“Saluda a Bill Gates” contesté, fue mi primera reacción cuando escuché lo que este señor alto dijo, iba acompañado de su esposa, pareja que lucía típicamente anglosajona de vacaciones, norteamericanos desde lejos.
Estábamos en el aeropuerto sentados en la sala de embarque, a la espera de ser llamados para abordar el avión. Los asientos que tenía al frente mío estaban libres y la pareja de turistas que hablo en la introducción, se sentaron al frente mío, ella muy diligente consultaba el letrero donde se anunciaba mi vuelo, saca nerviosamente de su bolso un diccionario y conversa seriamente con su marido. Él tenía unas manos, grandes, rudas, de esas que te dicen que se ha ganado el sustento con ellas. Afiné mi inglés y sin proponérmelo les pregunté si viajaban a Arequipa, ella rápidamente asintió y le dije que ese era nuestro vuelo y que yo viajaba en el mismo, agregué que yo era de allí, a lo que él respondió diciendo, nosotros somos de Seattle, como quien dice que todos debemos de saberlo. Pero un momento, Seattle es la capital del estado de Washington, en los Estados Unidos, en donde está ubicada la sede principal de la Corporación Microsoft, y donde vive su fundador, el señor William Henry Gates III, más conocido como Bill Gates.
Sin pensarlo dos veces le dije, “cuando regrese tenga la gentileza de saludar a Bill Gates”, me miró y dijo “ok, no hay problema, lo haré, luego agregó, sabe yo construí su casa”. No me dejó decir nada más al respecto, comenzó a llenarme con detalles de la construcción de dicha casa. Esa obra costó varios millones de dólares y se invirtió como seis años en terminarla. Se compraron casa vecinas y no se discutieron precios, lo que no se quería era tener vecinos y menos del tipo fisgón. Para no molestar a los vecinos que no vendieron sus propiedades por la construcción de la “casa”, al que aceptó los enviaron de crucero por el mundo como compensación por las molestias, por supuesto con todos los gastos pagados.
Ahora dirán y que importa todo esto que nos cuenta Antonio, les pido por favor que sigan conmigo.
Regularmente aplico lo que alguna vez escribí y compartí con ustedes, lo confieso, hablo con extraños ya sea en la calle, en las tiendas, en las colas, restaurantes, aeropuertos, taxis, etc., me gusta saber lo que otros, a quien no conozco, piensan. A lo largo del tiempo he conocido personas muy interesantes y formas de pensar además. Como dice parte de la letra de la canción de Rubén Blades “Pedro Navaja”, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” y puedo decir que casi siempre ha sucedido así.
Por ello, sin que te mal interpreten, saluda a desconocidos, conversa, participa, pregunta, interésate, nos estamos aislando en nosotros mismos, ya no conversamos ni con nuestros amigos y familiares y no solo por las prisas de la vida actual, sino porque estamos “encerrados” en nuestros Smartphones.
Estábamos en el aeropuerto sentados en la sala de embarque, a la espera de ser llamados para abordar el avión. Los asientos que tenía al frente mío estaban libres y la pareja de turistas que hablo en la introducción, se sentaron al frente mío, ella muy diligente consultaba el letrero donde se anunciaba mi vuelo, saca nerviosamente de su bolso un diccionario y conversa seriamente con su marido. Él tenía unas manos, grandes, rudas, de esas que te dicen que se ha ganado el sustento con ellas. Afiné mi inglés y sin proponérmelo les pregunté si viajaban a Arequipa, ella rápidamente asintió y le dije que ese era nuestro vuelo y que yo viajaba en el mismo, agregué que yo era de allí, a lo que él respondió diciendo, nosotros somos de Seattle, como quien dice que todos debemos de saberlo. Pero un momento, Seattle es la capital del estado de Washington, en los Estados Unidos, en donde está ubicada la sede principal de la Corporación Microsoft, y donde vive su fundador, el señor William Henry Gates III, más conocido como Bill Gates.
Sin pensarlo dos veces le dije, “cuando regrese tenga la gentileza de saludar a Bill Gates”, me miró y dijo “ok, no hay problema, lo haré, luego agregó, sabe yo construí su casa”. No me dejó decir nada más al respecto, comenzó a llenarme con detalles de la construcción de dicha casa. Esa obra costó varios millones de dólares y se invirtió como seis años en terminarla. Se compraron casa vecinas y no se discutieron precios, lo que no se quería era tener vecinos y menos del tipo fisgón. Para no molestar a los vecinos que no vendieron sus propiedades por la construcción de la “casa”, al que aceptó los enviaron de crucero por el mundo como compensación por las molestias, por supuesto con todos los gastos pagados.
Ahora dirán y que importa todo esto que nos cuenta Antonio, les pido por favor que sigan conmigo.
Regularmente aplico lo que alguna vez escribí y compartí con ustedes, lo confieso, hablo con extraños ya sea en la calle, en las tiendas, en las colas, restaurantes, aeropuertos, taxis, etc., me gusta saber lo que otros, a quien no conozco, piensan. A lo largo del tiempo he conocido personas muy interesantes y formas de pensar además. Como dice parte de la letra de la canción de Rubén Blades “Pedro Navaja”, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” y puedo decir que casi siempre ha sucedido así.
Por ello, sin que te mal interpreten, saluda a desconocidos, conversa, participa, pregunta, interésate, nos estamos aislando en nosotros mismos, ya no conversamos ni con nuestros amigos y familiares y no solo por las prisas de la vida actual, sino porque estamos “encerrados” en nuestros Smartphones.
Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página http://www.antoniotomasio.com