jueves, 18 de julio de 2024

Podcast La ContraHistoria: Los cuatro magnicidios

 

 

Abraham Lincoln, James Garfield, William McKinley y John Fitzgerald Kennedy fueron presidentes de Estados Unidos en distintos momentos, pero, aparte del hecho de ocupar la presidencia, compartieron un destino común: los cuatro fueron asesinados mientras estaban en el cargo. El primero de ellos fue Abraham Lincoln en 1865. El país no tenía ni un siglo de historia y la guerra civil estaba a punto de concluir. El 14 de abril de aquel año un pistolero llamado John Wilkes Booth le disparó en la nuca cuando el presidente asistía a una representación teatral en Washington. El asesinato de Lincoln era la parte más importante de un complot de los confederados para revertir una derrota segura. Abatieron al presidente, pero no a sus otros dos objetivos: el vicepresidente y el secretario de Estado. Consiguieron todo lo contrario de lo que se proponían. Lincoln fue ascendido a categoría de héroe nacional y como tal se le recuerda hoy.

No muchos años después, en 1881 fue tiroteado en una estación ferroviaria de Washington el presidente James Garfield, que había tomado posesión del cargo el 4 de marzo, sólo unos meses antes. Garfield era republicano y en aquellos momentos el partido se encontraba muy dividido. Un miembro del partido, decepcionado porque no le habían dado un cargo, Charles Guiteau, decidió vengarse aprovechando que el presidente iba a tomar un tren para pasar las vacaciones. El 2 de julio se dirigió armado con un pequeño revolver a la estación de Baltimore y Potomac, se acercó al presidente y le disparó a quemarropa por la espalda. Garfield no murió en el acto, fue trasladado a la Casa Blanca con una bala en el cuerpo, pero aún pasarían casi tres meses hasta que a finales de septiembre murió víctima de una sepsis. 

Veinte años más tarde, en septiembre de 1901 caería asesinado el tercer presidente, pero esta vez no sería en Washington, sino en Búfalo, una ciudad al norte del Estado de Nueva York adonde había viajado para darse un baño de multitudes durante la celebración de la Exposición Panamericana. Esta vez el asesino fue un anarquista de Detroit llamado Leon Czolgosz. McKinley acababa de estrenar su segundo mandato y era un presidente muy popular. Tras visitar la exposición quiso estrechar la mano personalmente de tantos asistentes como fuera posible en el palacio de la música, uno de los pabellones más vistosos de la exposición. Ese era el momento que Czolgosz esperaba para poder acercarse al presidente y dispararle a corta distancia con un revolver que llevaba escondido en la mano debajo de un pañuelo. Tuvo tiempo de disparar dos veces. La primera bala fue desviada por un botón, la segunda penetró en su abdomen. Pero, como ya le ocurrió a Garfield, McKinley no murió ese día. Fue llevado de urgencia a la enfermería de la exposición donde intentaron sin éxito extraerle la bala. Quedó en observación en la casa del presidente de la exposición y allí moriría una semana más tarde víctima de la gangrena.

Que tres presidentes fuesen asesinados en un lapso tan breve de tiempo provocó que se extremasen las medidas de seguridad. Fue tras el asesinato de McKinley cuando el Congreso pidió a Servicio Secreto, dedicado hasta entonces a perseguir la falsificación de moneda, se encargase también de la seguridad presidencial. Eso no impidió que seis décadas después fuese asesinado el presidente Kennedy en Dallas. Este magnicidio es el más reciente y también el más conocido ya que dio lugar a todo tipo de teorías de la conspiración a cada cual más imaginativa. El de Kennedy fue un asesinato mucho más elaborado que los anteriores. Corrió a cargo de un tirador, Lee Harvey Oslwald, que esperó a que la caravana presidencial pasase por delante de un almacén en el que se había apostado con un rifle dotado de mira telescópica. El presidente viajaba en una limusina descubierta junto a su esposa y el gobernador de Texas. La muerte fue instantánea y eso puso en marcha de inmediato la sucesión presidencial. El vicepresidente Lyndon B. Johnson tuvo que jurar el cargo apresuradamente a bordo del Air Force One.

Desde entonces han intentado asesinar a los sucesivos presidentes en varias ocasiones, pero sin éxito. Hoy en La ContraHistoria vamos a repasar los primeros tres magnicidios que conmocionaron a Estados Unidos y que, en última instancia, han hecho de sus presidentes los mandatarios mejor protegidos del mundo. El cuarto, el de Kennedy, mucho mejor documentado, lo veremos en el siguiente capítulo.

Fuente: La ContraHistoria  

 

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