lunes, 4 de mayo de 2020

P. Adolfo Franco, SJ: Comentario para el domingo 03 de Mayo

PASCUA Domingo IV
Juan 10, 1-10 

Jesús, el buen pastor

1 »Ciertamente les aseguro que el que no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa y se mete por otro lado, es un ladrón y un bandido. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El portero le abre la puerta, y las ovejas oyen su voz. Llama por nombre a las ovejas y las saca del redil. Cuando ya ha sacado a todas las que son suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque reconocen su voz. Pero a un desconocido jamás lo siguen; más bien, huyen de él porque no reconocen voces extrañas».
Jesús les puso este ejemplo, pero ellos no captaron el sentido de sus palabras. Por eso volvió a decirles: «Ciertamente les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran unos ladrones y unos bandidos, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo.[a] Se moverá con entera libertad,[b] y hallará pastos. 10 El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.

Un hermoso evangelio es el que leemos este domingo; Jesús es el Buen Pastor y ahora resucitado especialmente nos dice que nos guía, que nos defiende y que nos alimenta. Jesús resucitado es el Buen Pastor que cuida de sus apóstoles temerosos, que se aparece a las mujeres, que busca a los discípulos de Emaús, que sigue presente siempre en su Iglesia.

Y al ponernos este ideal del Buen Pastor, el Evangelio nos enseña cómo deben ser todos los que el Señor ha escogido como pastores, para que continúen siendo los buenos pastores de su Iglesia. Así este domingo de forma especial la Iglesia quiere que todos los fieles reflexionemos y oremos por esos que el Señor ha escogido para que sean imágenes verdaderas del Buen Pastor; la Iglesia quiere que oremos por los sacerdotes, especialmente en el día de hoy.

¿Y qué quiere Jesús de aquellos que ha escogido para que le sucedan en el oficio de buen pastor? ¿Cómo quiere la Iglesia que sean sus sacerdotes? ¿Qué esperan los fieles cristianos de sus Pastores?

En primer lugar que sean hombres de Dios. O sea hombres que con su presencia misma hacen presente a Dios, porque viven en íntima unión con Dios y lo proclaman siempre con sus palabras y con sus obras. Y esta proclamación de Dios la hacen con su mensaje, no el que han aprendido en libros de alta teología, sino con el mensaje que llevan en su corazón. El sacerdote es un hombre a través del cual Dios mismo trasmite su palabra a los fieles, les trasmite su Buena Noticia de salvación. El sacerdote, instrumento de Dios debe ser fiel al mensaje, y cuidar que al pasar este mensaje a través de su persona, no se distorsione, sino que adquiera calor y llegue como mensaje vivo a sus hermanos.

El sacerdote, según quiere Jesús, debe ser un hombre de la Eucaristía. Que haga de verdad, al celebrar la Eucaristía, lo mismo que El hizo en la última Cena. Vivir la Eucaristía, para poder celebrar dignamente la Eucaristía, como vida que se entrega, como sangre que se derrama. El sacerdote debe repartir su vida, y derramar cada gota de su energía por la salvación de sus hermanos. La Eucaristía debe convertirse en la norma de su propia vida personal. Celebrar cada Eucaristía con la emoción con que fue celebrada la primera Misa en el Cenáculo. Este es el ideal eucarístico al que debe aspirar el sacerdote.

El sacerdote debe ser un hombre del perdón, ya que una de las tareas fundamentales que se le encomiendan es la administración del perdón de los pecados a través del Sacramento de la Reconciliación. Por eso debe ser comprensivo y misericordioso. Debe asumir el papel del Padre del Hijo Pródigo cada vez que un penitente se pone a sus pies para pedir el perdón de sus pecados. Y por eso debe hacer sentir al penitente el abrazo de Dios y la alegría por la purificación de sus pecados. Debe hacer sentir al pecador que el Padre lo recibe con alegría otra vez en su casa. Y esto debe hacerlo sentir también en cualquier otra situación.

Jesús, la Iglesia y los fieles, esperan que el sacerdote sea un hombre que trasmita la misericordia de Dios, que haga saber a todos que Dios es amor, y que él mismo sea siempre para todos sus hermanos, eso mismo, amor. Cumplir lo que el Señor manifestó: ámense unos a otros como yo los he amado. Amor puro que buscar dar incondicionalmente. Manifestación continua de la bondad del Señor. Siempre dispuesto a la comprensión. Quitar todas las rigideces de su conducta y buscar siempre la forma de estar de parte de sus hermanos.

El sacerdote debe ser un hombre del servicio. Jesús dijo que no había venido a ser servido, sino a servir. Estar disponible siempre, sabiendo que las veinticuatro horas de su día, son horas y tiempo de sus hermanos. Y querer especialmente ayudar a los que se sienten aislados, marginados y postergados. El sacerdote que busca siempre el provecho de sus hermanos y nunca el propio provecho a través de su ministerio. Sacerdote que se olvida de sí mismo, que no pretenda utilizar su ministerio para lograr triunfos personales o privilegios.

El sacerdote hombre que vive en este mundo, pero que no busca nada de este mundo, desprendido de todo afán de enriquecimiento, o de lucro. Que sabe estar en el mundo sin atarse a nada de este mundo. Que recuerda que su Maestro no tenía ni dónde reclinar su cabeza.

El sacerdote, hombre de oración, hombre de la alegría, hombre amigo, hombre débil que manifiesta la fuerza que tiene Dios, hombre que es mensaje de esperanza siempre para sus hermanos, hombre que sabe sonreír ante los problemas y que sabe hacer sonreír, hombre que comprende todas las debilidades porque él mismo sabe que es débil. Hombre para el que lo más sagrado que hay en este mundo, después de Dios mismo, es su hermano que es Templo de Dios.

¿Es posible que un hombre se atreva a tener este ideal para su vida? Sí, es posible con la oración de sus hermanos, a través de la cual se consigue la gracia de Dios, que hace fuertes a los débiles, y que hace santos de entre la masa de los pecadores.


Adolfo Franco, SJ