CONTENIDO
- Abderramàn III
- Abelardo, Pedro
- Alejo I
- Alfonso V el Magnánimo
- Alfonso X el Sabio
- Alfredo el Grande
- Alì Ibn Abi Tàlib
- Averroes
- Avicena
- Bacon, Roger
- Basilio II
- Benito de Nursia
- Bocaccio, Giovanni
- Carlomagno
- Carlos VII de Francia
- Carlos II el Calvo
- Chaucer, Geoffrey
- Claraval, Bernardo de
- Clodoveo I
- Colón, Cristobal
- Dante Alighieri
- Eduardo III de Inglaterra
- Enrique IV
- Eyck, Jan Van
- Federico II Hohenstaufen
- Felipe II Augusto
- Felipe III el Bueno
- FelipeIV el Hermoso
- Felipe VI de Valois
- Fernando II el Católico
- Francisco de Asís
- Gama, Vaso da
- Gengis Kan
- Gregorio VII
ABDERRAMÀN
Abd al-Rahmán ibn Muhámmad (en árabe: عبد الرحمن بن محمد) (Córdoba (Qurṭuba), 7 de enero de 891-Medina Azahara, 15 de octubre de 961), más conocido como Abderramán III, fue el octavo y último emir independiente (912-929) y primer califa omeya de Córdoba (929-961), con el sobrenombre de al-Nāṣir li-dīn Allah (الناصر لدين الله), «aquel que hace triunfar la religión de Dios» ('de Alá'). Hijo de un noble cordobés y de la cautiva navarra Muzna o Muzayna (Lluvia o Nube), el califa Abderramán vivió setenta años y reinó cincuenta. Fundó la ciudad palatina de Medina Azahara, cuya fastuosidad aún es proverbial, y condujo al emirato cordobés de su nadir al esplendor califal. Dedicó gran parte de su reinado a acabar de someter el territorio del emirato, desgarrado por numerosas rebeliones, mediante una mezcla de persuasión, prebendas y fuerza.
De él dijo su cortesano Ibn Abd Rabbihi que «la unión del Estado rehízo, de él arrancó los velos de tinieblas. El reino que destrozado estaba, reparó, firmes y seguras quedaron sus bases (…) Con su luz amaneció el país. Corrupción y desorden acabaron tras un tiempo en que la hipocresía dominaba, tras imperar rebeldes y contumaces». Bajo su reinado, Córdoba se convirtió en un faro de la civilización y la cultura, calificado por la abadesa Hroswitha de Gandersheim como «Ornamento del Mundo» y «Perla de Occidente».
En el 929 desafió la autoridad religiosa de las dinastías rivales de fatimíes y abasíes y se proclamó califa.7 El periodo califal (929-961) fue el más brillante de su reinado: logró someter a las marcas fronterizas a su autoridad, derrotar en diversas ocasiones a los fatimíes en el Magreb —aunque no eliminar esta amenaza— y dominar a los Estados cristianos del norte de la península, a pesar de los descalabros militares, en especial la grave derrota en Simancas. Si durante los veinte primeros años de su reinado mantuvo una intensa actividad militar, tras la derrota de Simancas no volvió a participar en persona en las campañas. El califato, convertido en un importante Estado a finales del reinado de Abderramán, mantuvo relaciones diplomáticas con el Imperio bizantino y el Sacro Imperio Romano Germánico.
Derrotado en la batalla de Simancas por Ramiro II de León (939), fue incapaz de reducir a los reinos cristianos del norte de España. A su muerte dejó por legado un poderoso califato forjado por la fuerza de las armas, uno de los Estados más poderosos del Occidente europeo, que, sin embargo, se derrumbó en poco más de medio siglo.
GREGORIO VII
(Hildebrando de Soana; Soana, Toscana, h. 1020 - Salerno, Nápoles, 1085) Papa de la Iglesia católica (1073-1085). Este monje toscano adquirió experiencia en la política romana como secretario del papa Gregorio VI (1045-46) y luego como tesorero de León IX (1049-54). Bajo los pontificados de Nicolás II (1059-61) y de Alejandro II (1061-73), Hildebrando se perfiló como uno de los hombres más influyentes de la Curia papal, representante de la corriente reformista.
En 1073 fue elegido papa y se consagró a la que desde entonces se conoce como «reforma gregoriana»: un esfuerzo por elevar el nivel moral del clero, al mismo tiempo que trataba de encuadrar mejor a los fieles, defender la independencia del Papado frente a las restantes monarquías y reforzar la supremacía de la autoridad romana sobre las iglesias «nacionales» occidentales (después del gran cisma que había protagonizado la Iglesia de Oriente en 1054).
Todos estos objetivos eran los que venían defendiendo los reformistas católicos desde que los propusiera León IX, pero Gregorio VII se distinguió por la intransigencia y la energía con que los defendió. Fue él quien, en el Concilio de Roma de 1074, proclamó el celibato de los eclesiásticos que todavía perdura en la Iglesia católica. Continuó la lucha de sus predecesores contra la simonía, prohibiendo a los laicos conceder cargos eclesiásticos (en la línea de Nicolás II, que había decretado en 1059 la elección del papa por los cardenales, sin intervención del emperador ni la nobleza romana). En el tajante Dictatus papae de 1075 afirmó que sólo el papa podía nombrar y deponer a los obispos como cabeza de la Iglesia; y llevó su autoritarismo hasta el punto de defender que también correspondía al papa la designación de los reyes, por tener éstos un poder delegado de Dios.
Estalló entonces la «Querella de las Investiduras» (1075-1122), en la que el Papado se enfrentó con el Imperio a propósito de la investidura de los obispos: el emperador Enrique IV declaró depuesto al papa y Gregorio VII declaró depuesto y excomulgado al emperador (Concilio de Letrán, 1076). Éste, temeroso de perder la fidelidad de sus súbditos, se avino a hacer penitencia en Canosa hasta que el papa le levantó la excomunión (1077); pero para recuperar la Corona imperial hubo de emplear la fuerza contra los príncipes alemanes, provocando una nueva excomunión (1080). Marchó entonces sobre Roma, depuso a Gregorio y le sustituyó en el trono papal por el antipapa Clemente III, quien le coronó emperador en 1084.
Gregorio VII resistió asediado en el castillo de Sant'Angelo hasta que vinieron a rescatarle los normandos de Sicilia, en cuyos dominios moriría poco después. Fracasaba así el intento de imponer el Papado sobre los poderes seculares, aunque la misma política sería sostenida por sus sucesores y honrada por la Iglesia de la Contrarreforma al canonizar a Gregorio VII en 1606.
MÁS INFORMACIÓN
- Libro: Eso no estaba en mi libro de Historia de la Navegación
- Libro: Eso no estaba en mi libro de historia del ferrocarril
- Libro: Cristóbal Colón. Diario de a bordo
Autor(es): National Geographic
Editorial: National Geographic
Páginas: 160
Tamaño: 22 x 29 cm.