El
reino animal es una de las mayores historias de éxito de la vida, una
colección de millones de especies que nadan, excavan, corren y vuelan
por todo el planeta. Toda esa diversidad, desde las mariquitas hasta las
orcas, evolucionó a partir de un antepasado común que muy probablemente vivió hace más de 650 millones de años.
Nadie
ha descubierto un fósil del animal primigenio, por lo que no podemos
asegurar cuál era su apariencia, pero dos científicos en el Reino Unido
dieron un gran paso: reconstruyeron su genoma. Su
estudio, publicado en Nature Communications, ofrece una pista
importante en cuanto a la forma en que surgió el reino animal: con una explosión evolutiva de genes nuevos.
Estos debieron ser parte crucial de la transformación de nuestros
antepasados unicelulares en criaturas con cuerpos complejos compuestos
de muchos tipos de células.
Los
nuevos genes también demostraron ser extraordinariamente resistentes.
De todos los genes en el genoma humano, el 55 por ciento ya se
encontraba en el primer animal. “La
gran sorpresa fue la cantidad que había de esos genes”, señaló Jordi
Paps, un biólogo evolucionista de la Universidad de Essex y coautor del
nuevo estudio.
Paps y Peter W. H. Holland, un zoólogo de la Universidad de Oxford, comenzaron por dibujar un árbol genealógico animal.
Nuestra
propia especie pertenece a una rama, la de los vertebrados (animales
con columna vertebral), junto con las aves, los reptiles y los peces.
Estudios genéticos han demostrado que entre nuestros parientes
invertebrados más cercanos se encuentran las estrellas de mar, mientras
que las medusas y las esponjas son parte de nuestros primos más lejanos.
Los
investigadores también han identificado a las especies unicelulares que
son los parientes más cercanos al reino animal: pequeños protozoarios
acuáticos que se alimentan de bacterias.
Los
científicos eligieron 62 especies de estas tres ramas, incluyendo la
nuestra, para estudiarlas en detalle. Analizaron el ADN de los
organismos y catalogaron todos los genes que codifican proteínas, las
moléculas que realizan innumerables reacciones químicas en nuestro
cuerpo y que le dan estructura. (Los seres humanos tienen
aproximadamente 20.000 genes que codifican proteínas).
Paps
y Holland sumaron aproximadamente 1,5 millones de genes en total y
luego calcularon el momento en el que evolucionaron por primera vez.
Esto condujo a una historia genética muy amplia. Los
humanos y los tiburones, por ejemplo, utilizan genes prácticamente
idénticos para producir hemoglobina. Esto significa que los genes de la
hemoglobina ya estaban presentes en su antepasado común.
No
obstante, los genes de la hemoglobina no se encuentran en especies con
una relación genética más lejana, como las esponjas. De modo que el gen
evolucionó en los primeros vertebrados, mucho después del origen del
reino animal.
Aunque
algunos genes como el de la hemoglobina son recientes, otros son
antiguos. Los investigadores descubrieron 6331 genes que estaban
presentes en los antepasados que todos los animales vivos tienen en
común.
Gran
parte de esos genes aparecieron mucho antes que los animales. Algunos
son esenciales para el funcionamiento básico de todos los seres vivos,
como la multiplicación del ADN, y evolucionaron por primera vez hace
miles de millones de años. Otros genes surgieron en fechas recientes y
pueden encontrarse hoy en día en nuestros parientes unicelulares más
cercanos.
Estos
descubrimientos confirmaron los que se hicieron previamente en una
cantidad más reducida de especies. Cuando surgieron los animales, la
evolución adjudicó a los genes nuevas funciones.
Los
protozoarios unicelulares, por ejemplo, usan algunos genes para
producir proteínas que les permitan mantenerse unidos en pequeñas
colonias. En los animales, estos genes ayudaron a las células a
adherirse de forma permanente, lo cual es un requisito para la formación
de un cuerpo.
Pero
1189 de los genes en el animal primigenio no se encuentran en nuestros
parientes unicelulares más cercanos conocidos. Estos genes nuevos
debieron evolucionar en protoanimales.
Paps
afirmó que eso pudo suceder de dos maneras. En ocasiones, una cadena
aleatoria de ADN sin ninguna función muta y comienza a producir una
proteína. O bien un gen existente se duplica por accidente y una de las
copias acumula mutaciones hasta comenzar a producir un nuevo tipo de
proteína, incluso si la otra copia sigue realizando la función original.
El
ADN recién adquirido resulta no estar involucrado en una serie de
tareas aleatorias. En cambio, muchos de estos genes tienen funciones
cruciales para la formación y el funcionamiento del cuerpo animal, por
ejemplo, producir proteínas que las células utilizan para enviar señales
a otras células. Paps
y Holland también descubrieron que una cantidad de genes desarrollados
por protoanimales están relacionados con el cáncer. Muchos de estos
genes mantienen a las células trabajando armoniosamente y, cuando mutan,
estas se multiplican sin control.
Iñaki
Ruiz-Trillo, un biólogo del Instituto de Biología Evolutiva de
Barcelona, quien no estuvo involucrado en el estudio, señaló que el
florecimiento de genes nuevos podría representar una característica
fundamental del reino animal. “Podrían utilizarse para definir lo que es un animal”, afirmó.
Paps
supuso que la explosión de genes nuevos podría haber aparecido en los
primeros animales, ya que el entorno desencadenó de alguna manera una
gran cantidad de mutaciones. Sin embrago, otra posibilidad sugiere que
los protoanimales acumularon de forma gradual todos estos genes nuevos a
lo largo de cientos de millones de años, un intervalo de la historia
evolutiva que los científicos aún no pueden documentar mediante el
estudio de especies vivas.
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