Durante el verano de 1943 se libró en las estepas de la provincia de
Kursk, en el suroeste de Rusia, la mayor batalla de tanques de la
historia. Supuso una victoria fundamental para la Unión Soviética y
constituyó el punto de inflexión definitivo que inclinó la suerte de la
guerra para los aliados en el frente oriental. La derrota fue
devastadora para los alemanes ya que meses antes el Sexto Ejército
alemán había capitulado en Stalingrado. Desde ese momento el Tercer
Reich no volvería a pasar a la ofensiva en Rusia y se aceleró el
repliegue hacia el oeste que concluiría con la batalla de Berlín entre
abril y mayo de 1945.
La batalla de Kursk arrancó como una pequeña ofensiva alemana
denominada Operación Ciudadela cuyo objetivo era aplanar la línea de
frente eliminando el saliente de Kursk controlado por los soviéticos.
Hitler estaba convencido de que aquello era un punto débil y podría
obtener una victoria a bajo coste que podría compensar en cierta medida
el desastre de Stalingrado del que él era el gran responsable por haber
dividido las fuerzas que se dirigían hacia el Cáucaso. Si le salía bien
la propaganda nazi podría emplear intensamente la victoria para
transmitir a los alemanes la idea de que seguían llevando la voz
cantante y el triunfo final estaba cercano. Capturarían, además, a un
número considerable de prisioneros de guerra que luego serían enviados a
los campos de trabajo esclavo para mantener la industria de guerra en
funcionamiento,
Pero la Wehrmacht fracasó en su intento y se vio sorprendida por un
contraataque brutal del lado soviético, la llamada Operación Kutuzov que
perseguía embolsar a los alemanes atacando directamente su retaguardia.
A partir de ese momento los carros de combate se convirtieron en los
protagonistas de la batalla. Los alemanes pusieron sobre el terreno más
de tres mil tanques, los soviéticos más de cinco mil. Esta vez Hitler no
había podido disfrutar del factor sorpresa. El ejército rojo les estaba
esperando. La inteligencia británica, que tenía acceso a gran número de
transmisiones cifradas alemanas, informó a Stalin de los planes
alemanes de atacar por el saliente de Kursk. Para contenerlo dispusieron
una defensa en profundidad concebida para contener a los acorazados de
la Wehrmacht. Una vez consiguieron detener el golpe dio comienzo la
contraofensiva que obligó a los alemanes a retroceder.
La derrota en Kursk no fue la única mala noticia que llegó a la
cancillería ese verano. De forma simultánea a los combates en la estepa,
los aliados occidentales desembarcaron en Sicilia obligando a Hitler a
despachar tropas hacia Italia. Eso consumió las reservas que estaban
destinadas a sostener el esfuerzo bélico en el este y obligó a los
alemanes a reordenar las prioridades. Se les abrió un nuevo frente en el
continente europeo que empezó a avanzar por la península itálica
sacando de paso a la Italia fascista de la guerra. La batalla de Kursk
se terminaría saldando con una victoria soviética. Era la primera vez
desde que había dado comienzo la Operación Barbarroja dos años antes en
la que el ejército rojo conseguía detener una ofensiva alemana antes de
que ésta avanzase y cobrase impulso. Los alemanes, a pesar de que
contaban aún con una formidable fuerza ofensiva, no pudieron atravesar
las defensas soviéticas, que en nada se parecían ya a las del principio
de la guerra.
Para algunos generales alemanes como Heinz Guderian, la de Kursk fue la
derrota decisiva, peor incluso que la de Stalingrado ya que anuló por
completo la capacidad de la Wehrmacht para recuperar la iniciativa. La
suerte quedó echada. El ejército alemán seguiría combatiendo casi dos
años más en el este, pero tras la batalla de Kursk perdieron toda
esperanza de ganar la guerra.
Fuente: La ContraHistoria
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