DOMINGO XXVIII del Tiempo Ordinario
Parábola de la fiesta de bodas
1 Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo:
2 El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo;
3 y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir.
4 Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas.
5 Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios;
6 y otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los mataron.
7 Al oírlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad.
8 Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron convidados no eran dignos.
9 Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis.
10 Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados.
11 Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda.
12 Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció.
13 Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
14 Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.
¿Quién se casa? Nada menos que el hijo del Rey. Y ha enviado tarjetas de invitación a muchas personas. De eso trata esta parábola que nos narra hoy el Evangelio. Muchos invitados no quisieron asistir. Y el Rey insiste, casi suplica a los invitados diciéndoles que el banquete está preparado. Y nadie hizo caso de esta insistencia, sino que cada uno se marchó a sus propios asuntos, y algunos incluso mataron a los mensajeros.
Es una nueva lección dirigida a los fariseos, para que acepten la invitación a la boda del hijo del Rey, o sea para que acepten la salvación que nos trae Jesús. Y ellos no aceptaron la invitación a esta boda y a este banquete.
El Señor sigue invitando, también ahora, a la boda de su Hijo.
¿Con quién se casa? Esta forma de hablar sobre el matrimonio referido a Dios es
frecuente en
Se trata entonces en esta parábola de la invitación a participar en este matrimonio de Cristo con la nueva humanidad, que se hará mediante la redención. Algo muy serio y maravilloso es esta invitación a la boda del Hijo del Rey. Y no se trata de ser espectadores de esta ceremonia, sino de quedar involucrados: somos parte de esa Iglesia con la que se casa el Hijo del Rey.
Pero hay muchas excusas: cuántas habrá recibido de los invitados el Señor. Y cada uno tiene sus propias razones. Dios nos invita a ser sus íntimos (con la intimidad del amor), y algunos prefieren estar lejos, porque este compromiso absorbe demasiado; hay que estar en los propios asuntos, distraídos en una vida cotidiana llena de rutinas y de ocupaciones, con las que vamos llenando nuestro tiempo. Cada uno sabe bien que el Señor invita a la intimidad, y no nos atrevemos. Estamos muy ocupados con los asuntos de este mundo, y nuestra mente, nuestros corazones están atrapados dentro de otros amores, amores de este mundo. Y el “emisario” insiste y nos vuelve a invitar a la boda del Hijo del Rey.
Por otra parte aceptar la invitación en forma total de alguna manera nos hace como salir de este mundo, para vivir en otra dimensión. Y esa es la principal dificultad que ponemos para no entrar en el banquete: decimos hay que pisar tierra, y de tanto pisar tierra nos hundimos algún tantito en esa tierra.
Y no es que el aceptar la invitación, o sea el dar el paso a la otra dimensión, nos haga irreales. No se nos invita a la evasión; porque tenemos que vivir la vida real que Dios nos regala; pero atrevernos a salir a esa nueva dimensión es en verdad entrar más en la realidad (no hay nada más real que Dios); y es la mejor manera de vivir la vida que Dios nos regala.
Pero en esta lucha contra la invitación, hay quienes
prefieren matar a los mensajeros que llevan la invitación, y terminan matando
también al Hijo del Rey. Hay quienes matan a Dios en su interior, para evitar
el ser invitados de nuevo. Que se callen todas las voces molestas, que nos
llaman, que nos recuerdan la invitación. Matar al mensajero, y cuando no,
bastan unos buenos tapones que nos impidan oír esas voces que nos exigen
participar en
Participar en
Adolfo Franco, SJ