jueves, 26 de enero de 2023

Podcast La ContraHistoria: Flandes. La guerra interminable

 

 

A principios del siglo XVI los Países Bajos, un espacio geográfico que se corresponde a grandes rasgos con los actuales Holanda, Bélgica y Luxemburgo, estaban formados por una colección de principados unidos bajo la corona de los duques de Borgoña, que habían incorporado esos territorios un siglo antes mediante matrimonios. Los Países Bajos eran muy diversos. Contaban con prósperas ciudades mercantiles como Amberes, Gante o Brujas y con amplias áreas dedicadas a la agricultura y la ganadería. Esto se traducía en tensiones continuas entre la costa y el interior y entre las propias ciudades, en las que se había formado una poderosa burguesía. Cada uno de los principados mantenía sus propios fueros y privilegios que los sucesivos duques habían respetado a regañadientes.

El emperador Carlos V, nieto de María de Borgoña, acrecentó los dominios de la casa ducal sumando algunos condados situados más al norte. Poco antes de morir dejó el archiducado de Austria y los derechos imperiales a su hermano Fernando, y todo lo demás a su hijo Felipe, nacido y criado en Castilla. El monarca quería convertir a esos principados holandeses, también llamados Diecisiete Provincias, en un estado fuerte y centralizado similar a sus dominios españoles e italianos. Junto a eso quería uniformizar y mejorar la recaudación fiscal, algo que le urgía especialmente ya que el mantenimiento de su extenso imperio provocaba guerras continuas con los reyes de Francia. Pero ni Carlos ni Felipe podían imponer impuestos a las provincias sin su consentimiento. En ese estado de cosas penetró en el territorio la reforma protestante, que se extendió rápidamente por las provincias septentrionales. La situación se tornó insostenible en la segunda mitad del siglo pocos años después de que Felipe de Habsburgo heredase la corona. En 1568 estalló una rebelión que, en origen, tenía motivos religiosos. Los aristócratas que habían abrazado la reforma exigieron al rey que dejase de perseguir a los protestantes. Felipe ignoró su petición y poco después se produjo un levantamiento popular en Flandes. 

 Acababa de dar comienzo la conocida como revuelta holandesa que pronto devendría en una guerra larguísima de ochenta años de duración. La guerra atravesó varias etapas, incluyendo una prolongada tregua a principios del siglo XVII. El conflicto se confundió entonces con una guerra de contornos mucho más extendidos, la de los treinta años en el seno de Sacro Imperio. Felipe IV, nieto de Felipe II, tuvo que atender los dos frentes, el alemán en el que se batían sus parientes austriacos, y el flamenco, donde de nada sirvieron las victorias militares de los primeros años ya que otras potencias como Francia o Inglaterra vieron en los Países Bajos el punto más débil y expuesto de la monarquía hispánica.

Al terminar la guerra de los treinta años en 1648 hizo lo propio la de Holanda. En la paz de Münster, uno de los tratados de la Paz de Westfalia, el rey de España reconoció la independencia de las Provincias Unidas de los Países Bajos que ocupaba el territorio de lo que actualmente es Holanda. Retenía, eso sí, la parte meridional donde se mantuvo el catolicismo. Esa división de los antiguos Países Bajos de la Casa de Borgoña se ha mantenido hasta la fecha dando origen a Bélgica y Holanda. La guerra, por lo demás, debilitó seriamente a los Habsburgo españoles y puso los cimientos de la edad de oro holandesa.

Fuente: La ContraHistoria

 

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