jueves, 14 de diciembre de 2023

Podcast La ContraHistoria: La medida del mundo

 

 

La obsesión con medir y pesar es connatural al ser humano. Todo lo que nos rodea tendemos a medirlo. No es algo exclusivamente nuestro, sabemos que las primeras civilizaciones ya lo hacían. Necesitaban, por ejemplo, tomar medidas de tierra o pesar el fruto de la cosecha. De aquellas medidas de la antigüedad remota poco nos ha llegado. Se trataba de sistemas de medida para uso local. Las comunidades humanas desarrollaban sus propias escalas para medir la longitud, el área, el volumen o la masa y luego ya se encargaban de convertirlas en las del vecino. No tenían necesariamente que estar interrelacionadas entre ellas. Eran pequeñas comunidades en un mundo vacío, el comercio era muy limitado, por lo que les bastaba con aquellos conjuntos de medidas tan básicos.

Conforme las civilizaciones se extendían y ganaban importancia esos primitivos sistemas de medidas fueron sofisticándose. Los antiguos egipcios desarrollaron el suyo propio, lo mismo sucedió en Mesopotamia y en la antigua Grecia. No es mucho lo que conocemos de ellos, pero, gracias a los jeroglíficos, sabemos que los egipcios utilizaban sus extremidades mara medir su entorno. Empleaban el dedo, la palma, el codo o el brazo, algo que también hacían los antiguos romanos, cuya unidad básica de longitud era el “pes”, es decir, el pie, que medía aproximadamente 30 centímetros. Los romanos desarrollaron un conjunto de medidas muy amplio y también muy complejo que incorporaba un sinnúmero de unidades para áreas y volúmenes entre las que no había relación decimal. Una milla romana, por ejemplo, no se correspondía con mil pies, sino con 5.000 pies, aproximadamente un kilómetro y medio. El sistema romano tuvo, eso sí, la peculiaridad de ser conocido en todo su imperio, aunque no siempre era el utilizado por los pueblos conquistados, que permanecían fieles a sus medidas tradicionales.

La Europa medieval desconectada ya del rodillo aplanador romano desarrolló también sus propias medidas, a veces relacionadas con el sistema romano y otras creadas desde cero para atender las necesidades de ciertas regiones. De este modo se fueron desarrollando sistemas propios en todos los reinos medievales que iban cambiando y transformándose. En Italia había varios. No medía lo mismo un pie milanés que uno romano o veneciano. En Francia sucedía lo mismo, aunque allí, por empeño de los monarcas, se terminó unificando en un sistema único. En España cada reino tenía su propio sistema de medidas, pero no eran idénticas. Una vara (unidad de longitud) burgalesa no medía lo mismo que una vara valenciana, algo parecido sucedía con la libra (unidad de masa) o con la arroba (unidad de volumen). Durante el reinado de Carlos IV se creo un sistema unificado, pero para entonces había aparecido ya el sustituto definitivo que barrería a lo largo del siguiente siglo con prácticamente todos los sistemas de medidas tradicionales: el sistema métrico.

Este sistema, nacido al calor de la Francia revolucionaria, estandarizaba todas las unidades de medida en base diez con nombres fácilmente reconocibles y de aplicación universal. La idea partió de la Asamblea Nacional y vio la luz años más tarde, ya con Napoleón convertido en cónsul. Era completamente nuevo y carecía de relación con los sistemas anteriores, pero su practicidad era indudable. No costaba realizar conversiones entre metros y kilómetros o entre gramos y kilogramos. Se hacía todo de forma rápida y valía para todos ya que era muy aséptico. A lo largo del siglo XIX los países del continente se fueron sumando al nuevo sistema que facilitaba el comercio, respondía a las necesidades de la creciente industria y acompañaba a los avances científicos. En sólo un siglo se había impuesto haciendo olvidar para siempre los sistemas tradicionales. Hoy, con contadas excepciones, el nuestro es un mundo métrico en el que, vayamos donde vayamos, entenderemos las medidas.

Fuente: La ContraHistoria  

 

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