabra escándalo a veces se usa con significados diversos, es bueno aclarar a qué se refiere Cristo en estas enseñanzas: escándalo es una acción inmoral, que por mal ejemplo, induce a otro al mal. Y Cristo lo reprueba con tal vehemencia que afirma: "El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar".

Es necesario tener muy en cuenta esta lección del Evangelio hoy en día, en que tantos comportamientos que incluso se generalizan infectan el ambiente social, y así se produce el contagio del pecado.

Tanto se habla de la necesidad de preservar el medio ambiente, y de la importancia que éste tiene para el bienestar de la humanidad. Y es verdad que hay que preservar el medio ambiente para que no se deteriore nuestra vida en el planeta. Pero además de cuidar la "ecología de la naturaleza, del aire y del paisaje", hay que cuidar de esa otra "ecología social", que es el clima de valores, y de principios que creamos a nuestro alrededor, como atmósfera, y que tanto influye en las conductas de los individuos particulares. Cuando arrojamos al medio ambiente social tantos elementos contaminantes, tantos actos de corrupción, estamos produciendo escándalo.

Tenemos que reconocer que en nuestra atmósfera social hay partículas suspendidas, que respiradas por las conciencias, las perjudican y las envenenan. Hay, por ejemplo, un erotismo exagerado, que puede ser causante de muchas desviaciones, y de una desvalorización del amor; esto produce tantas conductas perversas, de las cuales después nos alarmamos hipócritamente. Existe una tremenda permisividad, que confunde libertad con libertinaje. Existe una civilización del dinero, como la meta suprema a la que hay que sacrificar energías, y a veces la propia dignidad y la familia. Hay una pérdida de estima de la vida y de la paz: la violencia, el aborto, el terror, la venganza. Todo esto flota en la atmósfera social que respiramos. Y es patente que las atmósferas sociales son producto de todas las conductas de todos los individuos de una sociedad. 


Pero hay algunos más responsables, por la mayor capacidad de influjo que tienen en la sociedad, y por la mayor difusión que alcanzan con sus actuaciones. Es indudable que cuanto más liderazgo ejerce una persona, mayor influjo tiene a su alrededor. Las autoridades (en cualquier ámbito de la sociedad) tienen mayor influjo que los simples ciudadanos. Los medios de comunicación social tienen un poder de influjo enorme, y cada vez mayor. Y pueden hacer atractiva cualquier conducta desarreglada. A veces, por un afán sensacionalista, convierten al "malo de la película" en héroe, por la forma de presentar el personaje. 

Todos tenemos una grave obligación de mejorar la atmósfera social que respiramos. Y Jesús, el buen Jesús, es tremendamente duro con los que escandalizan: “más les valdría que les colgasen una piedra de molino y los arrojasen al mar”. Es que inducir al pecado es lo más nefasto que se puede hacer. Y esto termina pervirtiendo de tal forma la sensibilidad de la conducta, que llegamos a llamar progreso a lo que es simplemente degeneración. Esto indica que la contaminación de la atmósfera moral ha abierto un tremendo agujero en el “ozono protector” y que nuestra misma civilización (si es que es civilización) puede ser engullida por sus mismas desviaciones.

Adolfo Franco, SJ