viernes, 3 de julio de 2020

Poeta 532: Oda al Jet de José María Arguedas

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

José María Arguedas Altamirano (Andahuaylas, Apurímac; 18 de enero de 1911-Lima, 2 de diciembre de 1969) fue un escritor, poeta, traductor, profesor, antropólogo y etnólogo peruano. Fue autor de novelas y cuentos que lo han llevado a ser considerado como uno de los grandes representantes de la literatura en el Perú. Introdujo en la literatura una visión interior más rica e incisiva del mundo indígena. La cuestión fundamental que se plantea en sus obras es la de un país dividido en dos culturas (la andina de origen quechua y la occidental, traída por los españoles), que deben convivir. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión. Su labor como antropólogo e investigador social se da en paralelo a su importancia y a la influencia que tuvo en su trabajo literario. Se debe destacar su estudio sobre el folklore peruano, en particular de la música andina; al respecto tuvo un contacto estrechísimo con cantantes, músicos, danzantes de tijeras y diversos bailarines de todas las regiones del Perú. Su contribución a la revalorización del arte indígena, reflejada especialmente en el huayno y la danza, ha sido muy importante. Fue además traductor y difusor de la literatura quechua, antigua y moderna, ocupaciones todas que compartió con sus cargos de funcionario público y maestro. Entre sus novelas están Los ríos profundos, Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo.

ODA AL JET

¡Abuelo mío! Estoy en el Mundo de Arriba,
sobre los dioses mayores y menores, conocidos y no conocidos.
¿Qué es esto? Dios es hombre, el hombre es dios.
He aquí que los poderosos ríos, los adorados, que partían el mundo, se
han convertido en el más delgado hilo que teje la araña.
El hombre es dios.
¿Dónde está el cóndor, dónde están las águilas?
Invisibles como los insectos alados se han perdido en el aire o entre las
cosas ignoradas.
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo: no os encuentro, ya no sois; he
llegado al estadio que vuestros sacerdotes, y los antiguos, llamaron el
Mundo de Arriba.
En ese mundo estoy, sentado, más cómodamente que en ningún sitio, sobre
un lomo de fuego,
hierro encendido, blanquísimo, hecho por la mano del hombre, pez de viento.
Sí. “Jet” es su nombre.
Las escamas de oro de todos los mares y los ríos no alcanzarían a brillar
como él brilla.
El temible filo de nieve de las sagradas montañas, allá abajo resplandece,
pequeñito; se ha convertido en lastimoso carámbano.
El hombre es dios. Yo soy hombre. Él hizo este incontable pez golondrina
de viento.
¡Gracias, hombre! No hijo del Dios Padre sino su hacedor.
Gracias, padre mío, mi contemporáneo. Nadie sabe hasta qué mundos
lanzarás tu flecha.
Hombre dios: mueve este pez golondrina para que tu sangre creadora se
ilumine más a cada hora.
¡El infierno existe! No dirijas este fuego volador, señor de los señores, hacia
el mundo donde se cuece la carne humana;
que esta golondrina de oro de los cielos fecunde otros dioses en tu corazón,
cada día.
Bajo el suave, el infinito seno del “jet”; más tierra, más hombre, más paloma,
más gloria me siento; en todas las flores del mundo se han convertido
mi pecho, mi rostro y mis manos.
Mis pecados, mis manchas, se evaporan, mi cuerpo vuelve a la dulce
infancia.
Hombre, Señor, tú hiciste a Dios para alcanzarlo, ¿o para qué otra cosa?
Para alcanzarlo lo creaste y lo persigues ya de cerca.
Cuidado con el filo de este “jet”, más penetrante que las agujas de hielo
terrenas, te rompa los ojos por la mitad;
es demasiado fuego, demasiado poderoso, demasiado libre, este inmenso
pájaro de nieve.
Cuidado que tu hijo te envíe el latido de la muerte; la mariposa que nació
de tu mano creadora puede convertir tu cabeza en cenizas.
Oye, hombre, ¡entiéndeme!
Bajo el pecho del “Jet” mis ojos se han convertido en los ojos del águila
pequeña a quien le es mostrado por primera vez el mundo.
No siento temor. Mi sangre está alcanzando a las estrellas;
los astros son mi sangre.
No te dejes matar por ningún astro, por este pez celeste, por este dios de
los ríos que tus manos eternas fabricaron.
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Dioses Montañas, Dios Inkarrí:
mi pecho arde. Vosotros sois yo, yo soy vosotros, en el inagotable furor
de este “Jet”.
No bajes a la tierra.
Sigue alzándote, vuela más todavía, hasta llegar al confín de los mundos
que se multiplican hirviendo, eternamente. Móntate sobre ellos,
dios gloria, dios hombre.
Al Dios que te hacía nacer y te mataba lo has matado ya, semejante mío,
hombre de la tierra.
¡Ya no morirás!
He aquí que el “jet” da vueltas, movido por la respiración de los dioses
de dioses que existieron, desde el comienzo hasta el fin que nadie sabe
ni conoce.


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