El libro recién editado no se expondrá en las vidrieras a la espera de lectores curiosos. Mi lucha tampoco llevará el título en la tapa y, mucho menos, el de su autor. El precio lo vuelve privativo y el tramiterío para hacerse de un ejemplar desalienta incluso a los persistentes. Mientras se descargan cada día de sitios pirata en Internet versiones corruptas, amputadas y parciales, Mein Kampf, de Adolf Hitler, el libro que no debe ser nombrado, está de regreso encorsetado en un andamiaje teórico monumental, desarrollado a lo largo de una década en Francia (y antes en Alemania), para contextualizar, casi un siglo después, todo el mal que sus páginas indecorosas exhiben. El rigor intelectual busca neutralizar el aura de lo maldito y exhibir la brutalidad de su prosa caótica, deficiente, ilegible por momentos.
“Se trata de un texto abominablemente mal redactado”, repite desde hace dos meses el germanista francés Olivier Mannoni. Tras décadas traduciendo más de doscientos libros de filósofos como Hans Blumenberg o Peter Sloterdijk; sociólogos; historiadores; la correspondencia de Sigmund Freud; y decenas de novelistas, aceptó adentrarse en el libro de Hitler, no sin temor. “Tuve mis dudas, es cierto. Pero en todo caso, fueron cuestionamientos y preguntas a los que procuré responder siempre desde una metodología extremadamente precisa y científica de abordaje del texto”, confiesa a Ñ por teléfono desde Francia una tarde a principios de julio.
Su vida profesional, si bien reconocida (en 2018 recibió el premio Eugen-Helmlé por la totalidad de su trabajo de traductor), sufrió un tsunami desde que el regreso de Mein Kampf fue al fin anunciado por Éditions Fayard. En las últimas ocho semanas, ha ofrecido decenas de entrevistas, participó de emisiones de radio y de programas de televisión, y en cada una de esas ocasiones, la pregunta se repitió en eco. ¿Cuál es el poder de ese libro?
Las mentiras y la estupidez
Cuando empezó a escribirlo, Hitler estaba preso. El año anterior, en 1923, había fracasado el intento de golpe de Estado que protagonizó el 8 y 9 de noviembre en Múnich, y por aquella acción había recibido una condena de cinco años en la prisión de Landsberg. De manera que, en mayo de 1924, comenzó a redactar un libro al que pretendía titular 4½ Jahre Kampf gegen Lüge, Dummheit und Feigheit (Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía) y que tempranamente, a fuerza de mezclar recuerdos personales con teorías tomadas de aquí y allá, entendió que ocuparía dos tomos y 728 páginas en total.
El primer volumen estuvo listo en 1925 y fue publicado el 18 de julio de ese año con el título más breve Mein Kampf, por sugerencia del editor Max Amann. Eran 400 páginas que se vendían al equivalente de unos tres dólares de la época. Pero si el autor pretendía solventar sus gastos tras el proceso judicial, las ventas no lo acompañaron en ese primer momento. Con todo, un año después apareció el segundo tomo, el 11 de diciembre de 1926, aunque ni siquiera alcanzó el nivel de interés del primero.
El panorama cambiaría tras la llegada de Hitler al poder: solo en 1933, el libro vendió un millón de ejemplares. Para 1945, año final de la Segunda Guerra, circulaban doce millones por el mundo entero, Mein Kampf (transformado en un único tomo) era el libro alemán más vendido después de la Biblia y su autor se había transformado en millonario gracias a las regalías y en el “escritor” alemán más exitoso.
El poderío germano y la centralidad del líder nazi a partir de 1933, año en que fue electo por sufragio democrático, interesó al mundo editorial de otros países europeos que se lanzaron a traducir el libro fundacional del movimiento nacionalsocialista. “La obra autobiográfica y programática de Adolf Hitler, la ‘figura desencadenante’ del nacionalsocialismo, despertó un súbito interés en todo el mundo tras su acceso al poder en enero de 1933. Pioneros en la iniciativa de verter Mein Kampf a otros idiomas fueron los británicos, que ya desde principios de ese año se afanaron en la tarea de publicar el prontuario nazi”, apunta el historiador español Jesús Casquete Badallo, de la Universidad del País Vasco, en su artículo “La primera edición española de Mein Kampf”, publicado en la Revista de Estudios Políticos en 2019.
A esa primera traducción de 1933 le siguieron otras en los países escandinavos (Noruega, Suecia, Finlandia), en Flandes y en Croacia, varias ediciones italianas de la década de 1930, una francesa y dos españolas. Sin embargo, lo singular de todas ellas es que ninguna era igual a otra: “Cada una difería de las otras, es decir, se basaba en selecciones diversas del texto original”, puntualiza Casquete Badallo. Según el idioma, Hitler recordaba cosas que luego olvidaba en su mismo libro editado en otro país... De modo que cuando en 1941 las autoridades nazis bloquearon la publicación en el extranjero de cualquier versión del libro, nadie, salvo los lectores alemanes, sabía realmente qué cosa había escrito el Führer .
“La razón de que cada edición fuera parcial y distinta a las otras es que el régimen nazi, y Hitler, no estaban dispuestos a dejar que apareciesen en otros países obras que no estuviesen bajo su control directo –escribe para Ñ desde su casa en Bilbao el académico vasco que rastreó los orígenes de la traducción al castellano–. Como en general las ediciones abreviadas no contaban con el plácet alemán, los contenidos respondían al criterio de las editoriales o del traductor”.
Aunque no se dedicó especialmente a la versión argentina, el historiador Casquete Badallo consigna que Mi lucha, editado en Buenos Aires por Luz Ediciones Modernas, tenía 250 páginas y la traducción la firmaba Alberto Saldívar P. “Se trata de una edición traducida de la versión en inglés de Edgar Dugdale, un antiguo oficial de guerra que había pasado por las aulas de Eton y Oxford, en el Reino Unido. El registro bibliográfico de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno especula con que la edición sea de 1935 porque el libro no recoge la fecha de impresión”, escribe el académico.
Mein Kampf, siglo XXI
Si el éxito del libro quedó atado al poderío de Hitler, con su suicidio y el fin de la Segunda Guerra Mundial, llegaría la prohibición. Aunque no el silencio. “En Alemania se prohibió la reedición ya en 1945, y la censura se mantuvo hasta que la propiedad intelectual expiró, en enero de 2016”, apuntan los historiadores franceses en la edición crítica publicada a comienzos de junio de este año en Francia con la consecuente polémica.
El libro de un millar de páginas y 3 mil notas no se titula Mein Kampf sino Historiciser le mal (Historiar el mal), y solo en el subtítulo consigna brevemente de qué trata el volumen: una edición crítica del texto de Hitler, sin el crédito del autor. El tomo cuesta cien euros y no se vende en librerías sino solo bajo pedido, de manera que asegura la identificación del comprador. Además, todo ingreso será íntegramente destinado por la editorial a la Fondation Auschwitz-Birkenau. Una batería de recaudos que funcionan como escudo ante las preguntas más simples: ¿por qué volver a publicarlo? ¿por qué ahora?
“Uno preferiría que el libro hubiera desaparecido junto con el mundo que ayudó a crear, ese “Tercer Reich” que, a pesar de su brevedad, constituyó el régimen más criminal jamás conocido y dejó tras de sí decenas de millones de víctimas, algunas de las cuales fueron asesinadas en aplicación expresa de la lógica racista que este libro hace explícita”, anota el equipo de historiadores comandado por los renombrados investigadores Florent Brayard en Francia y Andreas Wirsching en Alemania.
Sin embargo, el libro nunca desapareció en verdad y los autores de este trabajo de revisión lo dejan en claro en su introducción: “La ausencia de reedición dejó en circulación las ediciones anteriores a 1945 que se vendían legalmente en las librerías de segunda mano, un fenómeno nada desdeñable. También en el mundo anglosajón el libro siguió disponible después de la guerra en la forma que había conocido antes de 1945. Sin embargo, durante estas siete décadas también aparecieron ediciones piratas en diversas partes del mundo, a veces con tiradas muy grandes. A ellas se suman las traducciones publicadas antes de 1945, legalmente o no, en diecisiete idiomas, y no todas fueron objeto de procedimientos judiciales por iniciativa del Ministerio de Hacienda de Baviera, depositario de los derechos”.
Además, por fuera del marco legal y físico, “la web ha contribuido, en Europa y en otros lugares, a la difusión de Mein Kampf, de forma aún más considerable y sin ningún recurso legal”, agregan para trazar el panorama en el que, explican, era hora de volver al libro.
Dos ediciones críticas precedieron el libro francés con sus correspondientes preguntas incómodas y denuncias de apología del genocidio. “A continuación, se insistirá en que muchos pasajes constituyen una incitación al odio racial, lo que es penalmente reprobable, y se pedirá una aplicación aún más estricta de la ley, ya que el resurgimiento del racismo y el antisemitismo parece hoy probado en la política, en la esfera pública y en la criminalidad terrorista. Aunque la calificación jurídica no es dudosa, no hay que sobrestimar la nocividad actual de Mein Kampf”, reconocen los integrantes del equipo de expertos.
Pero recuerdan un elemento central: “Suponer que este libro seguiría siendo operativo hoy en día es, sin duda, olvidar que el peligro viene de otra parte, de un pensamiento racista multiforme que, para prosperar, debe actualizarse constantemente”.
El poder de las palabras
El capítulo 9 del primero tomo original de Mein Kampf se titula “El Partido Alemán de los Trabajadores” y comienza con una frase de 56 palabras que amerita en Historiciser le mal dos notas de 120. Si bien la editorial Fayard no distribuyó libros entre los medios de prensa, elaboró un puntilloso dossier que ejemplifica con la totalidad de ese capítulo el riguroso trabajo de contextualización (cada segmento está precedido por un ensayo) y de notas.
Detrás de ese trabajo, además del equipo formado por los historiadores Anne-Sophie Anglaret, David Gallo, Johanna Linsler, Olivier Baisez, Dorothea Bohnekamp, Christian Ingrao, Stefan Martens, Nicolas Patin y Marie-Bénédicte Vincent, se encuentran diez años de trabajo dedicados a cada frase y concepto por el traductor Olivier Mannoni, que respondió las preguntas de Ñ por teléfono.
–Hace diez años le propusieron traducir Mein Kampf y contó usted que el trabajo fue muy distinto al que realiza habitualmente. ¿Por qué traducir a Hitler es diferente?
–Cuando me propusieron en 2011 trabajar con este libro, yo ya me lo había encontrado en distintas ocasiones porque traduje muchos libros de historia sobre Alemania y el nazismo. Y esas veces ya me había pasado de tener grandes dificultades al momento de traducir párrafos de esa obra. La antigua traducción francesa, que existe desde 1934 (titulada Mon combat y editada en ese año por Nouvelles Editions latines), no es apropiada y tampoco podía ayudarme mucho. Entonces, cuando me propusieron traducir Mein Kampf consideré que era indispensable porque no existía entonces una herramienta que permitiera trabajar en la investigación adecuadamente. El trabajo concreto debo decir que no fue el habitual porque me indicaron que debía conservar su carácter de escritura confusa y deficiente. Normalmente un traductor tiene por misión elaborar versiones de los libros que los reconstruyan de manera legible y conservando su sentido absolutamente. Pero aquí el pedido fue el de elaborar una traducción que estuviera lo más cerca posible del texto de Adolf Hitler. Me refiero a reproducir en francés también esa característica caótica de la escritura porque esa confusión y caos son consustanciales al texto.
–¿Por qué es necesaria, casi un siglo después, una nueva traducción?
–Porque la antigua traducción era, por un lado, técnicamente insatisfactoria, pero en particular porque en 1934 obviamente no teníamos la historiografía que desde entonces ha sido desarrollada por los historiadores alemanes y europeos, así como tampoco el conocimiento que hoy tenemos en torno al vocabulario del nazismo y a la realidad de lo que esos términos utilizados por el nazismo ocultan (y en otros casos revelan).
–¿Cuál cree usted que es, aún hoy, el poder de ese texto?
–El poder de ese texto ha desaparecido hace mucho mucho tiempo y, de hecho, realmente no estoy seguro de que lo haya tenido realmente alguna vez. Por lo mismo, dudo de que la gente que lo leyó en su momento o luego haya sido cautivada por él. Creo que lo que los interesó fueron otras cosas. El historiador Peter Reichel, un profesor alemán de ciencias políticas en Hamburgo, en su libro La Fascination du nazisme muestra que, mucho más que por la teoría que exponía el nazismo, el movimiento ganó adeptos gracias a una estrategia de seducción, digamos publicitaria, muy moderna, centrada mucho más en el entretenimiento o la atracción que por el texto en sí mismo. Ciertamente, es lo que pasa con Mein Kampf , que fue leído de forma fragmentaria y por apenas una cierta cantidad de personas, y no mucho más que eso. De manera que es un libro que no tenía en sí mismo, en mi opinión, una fuerza histórica demasiado grande, aunque sí es cierto que tiene una presencia histórica indiscutible. Junto a esto debemos señalar que aunque casi nadie lo haya leído, todos sabemos que contiene la doctrina que le dio origen al nazismo y a los crímenes de los cuales es responsable, y eso fue suficiente para transformarlo en en una especie de objeto maléfico. En ese sentido, el desafío que tomaron la editorial Fayard y estos historiadores busca desmitificar este libro para que pierda precisamente ese carácter mágico extremadamente peligroso, y para devolverlo a su realidad: la de un texto de propaganda, lleno de mentiras y que presenta, además, una gran confusión lingüística e intelectual.
Fuente: https://www.clarin.com
Por: Débora Campos
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