Sepultureros en el cementerio de Vila Formosa enterraron
los cuerpos de víctimas de la COVID-19 en São Paulo en junio.
A pesar de la escala de la pandemia, los investigadores aún
no tienen certeza de cuán letal es el coronavirus.
Más de seis meses después de que comenzó
la pandemia, el coronavirus ha infectado a más de 11 millones de
personas en todo el mundo y, de ellas, más de 525.000 han muerto. Sin
embargo, a pesar del número creciente de víctimas, los científicos aún
no tienen la respuesta definitiva de una de las preguntas más
fundamentales sobre el virus: ¿qué tan letal es?
Un
cálculo sólido podría ayudar a los gobiernos a predecir cuántas muertes
ocurrirían si el virus se propagara sin control. La cifra, generalmente
conocida como índice de mortalidad por infección (IFR, por su sigla en
inglés), podría decirles a los funcionarios de salud qué esperar
conforme se propaga la pandemia en países densamente poblados como
Brasil, Nigeria e India.
En países aún más pobres, donde las amenazas letales como el sarampión y la malaria
son constantes y las decisiones presupuestarias difíciles son parte de
la rutina, esta cifra podría ayudar a los funcionarios a decidir si
gastan más dinero en concentradores de oxígeno o respiradores, o en
vacunas de sarampión y redes para mosquitos.
La
cuestión se volvió aún más compleja el mes pasado, cuando los Centros
para el Control y la Prevención de Enfermedades lanzaron datos que
sugieren que, por cada infección documentada en Estados Unidos, había en promedio diez casos no registrados, quizá debido a que eran muy leves o asintomáticos.
Si hay muchas más infecciones
asintomáticas de lo que se pensaba, entonces el virus quizá sea menos
letal de lo que hasta ahora ha parecido. No obstante, incluso ese
cálculo es complicado. El jueves 2 de
julio, después de que la Organización Mundial de la Salud sostuvo una
reunión de dos días en línea con 1300 científicos de todo el mundo, la
directora científica de la agencia, Soumya Swaminathan, señaló que el
consenso por ahora era que el IFR es de casi un 0,6 por ciento, lo cual
significa que el riesgo de muerte es de menos de uno por ciento.
Aunque no lo señaló, el 0,6 por ciento
de la población del mundo es igual a 47 millones de personas, y el 0,6
por ciento de la población estadounidense equivale a dos millones de
personas. El virus sigue siendo una gran amenaza. Actualmente,
los países tienen muy distintos índices de mortalidad por caso, o IMC,
el cual mide las muertes de pacientes que tuvieron COVID-19. En la
mayoría de los casos, ese número es más alto en los países que más
tiempo han tenido el virus.
De acuerdo con los datos reunidos por The New York Times,
China había reportado 90.294 casos hasta el viernes y 4634 muertes, con
un IMC del 5 por ciento. Estados Unidos se ha acercado mucho a esa
marca. Ha tenido 2.811.447 casos y 129.403 muertes, con un IMC de
alrededor del 4,6 por ciento. Esos porcentajes son índices mucho más altos que el índice de letalidad del 2,5 por ciento a menudo relacionado con la pandemia de gripe de 1918. Aun así, es difícil medir los índices de letalidad durante las pandemias, especialmente al inicio.
Durante el caos que ocurre cuando un
nuevo virus afecta severamente una ciudad, miles de personas quizá
mueran y sean sepultadas sin que les hagan una prueba y, claro, sin que a
todos les hagan autopsia. Jamás está
totalmente claro cuántos han muerto a causa del virus y cuántos
murieron de paro cardíaco, derrame cerebral u otras enfermedades. Eso ha
ocurrido tanto en la ciudad de Nueva York como en Wuhan, China, donde
comenzaron los brotes.
Normalmente,
en cuanto pasa el caos, se hacen más pruebas y se detectan más casos
leves y, debido a que aumenta el denominador de la fracción, disminuyen
los índices de letalidad. Sin embargo, los resultados no siempre son
constantes ni predecibles. Diez
países grandes, la mayoría de ellos de Europa occidental, han hecho
pruebas a porcentajes más grandes de su población que Estados Unidos, de
acuerdo con Worldometer,
que recopila estadísticas. Se trata de Islandia, Dinamarca, España,
Portugal, Bélgica, Irlanda, Italia, el Reino Unido, Israel y Nueva
Zelanda.
Sin embargo, sus índices de mortalidad por caso varían mucho.
El de Islandia es de menos del 1 por ciento y los de Nueva Zelanda e
Israel son de menos del 2 por ciento. El de Bélgica, en comparación, es
del 16 por ciento y los de Italia y el Reino Unido, del 14 por ciento. Ambas cifras —el índice de mortalidad por infección y el índice de mortalidad por caso— pueden diferir bastante según el país.
Hasta ahora, en
la mayoría de los países, alrededor del 20 por ciento de todos los
pacientes confirmados de COVID-19 se enferman lo suficiente para
necesitar oxígeno suplementario o incluso cuidados hospitalarios más
avanzados, dijo Janet Diaz, dirigente de cuidados clínicos del programa
de emergencias de la OMS. El que esos
pacientes sobrevivan depende de una serie de factores, incluyendo la
edad, las enfermedades subyacentes y el nivel de atención médica
disponible.
Se espera que los índices
de muertes sean más bajos en países con poblaciones más jóvenes y menos
obesidad, que suelen ser los países más pobres. En cambio, se considera
que las cifras deben ser más altas en países donde no hay tanques de
oxígeno, respiradores ni máquinas de diálisis y donde muchas personas
viven lejos de los hospitales. Esos también suelen ser los países más
pobres.
La OMS y varias beneficencias están esforzándose para comprar equipo de oxígeno para los países pobres y de ingresos medios en los que se está propagando el coronavirus. Y
ahora, nuevos factores se están introduciendo en la ecuación. Por
ejemplo, nuevas pruebas de que es más probable que las personas con tipo de sangre A se enfermen de gravedad podrían cambiar los cálculos de riesgo. El tipo de sangre A es relativamente poco común en África occidental y en el sur de Asia, y mucho menos común en los pueblos indígenas de Sudamérica.
Antes
de la reunión de la semana pasada, la OMS no tenía un cálculo oficial
del IFR, dijo Oliver Morgan, director de información de emergencias
sanitarias y evaluación de riesgos, en una entrevista a principios de
junio. En vez de esto,
se apoyaba en una mezcla de datos enviados por países miembro y por
grupos académicos, y en un metanálisis realizado en mayo por científicos
de la Universidad de Wollongong y la Universidad James Cook en
Australia.
Esos investigadores
analizaron 267 estudios de más de una decena de países, y luego
eligieron los 25 que consideraron más precisos, comprobaron su precisión
y sacaron un promedio con los datos. Concluyeron que el IFR era del
0,64 por ciento. Los Centros para el
Control y la Prevención de Enfermedades se basan en una “tasa de
letalidad sintomática” que “no es necesariamente el número de muertes
reportadas por casos reportados”. La mejor estimación para Estados
Unidos es de 0,4 por ciento, de acuerdo con un conjunto de escenarios de planeación emitidos a finales de mayo.
La
agencia no respondió a las solicitudes para explicar cómo calculó esa
cifra o por qué era mucho más baja que el cálculo de la OMS. Como
referencia, el 0,4 por ciento de la población estadounidense son 1,3
millones de personas. Los 25 estudios
que los investigadores australianos consideraron más precisos se
basaron en varias metodologías. Un informe, por ejemplo, se basó en
pruebas RCP diagnósticas de todos los pasajeros y la tripulación a bordo
del Diamond Princess, el crucero que atracó en Japón después de que lo
invadió el coronavirus. Otro estudio recogió datos de un examen de
anticuerpos de 38.000 españoles, mientras que otro incluyó solo a 1104
suecos.
El cálculo actual de la OMS
se basa en estudios posteriores más amplios de cuántas personas tienen
anticuerpos en la sangre; próximos estudios quizá refinen aún más la
cifra, dijo Swaminathan. No obstante, hay “mucha incertidumbre” en torno a cuántos portadores asintomáticos hay, dijo Morgan, de la OMS.
Para llegar al
nuevo estimado de los Centros para el Control y la Prevención de
Enfermedades, los investigadores analizaron muestras de 11.933 personas
en busca de anticuerpos para el coronavirus en seis regiones de Estados
Unidos. Nueva York reportó 53.803 casos hasta el 1 de abril, pero el
número real de infecciones fue 12 veces mayor, cerca de 642.000, calculó
la agencia.
La prevalencia de la
ciudad de Nueva York del 7 por ciento en el estudio de los Centros para
el Control y la Prevención de Enfermedades fue muy inferior al 21 por
ciento estimado en una encuesta estatal
en abril. Pero ese número se basó en personas reclutadas en los
supermercados, así que los resultados pueden haber sido sesgados hacia
las personas que salen de compras durante una pandemia, a menudo los
jóvenes, que se han visto menos afectados.
Los índices globales de letalidad aún podrían cambiar. Con una o dos excepciones, como Irán y Ecuador,
la pandemia primero llegó países más adinerados en Asia, Europa
occidental y Norteamérica, donde había atención médica avanzada
disponible. Ahora se está propagando
de manera generalizada en India, Brasil, México, Nigeria y otros países
donde millones están hacinados en barrios, los confinamientos han sido
relativamente breves y los hospitales tienen pocos recursos.
Sin
embargo, los índices de letalidad también podrían cambiar en los países
del norte conforme se acerque el invierno. La mayor parte de la
propagación del virus en Europa y en Norteamérica ha tenido lugar
durante la época de clima templado o cálido en la primavera y el verano.
Muchos expertos temen que las
infecciones y muertes se disparen en otoño conforme el clima más frío
obligue a las personas a quedarse al interior, donde es más probable que
se infecten entre sí. La disciplina respecto de usar cubrebocas y evitar respirar cerca de los demás será aún más importante en ese momento. En
cada una de las ocho pandemias de gripe que afectaron a Estados Unidos
desde 1763, una primera ola relativamente suave —sin importar en qué
época del año llegó— fue seguida por una ola más grande y mucho más
letal unos meses después, señaló Michael T. Osterholm, director del
Centro para Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la
Universidad de Minnesota.
Más de un
tercio de todas las personas que murieron por la gripe española, que
duró desde marzo de 1918 hasta finales de 1920, murieron en el corto
período entre septiembre y diciembre de 1918, aproximadamente seis meses
después de que una primera versión, relativamente leve, de lo que pudo
haber sido el mismo virus apareció en el oeste de Kansas. “Subiremos mucho más en los próximos 12 a 18 meses”, dijo Osterholm. Debido a que se trata de un coronavirus, no de influenza, es posible que no siga el mismo patrón, pero es “un transmisor mucho más eficiente que la influenza”.
Fuente: https://www.nytimes.com
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