Hoy los mapas son omnipresentes. Los tenemos tan a mano en cualquier
sitio que no les damos importancia, es más, acostumbramos a mirar un
mapa de forma rutinaria cuando queremos desplazarnos de un punto a otro
ya sea caminando, en automóvil o en Metro. Es fácil y accesible porque
la tecnología contemporánea ha permitido que dispongamos de una
infinidad de mapas especializados para casi cualquier cosa. Todo está
cartografiado y gracias a los satélites sabemos el punto exacto del
planeta en el que nos encontramos con una precisión de apenas un metro.
Tal abundancia de mapas, es decir, de representaciones de la Tierra en
una superficie plana, hubiera maravillado a nuestros ancestros,
especialmente a los lejanos cuya ignorancia sobre el tamaño de nuestro
planeta y también sobre lo que contenía era absoluta.
Mapas de lo más cercano existen desde tiempos remotos. Los arqueólogos
los han encontrado en lugares como Mesopotamia y la cuenca del
Mediterráneo, pero una cosa es cartografiar un valle o un paraje
concreto y otra bien distinta es hacerlo con todo el mundo conocido.
Para eso hizo falta que una serie de geógrafos griegos inventasen
primero esa disciplina y alumbrasen luego otra que tampoco existía, la
cartografía, es decir, el arte de trazar mapas donde se plasmase en un
espacio bidimensional lo que los geógrafos iban describiendo gracias a
sus viajes o a las noticias que les llegaban de distintas partes del
mundo.
El primer geógrafo fue Homero, el autor de la Ilíada y la Odisea, dos
relatos plagados de descripciones con las que se podía elaborar un mapa
muy detallado. Homero creía saber cómo era el mundo. Según él era
circular, en el centro estaban las tierras emergidas y a su alrededor un
océano enorme. Esa idea de una gran isla rodeada por abismos marinos se
mantuvo durante siglos hasta que otros griegos, esta vez radicados en
Alejandría, se propusieron medir el mundo y determinar si era plano o
esférico. Concluyeron que la forma de nuestro planeta era esférica y se
atrevieron incluso a medirla con una sorprendente precisión valiéndose
de las matemáticas. De esto último se encargó Eratóstenes de Cirene,
director de la biblioteca de Alejandría que midió personalmente la
circunferencia terrestre utilizando dos estacas, una colocada junto a la
biblioteca y otra en Asuán, en el sur de Egipto.
Los nuevos descubrimientos y el surgimiento de grandes imperios como
los helenísticos o el romano que fomentaron el comercio poniendo en
contacto a gentes de todo el mundo conocido, posibilitaron que esos
primeros mapas fueran enriqueciéndose. Así es como apareció el primer
atlas en el sentido moderno del término. Su autor, Ptolomeo, un griego
nacido en Egipto, elaboró un compendio muy completo en ocho volúmenes
dotado de índice de topónimos, coordenadas de latitud y longitud para
localizar cualquier punto dentro del mapa, indicaciones con leyendas y
la convención de situar el norte en la parte superior dejando el este a
la derecha y el oeste a la izquierda. Esa convención ha llegado hasta
nuestros días.
El atlas de Ptolomeo fue la obra geográfica y cartográfica más
elaborada durante más de mil años. Fue su mapa el que inspiró a
Cristóbal Colón y a los navegantes del siglo XV a internarse en lo
desconocido en busca de nuevas fronteras que no tardarían en encontrar
acomodo en esos pequeños milagros de dos dimensiones llamados mapas.
Fuente: La ContraHistoria
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