lunes, 25 de diciembre de 2023

Libro: El Príncipe

 

 

Los que quieren lograr la gracia de un príncipe tienen la costumbre de presentarle las cosas que se reputan como que le son más agradables, o en cuya posesión se sabe que él se complace más. Le ofrecen en su consecuencia: los unos, caballos; los otros, armas; cuáles, telas de oro; varios, piedras preciosas u otros objetos igualmente dignos de su grandeza.

Queriendo presentar yo mismo a Vuestra Magnificencia alguna ofrenda que pudiera probarle todo mi rendimiento para con ella, no he hallado, entre las cosas que poseo, ninguna que me sea más querida, y de que haga yo más caso, que mi conocimiento de la conducta de los mayores estadistas que han existido. No he podido adquirir este conocimiento más que con una dilatada experiencia de las horrendas vicisitudes políticas de nuestra edad, y por medio de una continuada lectura de las antiguas historias. Después de haber examinado por mucho tiempo las acciones de aquellos hombres, y meditándolas con la más seria atención, he encerrado el resultado de esta penosa y profunda tarea en un reducido volumen; y el cual remito a Vuestra Magnificencia.

Aunque esta obra me parece indigna de Vuestra Grandeza, tengo, sin embargo, la confianza de que vuestra bondad le proporcionará la honra de una favorable acogida, si os dignáis considerar que no me era posible haceros un presente más precioso que el de un libro, con el que podréis comprender en pocas horas lo que yo no he conocido ni comprendido más que en muchos años, con suma fatiga y grandísimos peligros.

No he llenado esta obra de aquellas prolijas glosas con que se hace ostentación de ciencia, ni adornándola con frases pomposas, hinchadas expresiones y todos los demás atractivos ajenos de la materia, con que muchos autores tienen la costumbre de engalanar lo que tienen que decir. He querido que mi libro no tenga otro adorno ni gracia más que la verdad de las cosas y la importancia de la materia.

Desearía yo, sin embargo, que no se mirara como una reprensible presunción en un hombre de condición inferior, y aun baja si se quiere, el atrevimiento que él tiene de discurrir sobre los gobiernos de los príncipes, y de aspirar a darles reglas. Los pintores encargados de dibujar un paisaje, deben estar, a la verdad, en las montañas, cuando tienen necesidad de que los valles se descubran bien a sus miradas; pero también únicamente desde el fondo de los valles pueden ver bien en toda su extensión las montañas y elevados sitios. Sucede lo propio en la política: si para conocer la naturaleza de los pueblos es preciso ser príncipe, para conocer la de los principados, conviene estar entre el pueblo. Reciba Vuestra Magnificencia este escaso presente con la misma intención que yo tengo al ofrecérselo. Cuando os dignéis leer esta obra y meditarla con cuidado, reconoceréis en ella el extremo deseo que tengo de veros llegar a aquella elevación que vuestra suerte y eminentes prendas os permiten. Y si os dignáis después, desde lo alto de vuestra majestad, bajar a veces vuestras miradas hacia la humillación en que me hallo, comprenderéis toda la injusticia de los extremados rigores que la malignidad de la fortuna me hace experimentar sin interrupción. 

Primeras líneas de El Príncipe

 

Redactado por Nicolás Maquiavelo (1469-1527) en 1513, cuando se hallaba en el ostracismo a causa del triunfante retorno al poder de los Médicis, El Príncipe ha pasado a la historia del pensamiento por constituir el arranque de la reflexión teórica sobre los orígenes del poder y la estructura del mismo. En medio de las exhortaciones moralizadoras, los encubrimientos retóricos y las justificaciones ideológicas, la contraposición entre la "fortuna" y la "virtud", capital en la obra, es una de las articulaciones conceptuales mediante las que comienza la política a abrirse paso como saber científico y como práctica sometida a pautas de regularidad.

 

¿POR QUÉ LEER A MAQUIAVELO?

La conmemoración del quinto centenario de la publicación de "El Príncipe", a la cual ha querido sumarse el Dossier de la presente edición de Desafíos, debe ir oportunamente acompañada de la pregunta por el sentido y pertinencia que la lectura de su obra sigue teniendo hoy en las escuelas y facultades de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales.

En un ensayo de 1991 el escritor italiano Italo Calvino se preguntaba ¿por qué leer los clásicos? En tanto que no hay duda de que El príncipe es precisamente eso, un clásico de la filosofía política y del pensamiento en relaciones internacionales, su reflexión justifica muy bien el presente Dossier dedicado a Maquiavelo.

Para empezar, hay que leer a Maquiavelo porque Maquiavelo, y en particular El Príncipe, es un clásico. Y un clásico, dice Calvino, es un libro del cual "se suele oír decir: 'Estoy releyendo...' y nunca 'Estoy leyendo...'". En efecto, ningún lector lee en realidad a Maquiavelo por primera vez (siempre se lo lee con lo que se sabe acerca de él y de su obra "de oídas", o por referencias, o por lugares comunes); y por otro lado, una vez se ha leído a Maquiavelo, cuyo pensamiento ha trascendido las generaciones en una larga cadena de "tradiciones" que constituyen un rico legado, resulta inevitable empezar a descubrirlo (es decir, a releerlo) en los subsiguientes eslabones de la tradición a la que, sin saberlo, dio origen.

Dice también el autor de las Seis propuestas para el próximo milenio, que "los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual". Y no cabe duda de que la obra de Maquiavelo no solo influyó el pensamiento posterior (incluso el de Federico II de Prusia, que siendo tan próximo a Maquiavelo en la práctica no dudó en escribir un Anti-Maquiavelo en 1739). Y si además "los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres)", basta recordar la impronta que ha dejado Maquiavelo no solo en el lenguaje (maquiavélico, maquiavelismo, e incluso maquiaveliano, como lo sugiere uno de los autores que participa en este número y lo seguirá haciendo (como lo sugiere uno de los autores que participa en este número de Desafíos).

Por otra parte, "un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir". Y prueba de ello son precisamente los artículos que el lector encontrará en el presente Dossier, que se suman a los muchos otros que con ocasión de la efeméride han sido publicados; y que de alguna manera son también una prolongación, en otro tiempo y lugar, con otros interlocutores, de la conversación que acaso iniciara el secretario florentino en la intimidad de su estudio, cuando interrogaba a los grandes hombres de la antigüedad sobre los móviles de sus acciones, y ellos, "con toda humanidad", le respondían.

Por supuesto, "un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima". Y ese ha sido uno de los riesgos que era forzoso correr al preparar una edición conmemorativa sobre El príncipe de Maquiavelo (o sobre Maquiavelo, el de El príncipe). Pero ha valido la pena: para los autores que han contribuido a este resultado, el breve opúsculo sobre las formas de adquirir, conservar (y también perder) el poder, ha funcionado "como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes", y es ese universo el que ha quedado aquí consignado, para compartir con los futuros lectores.

Muchos de esos lectores, al toparse con el Dossier, quizá se pregunten, como Italo Calvino ya casi al terminar su propia reflexión sobre el tema, "¿por qué leer los clásicos en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo?". Y tal vez tengan razón. Por eso, las páginas que siguen quisieran también ofrecer una conexión, un enlace, entre Nicolás Maquiavelo y el mundo de hoy.

Aunque, finalmente, solo existe una respuesta a la pregunta ¿Por qué leer los clásicos?, que explica también por qué leer a Maquiavelo: "No se leen los clásicos por deber o por respeto, sino solo por amor". 

Fuente: http://www.scielo.org.co

 

NICOLÁS MAQUIAVELO

Nicolás de Bernardo de Maquiavelo (Florencia, 3 de mayo de 1469-ibidem, 21 de junio de 1527) fue un diplomático, funcionario, filósofo político y escritor italiano, considerado el padre de la Ciencia Política moderna.1​ Fue así mismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado El príncipe, póstumamente publicado en Roma en 1531.

Nació en el pequeño pueblo de San Casciano in Val di Pesa, a unos 15 km de Florencia, el 3 de mayo de 1469, hijo de Bernardo Machiavelli, un abogado perteneciente a una empobrecida rama de una antigua familia influyente de Florencia, y de Bartolomea di Stefano Nelli, ambos de familias cultas y de orígenes nobiliarios, pero con pocos recursos a causa de las deudas del padre.

Entre 1498 y 1512 estuvo a cargo de una oficina pública y visitó varias cortes en Francia, Alemania y otras ciudades-estado italianas en misiones diplomáticas. En 1512 fue encarcelado por un breve periodo en Florencia, y después fue exiliado y despachado a San Casciano. Murió en Florencia en 1527 y fue sepultado en la Basílica de la Santa Cruz.

 

MÁS INFORMACIÓN

 

Autor(es): Nicolás Maquiavelo

Editorial: Dodi

Páginas: 174

Tamaño: 15 x 20,5 cm 

Año: 2018