Una llamada en la noche
Todo parecía tan real que apenas podía imaginar que me hubiera ocurrido. Y, sin embargo, cada episodio se me presentaba, antes que como una nueva fase de la lógica de las cosas, como algo esperado. Es de este modo que la memoria gasta sus bromas, para bien o para mal, para causar placer o pena, bienestar o aflicción. Esto es lo que hace que la vida sea dulce y amarga a un tiempo, y que lo que nos ha sido dado se convierta en eterno.
Una vez más veía el ligero esquife balancearse con pereza en las tranquilas aguas, resguardándose del feroz sol de julio a la sombra de las ramas de sauce que se extendían por encima del río. Yo estaba de pie sobre la oscilante embarcación y ella permanecía sentada, sin moverse, mientras se protegía con las manos de las ramitas de los sauces. Una vez más veía el agua de color pardo con reflejos dorados bajo el dosel verde y translúcido, y el tono esmeralda de la orilla herbosa. Nuevamente, sentados a la sombra, rodeados de los infinitos sonidos de la naturaleza, que se fundían con un murmullo soñoliento, en un entorno donde el mundo, con sus problemas perturbadores y sus no menos perturbadoras alegrías, parecía definitivamente olvidado. Otra vez, en aquella maravillosa soledad, ella, dejando a un lado los convencionalismos de su educación, me hablaba, con aire soñador y la mayor naturalidad, de su nueva y solitaria vida. Con tono de tristeza, me hizo sentir cómo en aquella casa espaciosa todos sus moradores estaban aislados a causa de la magnificencia personal de su padre y de ella misma. Que allí no existían la simpatía y la confianza, y que incluso el rostro de su padre se le antojaba tan distante como la vida rural que en un tiempo había llevado.
Una vez más, el buen juicio de mi hombría y la experiencia que me habían dado los años se pusieron al servicio de la joven, como si mi yo obedeciera una orden perentoria. Una vez más se multiplicaron los segundos, infinitos y fugitivos. Pues es en el misterio de los sueños donde la existencia emerge y se renueva, cambia y permanece inalterada, como el alma de un músico al interpretar una fuga. Y así la memoria se perdía en el recuerdo siempre que me sumía en el sueño.
Aun en el Edén la serpiente levanta la cabeza entre las ramas bajas del árbol de la Sabiduría. El silencio de la noche sin sueños es roto por el fragor del alud; el siseo de súbitos torrentes; el sonido metálico de la campana de la locomotora interrumpiendo el descanso de un poblado en América; el rumor de distantes chapoteos en el mar… Lo que quiera que sea, está rompiendo el encanto de mi Edén. El dosel del bosque por encima de nosotros, punteado de luz diamantina, parece temblar en el incesante batir de la rueda de paletas, y la intranquila campana sigue sonando, como si no quisiera descansar…
Pero nunca existe el descanso perfecto. De pronto, las puertas del sueño se abrieron de par en par y mis oídos percibieron la causa de aquel sonido perturbador. Las horas de vigilia son demasiado prosaicas, y en la calle había alguien llamando a alguna puerta.
En mis habitaciones de la calle Jermyan estaba acostumbrado a esa clase de sonidos; por lo general, estuviese dormido o despierto, los ruidos que hicieran mis vecinos no me inquietaban, por fuertes que fueran. Pero este ruido era demasiado continuo e insistente para que no le hiciese caso. Detrás de él había una especie de inteligencia activa. Sin motivo alguno ni premeditación, me levanté. Instintivamente miré el reloj; eran las tres de la madrugada y el leve resplandor de la aurora ya iluminaba mi cuarto. Era evidente que quien llamase estaba haciéndolo a la puerta principal de nuestra casa, y era evidente, también, que nadie estaba despierto para atender la llamada. Me puse la bata y las pantuflas y fui al vestíbulo.
Al abrir la puerta principal vi a un elegante lacayo, que con una mano seguía oprimiendo el timbre mientras con la otra golpeaba el aldabón. En cuanto me vio, dejó de hacerlo. Se llevó una mano a la visera de la gorra y tendió la otra para entregarme una carta. Ante la puerta vi un elegante coche tirado por caballos. Un policía con la linterna aún encendida atada al cinturón, se acercó atraído por el ruido.
— Le pido perdón, señor, por haberlo molestado, pero tenía órdenes precisas. Además, me han dicho que no perdiese un instante y que no dejase de llamar a la puerta hasta que alguien abriese. ¿Vive aquí el señor Malcolm Ross?
— Yo soy el señor Malcolm Ross.
— En tal caso, señor, la carta y el coche son para usted.
Movido por la curiosidad, cogí la carta que aquel hombre me entregaba. Soy abogado, y a lo largo de mi carrera me enfrenté a casos bien extraños, pero aquél los superaba a todos. Retrocedí hasta el vestíbulo, entorné la puerta y encendí la luz. La carta, escrita, evidentemente, por una mano de mujer, carecía de señas y rezaba así:
Dijo usted que me ayudaría en caso de que fuese necesario y estoy convencida de que sus palabras fueron sinceras. La ocasión se ha presentado antes de lo que esperaba. Me encuentro en problemas y no sé a quién acudir ni de qué echar mano. Me temo que han querido asesinar a mi padre. Está inconsciente, pero gracias a Dios todavía con vida. He llamado a los médicos y a la policía, pero no tengo a nadie en quien confiar. Venga de inmediato, si le es posible, y le ruego que me perdone. Supongo que más adelante comprenderá el motivo por el que le pido este favor, pero ahora no estoy en condiciones siquiera de pensar. Dese prisa, venga cuanto antes.
MARGARET TRELAWNY
Primeros párrafos de La joya de las siete estrellas
Si el comienzo de La Joya de las Siete Estrellas parece plantear una intriga, su atmósfera se ve rápidamente dominada por la omnipresencia de Tera, la reina y hechicera egipcia que desde hace milenios prepara su regreso al mundo de los vivos en un cuerpo mortal, y la novela se desliza hacia la fantasía y el terror. La lúgubre y casi irrespirable atmósfera que domina la mansión londinense del egiptólogo Trelawny se trasladará después, aunque amplificada por un aura digna de H. P. Lovecraft, al de la solitaria casa de Cornualles donde aquel sabio y sus compañeros de aventura intentarán, mediante la mágica Joya de las Siete Estrellas, resucitar a la momia de la antigua reina.
BRAM STOKER
(Abraham Stoker, Dublín, 1847 - Londres, 1912) Novelista irlandés autor de Drácula (1897), obra clásica y de las más influyentes dentro de la literatura de terror. Hijo de un funcionario público, hasta los siete años de edad sufrió una grave parálisis que le impedía andar. Los problemas de salud de su niñez no le impidieron distinguirse como atleta y futbolista en la Universidad de Dublín, donde cursó con excelentes resultados la carrera de matemáticas y fue presidente de la Sociedad Filosófica.
Entre 1867 y 1877 fue funcionario público en Dublín. En esta misma época, siguiendo la inclinación que sentía hacia el teatro, posiblemente heredada de su padre, escribió crítica dramática para The Evening Mail, sin recibir por ello ninguna compensación económica.
En 1878 conoció a su ídolo, el actor inglés Henry Irving. Nació entre ellos una gran amistad y Stoker se convirtió en representante y secretario del actor. Ocupó en este empleo los veintisiete años siguientes, en los que se encargó de la correspondencia de Irving, le acompañó en sus múltiples giras y estuvo a su lado en el momento de su muerte; junto a él dirigió el Lyceum Theatre de Londres. Sus recuerdos darían lugar al libro Recuerdos personales de Henry Irving (1906).
Bram Stoker escribió numerosas novelas y relatos cortos, entre los que destacan El paso de la serpiente (1890), El misterio del mar (1902), La joya de las siete estrellas (1904) y La dama de la mortaja (1909). También se le debe el entretenido libro Impostores famosos, en el que sostiene, entre otras, la pintoresca teoría de que la reina Isabel I de Inglaterra era un hombre disfrazado.
Pero su obra más célebre es Drácula (1897), novela en la que construyó, a través de diarios y cartas, el retrato de uno de los personajes más famosos del ideario decadentista de la época, el conde vampiro de Transilvania. El relato se basa en diversas leyendas previas, aunque Stoker consigue una unidad de efecto e inquietantes resonancias eróticas y simbólicas, suprimiendo las fronteras sensibles entre vida y muerte a través de un juego de seducción de gran poder y sugerencia.
La novela fue de los best sellers editoriales a lo largo del siglo XX y una fructífera inspiración para el cine, dando lugar a un auténtico reguero de películas a partir de la obra maestra del cineasta alemán F. W. Murnau (1922) y de la protagonizada en 1931 por Bela Lugosi; entre las más recientes, destaca la de Francis Ford Coppola (1992). De su restante producción cabe citar Bajo el crepúsculo (1882), El hombro de Shasta (1895), La señorita Betty (1898), El Hombre (1905), La señora Athlyne (1908), La guarida del gusano blanco (1911) y otros títulos como Muerte entre bastidores, El huésped de Drácula, La casa del juez y Drácula: la cúspide del horror.
Fuente: https://www.biografiasyvidas.com
MÁS INFORMACIÓN
- Libro: Vampirismo y otros cuentos fantásticos. Maestros del fantástico
- Libro: El monje. Maestros del fantástico
- Libro: La isla de los pingüinos. Maestros del fantástico
Autor(es): Bram Stoker
Editorial: RBA
Páginas:
Tamaño: 17 x 24 cm.