Jesús entra en Jerusalén. Los niños judíos salieron a su encuentro con ramos de olivo en las manos, aclamándolo como su rey. La liturgia nos hace revivir cada año los misterios santos de la vida de Jesús. Por eso también hoy vemos a Jesús montado en su burrito viniendo hacia nosotros. Pero ahora no podemos organizarle una gran manifestación pública para recibirlo.
Nuestras calles están desiertas, nuestras ciudades están sumidas en el dolor y el miedo. ¿Cómo celebrar nuestro domingo de ramos en este domingo de cuarentena? ¿Cómo podemos recibir al Señor? ¿Desde dónde gritarle Hosanna? Hemos puesto o dibujado nuestros ramos de palmera y olivo en nuestras puertas, seguros de que él las ve a pesar de todo.
Guardamos silencio y meditamos en lo que significa el Hosanna. Recordamos entonces que sí podemos gritar el Hosanna con toda el alma porque, en efecto, en la lengua de Jesús hôshia-n?' significaba: ¡Sálvanos, ayuda, socorro, danos salvación! Sale entonces nuestro grito libre, irreprimible, que se une al hosanna apremiante de nuestro pueblo inmovilizado en sus casas, angustiado por sus enfermos, dolido por sus muertos: Señor, Hosanna, ven y sálvanos.
Recorre, Señor, nuestras calles desoladas, entra en nuestros hospitales abigarrados, visita nuestros hogares angustiados. Recibe, Señor, el honor que te tributa la enfermera que se ha pasado la noche sin dormir, la gloria que te da el médico con su dedicación sacrificada, la reverencia que te muestran los buenos gobernantes que miran sólo a la salud y vida de los pobres, las gentes de buena voluntad que se ingenian para atender a los demás, compartiendo su pan.
Este es nuestro domingo de ramos. Nuestro rey humilde y bueno, montado sobre un pollino, nos recuerda que su reino no es de este mundo. Y nos muestra su grandeza que brilla en el servir y dar la vida. Movidos por su ejemplo nos confirmamos en nuestro sentir: Si asumimos con él el sufrimiento que este tiempo nos causa, venceremos, reinaremos con él.
Nuestras calles están desiertas, nuestras ciudades están sumidas en el dolor y el miedo. ¿Cómo celebrar nuestro domingo de ramos en este domingo de cuarentena? ¿Cómo podemos recibir al Señor? ¿Desde dónde gritarle Hosanna? Hemos puesto o dibujado nuestros ramos de palmera y olivo en nuestras puertas, seguros de que él las ve a pesar de todo.
Guardamos silencio y meditamos en lo que significa el Hosanna. Recordamos entonces que sí podemos gritar el Hosanna con toda el alma porque, en efecto, en la lengua de Jesús hôshia-n?' significaba: ¡Sálvanos, ayuda, socorro, danos salvación! Sale entonces nuestro grito libre, irreprimible, que se une al hosanna apremiante de nuestro pueblo inmovilizado en sus casas, angustiado por sus enfermos, dolido por sus muertos: Señor, Hosanna, ven y sálvanos.
Recorre, Señor, nuestras calles desoladas, entra en nuestros hospitales abigarrados, visita nuestros hogares angustiados. Recibe, Señor, el honor que te tributa la enfermera que se ha pasado la noche sin dormir, la gloria que te da el médico con su dedicación sacrificada, la reverencia que te muestran los buenos gobernantes que miran sólo a la salud y vida de los pobres, las gentes de buena voluntad que se ingenian para atender a los demás, compartiendo su pan.
Este es nuestro domingo de ramos. Nuestro rey humilde y bueno, montado sobre un pollino, nos recuerda que su reino no es de este mundo. Y nos muestra su grandeza que brilla en el servir y dar la vida. Movidos por su ejemplo nos confirmamos en nuestro sentir: Si asumimos con él el sufrimiento que este tiempo nos causa, venceremos, reinaremos con él.