Decía Mark Twain que muchas cosas
pequeñas se han hecho más grandes gracias a la publicidad adecuada.
Cuando el novelista estadounidense dijo esto a finales del siglo XIX la
publicidad exterior era ubicua en las ciudades estadounidenses y
europeas. Occidente se encontraba en plena revolución industrial y las
empresas querían hacer llegar los productos que fabricaban en masa a un
mercado en expansión cuyo consumo crecía año tras año. Pero la
publicidad no nació en aquella época por más que hoy se conozca a
aquellos vistosos anuncios de hace siglo y medio como publicidad
clásica. Para sus contemporáneos de clásicos tenían poco. Eran anuncios
muy trabajados que incorporaban ya infinidad de técnicas de persuasión
para conseguir el objetivo que los creativos se habían propuesto:
impulsar las ventas y conseguir que su cliente se adelantase a la
competencia.
Para encontrar los orígenes de la publicidad seguramente tengamos que
irnos a los orígenes mismos del ser humano. El intercambio es connatural
a nuestra especie. Siempre necesitamos adquirir algo que nos falta y,
para hacerlo, vendemos algo que nos sobra. Entre medias se sitúa la
publicidad como herramienta para que vendedores y compradores se
encuentren. Los primeros compiten entre ellos y los segundos esperan
siempre la mejor oferta. Esto, que debió ya estar presente en las
primeras comunidades humanas, se fue sofisticando conforme también lo
hacía la tecnología. Sabemos, por ejemplo, que ya en el Egipto de los
faraones se elaboraban mensajes comerciales en papiros, y que los
anunciantes la antigua Roma pintaban murales en las paredes.
En tanto que la cantidad de gente que sabía leer era pequeña, desde sus
inicios la publicidad abundó en los elementos visuales y auditivos que
permitían identificar el producto y la oferta con rapidez. Todavía hoy
muchos comercios utilizan simbología propia de su gremio y es común que
en los mercadillos callejeros los vendedores anuncien el género en voz
alta. La invención de la imprenta y la alfabetización progresiva de la
población a partir del siglo XVII dio alas a los creativos. Luego llegó
la revolución industrial, que se tradujo en una desconocida abundancia
de bienes y servicios a la venta para una población cuyo poder
adquisitivo se incrementaba sin descanso.
La revolución industrial trajo nuevos soportes publicitarios. Primero
la prensa diaria y las revistas, luego la radio, la televisión e
internet. La publicidad exterior pasó de simples murales a elaboradas
vallas y carteles luminosos que pronto se apoderaron del centro de las
ciudades, creando nuevos paisajes urbanos hoy convertidos en iconos como
Picadilly Circus en Londres, Times Square en Nueva York, el cruce de
Shibuya en Tokio o la plaza del Callao en Madrid. Los nuevos medios de
transporte como los trenes, los autobuses y los aviones no tardaron en
llenarse de anuncios. Nuestro mundo sería irreconocible sin la
publicidad, ese arte de los persuasores que ha acompañado a la
civilización desde sus inicios.
Pues bien, hoy en La ContraHistoria vamos a hablar de la historia de la
publicidad. Lo haremos con María de los Ángeles Varvaró, toda una
especialista en publicidad que hace cosa de un mes me propuso hacer un
programa sobre eso mismo. Le dije que lo haría, pero a condición de que
ella participase. Aceptó y hoy la tenemos aquí dispuesta a tratar
conmigo la evolución histórica de algo tan omnipresente en nuestras
vidas que a veces se nos olvida que también tiene su propia historia.
Fuente: La ContraHistoria
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