Fueron más de nueve meses de bombardeos sistemáticos dirigidos primero
contra objetivos estratégicos como aeródromos o plantas industriales y
luego contra la población civil. Con ellos Alemania quería borrar de los
cielos a la temida RAF británica para poder invadir Gran Bretaña con la
garantía de tener el aire bajo control. Los ataques se centraron sobre
Londres pero otras ciudades también sufrieron la tormenta de fuego,
algunas muy al norte como Glasgow y otras en el centro, como Coventry,
que se convirtió en el ícono de toda la campaña. La ofensiva aérea, la mayor de su especie hasta ese momento, perseguía
también desmoralizar a la población británica y convencerla del poderío
alemán, que acababa de imponerse en la batalla de Francia y dominaba ya
más de media Europa. Pero no salió bien. Los miles de aviones que la
fuerza aérea alemana empleó en esta campaña no fueron suficientes.
Fallaron en sus dos principales objetivos. El de destruir la industria y
las comunicaciones inglesas y el de acabar la moral de su población. En mayo de 1941 Berlín ordenó detener los ataques. Inglaterra podía
respirar tranquila porque la guerra tomaba en este punto otro rumbo,
miraba al este. Primero hacia los Balcanes, luego hacia la estepa rusa.
Aquello se demostró como un gran error estratégico porque forzó a los
alemanes a combatir en dos frentes. Lo que si que consiguió fue llenar
de espíritu de resistencia a los británicos y les animó a resistir a
cualquier coste. También supuso la consagración de la RAF, que pasó a
convertirse en uno de los símbolos del orgullo británico. Esta que vamos a ver hoy es la historia del Blitz, uno de los mayores
asedios aéreos de la historia que terminó siendo de capital importancia
en la victoria aliada.
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