¿Tienen base histórica los poemas homéricos? ¿Son solo una leyenda o bien un documento científico para conocer la Edad del Bronce del Egeo? Hasta el siglo XIX, defender la existencia de una civilización anterior a la griega arcaica en la región del Egeo era espinoso. Aunque escritores de la Antigüedad habían narrado con todo detalle historias remotas de héroes y dioses, muy pocos estudiosos les daban credibilidad: las consideraban más deudoras de la fantasía y la leyenda que de la historia.
La llegada de un arqueólogo aficionado, Heinrich Schliemann, cambiaría en parte esa percepción. De la mano de la Ilíada y la Odisea abriría la veda al redescubrimiento de dos civilizaciones: la minoica, asentada en Creta a mediados de la Edad del Bronce, y la micénica, una civilización desarrollada a finales de esa misma era en el corazón del Peloponeso, caracterizada por grandes palacios y fortalezas.
Los centros principales de esta última eran Tirinto, Pilos, Tebas y Micenas. Schliemann identificó Micenas con el reino legendario de los átridas, linaje al que pertenecieron héroes míticos como el rey Atreo y sus hijos Agamenón y Menelao, artífices de la invasión de Troya.
Aunque el alemán había visitado el yacimiento de Micenas previamente y había abierto sin permiso hasta 34 cortes en distintos lugares del área, la exploración no comenzó oficialmente hasta 1876, siempre bajo la supervisión atenta de un representante de la Sociedad Arqueológica de Atenas. A partir de ese momento, Schliemann solo necesitó unos tres meses para dar con el extraordinario hallazgo que le otorgó fama: un conjunto de seis tumbas de fosa vertical, llamado Círculo A, que contenía 18 individuos y unos espectaculares ajuares funerarios.
Datadas del siglo XVII a. C., las tumbas contenían los restos de, al parecer, nueve mujeres, ocho hombres y un niño, seguramente familia de uno o varios jefes guerreros o nobles. La enorme cantidad y la suntuosidad de las piezas halladas apoyan esta teoría.
Entre ellas, que suman en conjunto más de 15 kilos de oro, destacan varias copas de este metal, diversas diademas, joyas, alfileres o broches, una espada de bronce con empuñadura esmaltada, una daga, también de bronce, con una escena de caza de león en oro, electro y plata, hasta 13 estelas funerarias decoradas y, muy especialmente, seis máscaras que, realizadas sobre una lámina de oro, servían para cubrir el rostro de los difuntos.
¿El retrato de un rey?
Entre las seis máscaras, una destacaba especialmente: la hallada en la tumba V. Se trataba de una fina lámina tratada mediante la técnica de repujado, consistente en labrar figuras de relieve sobre el metal con la ayuda de un punzón.
Sin duda el orfebre aplicó a la fisonomía de la pieza un corte realista, pues en ella se aprecian a la perfección todos los rasgos: los ojos y los párpados, con relieve y cerrados en representación de la muerte; las orejas, simétricas y recortadas del rostro como si fueran unas aletas; las cejas, que a diferencia de las del resto de máscaras no se limitan a un mero trazo, sino que son tupidas, arqueadas y con relieve; la nariz, recta y afilada; la boca, grande y con dos finos labios exquisitamente definidos; la barbilla o mentón, inexistente en las otras cinco máscaras; y un “aristocrático” bigote, que confiere al conjunto una estética especial.
Su peculiaridad respecto al resto y el grado de sofisticación de sus acabados eran tales que, animado por el hallazgo, Schliemann creyó que esta máscara debía de ser la de un soberano, que identificó con el legendario Agamenón, hijo del rey Atreo y comandante de los griegos aqueos que participaron en la mítica guerra de Troya que narra la Ilíada.
Tan convencido estaba que escribió un telegrama al rey Jorge I de Grecia afirmando: “Con gran gozo, anuncio a Su Majestad que he descubierto las tumbas de Agamenón, Casandra, Eurimedon y sus compañeros, asesinados en el banquete por Clitemnestra y su amante Egistos”. Todos eran personajes mitológicos de historicidad discutible.
Un siglo después, y sin que se haya probado aún la existencia de los átridas, la arqueología moderna ha desentrañado el equívoco. Parece probado que la máscara es, como mínimo, unos trescientos años anterior a los tiempos en que, según Homero, dominaron el Peloponeso las legiones de Agamenón y su hermano Menelao. Sin embargo, eso no resta importancia al hallazgo, por lo que la pieza sigue conservando su nombre.
Al margen de la polémica, el Círculo A es una fuente de documentación muy valiosa, especialmente en lo referente a los usos funerarios de los micénicos. Entre otras cosas, el hallazgo reveló el extremo respeto que estos sentían por sus muertos. Aunque hay pruebas de que se habían extraído restos anteriormente, las tumbas estaban prácticamente intactas.
Datan de finales del Heládico Medio, período que coincide con la etapa de esplendor del asentamiento (s. XVI a. C.). Ocupaban un perímetro de unos 28 metros y al principio estaban situadas fuera de la muralla de Micenas. Sin embargo, dos siglos después pasaron a incluirse en el recinto amurallado, que incorporó una entrada monumental: la llamada Puerta de los Leones.
Aunque Micenas presenta gran número de enterramientos diversos (hay hasta nueve tumbas de planta circular y 27 necrópolis de tumbas de cámara), las seis que forman el conjunto donde fue hallada la máscara son de fosa de estilo vertical. Se trataba de sepulturas profundas excavadas en un pozo rectangular. El cuerpo se hacía descender por medio de cuerdas y se cubría con guijarros. Encima, varias vigas sostenían un techo de barro y ramas.
La parte superior de la tumba se cubría con tierra hasta la superficie y se formaba un montículo con una estela funeraria. Se estima que su construcción podía llevar más de tres meses de trabajo y, dado que algunas contenían varios cadáveres, el proceso podía repetirse en diversas ocasiones, puesto que las vaciaban y las volvían a llenar cada vez que añadían un nuevo difunto.
Luz sobre Micenas
En 1841, la Sociedad Arqueológica de Atenas ya había descubierto la Puerta de los Leones –la entrada a la ciudadela– y ya no había duda de que el yacimiento era Micenas, pero lo cierto es que tres años más tarde, cuando Schliemann comenzó sus trabajos, se sabía muy poco sobre aquella civilización.
Por las tumbas (la última, la del guerrero del glifo, hallada cerca de Pilos en 2015) se deduce que se trataba de un pueblo con amplios intercambios comerciales, con una estructura social altamente jerarquizada y dominada por una clase pujante de nobles y guerreros muy dados al lujo, que construían fortificaciones y palacios.
En la técnica y el estilo artístico de las fosas y los atavíos funerarios se aprecia fácilmente la influencia de otras culturas. No hay demasiada cerámica, ya que los vasos eran metálicos, pero algunos materiales son de origen cretense o incluso egipcio, vestigios de sus contactos de ultramar.
Hacia 1200 a. C. la mayor parte de los asentamientos fueron destruidos, aunque el motivo sigue sin estar claro: mientras algunos historiadores apuntan a un terremoto o al cambio climático, otros señalan como responsables a los invasores dorios procedentes del norte o a movimientos vinculados a los denominados Pueblos del Mar. En todo caso, a día de hoy, el fin de esta civilización sigue siendo un misterio.
¿Mentiroso compulsivo?
Schliemann fue diana recurrente de sus colegas, que le acusaban de mentiroso y aficionado. Cometió errores que destruyeron valiosas piezas, ya irrecuperables. Además, parece que la máscara es anterior a la guerra de Troya. Algunos académicos han cuestionado incluso su autenticidad.
Las diferencias estilísticas y fisonómicas respecto a las otras cinco máscaras encontradas, la descripción, “digna de orfebres modernos”, su descubrimiento solo tres días antes del fin de las prospecciones, los rumores de que Schliemann “encontraba” piezas que él mismo habría enterrado o su propensión al eco mediático son algunos de los argumentos que el estudioso William H. Calder esgrimió en la segunda mitad del pasado siglo para sembrar incertidumbre sobre la honestidad del hallazgo. Autores menos suspicaces, como David Traill, opinaron que la pieza pudo pertenecer a un enterramiento posterior: Schliemann la habría trasladado a la tumba V.
Estas teorías serían refutadas por expertos como Kenneth D. S. Lapatin, que como mucho admite que la máscara pudo ser “sobrerrestaurada”, o Katie Demakopoulou, exdirectora del Museo Nacional de Arqueología de Atenas, para quien la factura micénica de la pieza está fuera de duda.
Fuente: https://www.lavanguardia.com
Por: Belén Romero
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