lunes, 10 de mayo de 2021

Poeta 576: Y así murió mi madre de Salvador Tito Otero S.J.

SALVADOR TITO OTERO S.J.

El P. Salvador Tito Otero Roldán falleció el 15 de abril del 2002 a consecuencia de un tumor maligno, a los 85 años de edad, 68 de Compañía y 54 años de sacerdote, en la Enfermería de Fátima, Miraflores, donde pasó sus últimos años. Tito nació en el Callao, el 4 de enero de 1917. Entra al Noviciado en Chile (Chillán) el 9 de marzo de 1934. Los años de formación los hace en Chile y Argentina (Filosofía y Teología) y en Uruguay (Tercera Probación). Hace su Magisterio en Lima, en el Colegio de la Inmaculada, donde también trabaja al terminar su formación, como Prefecto General de disciplina y Secretario del Colegio (1950-1952). Luego va a Arequipa (1953-1958) y trabaja apostólicamente en el Templo de la Compañía y en el Colegio San José.

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Y ASÍ MURIÓ MI MADRE

…Y así murió mi madre,
En un atardecer nublado y frio,
Con un rayo de sol sobre su rostro santo,
Y junto a su ventana
Cantando un ruiseñor amigo
La placidez de la Esperanza alegre
Y de la primavera celestial y eterna.

Y así murió mi madre,
Como mueren siempre
Los que hacen florecer entre las ruinas,
Y brotar, entre las grietas hostiles,
La sonrisa encantadora del amor humilde;
Como mueren siempre
Los que hacen del dolor granos de incienso,
Y de sus lágrimas, senderos de brillantes

Y así murió mi madre,
Amando todo lo que es noble y puro
Lo sencillo y lo bueno,
Y viendo en las bellezas de la tierra
El pálido reflejo del Eterno

Y así murió mi madre,
Sembrando su perdón y su ternura
Para que de ellos brotaran
-Como retoños nuevos.
Lozanos y sonrientes-
Ternuras, sonrisas y perdones.

Y así murió mi madre,
Como siempre vivió,
Tratando de enjugar las lágrimas ajenas,
Y a través de las suyas
Mostrando siempre la sonrisa dulce
De los que saben
Amar y sonreír en el propio dolor que los tortura

Y así murió mi madre,
Golpeada por la vida
Pero nunca abatida en su amargura,
Ni vencida jamás por la desgracias,
Yunque su corazón,
De bronce su alma,
Como campana antigua
Que convierte los duros y pesados golpes
En plegaria sonora,
En historia de siglos,
En ecos de bonanza y bendición de paz!

Y así murió mi madre,
Viviendo siempre en plenitud de vida,
Para ofrecerla al mundo en sacrificio nuevo,
Dia tras día,
Año tras año,
Hasta entregar en su último suspiro
Como una débil llama que se apaga,
Su vida toda por el bien ajeno.

Y así murió mi madre,
Besando con su labios trémulos
El Santo crucifijo de sus cruces,
Y entre sus finas manos,
De pálido marfil amarillento,
Sin fuerzas ya
Para volver a desgranarlo entre sus dedos,
El Rosario blanco
De sus días blancos, negros y morados.

Y así murió mi madre,
Pidiendo que su esposo, sus hijos y sus nietos
No sufrieran el dolor de su partida,
Y junto con sus lágrimas y rezos
Regaran su cadáver
De flores hermosísimas y frescas,
Para que su fragancia
Deleitara a los que fueran a llorarla.

Y así murió mi madre,
-Como ella lo pidió-
Sintiéndose en los brazos de su hijo Sacerdote,
y recibiendo de sus manos consagradas,
Como dádiva postrera,
Como prenda Sacrosanto de su Dios.

Y así murió mi madre,
-Como ella deseó-
Como un velero blanco y majestuoso,
Que en mar sereno
Se va alejando,
Silenciosamente,
Apaciblemente,
Del puerto en que vivió,
Hacia otro puerto:
El de su dicha inacabable y cierta.
¡Velero blanco y majestuoso!
Dejando tras de sí la estela luminosa
De su existencia generosa y bella!

Y así murió mi madre,
En un atardecer nublado y frio,
Con un rayo de sol sobre su rostro santo,
Y junto a su ventana
Cantando un ruiseñor amigo
La placidez de la Esperanza alegre
Y de la primavera celestial y eterna!

Del libro ¡Madre!

 

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