lunes, 1 de mayo de 2017

Poeta 381: Fray Luis de León


FRAY LUIS DE LEÓN
 
Poeta español de notable importancia en la literatura española del renacimiento. Nacido en Belmonte (Cuenca), fue monje y más tarde vicario-general y provincial de la orden de los agustinos, en la que ingresó en 1543. Se licenció en Teología en la Universidad de Salamanca, y obtuvo la cátedra de Teología y Filosofía de la misma universidad en 1561. Prestigioso hebraísta y políglota que dominaba el griego, el latín, el caldeo y el italiano, tradujo el Antiguo Testamento, así como textos clásicos griegos y romanos y obras de escritores italianos contemporáneos. 

Fue encarcelado por la Inquisición durante cuatro años (1572-1576) a causa de sus disputas teológicas con los líderes de la orden de los dominicos (Orden de Predicadores). La acusación se basó en que prefería el texto hebreo de la Biblia al latino de la Vulgata, que era el texto oficial de la Iglesia, y además en que había traducido al castellano, es decir, una lengua vulgar, el Cantar de los Cantares de Salomón. Una anécdota muy conocida, que expresa muy bien su espíritu estoico, refiere que el primer día que se reintegró a su cátedra al salir de la prisión, todo el alumnado esperaba que hiciera mención a los años de cautiverio, sin embargo, comenzó la clase con la frase: "Dicebamus hesterna die... (Decíamos ayer...)". 

En 1582 nuevamente volvió a tener problemas con el Santo Oficio, pero esta vez sólo recibió una amonestación. Murió, en 1591, en su convento de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), donde se había retirado al abandonar sus clases de la universidad, por la edad. Sólo se conservan 23 de sus poemas líricos, marcados todos ellos por el humanismo del autor y su profundo conocimiento de los clásicos y la Biblia. Su obra lírica no fue publicada hasta 1631 y se encargó de hacerlo Francisco de Quevedo, con el fin de mostrar lo que era el estilo de los primeros y grandes poetas renacentistas. De estas obras destacan Vida retirada, una imitación del Beatus ille de Horacio, y las odas A Salinas y Noche Serena. La Oda a Salinas está considerada como uno de sus poemas más hermosos. Subyace en él una filosofía neoplatónica y una estética basada en la musicalidad de las palabras, por acercarse al arte de su amigo y organista Salinas, y en el canto a la naturaleza renacentista. 

En Noche Serena y en la Oda a Felipe Ruiz se percibe una nostalgia del cielo que hizo que algunos tratadistas lo consideraran como un escritor místico, sin embargo, no se aprecia el trance en estos versos y, además, el mismo autor, al saber que el padre Ángel Custodio Vega lo había definido como "gran místico doctrinal", salió al paso diciendo. "Yo no soy uno de ellos (místicos), con dolor lo confieso". Cierto que tiene obras de corte cristiano, como En la Ascensión o Morada del cielo, pero habría que considerarlas ascéticas. Considerado un maestro de la prosa castellana, su libro De los nombres de Cristo (1583) no es sólo una investigación sobre las Escrituras, sino también un estudio profundo y moderno de filosofía del lenguaje. En La perfecta casada (1583), obra que hay que considerar dentro de las características culturales de la época, describe las virtudes que deben acompañar a la mujer.

 
CANCIÓN DE LA VIDA SOLITARIA
 
¡Qué descansada vida
la que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspes sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado,
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!,
roto casi el navío,
a vuestro calmo reposo
huyo de aqueste mar tempestüoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza, o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves,
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero contigo;
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado, tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto;
y, como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura;
y, luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo, de pasada,
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían,
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me baste; y la vajilla,
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserablemente
se están los otros abrasando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando;
a la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plecto sabiamente meneado.

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