sábado, 9 de agosto de 2014

Poeta 246: Jorge Pimentel Vásquez


JORGE PIMENTEL VÁSQUEZ

(Lima, 11 de diciembre de 1944), poeta peruano, fundador del movimiento Hora Zero junto a Juan Ramírez Ruiz en 1970, y líder del movimiento a lo largo de todas sus etapas. Nació en Lima el 11 de diciembre de 1944. Es el mayor de dos hijos del matrimonio de Enrique Pimentel Otero y Victoria Vásquez Cubas. Vivió su infancia en el distrito de Jesús María (Lima). Estudió en el colegio italiano Antonio Raimondi, y luego en la Universidad Nacional Federico Villarreal. En 1972 contrajo matrimonio con la bibliotecóloga Pilar Prieto Celi, con quien tiene dos hijos, Sebastián (cineasta, filósofo y crítico de cine) y Jerónimo Pimentel Prieto (periodista y poeta). Ha publicado seis libros de poesía. También se ha dedicado al periodismo; ha sido editor y cronista en diversos medios de prensa escrita (Visión Peruana, Página Libre, La República, La Crónica, Cambio) dirigidos por periodistas como César Hildebrandt y Guillermo Thorndike.




AVE SOUL

Es el segundo libro del poeta peruano Jorge Pimentel. Fue publicado en 1973 por la Editorial Rinoceronte, en España, y apenas tuvo prensa en su momento dentro y fuera del Perú.

Sin embargo, el libro ha terminado convirtiéndose en una obra de culto gracias a los poemas que se conocen de él en las antologías de la época, como es el caso de "Balada para un caballo" y "El lamento del sargento de aguas verdes". Lo que Pimentel no había podido comunicar en su primer libro, demasiado alborotado por su espíritu combativo, aquí está expresado espléndidamente. Sin duda es uno de sus grandes libros, y el que lo consolidó definitivamente dentro de la poesía peruana contemporánea.

La censura de ese entonces en España accedió a permitir la publicación de Ave Soul, con la excepción de la dedicatoria "A Salvador Allende. A los compañeros." Pimentel no dio su brazo a torcer, así que la publicó pero al final del poemario, burlando así a los esbirros culturales de Fraga.




BALADA PARA UN CABALLO

Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados de perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y aun mismo ritmo
antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.

Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.