viernes, 5 de mayo de 2023

Podcast La ContraHistoria: Dios salve al Rey

 


No existe ninguna otra monarquía en el mundo más célebre que la británica. Pocos saben quién es el rey de Noruega, el de los Países Bajos o el de Bélgica, pero todos en mayor o menor medida están al tanto de los pormenores de la casa real británica. El Reino Unido que lleva, como su nombre indica, el término reino incorporado en la denominación oficial del Estado, posee una de las monarquías más antiguas del mundo. Los soberanos británicos pueden trazar sus orígenes hasta los pequeños reinos de la Inglaterra anglosajona y la Escocia de la alta edad media. La Inglaterra anglosajona tenía en origen una monarquía electiva que fue reemplazada por un sistema hereditario tras la conquista de los normandos en el año 1066. La dinastía instaurada por los invasores normandos y la de los Plantagenet, también de origen francés, extendieron su autoridad por todas las Islas Británicas creando primero el señorío de Irlanda en el año 1177 y luego, ya en el siglo XIII, apoderándose de Gales, que estaba fragmentado en pequeños reinos. En 1215, el rey Juan I aceptó limitar sus propios poderes otorgando una Carta Magna que inauguró el llamado pactismo británico. De ahí en adelante los reyes ingleses empezaron a convocar parlamentos para aprobar impuestos y promulgar leyes. Poco a poco la autoridad del Parlamento fue creciendo a costa del poder real. En 1603, tras la muerte de Isabel I, la última soberana de la dinastía Tudor, los reinos de Inglaterra y Escocia pasaron a compartir monarca con la llamada Unión de las Coronas. Años más tarde, ya con la dinastía Estuardo instaurada en el trono, llegaron los problemas. De 1649 a 1660 Inglaterra y Escocia se quedaron sin rey. En su lugar se instituyó una república, la Mancomunidad de Inglaterra, Escocia e Irlanda gobernada por un protector, cargo que recayó en Oliver Cromwell. Tras él los Estuardo regresarían, pero por poco tiempo. La revolución gloriosa de 1688 terminaría por imponer una monarquía constitucional en la que los poderes del rey quedaron muy recortados en favor del parlamento. Los nuevos monarcas de la dinastía Hannover culminaron la reforma religiosa que había dado comienzo siglo y medio antes con Enrique VIII, excluyeron a los católicos de la sucesión al trono y, en 1707, los reinos de Inglaterra y Escocia se fusionaron formalmente dando origen al Reino de Gran Bretaña. Un siglo más tarde, en 1801, Irlanda se sumó como reino con entidad propia. Para entonces Gran Bretaña se había convertido ya en una gran potencia que levantó el mayor imperio de su tiempo. El monarca británico se encontraba, al menos nominalmente, a la cabeza de ese vasto imperio que estuvo creciendo hasta bien entrado el siglo XX. Tras la primera guerra mundial sus dominios eran inmensos, cubrían una cuarta parte de las tierras emergidas de todo el globo. En 1926 la Declaración Balfour permitió que los Dominios del imperio se transformasen en países independientes dentro de una Mancomunidad de Naciones unidas por la corona. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de las colonias y territorios británicos se independizaron poniendo fin a uno de los mayores imperios de la historia. Jorge VI y sus sucesores: Isabel II y Carlos III adoptaron el título de jefe de la Mancomunidad como símbolo de la libre asociación de sus estados miembros ya plenamente independizados. Actualmente el Reino Unido y otros catorce estados comparten soberano en la persona del monarca británico, el más famoso de todo el mundo.

Fuente: La ContraHistoria


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