Hace casi mil años (965 exactamente), el cristianismo quedó partido en
dos mitades. Una en Occidente regida desde Roma y otra en Oriente con el
patriarca de Constantinopla a su cabeza. A este acontecimiento, uno de
los más importantes de la historia de la Iglesia, se le conoce como el
"Gran Cisma" y tuvo consecuencias que aún hoy, casi un milenio después,
se dejan sentir. El cisma en cuestión se oficializó en el año 1054, pero las disputas
teológicas y litúrgicas entre Roma y Constantinopla venían de mucho
antes, desde los tiempos del Imperio Romano, cuando el emperador
Constantino decidió trasladar el centro político a orillas del Bósforo.
Un siglo más tarde el imperio de occidente entró en crisis terminal y
desapareció del mapa. La ciudad de Constantino había pasado así a ser la
heredera política del imperio, por lo que también quería ser la
heredera espiritual. El pontífice romano siguió reclamando la supremacía que a regañadientes
y no siempre aceptaban otros patriarcas como el de Alejandría, el de
Jerusalén o el de la propia Constantinopla. La relación entre ambas
sedes no hizo más que empeorar con el tiempo hasta que se produjo la
ruptura final a mediados del siglo XI. Hoy en La ContraHistoria viajamos
mil años atrás en el tiempo para entender por qué hoy se habla de
Iglesia romana y de iglesia oriental.
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