Gabo, el
17 de abril fue el sexto aniversario de tu muerte, y en gran medida el
mundo ha seguido como siempre, con el ser humano comportándose con
crueldad creativa y asombrosa, con generosidad y sacrificio sublimes y
con todo lo que hay en medio.
Una cosa es nueva: una pandemia.
Se originó, hasta donde sabemos, en un mercado, donde un virus brincó
de un animal a una persona. Un pequeño paso para un virus, pero un gran
salto para su especie. Es una criatura que evolucionó durante un tiempo
incalculable a través de la selección natural hasta llegar a ser el
pequeño monstruo voraz que es actualmente. Pero es muy injusto referirse
a él en tales términos, y lamento si mis palabras lo han ofendido. En
realidad, él no tiene nada particular en contra nuestra. Se aprovecha
porque puede. Esa actitud sin duda nos es familiar. No se trata de nada
personal.
No paso un solo día sin cruzarme con una referencia a tu novela El amor en los tiempos del cólera o a una variante de su título o a la peste del insomnio en Cien años de soledad.
Es imposible no especular sobre qué te habría parecido todo esto.
Siempre te fascinaron las plagas, reales o literarias, así como las
cosas y las personas que retornan.
Todavía
no habías nacido cuando la pandemia de la gripe española azotó el
planeta, pero creciste en una casa donde reinaban las historias y donde
una plaga, así como los fantasmas y los remordimientos, debieron servir
de buen material literario. Decías que la gente hablaba de
acontecimientos que sucedieron en los días del cometa, probablemente
refiriéndose al paso del cometa Halley a principios del siglo XX.
Recuerdo lo emocionado que estabas de ver al cometa con tus propios ojos
cuando regresó hacia el final del milenio. Te cautivó, como si fuera un
reloj misterioso marcando silencioso la hora una vez cada 76 años, en
un ciclo que se aproxima al tiempo asignado al ser humano. ¿Será una
coincidencia? Probablemente solo sea otra pista falsa. Eras ateo, pero
también pensabas que era inconcebible que no hubiera un plan maestro del
universo, ¿recuerdas? Que no hubiera quién contara el cuento. Es
posible que, en ese sentido, tu punto de vista sea ahora más claro que
el mío.
Ha
vuelto una pandemia. A pesar de los grandes avances de la ciencia y el
tan celebrado ingenio de nuestra especie, nuestra mejor defensa hasta
ahora es simplemente quedarnos en casa, escondidos en nuestras cuevas
para que el depredador no nos encuentre. Para los que al menos tengan un
poco de humildad, es un momento de reflexión. Para los demás, es solo
una cosa más que aniquilar.
Dos
de los países que más querías, España e Italia, se encuentran entre los
más afectados. Algunos de tus amigos más antiguos y queridos en
Barcelona, Madrid y Milán están sobrellevando la pandemia lo mejor que
pueden en los mismos pisos que tú y Mercedes visitaron innumerables
veces durante décadas. He escuchado a varias personas de esa generación
decir que están decididas a sobrevivir, aunque sea solo por evitar caer
victimas de una maldita gripe después de décadas de sobrevivir a
cánceres, tiranos, trabajos, matrimonios y responsabilidades.
La muerte no es lo único que nos aterroriza, sino las circunstancias. Una salida final sin despedidas,
atendidos por extraños disfrazados de extraterrestres, máquinas pitando
despiadadamente, rodeados de otras personas en situaciones similares,
pero lejos de nuestra gente. Es lo que tú más temías, la soledad.
A menudo decías que Diario del año de la peste de Daniel Defoe fue una de tus mayores influencias, pero hasta ayer yo había olvidado que incluso tu historia favorita, Edipo rey,
giraba alrededor de los esfuerzos de un rey por acabar con una plaga.
Yo recordaba sobre todo la trágica ironía del destino del rey, pero fue
la peste lo que desató las fuerzas que precipitaron su caída. Tú dijiste
una vez que lo que nos atormenta de las epidemias es que son un
recordatorio del destino personal. A pesar de las precauciones, la
atención médica, la edad o la riqueza, cualquiera puede sacar el número
perdedor. Destino y muerte: temas muy queridos de muchos escritores.
Creo que si estuvieras aquí ahora, estarías fascinado por el hombre. El
término “hombre” no suele usarse como antes, pero haré una excepción, no
como un guiño al patriarcado que detestabas, sino porque resonará en
los oídos del joven y escritor aspirante que fuiste, con más
sensibilidad e ideas de las que sabías expresar, y con una fuerte
convicción de que la suerte está echada, incluso para una criatura a
imagen de Dios y condenada al libre albedrío. Te compadecerías de
nuestra fragilidad; te maravillarías de nuestra interconexión, te
entristecería el sufrimiento, te enfurecería la insensibilidad de
algunos líderes y te conmovería el heroísmo de las personas en los
frentes de batalla. Y estarías ansioso por saber cómo los amantes
desafían cada obstáculo, incluido el riesgo de muerte, para estar
juntos. Por encima de todo, estarías tan embelesado con los seres
humanos como siempre.
Hace
unas semanas, durante los primeros días que estuvimos recluidos en
casa, mi cabeza se esforzaba por comprender lo que podía significar todo
esto, o al menos lo que podría salir de ello. Fracasé. La niebla era
demasiado espesa. Ahora que las cosas se han vuelto más cotidianas —como
lo hacen con el paso del tiempo, incluso en las guerras más
aterradoras— aún no logro explicármelo de manera satisfactoria.
Muchos
están seguros de que la vida ya nunca será la misma. Es probable que
algunos hagamos grandes cambios, y otros hagamos pequeños cambios, pero
sospecho que la mayoría volverá al baile. ¿No sería un buen punto
argumentar que la pandemia es una prueba más de que la vida se desvanece
de la manera más inesperada y que debemos vivir en grande, y vivir en
el aquí y el ahora? Uno de tus propios nietos ha expresado esa opinión.
Las
restricciones al movimiento comienzan a relajarse en algunos lugares, y
poco a poco el mundo intentará aventurarse hacia la normalidad. El solo
hecho de soñar con la libertad inminente hace que muchos empiecen a
olvidar las promesas a los dioses que hicieron tan recientemente. Se va
debilitando el impulso por procesar el impacto de la pandemia en nuestro
ser más profundo, y en toda la tribu. Incluso muchos que anhelamos
entender lo que sucedió nos sentiremos tentados a interpretarlo a
nuestro gusto. Ya las compras amenazan con regresar en grande como
nuestro narcótico favorito.
Todavía
sigo en la niebla. Parece que de momento tendré que esperar a que los
grandes maestros, presentes y futuros, metabolicen esta experiencia
compartida. Espero ese día con impaciencia. Una canción, un poema, una
película o una novela me indicarán, finalmente, el rumbo por el que
están enterrados mis ideas y sentimientos sobre toda esta situación.
Cuando llegue ahí, seguramente tendré que cavar un poco más yo mismo.
Mientras
tanto, el planeta sigue girando y la vida sigue siendo misteriosa,
poderosa y sorprendente. O, como solías decir tú con menos adjetivos y
más poesía, nadie le enseña nada a la vida.
Rodrigo.
Fuente: https://www.nytimes.com
Por: @rodgarcia59) es director de cine. Pronto se estrenará su filme Four Good Days, con Glenn Close y Mila Kunis. (
MÁS INFORMACIÓN
- RFI: La Ruta de Gabo. Tras las huellas del Nobel colombiano en París
- Libro: Gabo. Memorias de una vida mágica
- Cita CCCLVIII: El archivo de Gabo, incluido un borrador de sus memorias, ya puede consultarse gratis en línea
CADENA DE CITAS
- Antes - Cita CDLXXXVIII: La investigación como arma frente a la pandemia del COVID-19
- Después - Cita CDXCI: Así es como terminan las pandemias