DOMINGO XXXI del Tiempo Ordinario
El Evangelio de hoy, que narra la conversión
de Zaqueo, podíamos decir que es nuestra propia historia. Un hombre, en un
momento dado de su vida, siente que necesita encontrarse con Jesús, quiere
verlo, y hace todo el esfuerzo para lograr mirarlo. Y en la búsqueda se
encuentra con que Jesús lo mira a él y se invita a su casa, porque quiere
compartir con él su amistad. Y en el encuentro Zaqueo cae en la cuenta de que
tiene que cambiar y cambia radicalmente, y ya en vez de apropiarse ilícitamente
del dinero de los demás, se pone a dar y a repartir con generosidad.
Son cuatro pasos perfectamente definidos los
que da Zaqueo: la curiosidad o la necesidad de ver a Jesús, que está pasando
cerca. El esfuerzo por verlo, superando las dificultades que se ponen delante,
y si se es bajo de estatura, habrá que subirse a un árbol para ver a Jesús;
pero hay que verlo de todas maneras. El tercer paso, es Jesús que ve y mira a
quien le está buscando, y se produce un encuentro y una intimidad en la propia
casa, con Jesús invitado a comer. Y finalmente la transformación de la conducta
producida por el encuentro con Jesús.
Es la historia de tantas personas que han
buscado a Jesús y lo han encontrado, y este encuentro ha transformado sus
vidas. Muchas personas buscan a Jesús, quizá incluso lo buscan sin saberlo. En
la vida de muchas personas surge un cansancio del vacío, de la vida dedicada a
cosas superficiales. Personas que no han pensado nunca en serio en Dios, que se
han dedicado al trabajo, a ganar dinero, a buscar por todas partes todas las
diversiones, las lícitas y las ilícitas; personas que han progresado a base de
encaramarse sobre los demás. Pero al final, personas sin rumbo y con un vacío
en el corazón. Y ese vacío en un momento dado se hace sentir en forma de
hastío, o en forma de aburrimiento; surge una nueva necesidad, y se oye hablar
de Jesús, y parece que esa voz encuentra un cierto eco, aunque sea débil en ese
corazón vacío.
En ese corazón así preparado por la decepción,
o por el fracaso, surge una necesidad de Dios, que al principio no se sabe con
claridad que sea precisamente necesidad de Dios. A veces es la curiosidad por
ver qué hay en las personas que viven cerca de Dios. Pero en variadas formas se
trata de una atracción que Dios empieza a ejercer sobre la persona. Este deseo
crece, se hace consciente, y quiere ser satisfecho. Se ha hecho suficientemente
grande como para empezar a buscar con intensidad. Y entonces surgen
dificultades, impedimentos, marchas atrás. Pero la persona ha quedado inquieta
por esta necesidad de buscar; y supera todas las dificultades, y si es
necesario se sube a un árbol, para ver a Jesús. A veces el sujeto es de baja
estatura moral, y tiene que levantarse un poco, para que la multitud no le
impida la vista.
Y cuando el sujeto está allá arriba mirando,
siente que la mirada de Aquel que él buscaba con timidez se dirige a sus ojos
para mirarlo profundamente y la mirada le llega hasta el corazón. Y le hace
sentir una emoción especial. Jesús en ese momento del encuentro le pide
“permiso” para entrar en su casa: Jesús le dice: hoy necesito (El, Jesús, es el
que necesita) hospedarme en tu casa. ¿Qué necesidad es esa? ¿Quién necesita de
quién? Pero una vez que se dio el encuentro de las dos miradas, se han encontrado
los dos corazones; y El empieza a ser el huésped de su casa, el que va a llenar
el vacío que había hasta hace poco tiempo.
Y enseguida la presencia de Dios te hace
cambiar los parámetros de tu vida: el que era ladrón se convierte en
bienhechor, el que era egoísta se transforma en generoso. Empieza a hacer
cuentas, a repasar toda su vida y da la mitad de sus bienes, y empieza a
devolver cuatro veces a todos los que ha defraudado, como hizo Zaqueo cuando
tuvo a Jesús a comer en su casa.
Es que la presencia de Jesús en el corazón
tiene que transformar todo lo que está torcido. Su invitación a que le demos de
comer, se convierte en una invitación que El nos hace a cambiar, a sustituir
todo lo torcido por rectitud. Su amistad nos cambia completamente y empezamos a
ser lo que deberíamos haber sido siempre. Y sentimos que ese vacío de hace un
tiempo, que nos indujo a buscar al Señor, ya ha quedado lleno con su presencia
y con la transformación de nuestra conducta.
Adolfo Franco, SJ