Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome las cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo. Yo no quería saber nada de eso. Si no estuviera en la calle comenzaría a cantar. Cantar sí que era lindo. Totoca sabía hacer algo más, aparte de cantar: silbar. Pero por más que lo imitase no me salía nada. El me dio ánimo diciendo que no importaba, que todavía no tenía boca de soplador. Pero como yo no podía cantar por fuera, comencé a cantar por dentro. Era raro, pero luego era lindo. Y estaba recordando una música que cantaba mamá cuando yo era muy pequeñito. Ella se quedaba en la pileta, con un trapo sujeto a la cabeza para resguardarse del sol. Llevaba un delantal que le cubría la barriga y se quedaba horas y horas, metiendo la mano en el agua, haciendo que el jabón se convirtiera en espuma. Después torcía la ropa e iba hasta la cuerda. Colgaba todo en ella y suspendía la caña. Hacía lo mismo con todas las ropas. Se ocupaba de lavar la ropa de la casa del doctor Faulhaber para ayudar en los gastos de la casa. Mamá era alta, delgada, pero muy linda. Tenía un color bien quemado y los cabellos negros y lisos. Cuando los dejaba sueltos le llegaban hasta la cintura. Pero lo lindo era cuando cantaba y yo me quedaba a su lado aprendiendo.
Así empieza Mi planta de naranja-lima.
De mayor Zezé quiere ser poeta y llevar corbata de lazo, pero de momento es un niño brasileño de cinco años que se abre a la vida. En su casa es un trasto que va de travesura en travesura y no recibe más que reprimendas y tundas; en el colegio es un ángel con el corazón de oro y una imaginación desbordante que tiene encandilado a su maestra. Pero para un niño como él, inteligente y sensible, crecer en una familia pobre no siempre es fácil; cuando está triste, Zezé se refugia en su amigo Minguinho, un arbolito de naranja lima, con quien comparte todos sus secretos, y en el Portugués, dueño del coche más bonito del barrio.
Publicada por primera vez en 1968, Mi planta de naranja lima es la emocionante historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente. En esta novela, José Mauro de Vasconcelos recreó sus recuerdos de infancia en el barrio carioca de Bangú con un lirismo y una ternura que cautivaron a los lectores desde su aparición y que la han convertido en uno de los libros más leídos de la literatura brasileña contemporánea.
¿Por qué de niños todos leímos un libro tan triste como “Mi planta de naranja lima”?
El brasileño José Mauro de Vasconcelos publicó Mi planta de naranja lima en 1968 y se convirtió, casi de inmediato, en un éxito y hoy en un clásico que generaciones de infantes de todo el mundo han —hemos— leído durante la etapa escolar. La historia, recordemos, es la siguiente: Zezé tiene cinco años, es el quinto de seis hermanos y su familia vive en medio de la pobreza. Es un niño muy inteligente —aprendió a leer solo, por ejemplo—, sueña con convertirse en poeta y llevar corbata de lazo, y tiene por mejor amigo a su planta de naranja lima, a quien él llama “Minguito”. Su padre y hermanos, que viven de frustración en frustración, castigan sus travesuras con golpizas que más de una vez lo han tumbado en cama. A punto de perder la fe en el mundo —porque a los cinco años también se puede perder la fe— se reconcilia con la ternura gracias a la amistad de Portuga, un adinerado señor que pronto supone para él una nueva figura paterna. Pero, como si la vida de Zezé no tuviera suficiente drama, Portuga muere en un accidente y, casi al mismo tiempo, el Municipio corta su planta de naranja lima. Fin.
Este 26 de febrero de 2020 el autor hubiese cumpliría 100 años, y a propósito del centenario nació la pregunta: ¿qué tan vigente está la lectura de Mi planta de naranja lima? Hasta la década del 2000 era un libro obligatorio en la mayoría de colegios peruanos. Hoy, con la institucionalización del plan lector, las lecturas son mucho más diversas y no todas las escuelas lo incluyen. La misma suerte han corrido otros clásicos que también zacudieron miles de infancias, como Oliver Twist (Charles Dickens, 1839) o Corazón (Edmundo De Amicis, 1886). Se trata de historias de innegable valor, pero que hacen válida la pregunta: ¿Son adecuadas este tipo de lecturas para los niños?
Jéssica Rodríguez, escritora, investigadora y editora de libros para niños y jóvenes, tiene una respuesta: “Mi planta de naranja lima no es para primeros lectores, pero sí es probable que la puedan disfrutar niños de 10, 11 años o más. Ojo, no hay género malo o tema malo, lo que hay es libros adecuados para un determinado lector o determinado momento. ¿Por qué este libro nos conmueve tanto? Por la autenticidad de las emociones que el autor retrato. José Mauro de Vasconcelos era de un barrio muy pobre de Brasil, y muchas de las experiencias de Mi planta de naranja lima están inspiradas en cosas que le sucedieron, situaciones que pudo ver o compartir con otros. Creo que esa conexión la siente el lector. No hay que perder de vista que esta historia nos está contando una sombra de la vida y que la vida está compuesta por luces y sombras. El relato realista amplía el panorama de los niños, lo que hay que hacer es usar el material adecuado para la edad del lector sobre todo cuando se tratan temas que no son fáciles de procesar muy temprano. Hoy hay libros que tratan temas difíciles para los niños, como la muerte, de manera adecuada para los más pequeños. El nivel de complejidad de las lecturas va cambiando en tanto los lectores van creciendo”.
¿Qué son los mediadores de lectura?
Marcela Beriche Lezama, educadora y magíster en didáctica de la lectura y escritura y docente de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, estos tipos de textos siempre deben ser acompañados y no dejar al niño leer de manera solitaria. “Los libros que abordan temas que mueven muchas fibras y emociones deben elegirse con cuidado de acuerdo a la edad. Los niños o adolescentes pueden acercarse a este tipo de textos, pero ahí el acompañamiento del docente (o de los padres) es sumamente importante porque hace reflexionar al estudiante sobre el contenido y orientarlo cuando se traten situaciones complejas. Es importante el papel de los mediadores de lectura”, dice. Este es pues el papel de los mediadores de lectura.
Fuente: https://elcomercio.pe
Por: Katherine Subirana Abanto
JOSE MAURO DE VASCONCELOS
Nació en Bangú (Brasil) el 26 de febrero de
1920. Hijo de una familia muy pobre, su madre era india y su padre
portugués. Pese a estudiar dos años de Medicina en Natal, ejerció en su
juventud los más diversos oficios: entrenador de boxeadores, bracero en
una hacienda, pescador o camarero. Desde muy joven se interesó por las
condiciones de los más oprimidos, como los indios, los garimpeiros o
los trabajadores de las haciendas, experiencias que más tarde
trasladaría a muchas de sus obras. A partir de su debut literario en
1945 con Banana Branca, combinó sus trabajos literarios con su
carrera cinematográfica (fue actor y guionista).
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Su obra bebe de la narrativa popular brasileña transmitida de forma oral
y está teñida de un profundo respeto y admiración por la naturaleza y
una compasiva mirada hacia los más desfavorecidos. Es autor de una
veintena de libros de narrativa entre los que destacan: Rosinha mi canoa (1962), Corazón de vidrio (1964), El velero de Cristal (1973), Vamos a calentar el sol (1974) y, sobre todo, Mi planta de naranja lima
(1968), que lo convirtió en uno de los autores más populares de la
literatura brasileña del siglo XX. Murió en São Paulo en 1984.
MÁS INFORMACIÓN
Autor(es): José Mauro de Vasconcelos
Editorial:
Páginas: 178
Tamaño: 14,5 x 21 cm.