lunes, 24 de mayo de 2021

Poeta 578: El porqué de las palabras de Francisco Brines

FRANCISCO BRINES

Francisco Brines Bañó (Oliva, Valencia, 22 de enero de 1932-Gandía, Valencia, 20 de mayo de 2021)​ fue un poeta español encuadrado en el grupo poético de los años 50. Desde 2001, fue académico de la Real Academia Española. Ha sido reconocido con distinciones como el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010)​ o el Premio Miguel de Cervantes (2020).​ Un amplio sector de la crítica cataloga su obra en el capítulo elegíaco de la poesía española del siglo xx,​ como continuador de Luis Cernuda y Constantino Kavafis. Su poemario La última costa, fue elegido libro del año 1996 por el suplemento ABC Cultural​ y ganó el Premio Fastenrath de 1998.

 

EL PORQUE DE LAS PALABRAS

No tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.

Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna
                                                                           del hombre.

Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es
                          remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.
No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan sólo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?

En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de
                                                       lenta reflexión y el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.

Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todo son gestos, muertes, son residuos.

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.


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