DOMINGO DE RAMOS
Mateo 26, 14 - 27,66
Mateo 26, 14 - 27,66
Traición de Judas
14 Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, 15 y dijo: ¿Qué estáis dispuestos a darme para que yo os lo entregue? Y ellos le pesaron treinta piezas de plata. 16 Y desde entonces buscaba una oportunidad para entregarle.
Preparación de la Pascua
17 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer la Pascua? 18 Y Él respondió: Id a la ciudad, a cierto hombre, y decidle: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca; quiero celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». 19 Entonces los discípulos hicieron como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Jesús identifica al traidor
20 Al atardecer, estaba Él sentado a la mesa con los doce discípulos. 21 Y mientras comían, dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará. 22 Y ellos, profundamente entristecidos, comenzaron a decirle uno por uno: ¿Acaso soy yo, Señor? 23 Respondiendo Él, dijo: El que metió la mano conmigo en el plato, ese me entregará. 24 El Hijo del Hombre se va, según está escrito de Él; pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido. 25 Y respondiendo Judas, el que le iba a entregar, dijo: ¿Acaso soy yo, Rabí? Y Él le dijo: Tú lo has dicho.
Institución de la Cena del Señor
26 Mientras comían, Jesús tomó pan, y habiéndolo bendecido, lo partió, y dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. 27 Y tomando una copa, y habiendo dado gracias, se la dio, diciendo: Bebed todos de ella; 28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. 29 Y
os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta
aquel día cuando lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. 30 Y después de cantar un himno, salieron hacia el monte de los Olivos.
Jesús predice la negación de Pedro
31 Entonces Jesús les dijo*: Esta noche todos vosotros os apartaréis[i] por causa de mí, pues escrito está: «Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño se dispersarán». 32 Pero después de que yo haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. 33 Entonces Pedro, respondiendo, le dijo: Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré. 34 Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. 35 Pedro le dijo*: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré. Todos los discípulos dijeron también lo mismo.
Jesús en Getsemaní
36 Entonces Jesús llegó* con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo* a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy allá y oro. 37 Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. 38 Entonces les dijo*: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. 39 Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras. 40 Vino* entonces a los discípulos y los halló* durmiendo, y dijo* a Pedro: ¿Conque no pudisteis velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. 42 Apartándose de nuevo, oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si esta no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad. 43 Y vino otra vez y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban cargados de sueño. 44 Dejándolos de nuevo, se fue y oró por tercera vez, diciendo otra vez las mismas palabras. 45 Entonces vino* a los discípulos y les dijo*: ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? He aquí, ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. 46 ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad, está cerca el que me entrega.
Arresto de Jesús
47 Mientras todavía estaba Él hablando, he aquí, Judas, uno de los doce, llegó acompañado de una gran multitud con espadas y garrotes, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. 48 Y el que le entregaba les había dado una señal, diciendo: Al que yo bese, ese es; prendedle. 49 Y enseguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Rabí! Y le besó. 50 Y Jesús le dijo: Amigo, haz lo que viniste a hacer. Entonces ellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. 51 Y sucedió que uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo al siervo del sumo sacerdote, le cortó la oreja. 52 Entonces Jesús le dijo*: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán. 53 ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y Él pondría a mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? 54 Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que así debe suceder? 55 En aquel momento Jesús dijo a la muchedumbre: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y garrotes para arrestarme? Cada día solía sentarme en el templo para enseñar, y no me prendisteis. 56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron.
Jesús ante el concilio
57 Y los que prendieron a Jesús le llevaron ante el sumo sacerdote Caifás, donde estaban reunidos los escribas y los ancianos. 58 Y Pedro le fue siguiendo de lejos hasta el patio del sumo sacerdote, y entrando, se sentó con los alguaciles para ver el fin de todo aquello. 59 Y los principales sacerdotes y todo el concilio procuraban obtener falso testimonio contra Jesús, con el fin de darle muerte, 60 y no lo hallaron a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Pero más tarde se presentaron dos, 61 que dijeron: Este declaró: «Yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días reedificarlo». 62 Entonces el sumo sacerdote, levantándose, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? 63 Mas Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. 64 Jesús le dijo*: Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del cielo. 65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído la blasfemia; 66 ¿qué os parece? Ellos respondieron y dijeron: ¡Es reo de muerte! 67 Entonces le escupieron en el rostro y le dieron de puñetazos; y otros le abofeteaban, 68 diciendo: Adivina, Cristo, ¿quién es el que te ha golpeado?
La negación de Pedro
69 Pedro estaba sentado fuera en el patio, y una sirvienta se le acercó y dijo: Tú también estabas con Jesús el galileo. 70 Pero él lo negó delante de todos ellos, diciendo: No sé de qué hablas. 71 Cuando salió al portal, lo vio otra sirvienta y dijo* a los que estaban allí: Este estaba con Jesús el nazareno. 72 Y otra vez él lo negó con juramento: ¡Yo no conozco a ese hombre! 73 Y un poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: Seguro que tú también eres uno de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. 74 Entonces él comenzó a maldecir y a jurar: ¡Yo no conozco a ese hombre! Y al instante un gallo cantó. 75 Y Pedro se acordó de lo que Jesús había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.
Jesús es entregado a Pilato
27 Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. 2 Y después de atarle, le llevaron y le entregaron a Pilato, el gobernador.
Muerte de Judas
3 Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que Jesús había sido condenado, sintió remordimiento y devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, 4 diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Pero ellos dijeron: A nosotros, ¿qué? ¡Allá tú! 5 Y él, arrojando las piezas de plata en el santuario, se marchó; y fue y se ahorcó. 6 Y
los principales sacerdotes tomaron las piezas de plata, y dijeron: No
es lícito ponerlas en el tesoro del templo, puesto que es precio de
sangre. 7 Y después de celebrar consejo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para sepultura de los forasteros. 8 Por eso ese campo se ha llamado Campo de Sangre hasta hoy. 9 Entonces se cumplió lo anunciado por medio del profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, el precio de aquel cuyo precio había sido fijado por los hijos de Israel; 10 y las dieron por el Campo del Alfarero, como el Señor me había ordenado.
Jesús ante Pilato
11 Y Jesús compareció delante del gobernador, y este le interrogó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. 12 Y al ser acusado por los principales sacerdotes y los ancianos, nada respondió. 13 Entonces Pilato le dijo*: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? 14 Y Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado.
Jesús o Barrabás
15 Ahora bien, en cada fiesta, el gobernador acostumbraba soltar un preso al pueblo, el que ellos quisieran. 16 Y tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. 17 Por lo cual, cuando ellos se reunieron, Pilato les dijo: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? 18 Porque él sabía que le habían entregado por envidia. 19 Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó aviso, diciendo: No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por causa de Él. 20 Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a las multitudes que pidieran a Barrabás y que dieran muerte a Jesús. 21 Y respondiendo, el gobernador les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos respondieron: A Barrabás. 22 Pilato les dijo*: ¿Qué haré entonces con Jesús, llamado el Cristo? Todos dijeron*: ¡Sea crucificado! 23 Y Pilato dijo: ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! 24 Y viendo Pilato que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: Soy inocente de la sangre de este justo; ¡allá vosotros! 25 Y respondiendo todo el pueblo, dijo: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! 26 Entonces les soltó a Barrabás, pero a Jesús, después de hacerle azotar, le entregó para que fuera crucificado.
Los soldados se mofan de Jesús
27 Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al Pretorio, y reunieron alrededor de Él a toda la cohorte romana. 28 Y desnudándole, le pusieron encima un manto escarlata. 29 Y tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y una caña en su mano derecha; y arrodillándose delante de Él, le hacían burla, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! 30 Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. 31 Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron para crucificarle. 32 Y cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene llamado Simón, al cual obligaron a que llevara la cruz.
La crucifixión
33 Cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa Lugar de la Calavera, 34 le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, no lo quiso beber. 35 Y habiéndole crucificado, se repartieron sus vestidos, echando suertes; 36 y sentados, le custodiaban allí. 37 Y pusieron sobre su cabeza la acusación contra Él, que decía: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. 38 Entonces fueron crucificados* con Él dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. 39 Los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza 40 y diciendo: Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y desciende de la cruz. 41 De igual manera, también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: 42 A otros salvó; a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es; que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. 43 En Dios confía; que le libre ahora si Él le quiere; porque ha dicho: «Yo soy el Hijo de Dios». 44 En la misma forma le injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él.
Muerte de Jesús
45 Y desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena. 46 Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lema sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 47 Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: Este llama a Elías. 48 Y al instante, uno de ellos corrió, y tomando una esponja, la empapó en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. 49 Pero los otros dijeron: Deja, veamos si Elías viene a salvarle. 50 Entonces Jesús, clamando otra vez a gran voz, exhaló el espíritu. 51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y las rocas se partieron; 52 y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían dormido resucitaron; 53 y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, entraron en la santa ciudad y se aparecieron a muchos. 54 El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: En verdad este era Hijo de Dios. 55 Y muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle, estaban allí, mirando de lejos; 56 entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Sepultura de Jesús
57 Y al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús. 58 Este se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que se lo entregaran. 59 Tomando José el cuerpo, lo envolvió en un lienzo limpio de lino, 60 y lo puso en su sepulcro nuevo que él había excavado en la roca, y después de rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro, se fue. 61 Y María Magdalena estaba allí, y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
Guardias en la tumba
62 Al día siguiente, que es el día después de la preparación, se reunieron ante Pilato los principales sacerdotes y los fariseos, 63 y le dijeron: Señor, nos acordamos que cuando aquel engañador aún vivía, dijo: «Después de tres días resucitaré». 64 Por
eso, ordena que el sepulcro quede asegurado hasta el tercer día, no sea
que vengan sus discípulos, se lo roben, y digan al pueblo: «Ha
resucitado de entre los muertos»; y el último engaño será peor que el
primero. 65 Pilato les dijo: Una guardia tenéis; id, aseguradla como vosotros sabéis. 66 Y fueron y aseguraron el sepulcro; y además de poner la guardia, sellaron la piedra.
El domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, nos introduce a la meditación de la Pasión del Señor, que ha de ocupar nuestro corazón, durante todos estos días, y ojalá siempre estuviera presente en nosotros para darnos cuenta del gran amor que Jesús nos tiene. El mismo había afirmado: "nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos". En su muerte está nuestra salvación. Es necesario considerar esta Pasión de Jesús en todos sus pormenores, para darnos cuenta de su gran entrega, de cómo su amor es sin límite.
Los hechos son tan fuertes, que todas las palabras con que los comentemos suenan a hueco, son completamente insuficientes para expresar la tragedia del Hijo de Dios asesinado por los hombres y con todas las formas de la crueldad que el odio suscita. Y todo ocurre por el extremado amor de una persona, única en el mundo, que asumió sobre sí las maldades y las perversiones de todos los hombres, para declararnos libres y salvos por la acción de la gracia, para darnos a nosotros una firme esperanza. Todas las palabras con las que queramos expresar esta salvación carecen de fuerza suficiente, todas las metas a que uno podría aspirar han quedado sobrepasadas, porque aquí la realidad es más grande que toda fantasía. Y sin embargo todo esto es real.
Es importante centrarnos en la maldad de los hombres que realizaron la locura de la condena a muerte del Hijo de Dios, porque seguramente será un espejo de nuestras propias maldades; no fueron ellos solos, entre todos lo hemos matado. La falta de fe de los jefes de los judíos fue la que comenzó todo. Una falta de fe que algunos, demasiado razonables, podrían justificar diciendo que era tremendo lo que ese nuevo predicador pretendía, y que además venía a desestabilizar el orden religioso y civil ya consolidado en su pueblo. Nos cuesta mucho trabajo aceptar transformaciones que retan nuestra comodidad, que nos hacen sentir incómodos porque tenemos que adoptar decisiones nuevas.
Pero es que en verdad el mensaje era una amenaza: todo el mensaje de Jesús era un verdadero reto a la juiciosa (pero mezquina) inteligencia de los judíos, y de nosotros: que había que amar al enemigo (¡a quién se le ocurre!), que los pecadores les precederían a ellos en el Reino de los cielos (¡qué injusticia!), que este carpintero de Nazareth era el Hijo de Dios (¡qué blasfemia!). Esta doctrina y a su autor hay que erradicarlos. Así pensaron los "sabios" jueces de Israel. Y uno debe preguntarse si cree en esos fuertes mensajes de Jesús más que lo judíos: ¿yo creo que el amor debe abarcar incluso a los que me hacen mal? ¿Yo acepto que muchos de mis juicios sobre buenos y malos están completamente equivocados? ¿Yo doblo mi rodilla ante el Hijo de Dios y le entrego mi vida?
Y una vez admitida la necesidad de la muerte de Jesús ya eran lícitas todas las crueldades y todas las mentiras. Era lícito humillarlo en forma indignante, escupirlo, golpearlo, entregarlo a personas crueles, como objeto de su violencia y de su furia: ya no importa convertirlo en juguete de pasiones, porque ha perdido el derecho a ser persona. El que se había despojado de todo para ser un hombre entre los hombres, es rechazado como indigno de pertenecer a la raza humana.
Y, como es absolutamente cierto que merece la muerte (según el prejuicio de sus acusadores), es lícito construir acusaciones, para lograr esa condena: ya se pueden falsificar testimonios, cuando los que han sido dados no bastan para fundamentar la sentencia, es lícito tergiversar las afirmaciones del reo, para que aparezca con nitidez su culpabilidad y el peligro que acarrea su doctrina, es lícito llevarlo al procurador romano y fabricar una nueva acusación maquillada para la ocasión, a fin de que no se les escape el criminal, y es lícito manipular al pueblo, y renegar y jurar, para obtener la meta propuesta: la destrucción de Jesucristo. Cómo se parece este proceso a tantas tragedias de inocentes falsamente acusados. Jesús es inocente, pero su suerte está echada.
De lo que no se dan cuenta sus acusadores y sus jueces, es de lo que sucede en el Corazón de Jesús, de lo que ocurre entre el cielo y la tierra. Cada paso que se da para que llegue hasta la muerte, es un paso decisivo que Jesús da hacia nosotros, es un paso que le hace entrar en el océano insondable del amor por nosotros. Cuando lo toman preso, dice que nos quiere, y que desea ir más allá, y cuando lo juzgan inicuamente, confiesa que aún nos ama más (si esto fuera posible), y cuando lo golpean, y cuando le escupen, y cuando le cargan la cruz, y cuando le estiran los brazos en el madero, y cuando le clavan los clavos; en cada momento de esos El está diciéndome interiormente que me ama sin límites y sin condiciones, y que por amarme es bueno padecer todos esos sufrimientos.
Sin esta consideración, toda la Pasión pierde sentido. Esto es en el fondo lo que está pasando: es la Pasión de un Hombre (Dios verdadero) que amó sin medida a sus hermanos y que por ellos fue capaz de dar todo lo que era y todo lo que tenía.
Adolfo Franco, SJ
Los hechos son tan fuertes, que todas las palabras con que los comentemos suenan a hueco, son completamente insuficientes para expresar la tragedia del Hijo de Dios asesinado por los hombres y con todas las formas de la crueldad que el odio suscita. Y todo ocurre por el extremado amor de una persona, única en el mundo, que asumió sobre sí las maldades y las perversiones de todos los hombres, para declararnos libres y salvos por la acción de la gracia, para darnos a nosotros una firme esperanza. Todas las palabras con las que queramos expresar esta salvación carecen de fuerza suficiente, todas las metas a que uno podría aspirar han quedado sobrepasadas, porque aquí la realidad es más grande que toda fantasía. Y sin embargo todo esto es real.
Es importante centrarnos en la maldad de los hombres que realizaron la locura de la condena a muerte del Hijo de Dios, porque seguramente será un espejo de nuestras propias maldades; no fueron ellos solos, entre todos lo hemos matado. La falta de fe de los jefes de los judíos fue la que comenzó todo. Una falta de fe que algunos, demasiado razonables, podrían justificar diciendo que era tremendo lo que ese nuevo predicador pretendía, y que además venía a desestabilizar el orden religioso y civil ya consolidado en su pueblo. Nos cuesta mucho trabajo aceptar transformaciones que retan nuestra comodidad, que nos hacen sentir incómodos porque tenemos que adoptar decisiones nuevas.
Pero es que en verdad el mensaje era una amenaza: todo el mensaje de Jesús era un verdadero reto a la juiciosa (pero mezquina) inteligencia de los judíos, y de nosotros: que había que amar al enemigo (¡a quién se le ocurre!), que los pecadores les precederían a ellos en el Reino de los cielos (¡qué injusticia!), que este carpintero de Nazareth era el Hijo de Dios (¡qué blasfemia!). Esta doctrina y a su autor hay que erradicarlos. Así pensaron los "sabios" jueces de Israel. Y uno debe preguntarse si cree en esos fuertes mensajes de Jesús más que lo judíos: ¿yo creo que el amor debe abarcar incluso a los que me hacen mal? ¿Yo acepto que muchos de mis juicios sobre buenos y malos están completamente equivocados? ¿Yo doblo mi rodilla ante el Hijo de Dios y le entrego mi vida?
Y una vez admitida la necesidad de la muerte de Jesús ya eran lícitas todas las crueldades y todas las mentiras. Era lícito humillarlo en forma indignante, escupirlo, golpearlo, entregarlo a personas crueles, como objeto de su violencia y de su furia: ya no importa convertirlo en juguete de pasiones, porque ha perdido el derecho a ser persona. El que se había despojado de todo para ser un hombre entre los hombres, es rechazado como indigno de pertenecer a la raza humana.
Y, como es absolutamente cierto que merece la muerte (según el prejuicio de sus acusadores), es lícito construir acusaciones, para lograr esa condena: ya se pueden falsificar testimonios, cuando los que han sido dados no bastan para fundamentar la sentencia, es lícito tergiversar las afirmaciones del reo, para que aparezca con nitidez su culpabilidad y el peligro que acarrea su doctrina, es lícito llevarlo al procurador romano y fabricar una nueva acusación maquillada para la ocasión, a fin de que no se les escape el criminal, y es lícito manipular al pueblo, y renegar y jurar, para obtener la meta propuesta: la destrucción de Jesucristo. Cómo se parece este proceso a tantas tragedias de inocentes falsamente acusados. Jesús es inocente, pero su suerte está echada.
De lo que no se dan cuenta sus acusadores y sus jueces, es de lo que sucede en el Corazón de Jesús, de lo que ocurre entre el cielo y la tierra. Cada paso que se da para que llegue hasta la muerte, es un paso decisivo que Jesús da hacia nosotros, es un paso que le hace entrar en el océano insondable del amor por nosotros. Cuando lo toman preso, dice que nos quiere, y que desea ir más allá, y cuando lo juzgan inicuamente, confiesa que aún nos ama más (si esto fuera posible), y cuando lo golpean, y cuando le escupen, y cuando le cargan la cruz, y cuando le estiran los brazos en el madero, y cuando le clavan los clavos; en cada momento de esos El está diciéndome interiormente que me ama sin límites y sin condiciones, y que por amarme es bueno padecer todos esos sufrimientos.
Sin esta consideración, toda la Pasión pierde sentido. Esto es en el fondo lo que está pasando: es la Pasión de un Hombre (Dios verdadero) que amó sin medida a sus hermanos y que por ellos fue capaz de dar todo lo que era y todo lo que tenía.
Adolfo Franco, SJ