En 1664, el rey Luis XIV de Francia inauguró el palacio de Versalles
renovado, que pasó así a convertirse en el palacio oficial de la corte
francesa. En su origen, Versalles había sido construido por el padre de
Luis XIV, Luis XIII, para que sirviera como pabellón de caza
aprovechando los grandes bosques donde se hallaba emplazado, en un bello
paraje natural al suroeste de París. Pero con el traslado de la Corte,
Versalles habría de convertirse no sólo en el emblema del reinado del
Rey Sol, sino en todo un símbolo de la monarquía absoluta. Y no sólo por
la grandeza del palacio, sino por la forma de organizar los jardines,
un complejo ejercicio de control de la naturaleza.
Durante más de un siglo, hasta finales del siglo XVIII y y el estallido
de la Revolución Francesa, Versalles fue la verdadera capital de los
reyes de Francia, la prodigiosa y sofisticada Corte de Luis XV y Luis
XVI, de Madame Pompadour y María Antonieta. Entretanto, otros monarcas
europeos trataban de imitar a los franceses construyendo sus propios
palacios de Versalles a las afueras de Madrid, Viena, Berlín, San
Petersburgo, Nápoles, o Turín. El esplendor de Versalles acabó con la
Revolución, cuando fue ocupado y saqueado por los jacobinos. Años más
tarde, ya con Luis XVIII en el trono, el nuevo monarca decidió no volver
a residir en él y fijó su residencia en el palacio parisino de las
Tullerías. El fin de la dinastía borbónica marcó también el ocaso
definitivo del palacio, que se convirtió en museo en 1837 por orden de
Luis Felipe de Orleans. En la guerra francoprusiana de 1870 se
transformó en el cuartel general del ejército invasor y allí mismo, en
la Galería de los Espejos, fue coronado el emperador alemán Guillermo I.
Medio siglo después serviría como sede para el tratado de paz que
pondría fin a la Primera Guerra Mundial.
En la actualidad, Versalles se ha convertido en uno de los monumentos
más visitados del mundo. En 2019 recibió más de 15 millones de turistas
llegados desde los cinco continentes. Los visitantes acuden a recorrer
ese símbolo del absolutismo buscando las trazas del Rey Sol. Sin
embargo, tras esa capa inicial del edificio todopoderoso, Versalles
cuenta una historia mucho más compleja. Es cierto que Luis XIV quiso
convertirlo en el símbolo de su autoridad, pero también es un reflejo de
la propia evolución de la monarquía desde el momento álgido del
absolutismo monárquico hasta su malogrado final con la Revolución de
1789. Una evolución que se evidencia en las propias ampliaciones del
conjunto palaciego, con sus sucesivos añadidos, donde destacan el Gran
Trianon y el Pequeño Trianon. Pero, además, Versalles fue una
complejísima máquina burocrática con sus más de 200 apartamentos
preparados para recibir a otras tantas familias nobles al servicio del
rey, lo que provocó la necesidad de crear, fuera del palacio, la propia
ciudad de Versalles, cobijo de todos los servidores de esa nobleza.
Hoy, con Alberto Garín, recorremos todos esos recovecos artísticos,
políticos y prácticos del palacio de Versalles, un monumento grandioso,
declarado hace ya unos años como Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO cuya influencia en los últimos tres siglos de historia europea ha
sido fundamental.
Fuente: Podcast: La ContraHistoria
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