Aldo
Benites-Palomino, investigador del Museo de Historia Natural de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), estaba todavía en la
universidad cuando se interesó en un extraño fósil que
había sido desenterrado en 1994 en Sacaco (Arequipa) –cuando él tenía
solo unos meses de nacido–, y que hasta ese momento seguía sin ser
estudiado. Esta semana, Benites-Palomino ha dado a conocer, junto con
otros especialistas, los resultados del trabajo llevado a cabo sobre
este resto fósil: se trata de una inédita especie de cachalote que
habitó el mar peruano hace unos siete millones de años. Ha sido
bautizado como ‘Scaphokogia totajpe’, proveniente de la lengua mochica
‘tot’ y ‘ajpe’, que quiere decir ‘cara grande’.
—¿Por qué es tan valioso este hallazgo?
En primera instancia, se sabía que este fósil pertenecía a un grupo conocido como cachalotes pigmeos, que hasta la fecha existen.
Estos animales son rarísimos y muy difíciles de observar actualmente.
En el mar del Perú, pueden haber sido vistos menos de 10 veces. Como
sabemos tan poco de estos animales, es muy difícil estudiarlos, sobre
todo porque el ‘Scaphokogia totajpe’ es una especie tan rara. Nadie
en el mundo estudiaba cachalotes hasta hace poquísimos años. Recién, más
o menos 10 años atrás, se han obtenido más datos de especies modernas
de este tipo.
—¿Qué hace tan peculiar a esta especie?
El ‘Scaphokogia totajpe’ es muy distinto a cualquier otra especie de cachalote pigmeo estudiada anteriormente. Este extinto animal tenía una cara que parecía un ladrillo, a diferencia del resto de cachalotes que tienen la cara toda plana.
El hueso de este ejemplar era gruesísimo y la cara estaba engrosada
como un lastre inmenso. Otro punto resaltante es que los cachalotes
tienen una especie de concavidad en el cráneo donde van los órganos de
la nariz y los músculos, pero este animal llegaba al extremo, su cráneo
estaba tremendamente deformado. Esas adaptaciones tan extrañas nos
hicieron preguntarnos demasiadas cosas. La naturaleza introdujo una
especie absolutamente rara.
—¿Qué se sabe de su comportamiento?
El
animal no comía como un cachalote moderno. Las especies actuales se
alimentan de peces o de calamares, animales que cazan y se tragan vivos.
El ‘Scaphokogia totajpe’ no. Este, como tenía la cara tan pesada,
parecía que la usaba como un sensor que pegaba al fondo del océano para
buscar a sus presas favoritas, que debieron ser calamares, pulpos o peces que viven pegados al fondo marino, como los lenguados.
—¿Existen animales similares en la actualidad?
Hoy
existen muchos delfines y ballenas grandes, como las jorobadas o
azules; hace siete millones de años, el mar estaba dominado por ballenas
pequeñas, picudas y cachalotes. Sabíamos que habían existido cachalotes
que se alimentaban de peces como las especies actuales o cachalotes
hipercarnívoros, como el famoso leviatán; no teníamos ni idea de que había animales que pegaban su cara al fondo marino o que se alimentaban ahí.
Eso es algo muy significativo porque ningún cetáceo moderno se alimenta
como este animal, no hay nada en la actualidad que se le parezca.
—En esa época, ¿cuál era la extensión de nuestro litoral costero?
El mar peruano, hace unos siete millones de años, entraba en la tierra entre 50 km y 100 km.
Eso quiere decir que el litoral costero más o menos debió haber pasado
por la ciudad de Ica; Nasca debió haber estado bajo el mar, al igual que
las ciudades de Lima, Piura, Trujillo y Chiclayo.
—¿Debido a eso, el Perú tiene una importante riqueza fósil?
Lo
que sucede con zonas como Lima o Lambayeque es que debido a su
geografía accidentada no hay áreas donde fuese posible depositar los
fósiles para su preservación. Pero en todo el desierto de Ocucaje
(Ica) y el norte de Arequipa, al ser áreas planas que no han sufrido
mucho los efectos del clima, ha sido posible preservar zonas inmensas
llenas de fósiles.
Fuente: https://elcomercio.pe
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