viernes, 1 de diciembre de 2023

Podcast La ContraHistoria: Kissinger y la ‘realpolitik’

 

 

No es habitual que un simple secretario de Estado se asegure la inmortalidad. De los 71 que han pasado por el cargo sólo un puñado se recuerdan con nombre y apellidos. Algunos porque tras ser secretarios de Estado accedieron a la presidencia. Ese fue el caso de James Madison, John Quincy Adams o James Monroe. Otros porque les tocó lidiar con asuntos de la máxima importancia en periodos convulsos. Cordel Hull, por ejemplo, fue el secretario de Estado de Franklin Delano Roosevelt durante más de una década, desde 1933 hasta finales de 1944. Casi toda la segunda guerra mundial pasó por la mesa de su despacho y sus gestiones alumbraron la Organización de las Naciones Unidas. Poco después entre Dean Acheson y John Foster Dulles se encargaron de diseñar la arquitectura de posguerra. Hombres singulares para momentos críticos. Esa es la razón por la que se les recuerda. 

Con Henry Kissinger sucedió algo similar, pero con él se dieron algunas peculiaridades. La primera que entre su salida de la Casa Blanca y su muerte transcurrió casi medio siglo, tiempo más que suficiente para pasar al olvido. Pero no fue así. Kissinger se las apañó durante todo ese tiempo para estar siempre de actualidad. La segunda su origen. Kissinger no era estadounidense de nacimiento, sino alemán. Vino al mundo en una pequeña ciudad de Baviera en 1923. No pertenecía a la burguesía acomodada ni tenía relación alguna con el poder. Su padre era un simple maestro de escuela que decidió marcharse junto a toda su familia unos años después de que los nazis llegasen a la cancillería. 

Una vez en Estados Unidos los Kissinger se establecieron en Nueva York. Allí el joven Heinz, el nombre que figuraba en su certificado de nacimiento, hizo la educación secundaria y estudió contabilidad con la idea de emplearse en alguna empresa de la City. Había llegado a Estados Unidos con quince años, hablaba inglés a la perfección, pero mantenía un ligero acento alemán que le acompañó hasta su muerte. No parecía alguien llamado a grandes gestas, un contable judeoalemán, emigrante de primera generación y extracción modesta. Pero en 1941 Estados Unidos entró en la guerra. Año y medio después fue llamado a filas y asignado en los servicios de inteligencia. Tres años pasó en Europa y llegó incluso a gobernar de forma interina la ciudad de Krefeld, en el valle del Rin, ya que los aliados no tenían demasiados efectivos que hablasen alemán con fluidez. 

En la guerra descubrió su verdadera vocación, la de entender cómo funcionaba el mundo y pensar el modo de influir sobre los acontecimientos. Se empleó como analista en la Fundación Rockefeller y eso le llevó de cabeza a la política. Nelson Rockefeller, el nieto del fundador de la Standard Oil, aspiraba a la presidencia del país y fichó a Kissinger como uno de sus asesores. Fracasó tres veces, pero su contrincante, un californiano llamado Richard Nixon, se fijó en el brillante consejero de Rockefeller y le llamó a su lado. Le puso al frente de la oficina de Seguridad Nacional y luego le nombró secretario de Estado. Desde ahí desplegó la doctrina de la “realpolitik”, en virtud de la cual, la política exterior no debía dirigirse desde los sentimientos ni las convicciones morales, sino desde la evaluación correcta de las fuerzas propias y ajenas.

Eso le llevó a aconsejar a Nixon que se entendiese con la China popular, que serviría de valladar frente a los soviéticos. Se bautizó a aquella política como distensión. La guerra fría iba para largo y ambas potencias tenían que convivir respetando mutuamente sus áreas de influencia. La URSS recogió el guante y aceptó esa distensión. Pero mientras aflojaba la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética en otras partes del mundo surgieron infinidad de problemas. Algunos heredados como la guerra de Vietnam, a la que Kissinger puso fin llevándose como premio un Nobel de la Paz, o el conflicto entre árabes e israelíes, que resolvió magistralmente forjando un acuerdo histórico entre Anwar el-Sadat y Menájem Beguin. Otros eran de nuevo cuño como la guerra de independencia de Bangladés o las dictaduras militares en Hispanoamérica. 

Kissinger combinó grandes aciertos con errores estrepitosos, pero esto último no le impidió convertirse en una celebridad mundial y un autor de éxito. Su historia personal es en buena medida la historia de un siglo. Eso mismo es lo que vamos a ver hoy en La ContraHistoria. 

Fuente: La ContraHistoria  

 

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