sábado, 8 de octubre de 2011

Poeta 105: Carlos Augusto Salaverry


CARLOS AUGUSTO SALAVERRY




(Perú, 1830-1891) Poeta peruano nacido en Sullana (Piura) y fallecido en París. Tuvo cierta actuación política junto a Mariano Ignacio Prado y José Balta y participó en la guerra contra España (1866). En el panorama de la literatura peruana, se lo considera la cumbre del romanticismo. Seguramente es la única figura, al lado de Ricardo Palma -de la generación que éste llamó “la bohemia de mi tiempo”-, que ha sobrevivido literariamente a su época. Fue autor de varias piezas teatrales de las que sólo se conservan los títulos: Atahualpa o la conquista del Perú, Abel o el pescador, El bello ideal, El amor y el oro, El pueblo y el tirano. También cultivó la novela, como otros compañeros suyos, pero lo más valioso es su obra lírica, que destaca, cuando no abusa de clichés poéticos o cae en ripios, por su gracia rítmica, su sensibilidad y su arrebato pasional. En su obra se nota el influjo de la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer, cuya obra lo estimuló a abandonar las fórmulas más gastadas del romanticismo. Su poesía fue recopilada en el volumen Albores y destellos (1871), que reúne tres libros: el del título, Diamantes y perlas (1869) y Cartas a un ángel, conjunto en el que pueden encontrarse algunos logrados poemas amorosos. Su Poesía fue publicada en Lima, en 1958. Murió en París en 1891. Sus restos fueron repatriados al Departamento de Piura en 1964 y su tumba se encuentra en el Cementerio “San José” de Sullana donde está escrito el siguiente verso:

Yo quiero que me murmuren
sobre mi tumba un lánguido rumor
como deja en el seno de los mares
su murmullo la ola que paso.

 
ILUSIONES

Venid a mí, sonriendo y placenteras,
visiones que en la infancia he idolatrado,
¡oh recuerdos, mentiras del pasado!
¡Oh esperanzas, mentiras venideras!

Ya que huyen mis lozanas primaveras,
quiero ser por vosotras consolado,
en un mundo fantástico, poblado
de delirios, de sombras y quimeras.

Mostradle horrible la verdad desnuda
a los que roben, de su ciencia ufanos,
a todo lo ideal su hermoso aliño;

pero apartadme de su estéril duda;
y aunque me cubra de cabellos canos,
dejadme siempre el corazón de un niño.